Desestabilización


Todo líder, en algún momento, ha utilizado al enemigo externo para buscar la cohesión interna, fortalecerse y esconder sus verdaderas intenciones. El presidente James Polk utilizó a México para expandir Estados Unidos y se fue a la guerra de anexión de 1846-48. Woodrow Wilson utilizó la primera guerra contra Alemania para lograr la aprobación del Acta de Sedición y Espionaje que silenció a críticos, sindicalistas y socialistas. José Stalin, alegó la amenaza del capitalismo, para justificar purgas e imponer un control totalitario. Mao se valió de Estados Unidos y “los poderes imperialistas” para sellar la unidad ideológica para esconder sus fracasos en el gobierno. Leopoldo Galtieri se fue a la Guerra de las Malvinas para desviar la atención del colapso económico en el que estaba Argentina.

Cada uno inventó sus fantasmas para manipular a sus gobernados. Aquí, Porfirio Díaz legitimó la represión de la oposición para enfrentar la amenaza de “los anarquistas extranjeros” y ahora Claudia Sheinbaum, por razones que la cercanía en el tiempo hace imposible identificar con certeza, reveló ayer una conspiración internacional de la ultraderecha, con personajes mexicanos unidos en sus críticas al gobierno, para decir que están promoviendo la manifestación de la Generación Z con el propósito de desestabilizar a México. Los voceros del régimen desplegaron rápidamente sus voces para urgir la unidad ante los traidores de la Patria.

De esa forma, sugiere su racional, ese grupo de conspiradores en donde se encuentran el empresario Ricardo Salinas y el Frankenstein de todos los moles, Claudio X. González, la poderosísima alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega y los peligrosos comunicadores Fernanda Familiar y Manuel San Martín, son usados para causarle daño y, como repite desde el sexenio pasado el aparato de propaganda del régimen, promover un golpe blando para destituirla. Con Andrés Manuel López Obrador no sucedió y tampoco pasará con Sheinbaum, que tiene alineados a las Fuerzas Armadas y a las élites empresariales, garantes de su estabilidad y fortaleza.

En esa denuncia de la desestabilización se encuentra el mensaje para descalificar y deslegitimar la anunciada movilización de la Generación Z para protestar contra la violencia, la inseguridad y sus políticas, convocada en el Zócalo de la Ciudad de México para mañana. Es un fantasma digital. Como dijo el diputado de Movimiento Ciudadano, Gibran Ramírez, durante una mesa en Radio Fórmula con Azucena Uresti, ahora resulta que lo importante es la República de Twitter y no la República Mexicana. La paranoia de la Presidenta tiene de referencia cómo la Generación Z logró el cambio de gobierno en Nepal y Madagascar, y cómo metió en problemas a gobiernos corruptos en Asia.

Las condiciones internas entre aquellas naciones y México son muy diferentes, y mucho menos claras. Detrás de la denuncia de la conspiración de la “ultraderecha” internacional, se asoma una preocupación que arrastra hace varias semanas y que le preocupa, Estados Unidos. Sheinbaum ha visto con suspicacia las declaraciones de la Business Roundtable -equivalente al Consejo Coordinador Empresarial- y de 100 diputados demócratas que criticaron la ley de amparo, cuestionaron el estado de Derecho y solicitaron al presidente Donald Trump que renegocie con mano dura el acuerdo comercial con México para garantizar su cumplimiento, que también, ha sido exigido por miembros de su administración.

Sheinbaum vinculó estas presiones con las imparables declaraciones de funcionarios estadounidenses por el control de los cárteles de las drogas en México, y las filtraciones en la prensa norteamericana sobre los planes de la Casa Blanca para mandar tropas y agentes de la CIA a México para aniquilar narcotraficantes, que nunca fue desmentido por la vocera de Trump. La petición que hizo la presidenta al secretario de Estado, Marco Rubio, cuando se entrevistó con ella en Palacio Nacional en septiembre, para que pararan esas declaraciones, no tuvo efecto.

Este frente externo que ella planteó hace poco más de dos semanas a su gabinete, coincide con su corrimiento hacia el ala dura del obradorismo, acercándose cada vez más a la gestión de crisis del expresidente Andrés Manuel López Obrador. 

Proyectar sus temores en un pequeño grupo de personas sin posibilidad alguna de afectarla, no resuelve el proceso que observa está llevando a cabo el gobierno de Trump, que no busca desestabilizar -de haberlo querido, podría haberlo hecho con facilidad-, sino que procese a los políticos de Morena vinculados con el narcotráfico, que ha sido una demanda reiterada y desoída por ella. Tampoco le abre espacios de maniobra interna, donde parece estar acosada, en efecto, pero no por la oposición externa, sino la interna.

La expresión pública más reciente que puede argumentarse, es el extraño papel que empezó a jugar ayer la CNTE, la disidencia magisterial, que se movilizó a la Ciudad de México con cuatro meses al menos de antelación a lo que históricamente ha sido su estrategia de presión, realizando acciones violentas de provocación. La CNTE se moviliza en primavera, no en otoño, y comienza con plantones y marchas mientras negocia sus demandas. Ayer no hubo plantón, sino grupos de choque que con barras de hierro quisieron tiras las vallas metálicas que cerraban el paso a la calle de Moneda, el principal acceso a Palacio Nacional.

La CNTE, controlada por la Sección 22 de Oaxaca, no se ha mandado sola desde el sexenio pasado. López Obrador logró su control y en varias ocasiones ha sido quien les ha instruido como actuar. En la primavera pasada, López Obrador fue consultado por algunos de sus líderes antes de tomar decisiones, por lo que no podría desecharse de manera automática que lo que sucedió ayer en Palacio Nacional, haya tenido, su aprobación o, incluso, su recomendación. El ex presidente no está muy contento con su sucesora porque hay varias políticas, principalmente en materia de seguridad, que lo exhiben y fortalece la idea de que los cárteles crecieron en México bajo su cobijo. 

Sheinbaum se encuentra en una situación muy vulnerable, atacada políticamente desde frentes distintos. Es una presidenta muy poderosa en el papel, pero muy débil en la práctica ante los dos grandes poderes fácticos que enfrenta: López Obrador y Estados Unidos. Su situación es delicada y políticamente precaria, donde lo que le queda es atacar a quienes sabe no le podrían hacer nada, aún si quisieran, esos conspiradores de la ultraderecha internacional. Es lo más fácil, y lo más inútil.

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Cortesía de El Informador



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