El Enmascarado, el hermano mayor de Meteoro, permaneció en la memoria de muchos de los espectadores de la serie con una tenacidad que no es fácil de explicar. Sus apariciones eran esporádicas, aleatorias y breves. Sus acciones, si bien determinantes, no eran más destacables que las del propio Meteoro. El motivo por el cual había huido de la familia y se había convertido en un outcast, tampoco ameritaba tanto drama. Pero el aura que desplegaba el personaje -no es el único caso-, superaba la infraestructura de la ficción.
No creo que haya otro dibujo animado que se parezca tanto a una persona como Meteoro a Franco Colapinto. Si fuera el juego de las siete diferencias, yo perdería. Colapinto es Meteoro. Tampoco es menor el prodigio por el cual un ser humano fue creado a semejanza de un dibujo animado.
El Enmascarado, en cambio, no se parece a persona alguna que yo haya conocido, ni antes ni después. En rigor, las circunstancias de su rauda y furtiva partida de la casa familiar -estos éxodos individuales suelen abrevar en la fuga de Abraham del pagano hogar paterno-, sí tuvo una reseña en un episodio a caballo entre mi colegio primario y un colegio secundario.
En el quinto grado del colegio Cornelio Saavedra compartía aula con Gabriel Nicola. No éramos exactamente amigos, pero el que fuera de algún modo tocayo de Don Nicola, la historieta de Torino que a mí me encantaba, nos acercaba más allá de la mera cotidianeidad. ¿Qué historieta no me gustaba por entonces? Por supuesto, mi favorita era Asterix. Luego venía Lucky Luke. Casi en el mismo rango, pero en otra dimensión, Patoruzú e Isidoro. Nippur de Lagash, Jackaraoe, Savaresse.
Mucho tiempo después descubrí que, siendo un inútil todo servicio, como bien se registró en mi libreta de enrolamiento cuando me negué a hacer el servicio militar obligatorio, de no haberlas leído no hubiera sabido qué hacer de mi vida. Pero volvamos al Enmascarado.
Gabriel tenía un hermano, Juan Nicola, ya en el secundario Otto Krause. Juan le robó las llaves del auto a su padre, Norberto Nicola- un auto nuevo, comprado con uno de esos planes de ahorro célebres a fines de los 70-, y lo chocó. Juan ni siquiera se lastimó, pero al auto aparentemente quedó estrolado. Norberto Nicola, padre de Gabriel y Juan, sufrió un infarto cardíaco al enterarse.
Gabriel apenas si me contó algunos detalles. Prefería guardar silencio al respecto, y yo no insistí. Era una historia muy similar a la del Enmascarado. Rex, como se llama el hermano mayor de Meteoro, utiliza una máquina recién fabricada por el padre para salir a las pistas sin permiso. Lo choca, accidente espectacular, fuego. El padre no se infarta, pero Rex, avergonzado, huye para nunca más volver a la casa paterna.
Decide ocultar por tiempo indeterminado su identidad, cubriéndose con una capucha similar a la de los luchadores mexicanos, pero más manga. Continúa su carrera profesional como el corredor enmascarado. No recuerdo una explicación sobre cómo se registraba en las competencias ni los rudimentos legales. Pero la verosimilitud se mantenía vigente.
Cuando Meteoro atraviesa alguna dificultad insuperable, Rex acude en su ayuda. Los hermanos sean unidos, aunque no sepa quien sea.
Todo por un auto roto. Algo que seguramente debe haber cubierto el seguro.
¿Cuáles eran las características que hicieron de El Enmascarado un personaje que talló su habitación con tanta potencia en el museo viviente de nuestra infancia? ¿La máscara? Puede ser. El Zorro sigue siendo uno de los programas más vistos de la televisión argentina. Pero El llanero solitario no funcionó ni como remake cinematográfica.
La soledad, la volatilidad, el misterio. Lo imprevisible de sus apariciones. Un ángel de la guarda, un ángel caído, un ángel accidentado.
Las producciones de la memoria pocas veces pueden ser alcanzadas por las que les dieron origen. Los dibujitos japoneses originales -puedo reverlos en varios formatos-, no están a la altura de mis reminiscencias de El Enmascarado. Quizás no haya zodíaco que alcance la consistencia de las figuras míticas de nuestra imaginación.
Siempre he creído que alguien, no sé quién, vela por mis intereses. Mis errores y fracasos son de mi completa manufactura: no se culpe a nadie. Pero mis frugales y remotos éxitos no puedo dejar de sospechar que un Enmascarado aún más inconspicuo algo aportó a su concreción.
Casi medio siglo después, vine a saber de los tres Nicola: Gabriel, Juan y Don. Yo acababa de terminar un guión de historieta en el que homenajeaba a varios de nuestros personajes memorables: Afanancio, Capicúa, Piturro, Piantadino, el propio don Nicola. Quería averiguar el procedimiento legal para publicarlo y también buscaba una editorial interesada.
En ambos propósitos acudió a auxiliarme nada menos que mi ex compañero de quinto grado Gabriel. Nos puso en contacto otro editor de cómics a quien yo conocía de mi paso por la revista Fierro y mis colaboraciones en alguna de las de Record. Como no me habían anticipado el apellido, su rostro me resultó familiar con esa bruma del olvido.
Gabriel me reveló que se había dedicado al oficio por mis continuas referencias a Don Nicola. Desde entonces me había leído y acompañado con su atención. Su padre había fallecido muchos años después de aquel incidente. Pero su hermano, Juan, también. De un paro cardíaco. El único consuelo de Gabriel era que hubiera fallecido primero el padre.
“Durante toda mi vida adulta”, me explicó Gabriel, “existieron ocasiones en que un ventrílocuo desconocido me salvó. No sé cómo, ni de dónde, una voz me hizo decir las palabras correctas en los momentos cruciales. Cuando le dije que no a la que no me convenía, cuando le propuse matrimonio a mi actual mujer. Un consejo que le di a mi hijo. La respuesta inamovible que le di a un delincuente armado. Un ventrílocuo, desde el Más Allá. Evidentemente era Juan. Rompió el auto, escapó, y desde el misterio me auxilió en cada una de esas desventuras que, sin su asistencia, habrían sido fatales”.
Le confesé que a mí me había ocurrido algo muy similar, aunque, igual que Meteoro, ignoraba la identidad de mi benefactor.
-El Enmascarado -musitó Gabriel-.
-¿Quién, si no? -coincidí-.
Tal vez en aquella deducción resida el secreto de su persistencia.
Cortesía de Clarín
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