El sector agroalimentario de Estados Unidos decidió activar sus alarmas. Más de un centenar de asociaciones que representan a agricultores, exportadores, procesadores y cooperativas elevaron su mensaje ante lo que consideran un riesgo inminente para la estabilidad económica del campo.
La integración con México y Canadá sostiene una parte esencial de la competitividad estadounidense, y cualquier intento por debilitar el acuerdo amenaza la operación diaria de miles de empresas que dependen de reglas claras y mercados abiertos.
Durante casi dos décadas, primero con el TLCAN y después con su sucesor, el T-MEC, la región consolidó un ecosistema agrícola que supera los 285,000 millones de dólares.
La apertura triplicó el valor del comercio agroalimentario entre los tres países, y transformó a México y Canadá en plataformas decisivas para granos, semillas, cárnicos, lácteos y productos procesados. El bloque funciona como un corredor estratégico en un mundo marcado por tensiones geopolíticas y distorsiones de mercado.
El mensaje de las asociaciones enviado al Representante Comercial de Estados Unidos no deja dudas:
La cooperación comercial entre Estados Unidos, México y Canadá ofrece múltiples beneficios, lo que subraya la necesidad de respetar y mantener el texto del T-MEC tal como fue redactado, sin modificaciones importantes. Partiendo de iniciativas previas de facilitación del comercio.
Entre las voces sobresalen la American Farm Bureau Federation, la National Corn Growers Association, la U.S. Dairy Export Council, la National Milk Producers Federation y CropLife America.
México, el de más peso
El mapa agrícola exhibe una realidad que define la postura estadounidense. Casi tres cuartas partes de las exportaciones agrícolas de Estados Unidos hacia México se componen de cereales, legumbres, semillas oleaginosas, carne y productos derivados. En todas estas categorías, Estados Unidos mantiene un superávit significativo, lo que evidencia el éxito del acuerdo para sus agricultores.
La explicación está en la estructura productiva mexicana. México no produce suficientes cereales y oleaginosas para satisfacer la demanda interna, por lo que sus productores de alimentos y ganadería importan volúmenes considerables de estos insumos para elaborar productos con valor agregado, como carne, aceite vegetal y productos de trigo destinados principalmente al mercado interno.
El T-MEC fortaleció esta relación que ya tenía impulso con el TLCAN. Antes de su entrada en vigor, las exportaciones estadounidenses hacia México se movían entre 17,000 y 19,000 millones de dólares. Cuando el acuerdo comenzó a operar el 1 de julio de 2020, las ventas se ubicaron en 18,340 millones. Un año después ascendieron a 25,470 millones y cerraron 2024 en 30,190 millones.
La magnitud del vínculo no deja espacio para la duda. México es el principal socio comercial agrícola de Estados Unidos en exportaciones e importaciones combinadas, seguido muy de cerca por Canadá.
En 2024, México representó 17.1% de las exportaciones agrícolas estadounidenses y 22.8% de las importaciones.
El beneficio no es unilateral, pues México también capitaliza el acuerdo. Las exportaciones agrícolas mexicanas hacia Estados Unidos alcanzaron 48,630 millones de dólares en 2024. En 2020 sumaban 32,920 millones, lo que implica un aumento de 1.4 veces.
Alrededor de 73% de las importaciones agrícolas estadounidenses procedentes de México consisten en hortalizas, frutas, bebidas y licores, una lista de productos ligada a la experiencia mexicana en agricultura intensiva, a la popularidad de bienes como cerveza, tequila y aguacate y a temporadas de cultivo que complementan las de Estados Unidos.
En invierno, cuando el campo estadounidense se apaga, México abastece.
Una gran preocupación
La defensa del sector agrícola estadounidense no se limita a cifras; también apela a que el T-MEC estableció un marco sanitario y fitosanitario que redujo la incertidumbre regulatoria. La biotecnología agrícola avanzó con procesos más transparentes y criterios basados en evidencia científica.
Estas normas evitaron barreras técnicas que en otros mercados frenan exportaciones y alteran cadenas logísticas. Además, sostuvieron la rentabilidad de comunidades rurales que dependen de ingresos estrechos y ciclos de inversión largos.
Las asociaciones advierten que cualquier debilitamiento del acuerdo puede encarecer el transporte, multiplicar trámites en frontera y afectar el acceso a México y Canadá, que absorben una parte sustancial de las exportaciones estadounidenses.
En su posicionamiento, los gremios insisten en que el sector no puede depender de señales políticas sujetas a ciclos electorales. La agricultura avanza con horizontes largos. Un productor que invierte en maquinaria, en sistemas de riego o en capacidad adicional necesita condiciones estables durante varios años.
Además, la alianza trilateral que consolidó el T-MEC permite que América del Norte compita con fuerza frente a actores que no respetan estándares globales en medidas sanitarias y fitosanitarias o en biotecnología agrícola, o que operan sin un sector privado genuino.
Mientras Estados Unidos enfrenta amenazas emergentes de actores que buscan influir con tácticas de coerción económica, sus cadenas agroalimentarias quedan expuestas a represalias que pueden alterar la demanda mundial de la que dependen los agricultores.
Por ejemplo, un frente que preocupa a los productores estadounidenses es que no hay nuevas ventas de soja de Estados Unidos a China y no se espera que se cargue un solo embarque en las próximas semanas, según información de la American Soybean Association y del U.S. Soybean Export Council.
La cosecha no se dirige a los centros de exportación y permanece almacenada en las zonas productivas. El parón amenaza los ingresos de los agricultores y algunos podrían enfrentar un colapso financiero si la situación no cambia.
El diagnóstico final no deja espacio para ambigüedades. Renegociar o debilitar el T-MEC sería un error estratégico en un momento en que Norteamérica enfrenta competidores más agresivos y mercados más inestables.
Cortesía de Expansión
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