Lo que nunca te contaron sobre el lado botánico de Charles Darwin

Cuando pensamos en Charles Darwin, lo más común es que nos venga a la mente la imagen del científico que revolucionó la ciencia con su teoría de la evolución a través de la selección natural, o los pinzones de las islas Galápagos que inspiraron sus ideas. Pero hay un aspecto menos conocido, aunque igualmente importante, de su carrera científica: Darwin pasó casi la mitad de su vida estudiando las plantas. Sus investigaciones en botánica no solo ampliaron nuestra comprensión de la naturaleza, sino que también abrieron caminos que todavía siguen guiando a los investigadores actuales.

Durante las décadas que Darwin vivió en Down House, su casa en el campo inglés, el naturalista utilizó su jardín como un auténtico laboratorio. Rodeado de su familia, empleados y un círculo cercano de amigos botánicos, Darwin cultivaba y observaba plantas que llegaban desde todos los rincones del mundo. Cada flor, tallo o semilla se convertía en una fuente de fascinación y un vehículo para entender mejor los complejos mecanismos de la naturaleza.

Sin embargo, muchos de los experimentos de Darwin no siguieron el protocolo formal que hoy asociamos con la investigación científica, sino que surgieron de una observación atenta y de la curiosidad, de lo que él mismo llamó “experimentos tontos”.

Lo que nunca te contaron sobre el lado botánico de Charles Darwin
La curiosidad de Darwin lo llevó a estudiar plantas durante décadas, ampliando nuestra visión sobre la evolución más allá del reino animal. Ilustración artística. Foto: Dall-e/Christian Pérez

Los experimentos curiosos que revelaron grandes secretos

Para Darwin, ninguna pregunta era demasiado pequeña ni ningún experimento demasiado simple si servía para esclarecer un fenómeno natural. Su entusiasmo por las plantas lo llevó a realizar experimentos que, a primera vista, parecían tan triviales como inusuales. Uno de los más curiosos fue el de la “flor artificial”: Darwin arrancó una flor del sombrero de su esposa Emma, la plantó en su jardín y esperó a ver si las abejas la polinizaban. Aunque la flor artificial no logró engañar a las abejas, el experimento reveló aspectos del comportamiento de los insectos y su relación con las flores.

Otro experimento más profundo fue su interés en las semillas y su resistencia al agua salada. Colocó varias semillas en frascos con agua de mar para observar cuánto tiempo podían sobrevivir antes de morir, simulando así el viaje de estas a través de las corrientes oceánicas para colonizar islas lejanas. Esta prueba demostró que muchas semillas podían sobrevivir largos periodos en el agua salada, lo que le ayudó a respaldar su teoría sobre la dispersión de las especies vegetales a través de los mares.

Uno de los descubrimientos más significativos de Darwin sobre las plantas llegó con su investigación en polinización cruzada y autofecundación en las flores. Observó cómo algunas plantas desarrollan mecanismos complejos para asegurar la polinización entre individuos, mientras que otras especies parecen favorecer la autofecundación. Esta observación fue revolucionaria para su tiempo, pues desafiaba las ideas preconcebidas sobre la pureza genética y mostraba cómo el “matrimonio cruzado”, como él lo llamaba, promovía la variedad genética y la adaptabilidad de las especies.

Las plantas carnívoras y los misterios de la digestión vegetal

Darwin también fue pionero en el estudio de las plantas carnívoras, organismos que en su época parecían más propios de una novela de aventuras que de un estudio científico. El naturalista estaba intrigado por cómo plantas como la Venus atrapamoscas y las Droseras desarrollaban mecanismos para capturar y digerir insectos. Su investigación demostró que estos organismos tienen una sorprendente capacidad para absorber nutrientes y realizar una suerte de “digestión”, fenómeno que hasta entonces solo se había observado en los animales.

En sus experimentos con Drosera rotundifolia, conocida como rocío de sol, Darwin llegó a “alimentarlas” con recortes de uñas humanas para observar cómo estas reaccionaban ante diferentes tipos de estímulos y nutrientes. Sus observaciones detalladas y la perseverancia con que abordó cada experimento le permitieron descubrir que estas plantas no solo capturan insectos, sino que también poseen un sistema altamente sensible que les permite “seleccionar” sus presas y reaccionar a diversos estímulos. Darwin quedó tan fascinado con sus descubrimientos que llegó a escribir: “Jamás he visto una planta que me haya sorprendido tanto como esta”.

Drosera rotundifolia. Foto: Istock

Un laboratorio de evolución en su propio jardín

El estudio de las plantas trepadoras también atrajo la atención de Darwin. Observando cómo diferentes especies se enroscaban alrededor de estructuras, Darwin exploró la razón detrás de estas formas de crecimiento. Sus experimentos con plantas como las Clematis y las Bignonia le permitieron comprender que el movimiento de torsión que exhiben las plantas trepadoras es una adaptación evolutiva para captar mejor la luz y resistir las inclemencias del clima.

Cada descubrimiento sobre estos organismos reforzaba su teoría de la selección natural, pues demostraba cómo incluso las plantas han desarrollado estrategias adaptativas complejas para sobrevivir y prosperar.

Darwin se convirtió así en uno de los pioneros en la botánica moderna sin haberse propuesto nunca ser un botánico en el sentido estricto. La flexibilidad y apertura con la que abordó el estudio de las plantas le permitieron hacer hallazgos que, a simple vista, parecían anecdóticos, pero que luego se revelaron como fundamentales para entender cómo las plantas se relacionan con su entorno. Gracias a sus experimentos, Darwin aportó a la ciencia una comprensión más profunda de cómo las especies vegetales se adaptan y evolucionan, sentando las bases de la botánica evolutiva actual.

En Down House, Darwin convirtió su jardín en un laboratorio natural donde realizó experimentos que aún asombran a la ciencia
En Down House, Darwin convirtió su jardín en un laboratorio natural donde realizó experimentos que aún asombran a la ciencia. Ilustración artística. Foto: Dall-e/Christian Pérez

Darwin y la botánica: un viaje por la diversidad vegetal

Este fascinante aspecto de la vida de Darwin es el tema central del libro Darwin y la botánica, escrito por el biólogo evolutivo y experto en historia de la ciencia James T. Costa, con ilustraciones de Bobbi Angell, publicado recientemente por Pinolia. El volumen ofrece un recorrido visual y narrativo por el mundo vegetal tal como lo exploró Darwin. En sus páginas, Costa recopila extractos de seis libros de Darwin dedicados exclusivamente a sus investigaciones botánicas, muchas veces pasadas por alto frente a sus estudios en zoología y geología.

Costa ha hecho una labor destacable al contextualizar cada fragmento de las obras de Darwin, acompañándolos de información adicional sobre los descubrimientos científicos de la época y los retos a los que el naturalista británico se enfrentó. El autor logra, de esta manera, dar vida a los textos de Darwin, permitiendo al lector contemporáneo entender mejor las innovaciones de su trabajo. Además, cada capítulo está ilustrado con imágenes de la Biblioteca Oak Spring Garden, lo que da al libro una atmósfera visual única que celebra el arte y la ciencia en igual medida.

James T. Costa, quien es profesor de biología evolutiva en la Western Carolina University y director de la Highlands Biological Station, ha escrito otros libros sobre Darwin y sus contemporáneos, por lo que posee una visión integral de la historia de la ciencia.

Su objetivo en Darwin y la botánica es mostrar que la teoría de la evolución no se desarrolló solo a partir de la observación de animales, sino también de plantas, y que Darwin fue, en muchos sentidos, un pionero de la biología vegetal moderna. La ilustradora Bobbi Angell aporta al libro un componente artístico esencial, con ilustraciones precisas y detalladas de cada planta estudiada, evocando el estilo de los grandes ilustradores botánicos del siglo XIX.

Con Darwin y la botánica, James T. Costa nos invita a ver el mundo vegetal desde la óptica de uno de los más grandes naturalistas de la historia. En palabras de Costa, esta obra es una “celebración de la obsesión por la investigación que sostuvo a Darwin durante toda su vida”, destacando la importancia que todavía tienen sus métodos y descubrimientos para la ciencia moderna. La combinación de ciencia, historia y arte hace de este libro una joya imprescindible para quienes desean comprender el verdadero alcance de la obra de Darwin y su impacto en nuestra visión de la naturaleza.

Darwin y la botánica

Cortesía de Muy Interesante



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