La fe como territorio narrativo; Javier Cercas presenta ‘El loco de Dios en el fin del mundo’


En su visita a la FIL Guadalajara, Javier Cercas habló con la intensidad de quien todavía está atravesado por la experiencia de su nuevo libro, “El loco de Dios en el fin del mundo”, una obra que, según él mismo reconoce, le cambió la mirada por completo. Y no es una frase hecha: la invitación que recibió del Vaticano para acompañar al papa Francisco en un viaje a Mongolia —territorio simbólicamente descrito como “el fin del mundo”— no solo lo enfrentó a preguntas íntimas, sino también al peso cultural, histórico y metafísico de la Iglesia Católica.

El escritor recuerda el momento en que recibió la noticia con una mezcla de “asombro” e “incredulidad”. “Al principio creí que era una broma, pensé que era algún malentendido o una confusión. Luego me di cuenta de que no, de que era real, y entonces me invadió una sensación rarísima, como de estar viviendo algo que no te toca a ti, que le toca a otro”, dice el escritor español en entrevista con EL INFORMADOR. “Después comprendí que era una oportunidad de oro, algo absolutamente único. Nunca, en dos mil años de historia, ningún escritor había tenido la posibilidad de hacer esto. Sentí que me había tocado el premio mayor, como dicen aquí, el gordo de la lotería”.

Tampoco se preguntó por qué a él: “Es curioso, porque es la única pregunta que no hice. He escuchado muchas teorías después: que buscaban a alguien conocido, que buscaban a alguien con cultura católica, porque sin esa cultura uno no entiende nada en el Vaticano… y que también querían a alguien que no fuera ‘de la parroquia’, alguien que no fuera un católico practicante. Desde fuera uno tiene mayor autoridad y puede ver cosas que desde dentro no se ven. A mí me dijeron exactamente eso”.

Pero Cercas sabía desde el primer instante que el viaje era un pretexto narrativo para una pregunta aún más profunda: la de su madre. Ella creía, con una convicción dulce e inquebrantable, que después de la muerte vería a su esposo. Cercas quería saber si eso era cierto. “En cuanto recibí la propuesta supe que el libro tenía que girar alrededor de esa pregunta. Supe que el corazón del libro sería esta idea loca: cómo un loco sin Dios como yo va en busca del loco de Dios, de Francisco, hasta el fin del mundo para preguntarle si mi madre va a ver a mi padre después de la muerte. En todos mis libros hay siempre una pregunta que arde, y esta vez no fue distinto”.

De esa tensión nace un libro inclasificable. “Este libro es muchas cosas —dice Cercas—. Es una crónica, es un libro de viajes, es un ensayo, es también una autobiografía y, en ciertos momentos, una biografía. Es un viaje a Mongolia, por supuesto, un lugar exótico y remoto, pero sobre todo es un viaje al Vaticano, que para mí fue mucho más exótico que Mongolia. Es un viaje al corazón de la Iglesia”.

Mongolia aparece como un límite físico y simbólico del catolicismo: apenas mil 500 fieles en un país inmenso, una presencia casi invisible en medio de las estepas. “El papa es un papa que va al fin del mundo y viene del fin del mundo. No hay que olvidar lo que dijo al aparecer en el balcón de San Pedro: ‘Me han ido a buscar casi al fin del mundo.’ Ese gesto, esa frase, dice muchísimo sobre él”.

Mirar la Iglesia con otros ojos

Lo que realmente le interesaba a Cercas era mirar a la Iglesia Católica con ojos nuevos. “Yo quería ver algo que para nosotros es cotidiano, algo que forma parte de la vida, de la historia, de la cultura, como si nunca lo hubiésemos visto. Esa es la tarea del arte: desautomatizar la realidad, devolverle su brillo, su espanto o su maravilla”.

Y añade: “La Iglesia es algo rarísimo, si uno la mira bien. No existe ninguna institución que haya durado más de dos mil años, ninguna. Y en su centro hay ideas absolutamente locas, como la resurrección de la carne y la vida eterna. Es algo desconcertante”.

Cercas no oculta su antigua fobia al catolicismo, algo común entre los españoles que crecieron bajo la sombra de una Iglesia vinculada a la dictadura. “En España, catolicismo y dictadura eran lo mismo. La Iglesia ha sido nefasta, horrible, oscurantista, sexófoba, autoritaria; siempre pegada al poder. Esa fobia es totalmente comprensible y justificable”. Pero, afirma, tuvo que desprenderse de ella para escribir el libro: “Si no te limpias la mirada de prejuicios, solo ves tus propios prejuicios. Ese fue el verdadero esfuerzo: llegar con los ojos limpios, con la mente limpia, e intentar ver qué está ocurriendo ahora, en un mundo que ya no cree”.

Uno de los nudos más hondos del libro es la muerte. Cercas admite sin rodeos: “A mí me repugna la muerte. Me da asco. No me gusta. Quiero vivir más. Me gusta estar vivo; me gusta estar en Guadalajara comiendo chilaquiles, me gusta la vida cotidiana. No entiendo esa idea conformista de ‘ya me llegará la hora’. Yo quiero vivir”.

EL INFORMADOR/A.NAVARRO

Esa pulsión vital lo acerca, paradójicamente, a la dimensión más radical del cristianismo, en Cristo como un revolucionario social que fue crucificado, pero también un revolucionario metafísico porque venció a la muerte. Y eso, fascina a Cercas. “Esa rebelión contra la muerte me gusta”. No sabe si hay algo después, pero sí cree en la transmisión física y espiritual: “Quizá la inmortalidad, como decía Unamuno, está en los hijos. Mis padres viven en mí, y eso no es metafísica: es física pura. La materia ni se crea ni se destruye”.

A nivel intelectual, Cercas ha dejado atrás el ateísmo militante. “Ahora creo que soy más bien agnóstico. Hannah Arendt decía que un ateo es un estúpido que quiere saber lo que no se puede saber. Y es verdad: no se puede demostrar la existencia de Dios, pero tampoco su inexistencia. Lo racional es aceptar el límite”.

Francisco: el Papa, y el hombre 

Otro de los centros del libro —y quizá el más narrativo— es Francisco. Cercas convivió con él durante el viaje y a través de miles de imágenes, discursos y testimonios.  En Francisco encontró una figura compleja y contradictoria: “Este hombre era extremadamente complejo. Fue muchos hombres a lo largo de su vida. No era el Papa puro e inmaculado. Tenía luces y sombras. Era un hombre que luchaba consigo mismo, muy consciente de sus carencias y defectos, que batalló por ser el mejor que podía ser. Y lo consiguió. Yo creo que Francisco, el Papa, era el mejor Bergoglio. Fue muchos. Y quizás Francisco fue su mejor versión. Pero le costó sangre, sudor y lágrimas”.

La conversación con Cercas fluye hacia la maravilla de la vida misma, hacia la idea de que lo milagroso está en lo cotidiano. Él lo dice con una claridad cristalina: “La costumbre borra el perfil de las cosas. Lo que hace el arte es volver a mostrarnos esas cosas como si las viésemos por primera vez. Ese es el milagro: estar vivo”.  

Más allá del viaje físico, del Vaticano, de Mongolia, del papa, Cercas parece haber emprendido un viaje a través de sí mismo y de la historia espiritual de Occidente. Un viaje para descubrir, con ojos nuevos, aquello que estuvo siempre delante de nuestras narices: la fe, la duda, la muerte, la vida y el extraño anhelo humano de trascendencia.

YC

Cortesía de El Informador



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