En estos momentos la insuficiencia cardiaca congestiva –lo que popularmente se conoce como “encharcamiento pulmonar”- es un problema sanitario de primera magnitud, siendo la causa más frecuente de hospitalización en adultos en nuestro país. Su prevalencia aumenta con la edad y su mortalidad oscila entre el 10%, para las formas leves, y el 50% para las formas graves.
Sangre hispana
Nos encontramos en el año 117 de nuestra Era. El emperador Trajano acaba de fallecer y su hijo adoptivo Publio Elio Adriano es laureado con la máxima condecoración imperial: Princeps. En estos momentos cuenta con cuarenta y un años, más de cuatro décadas dedicadas en cuerpo y alma al fortalecimiento de un imperio.
Para conocer el origen de sus genes tenemos que ir hasta Hadra, por parte de su padre, y al sur de la península Ibérica, a Itálica, por parte de madre. Y es que por las venas del emperador corre sangre andaluza.
El Imperator es de cuerpo muy alto y bien proporcionado, con la excepción de que inclina ligeramente la cerviz y de que su nariz es algo roma. Sus cabellos son de color negro azabache, y su barba es espesa, negra y cuidada, en ella se adivina parte de la herencia materna.
Un corazón delicado
Ya llevaba más de una década soportando el peso del imperio cuando Adriano comenzó a sufrir episodios aislados de angina de pecho, la expresión clínica de lo que ahora conocemos como cardiopatía isquémica, que con el paso del tiempo se harían más frecuentes y terminarían por precipitarle un cuadro de insuficiencia cardiaca congestiva. En román paladino, que el corazón imperial no era capaz de bombear toda la sangre que le llegaba hasta los rincones de su cuerpo.
El emperador aquejaba con relativa frecuencia falta de aire –lo que en términos médicos se conoce como disnea-, tal y como sucedió en una excursión nocturna que protagonizó al monte Casio, en Antioquía, para realizar un sacrificio a los dioses: “…por primera vez en la ascensión de una montaña me faltó el aliento…”.
Con el paso del tiempo, y de forma progresiva, la disnea progresó in crescendo hasta hacerse de mínimos esfuerzos. Y es que pequeños movimientos incapacitaban al emperador hasta el punto de imposibilitarle para subir los tres o cuatro escalones del jardín de su preciosa villa.
Estos episodios se repitieron durante los siguientes años, aquejando en más de una ocasión dolor torácico, que describía como si fuera una piedra que le oprimía. Se desencadenaba con el esfuerzo, al principio, y más adelante incluso estando en reposo: “…continuamente notaba en el pecho la oscura presencia de miedo, una opresión que no era todavía dolor pero sí el primer hacia él…”.
Además, el emperador nos ha legado descripciones en los que podemos diagnosticarle de episodios de taquicardia: “…un breve paseo a caballo (…) por espacio de un segundo sentí que los latidos de mi corazón se precipitaban y que disminuían luego cada vez más, hasta detenerse…”.
Los últimos meses de su vida se convirtieron en un verdadero sufrimiento, hasta el punto de tener que acudir a las sesiones del Senado en litera y verse obligado a pronunciar sus discursos tumbado. Y es que el hombre más poderoso del mundo era incapaz de dar un solo paso sin fatigarse.
Para no incumplir el juramento hipocrático
Poco a poco la situación se hizo cada vez más angustiosa, hasta el punto de que el emperador llegó a demandar a Iollas, otro de sus galenos, una dosis ponzoñosa para poner fin a tanto sufrimiento. La solicitud fue desoída pero debido a que se hacía tan insistente el médico no dudó en suicidarse para no faltar al juramento hipocrático.
Adriano murió a los 62 años, una edad avanzada para la época, en el puerto de Bayas, cerca de Nápoles, a diez días andados del mes de julio.
Cortesía de Muy Interesante
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