
Si echamos la mirada hacia atrás, la relación de las personas con los alimentos ha sido, durante mucho tiempo, una búsqueda de indulgencia. La visita a casa de los abuelos era sinónimo de galletas recién horneadas, chocolates, panes dulces y refrescos guardados con cariño en la alacena. Eran tiempos en los que la aspiración pasaba por esos pequeños placeres, donde comer lo “prohibido” era una forma de celebración.
Después llegó el auge del fast food. Pizzas, hamburguesas, tacos y frituras se convirtieron en parte del estilo de vida urbano. La velocidad, el sabor y la conveniencia ganaron terreno. Este fenómeno no ha desaparecido; las grandes cadenas de comida rápida siguen creciendo y llenando locales en cada esquina. Sin embargo, lo que sí está cambiando es la mentalidad del consumidor, especialmente en las generaciones más jóvenes.
Con millennials y centennials llegó una transformación acelerada. Verse bien, estar en forma y proyectar salud se convirtió en aspiración social. Instagram, TikTok y la cultura digital impulsaron una nueva narrativa en donde la alimentación y el ejercicio se volvieron parte de la identidad. Hoy no basta con hacer dieta: se trata de construir un estilo de vida. Gimnasios, entrenamientos funcionales, yoga, carreras de 10K, y con ello, alimentos que prometen ser aliados de estas metas.
En el consumo, esto ha tenido un efecto inmediato. Los supermercados ahora destinan espacios a “corners” saludables. Un área que hace apenas una década era mínima y que hoy ocupa metros valiosos de piso de venta. Las tiendas especializadas, como Green Corner o los formatos boutique de alimentos orgánicos, han florecido. En el comercio electrónico, sitios como Naturitas ofrecen miles de productos enfocados en bienestar. Y cadenas como GNC, antes de nicho, hoy se perciben como parte del consumo cotidiano.
El crecimiento de categorías saludables es impresionante: proteínas, barras energéticas, productos con avena, chía o amaranto, harinas y pastas integrales, alimentos sin gluten o sin lactosa. Conceptos como “orgánico”, “plant based” o “sugar free” se volvieron cotidianos, algo que hace 15 o 20 años parecía impensable. Hoy cualquier consumidor promedio entiende lo que significan y lo busca en la etiqueta.
Pero este boom trae consigo un reto: “saludable” no significa lo mismo para todos. Para algunos, es comer bajo en calorías; para otros, evitar productos químicos; y para otros más, incluir vitaminas, proteínas o tener un sello vegano. Desde el punto de vista del retail y del marketing, esto complica las estrategias. ¿Se comunica salud de manera amplia o se elige una batalla específica? Las marcas se ven obligadas a encontrar un lenguaje que abarque estas distintas expectativas sin diluir su mensaje.
Otro factor clave ha sido la regulación. En muchos países, producir o vender alimentos con un perfil más saludable otorga beneficios fiscales, incentivos o ventajas en el etiquetado. Los sellos de “orgánico” o los esquemas de certificación de comercio justo han tomado relevancia. Esto empuja a la industria a innovar y a los retailers a incluir más de estos productos en su surtido.
La presión de esta tendencia también alcanzó a los gigantes del fast food. Hoy no sorprende encontrar hamburguesas con carne vegana, wraps en hojas de lechuga para sustituir el pan, ensaladas como guarnición o frutas en lugar de papas fritas. Incluso opciones como chilaquiles con tortilla de nopal se han convertido en parte del menú de restaurantes casuales. Hace algunos años, estas propuestas hubieran sido vistas como extravagancias, pero ahora son parte de la normalidad.
El tema de salud está íntimamente ligado a la sostenibilidad y la responsabilidad social. Huevos de gallinas libres, carne de libre pastoreo, empaques biodegradables o cadenas de suministro más justas son parte del nuevo paquete de valores que los consumidores consideran. No solo quieren que el alimento sea bueno para ellos, también quieren que lo sea para el planeta.
El gran dilema llega con el precio. Los alimentos saludables suelen ser más caros que sus equivalentes tradicionales. Un litro de leche de almendra cuesta más que la de vaca, una hamburguesa vegana suele ser más cara que una regular, y una caja de huevos orgánicos puede duplicar el precio de los convencionales. El consumidor moderno busca valor, pero también busca estos atributos adicionales.
La gran pregunta para la industria es: ¿hasta dónde está dispuesto el consumidor a pagar más por lo saludable? ¿Será un gasto de todos los días, algo reservado para ocasiones especiales, o una combinación inteligente de indulgencia y bienestar? El equilibrio entre precio, percepción de valor y estilo de vida marcará el rumbo del consumo en la próxima década.
Lo cierto es que la indulgencia no ha muerto. Los abuelos todavía ofrecen galletas y chocolates en su alacena, y las pizzas siguen siendo el plan de viernes por la noche. La diferencia es que ahora los consumidores quieren tener opciones: un smoothie de chía en la mañana y una hamburguesa el fin de semana. Esa dualidad, entre placer y salud, será la que defina a la industria de alimentos en los próximos años.
Esto fue Más Allá del Éxito. ¡Nos leemos pronto!
Cortesía de El Economista
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