No era fácil desembarcar en la Francia ocupada por Alemania y defendida por las diez mil fortificaciones de la Muralla Atlántica que la Organización Todt había levantado, desde 1942, a lo largo de las costas. Más aún: el mariscal Rommel –apodado “zorro del desierto” y jefe del Grupo de Ejércitos B en el norte de Francia– había sembrado más de seis millones y medio de minas y medio millón de obstáculos en las playas y disponía de casi 400.000 soldados y un número considerable de carros de combate. La única verdadera ventaja con la que contaban los aliados era su aplastante superioridad aérea, con más de 10.000 aviones frente a los menos de 700 de que disponía la Luftwaffe 3, encargada de la defensa de la Europa occidental.
Incluso contando con un descomunal apoyo aéreo, trasladar por mar a corta distancia a casi dos millones de hombres tampoco resultó fácil. Hubo que planificar al detalle la operación militar más compleja de la historia, al tiempo que se creaban ejércitos, a los que hubo que entrenar y mantener durante largo tiempo en una isla. Se tuvieron que construir los miles de buques y embarcaciones especiales que llevarían a tierra hombres, carros de combate, vehículos de todo tipo y pertrechos. Asimismo, fabricar flotas de aviones, decenas de miles de carros de combate, cañones, armas y equipos, e incluso idear y construir rompeolas y muelles flotantes en los que descargar la logística necesaria para poder abrir, finalmente, el “segundo frente” que Stalin reclamaba a sus aliados desde 1942.
La Batalla de Normandía
El mal tiempo sobre el Canal de la Mancha, aunque retrasó la fecha prevista, el 5 de junio, facilitó que la flota de invasión pasara inadvertida a los alemanes, que creyeron imposible cualquier acción militar de envergadura. La Operación Overlord (la invasión de Francia) se inició en las primeras horas del día 6, cuando tres divisiones de paracaidistas se lanzaron a retaguardia para apoderarse de nudos de comunicaciones e impedir la llegada de refuerzos del enemigo en las primeras y vitales horas del desembarco.
Las cinco playas elegidas, entre Cabourg y Valogne, denominadas Sword, Juno, Gold –donde pondrían pie británicos y canadienses–, Omaha y Utah –a cargo de las tropas estadounidenses–, recibieron la llegada, en las primeras 48 horas, de 150.000 hombres y 1.500 carros de combate, que pusieron pie en tierra desde 4.000 barcos escoltados por 600 buques de guerra, en la que sigue siendo considerada como la operación combinada más compleja de la historia. A pesar de algunas dificultades iniciales, a medianoche los aliados se habían apoderado de una gran cabeza de playa que llegaba hasta Caen y Bayeux.
Los alemanes no pudieron concentrar sus 60 divisiones, 11 de ellas acorazadas, para destruir a los invasores en las playas –como quería Rommel– ni para contraatacar contra el grueso del enemigo, como pretendía Gerd von Rundstedt, el comandante en jefe. No fue de mucha ayuda tampoco que las reservas acorazadas solo pudieran movilizarse previa autorización personal de Hitler. A pesar de ello, pocos avances más pudieron llevarse a cabo, frente a una resistencia alemana que se endurecía cada día favorecida por el terreno de bocage, con sus setos de piedra y sus carriles profundos que rodeaban cientos de huertos.
Hasta el día 27, los estadounidenses no lograron tomar Cherburgo, pero el 25 de julio el 1er Ejército del general Bradley inició la Operación Cobra, consiguiendo aislar la península normanda del Contentin; la posterior pinza ejecutada entre británicos y estadounidenses y la consecuente bolsa de Falaise –que costó a los alemanes 1.500 carros, 3.500 cañones, 20.000 vehículos y casi medio millón de hombres, a pesar de que el grueso de las fuerzas cercadas escapó– menguaron finalmente la resistencia en Caen y las tropas británicas y aliadas pudieron avanzar hacia el interior.
El 15 de agosto se produjo la “otra” invasión, la del sureste de Francia, mediante la llamada Operación Dragoon que, definitivamente, llevaría al derrumbe de la resistencia alemana y la completa liberación de Francia. A la 2.ª División Acorazada del general Leclerc, la famosa Deuxieme DB, se le reservó el honor de entrar en París, donde el comandante de la guarnición alemana se rindió el 25 de agosto.
La mayor derrota de Alemania
Mientras los aliados permanecen bloqueados en Contentin, el 22 de junio, tercer aniversario de la invasión hitleriana de la URSS, comienza la mayor ofensiva del Ejército Rojo en Bielorrusia. Bautizada en honor del príncipe Bagration, héroe de las guerras napoleónicas muerto en la batalla de Borodino, la operación concluiría con la destrucción del Grupo de Ejércitos Centro alemán, implicando a dos millones y medio de hombres, 2.700 carros de combate, más de 25.000 piezas de artillería y unos 5.400 aviones que expulsarían a las fuerzas alemanas de territorio soviético. Estas, por querer llegar hasta las puertas de Moscú, se habían extendido demasiado y vuelto así vulnerables. Las bajas alemanas superaron las de las batallas de Stalingrado y Normandía juntas.
El avance del Ejército Rojo
En octubre, Rumanía cambia de bando y, tras conquistar Estonia, el Ejército Rojo penetra en Hungría y Checoslovaquia, capturando Budapest en febrero. Varsovia había caído en enero, cuando la ofensiva soviética se reanudó en el centro y alcanzó las orillas del Oder y del Neisse. Los meses siguientes se ocuparon en el afianzamiento de los flancos y en preparar la ofensiva que les llevaría hasta Berlín. El éxito de estas acciones, como en ocasiones anteriores, se debió en gran parte al sabio empleo de la maskirovka – camuflaje, en ruso–, disciplina en la que el Ejército Rojo estaba muy curtido y que combinaba tácticas para el engaño (desde el mimetizado al ocultamiento), el empleo en masa de señuelos y réplicas de material, el lanzamiento de falsas operaciones y, naturalmente, la desinformación.
Las tácticas empleadas también contribuyeron a la aplastante victoria, al concentrar el ataque en un punto del frente hasta que los alemanes se veían obligados, para impedir la ruptura, a llevar hacia él unidades de otras zonas, debilitando la línea y permitiendo entonces atacar los puntos así debilitados. Aunque las fuerzas alemanas podrían haber contrarrestado tales tácticas replegando sus líneas con rapidez, tenían tajantemente prohibidas esas maniobras que solo se autorizaban cuando ya era demasiado tarde y el frente, desbordado, amenazaba con dejar embolsados grandes contingentes de tropas.
Varsovia se subleva
El 1 de agosto de 1944, con las fuerzas soviéticas en las orillas del Vístula desde quince días antes, se produjo en Varsovia la sublevación del clandestino Armia Krajowa (literalmente, Ejército de Casa), organización del gobierno en el exilio, con la intención de liberar Polonia antes de que lo hiciera la URSS. Los polacos, civiles en su mayoría, resistieron el feroz contraataque alemán pero finalmente, el 2 de octubre, tuvieron que rendirse, ante la pasividad de los soviéticos.
Casi un cuarto de millón de ellos murieron en los combates callejeros o fueron ejecutados y la ciudad quedó casi completamente destruida. Ciertamente, las fuerzas soviéticas tenían ya dificultades para abastecerse, pero, habida cuenta de la vieja hostilidad entre rusos y polacos –baste recordar que, en la guerra civil rusa, el Ejército Rojo solo se detuvo en 1920 derrotado frente a Varsovia–, es lógico creer que Stalin quiso que el levantamiento fracasara.
El avance aliado en el oeste llegó en septiembre a las fronteras con Bélgica y Países Bajos, mientras la resistencia alemana se endurecía casi al tiempo que las líneas de suministros aliadas se extendían. El día 5 de ese mes, el 3er Ejército de Patton cruzó el Mosela. Montgomery, que aún creía factible asestar un golpe mortal al corazón de Alemania, necesitaba asegurar el cruce del río Mosa para su 30.º Cuerpo y para ello puso en marcha la mayor operación aerotransportada aliada, Market Garden. Pero, aunque las dos divisiones americanas, la 82.ª y la 101.ª, aseguraron sus objetivos, la 1.ª División británica se vio cercada en Arnhem y el previsto avance del 30º Cuerpo británico se detuvo. En apenas doce días, la operación se convirtió en uno de los mayores fracasos de los aliados occidentales.
Con el enemigo casi en la misma situación que en 1940, Hitler imaginó que era posible repetir el éxito de entonces, una ofensiva a través de las Ardenas, a pesar de las objeciones de sus generales. La idea, estratégicamente, era perfecta: un empuje en el frente sur con dirección a Amberes que cortaría en dos a las fuerzas aliadas. Tres ejércitos lo llevarían a cabo: el VI Panzer SS en el flanco norte, el V Panzer en el centro y el VII en el sur; en total, 28 divisiones, algunas recién creadas, pero en su mayoría veteranas de Normandía y del Este, reorganizadas.
El ataque comenzó el 16 de diciembre, tomando a las tropas norteamericanas del sector, hasta entonces considerado como tranquilo, por sorpresa. El mal tiempo impidió a la aviación táctica aliada intervenir, como era habitual, y solo la tenaz resistencia de los americanos, que impidieron la toma de nudos de comunicación vitales como Bastogne, retrasó el avance alemán, que finalmente quedó detenido por falta de combustible. Los contraataques por los flancos y el apoyo aéreo – los aviones aliados efectuaron 15.000 misiones en cuatro días–, tan pronto como mejoró el tiempo, acabaron con las esperanzas alemanas.
No hubo pausa después: tras las liberación de Polonia y Hungría y la deserción de Rumanía y derrotada la ofensiva de las Ardenas, nada podía detener los ataques finales de los aliados en Europa. La línea Sigfried fue sobrepasada y el Rin cruzado a mediados de marzo. El 1 de abril, todo el Grupo de Ejército de Model, que se suicidó, quedó embolsado, cayendo prisioneros 325.000 hombres.
Del Vístula al Oder
A principios de 1945, las 163 divisiones del I Frente Bielorruso de Zhúkov y el I Frente Ucraniano de Koniev cruzaron finalmente el Vístula y, en poco más de 20 días, los soldados soviéticos atravesaron la llanura polaca hasta alcanzar la Línea Oder-Neisse, a menos de 70 km de Berlín. Su avance dejó aisladas a numerosas unidades alemanas en Breslavia, Pomerania y Prusia Oriental, al tiempo que causó graves pérdidas tanto en material como humanas al Grupo de Ejércitos A, encargado de la defensa de tan extenso frente.
Las limpiezas étnicas, los saqueos y las violaciones que los alemanes habían cometido en los territorios conquistados durante años habían sembrado un terrible deseo de venganza en las tropas soviéticas, que no hizo más que crecer, además, alentado por la propaganda propia y el impacto que les causó la liberación de los campos de exterminio, entre ellos Auschwitz. Así, los desmanes del Ejército Rojo al invadir el territorio alemán casi igualaron a los de los nazis, y la población civil, aterrorizada, huyó en masa, atascando las carreteras con cientos de caravanas de refugiados a los que se sumaban desertores y tropas en retirada, un caos que ya no acabaría hasta Berlín.
La batalla final
A sesenta kilómetros al este de la capital, frente a la línea defensiva alemana del río Oder, el Ejército Rojo comenzó los preparativos para la batalla final. Frente a los 760.000 soldados alemanes, 1.500 carros y vehículos de combate, y una Luftwaffe casi sin carburante que reunía poco más de dos mil aviones, los soviéticos acumularon dos millones y medio de hombres –de los que casi un millón participarían en el asalto–, 6.200 blindados, más de 7.000 aviones y una impresionante masa artillera de más de 41.600 bocas de fuego, entre ellos los temibles lanzacohetes Katiuska.
La ofensiva la comenzó el I Frente Bielorruso de Zhúkov la noche del 16 de abril atacando las fortificadas colinas de Seelow bajo la luz de potentes proyectores situados tras las tropas atacantes. Una tras otra, los soviéticos rebasaron, a un alto coste, las dos líneas defensivas alemanas, con centenares de fortines y casamatas desde las que soldados de todas las procedencias y milicianos de la Volkssturm –adolescentes de las Juventudes Hitlerianas y hombres de hasta 60 años–, armados con potentes lanzagranadas contracarro, se enfrentaron fanáticamente a la curtida infantería de Zhúkov.
El Reichstag fue asaltado el día 27, pero resistió hasta el 30. Ese mismo día, Hitler se suicidó en su búnker dejando como sucesor al almirante Karl Dönitz, que solo pudo intentar negociar la rendición. Más de 400.000 soldados soviéticos en total, desde el inicio de la batalla, perecieron o resultaron heridos, frente a 45.000 alemanes, civiles en su mayoría, que también perdieron la vida.
El 8 de mayo de 1945, los aliados occidentales aceptaron la rendición incondicional de todas las fuerzas de la Alemania nazi en Reims, en el cuartel general de Eisenhower, poniendo de manifiesto la brecha abierta con los soviéticos. La URSS, por su parte, alegando que lo firmado era solo una rendición parcial, exigió y consiguió que el mariscal Keitel, en nombre de la Wehrmacht, firmara ese mismo día por la noche la claudicación total en la sede del Cuartel General del Ejército Rojo, en Karlshorst, Berlín. Al saberse la noticia, las unidades alemanas de otras zonas, como Letonia, Austria, Yugoslavia o Grecia, fueron entregándose en los días sucesivos. La guerra en Europa había, finalmente, terminado.
Cortesía de Muy Interesante
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