
México se aproxima a 2026 en un punto de inflexión. En un escenario de consolidación fiscal, inflación en descenso y tasas de interés más flexibles, la confianza de inversionistas, empresarios y consumidores marcará el pulso de la economía. Sin embargo, el entorno interno, relativamente estable, estará condicionado por factores externos que podrían alterar el equilibrio, como la revisión del T-MEC y las políticas arancelarias de Estados Unidos. Será un año para fortalecer capacidades, no solo para corregir desequilibrios.
El primer motor será el consumo, condicionado por la cautela de los hogares, que han priorizado la planeación financiera, reducido compras no esenciales y administrado su exposición al crédito. Este comportamiento, lejos de ser circunstancial, es adaptativo. Para que el consumo impulse el crecimiento, será imprescindible fortalecer el ingreso real y generar condiciones de estabilidad para los bienes y servicios que definen el gasto cotidiano. Los salarios deberán crecer de la mano de aumentos en productividad. Los precios de insumos esenciales requerirán una logística, oferta y coordinación que eviten presiones innecesarias sobre las familias. No habrá motor de crecimiento sostenible si la base de consumo es vulnerable.
El segundo eje será la empresa. La dependencia comercial de un solo mercado deja de ser una ventaja comparativa para convertirse en exposición estratégica. La diversificación exportadora, la sofisticación tecnológica y la integración a redes de mayor valor agregado serán las condiciones de competitividad. Las compañías que construyan resiliencia operativa, tecnificación de procesos, capacidades digitales y talento altamente especializado serán las que mejor transiten la reorganización productiva regional.
Invertir en automatización, ciberseguridad, digitalización de cadenas de suministro y adopción de inteligencia artificial dejará de representar un diferencial opcional para convertirse en el nuevo parámetro de continuidad operativa. Al mismo tiempo, gestionar volatilidad cambiaria, proteger liquidez y fortalecer planes de expansión hacia nuevos mercados será tan importante como blindar la estructura de costos.
El tercer pilar recaerá sobre la política macroeconómica como habilitador competitivo. La revisión del T-MEC no solo será el evento económico del año, sino la plataforma para determinar el posicionamiento productivo de México en Norteamérica. La prioridad no será conservar acuerdos sin cambios, sino modernizarlos. Los capítulos vinculados a economía digital, manufactura avanzada, servicios, sostenibilidad, comercio inteligente y energía definirán los incentivos de inversión de la próxima década.
La transición energética, más que un compromiso ambiental, se convertirá en un eje de competitividad para atraer capital, participar en cadenas productivas verdes y cumplir con los requisitos de acceso a mercados internacionales. Electromovilidad, manufactura sostenible y generación limpia serán vectores económicos, no discursos complementarios.
Si 2026 requiere una acción concreta, esa es la coordinación. No habrá crecimiento sostenido sin alineación entre sector privado, gobierno, academia y sociedad civil. La inercia no será suficiente, la improvisación será costosa y la pasividad tendrá consecuencias competitivas irreversibles.
México tiene condiciones para competir. La geografía, el talento y los recursos siguen siendo ventajas. Lo que falta no son insumos, sino sincronía estratégica. En 2026, la conversación económica no será cómo resistimos, sino cómo capitalizamos el siguiente ciclo de crecimiento regional.
*El autor: Dr. Jorge Enrique Velarde Chapa, profesor del departamento de Finanzas y Economía de Negocios de EGADE Business School.
Cortesía de El Economista
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