La nueva historia de Marcelo Birmajer: El oyente

Conocí a Gozuka en el colegio secundario. Escuchaba a todos. En la adolescencia, cuando cada uno está en el difícil tránsito -interminable-, de labrarse a sí mismo, Gozuka se daba el tiempo, y la predisposición, para atender a los problemas, alegrías, o nimiedades de sus compañeros, y compañeras. De hecho, era muy exitoso con las chicas. No las había en nuestro curso, pero sí de otros colegios.

Aunque sus rasgos tenían algo de asiático, y su apellido también lo parecía, creo que su padre era vasco. Pero su genealogía me siguió resultando un misterio hasta el día de hoy. Siempre fue muy apuesto. Debo confesar que yo no fui uno de los interlocutores animosos de Gozuka. Por mis propias limitaciones, el hecho de que escuchara a todo el mundo me resultaba sospechoso, de algún modo me disuadía de contarle mis cosas.

Gozuka escuchaba con atención, sugería con inteligencia. En la radio, yo distingo entre la expresión “oyente”, que es un acto físico, no deliberado; y radio escucha, que expresa una voluntad. Gozuka se comportaba como alguien que elige escuchar.

Dejamos de vernos durante treinta años y la siguiente vez que supe de él, por otros, y quizás por algún intercambio escrito virtual, era psicólogo en los países nórdicos. No sé si era Noruega o Finlandia, o en ambos, o en alguno más, y atendía a los presos, muchos de ellos inmigrantes, en especial asesinos, en proceso de rehabilitación.

Se había hecho un nombre en ese rubro. Los escuchaba. Había juntado bastante dinero y seguía igual de apuesto.

Estaba casado con una mujer bastante bonita -no despampanante ni vistosa-, Monona. Y habían entablado relación, donde quiera que vivieran, con otra pareja, un español y una argentina. El gallego, Manuel, de Santiago de Compostela, regenteaba un local de ropa, y ella, Justina, era decoradora de interiores; pero también, igual que Gozuka, activaba en algún tipo de ayuda social para la adaptación de los inmigrantes, con cierto financiamiento estatal.

La mayor parte de esta historia yo la seguía por nuestros pocos ex compañeros restantes en común. Y en mucho menor medida por algún mensaje perdido del propio Gozuka. Quizás alguno de sus comentarios públicos en internet.

Como fuera, cada tantos años alguna noticia suya me llegaba. Manuel murió y los Gozuka quedaron en la ruina. Estas dos circunstancias las narro juntas porque fueron muy cercanas en el tiempo.

Pronto se supo que Justina había desfalcado a los Gozuka. Monona, con la anuencia de Gozuka, le había proporcionado una porción razonable de capital para que Justina invirtiera en monedas virtuales. Pero la estafa no fue en un Ponzi, sino que Justina usó los datos bancarios de ambos cónyuges para arruinarlos, incluso una hipoteca sobre la casa con falsificación de firmas.

De esas salvajadas entre bancarias y personales uno se entera quieras que no.

Pronto se supo que Manuel no había muerto de una inesperada enfermedad, como se suponía: Justina lo había envenenado. Fue presa, en una de esas confortables prisiones de Oslo, Helsinki, o quizás Ginebra. No es que quiera preservar los datos: realmente no lo sé. Pero sé que es por ahí.

Espero que no suene a vuelta de tuerca rocambolesca o recurso forzado reconocer que decidí compartir este relato porque recientemente falleció Gozuka. Durante los últimos tres años de su vida, ya divorciado de Monona -es más fácil cuando no deben repartirse los bienes-, continuó asistiendo a las cárceles donde “rehabilitaba” a los asesinos.

En una de ellas cumplía su pena Justina. No era su “paciente” en términos laborales. Pero volvieron a entrar en contacto. Ella apeló, ayudada por el propio Gozuka. Le permitieron salidas transitorias. Iniciaron un romance, una relación. Justina quedó embarazada de Gozuka. A una edad tardía, pero no tanto como para no poder parir saludablemente. La beba fue determinante para que le permitieran la prisión domiciliaria.

Aparentemente Gozuka falleció de una enfermedad desconocida. Pero creo que no es necesario un oído demasiado atento para descifrar el origen de su final. Por eso titulé, refiriéndome a Gozuka, esta historia.

Cortesía de Clarín



Dejanos un comentario: