El rearme clandestino que la República de Weimar había iniciado tras su derrota en la Primera Guerra Mundial recibió el espaldarazo definitivo con la llegada al poder en enero de 1933 de Hitler, que dejó de esconderse. En marzo de 1935, Berlín había proclamado la restauración oficial del servicio militar y el nacimiento del ejército del aire (Luftwaffe), el ejército de tierra (Heer) y la armada (Kriegsmarine), todo ello integrado en la Fuerza de Defensa o Wehrmacht, que reemplazaba al viejo Reichswehr.
Remilitarización completa del país
En un paso más, y aprovechando el temor a la guerra de las democracias occidentales, el 7 de marzo de 1936, por sorpresa, fuerzas alemanas encuadradas en doce divisiones se prepararon para irrumpir en Renania procediendo a su remilitarización completa en pocas horas, violando, de nuevo, los tratados internacionales. En el fondo era una operación de tanteo para ver cómo reaccionaba Francia que, por entonces, contaba con un ejército muy superior al alemán.
De hecho, la ocupación del territorio solo la acometieron 22.000 hombres y 27 aviones, que podrían haber sido desalojados con facilidad, y Hitler sabía que era posible que tuviese que dar marcha atrás. Pero París, temeroso del estallido militar y con un gobierno en crisis, optó de nuevo por la no intervención y no se atrevió a reaccionar, a pesar de contar con el apoyo de Polonia y Checoslovaquia, que veían en la acción un peligroso precedente de lo que iba a suceder con ellas.
Los franceses estaban más preocupados por el expansionismo italiano en África que por un posible estallido de la guerra en Europa, posibilidad que veían muy lejana, y de nuevo despreciaron la política agresiva de Hitler, aunque exageraron la magnitud de la ocupación alemana de la región para excusarse de cualquier reacción. Sus fuerzas únicamente recibieron la orden de fortificarse tras la Línea Maginot y Berlín se apuntó un importante tanto político, que prestigió a su líder ante el ejército y la opinión pública alemana, que veía en su política de fuerza y de hechos consumados la vía para recuperar las viejas glorias.
Los apuntes de Hossbach
Sin este miedo a Alemania, y la consiguiente neutralidad por parte de Londres y París, tampoco hubiese sido posible la intervención alemana e italiana en la Guerra Civil española desde finales de julio de 1936, que violó reiteradamente los acuerdos de no intervención y que a la postre fue decisiva para la victoria del ejército de Franco.
La experiencia que las fuerzas armadas alemanas, sobre todo la Luftwaffe, adquirieron en dicha contienda fue un elemento imprescindible en la preparación de la maquinaria militar nazi que llevaría a la Segunda Guerra Mundial.
El 5 de noviembre de 1937, en una reunión, Hitler reveló abiertamente a sus colaboradores políticos y militares sus intenciones belicistas. Fue su ayudante militar, el coronel Friedrich Hossbach, asistente a la reunión, quien registró en sus notas privadas la decisión del Führer de ir a la guerra, a pesar de que este dio la orden de no levantar ningún acta del encuentro.
En los apuntes se recoge la necesidad de conseguir el espacio vital necesario para Alemania, lo que llevaba a lanzarse a la conquista del este de Europa, en concreto de Austria y Checoslovaquia, dejando en el aire otros posibles objetivos. Aunque los planes de invasión solo afectaban en ese momento a los checos, parte de los asistentes los vieron como temerarios, al considerar que la Wehrmacht aún no estaba preparada, lo que provocó el cese de todos estos cargos que se mostraron reticentes y su sustitución por nazis convencidos.
Invasión de Austria
En un paso más, Hitler pronunció un discurso en febrero de 1938 hablando del destino común con Austria. Viena trató de frenarlo mediante la convocatoria de una pantomima de referéndum para el 13 de marzo, a lo que el Führer respondió con la invasión el día 12, consumándose el llamado Plan Otto.
Fue una invasión tan improvisada que el ejército alemán tuvo que utilizar las guías turísticas por no tener cartografía de Austria, camiones de mudanzas para transportar a las tropas y las gasolineras de las carreteras. Pero nada impidió que esa madrugada entrasen en el país las primeras unidades germanas en medio del entusiasmo popular.
Fue llamada una “guerra de flores” (Blumenkrieg) y el ejército austríaco se integró inmediatamente en el alemán. La anexión (Anschluss) quedó consumada y, de nuevo, los vencedores de la Gran Guerra se vieron sorprendidos e impotentes, mientras que la adoración a Hitler siguió creciendo.
Rápidamente se extendió el contagio nazi a los alemanes (algo más de tres millones) que vivían en Bohemia y Moravia, casi todos afiliados al Partido Germano-Sudete, y el gobierno checo entró en pánico. Sin embargo, Checoslovaquia tenía una de las mejores industrias militares del momento y buenas defensas, y podía ser un enemigo temible.
Desde junio de 1937, Berlín tenía planes de invasión, pero la tensión no estalló en el Estado eslavo hasta mayo de 1938 con motivo de las elecciones municipales, cuando corrió el rumor de que unidades alemanas avanzaban hacia la frontera. Como respuesta, Praga movilizó a 200.000 hombres pensando que, en caso de ataque, Londres, París y hasta Moscú le darían su apoyo militar. Hitler aceptó el desafío y fijó la invasión para el 1 de octubre de 1938.
Crece el prestigio del Führer
Pero sus generales volvieron a plantear serias reservas, convencidos de que sería una campaña lenta y de que Francia atacaría. Incluso algunos planearon deponerle violentamente del poder creyendo que les llevaba a una guerra suicida, aunque para contentarlos ordenó la construcción de defensas en la frontera francesa (la Línea Sigfrido) y formó más divisiones llamando a reservistas.
Por suerte para Hitler, británicos y franceses seguían convencidos de que una nueva guerra supondría la expansión del comunismo en Europa, por lo que trataron de convencer a Checoslovaquia de que diese amplia autonomía a las zonas alemanas del país y cediese ante Alemania. Así, en septiembre, y a espaldas de los checos, se celebró la Conferencia de Múnich que desmembraba al país entre alemanes, húngaros y hasta polacos.
El Führer había vuelto a conseguir otra victoria incruenta y más prestigio interno, ante la inacción de las democracias. Entretanto, estaba logrando un rápido rearme que le permitiría consumar sus planes belicistas, lo que exigía enormes recursos que, a su vez, estimulaban la economía, por lo que en 1938 ya casi no había paro. Los pedidos del Estado a la industria siderúrgica y química destinados a armamento hicieron que, desde 1933, se multiplicase por diez la producción de hierro y de gasolina, y por veinte la de caucho sintético.
Recursos de los países anexionados
Más de la mitad del gasto público se destinaba a armas, siendo así el país del mundo con mayor presupuesto militar, y la tercera parte de sus obreros trabajaban en el sector bélico. Pero los recursos propios de Alemania eran insuficientes, por lo que la ocupación de Austria y Checoslovaquia en 1938 fue un elemento crucial que le permitió seguir con el rearme.
De esta manera obtuvo materias primas, reservas de divisas y oro (expoliadas a los bancos centrales ocupados), futuros soldados y poderosas industrias pesadas fabricantes de armas y municiones, como Skoda y Brno. Además, se hizo con el enorme arsenal de armas checo, compuesto por más de 1.000 aviones, 2.200 piezas de artillería, 800 tanques, 55.000 ametralladoras y 600.000 fusiles.
Con todo ello, a finales de 1938, Alemania ya podía poner en pie de guerra a más 3 millones de hombres y equipar a más de cien divisiones, de las que 15 eran acorazadas y motorizadas. Igualmente, ya disponía de 55 submarinos y 45 buques de superficie y la Luftwaffe había crecido de modo fulgurante hasta los 3.500 aparatos. Todas estas cifras se duplicarían a lo largo de los meses de 1939 previos a la guerra.
El último paso expansionista se daría en marzo de 1939, cuando tropas alemanas invadieron sin oposición Bohemia y Moravia, que fueron convertidas en protectorado, mientras surgía Eslovaquia como nuevo Estado títere. También el sur de Lituania, Memel, fue anexionado en ese mismo mes. Hitler había violado lo firmado en Múnich, pero no le importaba, pues creía que Londres y París, atemorizados, siempre cederían. Pero ahora se equivocaba. Meses después, la invasión de Polonia provocó, por fin, la reacción de las democracias.
Cortesía de Muy Interesante
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