
No es casual ni superfluo que en la inauguración de la FIL Guadalajara este sábado pasado diversas voces resaltaran el valor de la pluralidad, la disidencia, la libertad, la tolerancia y la civilidad. El respeto genuino a estos valores –o principios de vida– es lo que hoy puede ayudarnos a lidiar con el ascenso del autoritarismo. Ese respeto es también indispensable para pensar en formas de vida, individuales y colectivas, que nos permitan dialogar, interrelacionarnos con los demás en su diversidad, encontrar o crear puntos de encuentro, y defendernos del ascenso de la violencia que, aunque medios y gobiernos, aquí y allá, la normalicen, justifiquen o toleren, resquebraja la vida cotidiana de millones de personas en todo el mundo y amenaza la sobrevivencia misma de la humanidad.
Defender la libertad de la palabra es defender la libertad de leer, escribir y pensar, la libertad de ir trazando un camino intelectual y afectivo propio, la libertad de mirar el mundo desde distintas perspectivas. Lejos de ser un cliché o palabra hueca en el discurso político, esas libertades fundamentales están hoy bajo el asedio de quienes se arrogan la autoridad de prohibir libros en las bibliotecas públicas, práctica creciente en Estados Unidos; fomentan o toleran la (auto)censura y la persecución de periodistas, como en México; o buscan imponer la voz y voluntad del poder a través de medios y redes o mediante el control o la asfixia de instituciones educativas y espacios culturales, en tantos países.
Ante la marea autoritaria que apuesta por el control tecnológico de cuerpos y mentes, resuenan con particular intensidad las sabias palabras de Amin Maalouf, narrador y ensayista franco-libanés, al recibir el Premio FIL de Literatura. Como “observador del mundo”, Maalouf lo ha pensado desde el cruce de identidades, cuyo valor reinvindica en su complejidad misma. Como periodista, escritor y ser humano, ha vivido los desgarramientos del conflicto bélico, la corrosión de los discursos de odio. En sus novelas y ensayos ha advertido sobre los peligros de la negación del “Otro” y los afanes de dominación.
En Guadalajara, además de expresar su decepción y preocupación por la “regresión del universalismo […] la democracia y […]del estado de derecho, y de señalar la creciente brecha entre la imparable aceleración de las ciencias y el entorpecimiento o regresión de la “evolución moral” de la humanidad, nos recordó el poder de la literatura en tanto medio de conocimiento, estímulo a la imaginación y campo abierto para el pensamiento.
La literatura del siglo XXI, afirmó, tiene la “misión de hacernos conscientes de la complejidad del mundo en que vivimos”, de iluminar el valor y sentido de “la dignidad, la libertad, el respeto mutuo, la convivencia armoniosa” y, lo más importante para mí, de hacernos ver que “a pesar de nuestras diferencias […] nuestro destino se ha vuelto común”. La literatura, añadió, es indispensable porque a ella “le corresponde reparar el presente e imaginar el futuro”.
Al reafirmar el poder de la literatura –palabra libre, imaginación y diálogo–, Maalouf nos impulsa a reconocer la interdependencia de la humanidad para sobrevivir. Nos invita a ser más libres y conscientes, a preservar la esperanza.
Cortesía de El Economista
Dejanos un comentario: