Una vez se instaló en el trono, Tutmosis I (que reinó de 1504 a.C. a 1492 a.C.) ensanchó las fronteras de Egipto para reforzar el poder imperial, una meta que cumplió con creces. Bajo su reinado y el de su dinastía, el país pasó a ser el imperio más poderoso del mundo antiguo. En un año, el nuevo faraón sometió a los pueblos del sur y dividió Nubia en cinco distritos, cada uno de ellos gobernado por un funcionario local que juraba lealtad y sumisión al faraón.
Pero el país se iba a enfrentar a otra potencia que se estaba haciendo fuerte en la lejana Mesopotamia. Alertado por sus espías, Tutmosis I decidió atacarla antes de que aumentara su poder. Se trataba del reino de Mitanni, cuyos ejércitos estaban dotados de modernos carros militares tirados por caballos, una herramienta bélica que les había permitido someter al poderoso reino hitita. Cuatro años después de ser proclamado faraón, Tutmosis I envió a su ejército a orillas del Éufrates, donde derrotó al de Mitanni. A partir de entonces, el gran río marcó la frontera del Imperio egipcio.
Tras su muerte en 1492 a.C., su sucesor Tutmosis II sofocó una nueva rebelión en Nubia con gran crueldad, ordenando el degollamiento de todos los varones de la región. Durante su reinado, el faraón contó con la ayuda de su hermanastra y consorte, Hatshepsut. Cuando falleció su marido solo tres años después de acceder al trono, la reina medró en la Corte para mantenerse en el trono, apartando del mismo al pequeño Tutmosis III, que era su hijastro. En su nombre gobernó el Imperio e hizo suyos los cinco títulos completos de los monarcas del valle del Nilo. Aquella poderosa mujer fue representada en esculturas y estelas con ropas masculinas y exhibiendo en su mentón una barba postiza.
De Akenatón y Tutankamón a los ramésidas
A su muerte, su hijastro Tutmosis III la sucedió. Una de sus primeras medidas fue organizar un ejército para derrotar a una coalición de príncipes de Siria y Palestina, encabezada por la ciudad de Qadesh, en la batalla de Meggido, lo que proporcionó a los egipcios un fabuloso botín que incluía 900 carros de batalla y unos dos mil caballos. El papel preponderante del país en el complejo tablero estratégico de Oriente Medio se mantuvo durante tres generaciones, alcanzando su apogeo con Tutmosis IV.
Su nieto, Amenofis IV (1353-1336 a.C.), impuso el nuevo culto a Atón (el disco solar), cambió su nombre por el de Akenatón y ordenó trasladar la capital del Imperio a la nueva Aketatón, en la región de Tell el-Amarna, situada en la ribera oriental del Nilo. Tras su muerte, su hijo Tutankamón devolvió la capitalidad a Tebas y retiró el culto monoteísta de Atón a favor del de Amón-Ra, cuyos sacerdotes volvieron a cobrar el protagonismo perdido.
En realidad, el nuevo faraón, Tutankamón, no era más que un niño a merced de dos personajes que movieron los hilos del poder en la sombra: Ay, el hombre fuerte de la Corte, y Horemheb, comandante en jefe del ejército. Ambos ocuparían el trono a la muerte del joven Tutankamón, cuyo corto reinado habría sido ignorado por la historia de no ser por el descubrimiento de su tumba, llevado a cabo por Howard Carter y Lord Carnarvon en los años veinte del siglo pasado.
La fantástica máscara mortuoria de Tutankamón, una joya que se exhibe en el Museo de El Cairo, el maravilloso busto de Nefertiti (mujer de Akenatón), que alberga un museo berlinés, y las gigantescas pirámides de Guiza son los iconos más importantes del Egipto faraónico de los que hoy disfrutamos.
El primer faraón de las dinastías ramésidas (la XIX y la XX) fue Ramsés I, que se mantuvo en el trono tan solo dieciocho meses. Su sucesor fue Seti, un hombre vigoroso que encargó construir muchos monumentos, entre ellos el fabuloso templo de Abidos (antiguo emplazamiento de la realeza egipcia) y un inmenso mausoleo en el Valle de los Reyes, el primero en ser decorado por completo. En el verano de 1.278 a.C., Seti falleció y le sucedió su hijo Ramsés II, que llegó al trono con tan solo 20 años y se mantuvo en él durante más de seis décadas.
El todopoderoso Ramsés II
En solo cinco años, sus ejércitos conquistaron el territorio que actualmente ocupa Libia, donde establecieron varias colonias y un contingente militar. El faraón abandonó la ciudad de Tebas y se afincó en Menfis para luego trasladarse a Pi-Ramsés, ubicada en la actual ciudad de Qantir, en el delta oriental del Nilo. El todopoderoso Ramsés II mandó ampliar el templo de Luxor (en la antigua Tebas), al que añadió una colosal puerta cuya entrada principal estaba flanqueada por dos estatuas suyas, acompañadas de sendos obeliscos.
Cerca del mausoleo de Ramsés II en el Valle de los Reyes se encuentra una gigantesca necrópolis, la KV5, descubierta por el arqueólogo estadounidense Kent R. Weeks en 1995, cuyo interior alberga los restos momificados de los muchos hijos del gran faraón. Su prole fue tan impresionante que los investigadores no se ponen de acuerdo a la hora de establecer cuál fue el número exacto de vástagos que engendró.
Los pueblos del mar
A escasa distancia está ubicada la tumba de Nefertari en el Valle de las Reinas, cuya decoración mural representa diversos capítulos del Libro de los Muertos, texto funerario que describe las distintas etapas del viaje de los difuntos hacia el más allá. Esta joya milenaria permaneció cerrada durante años hasta que, en 2016, el gobierno egipcio la reabrió al público para tratar de impulsar el turismo.
Tras el fallecimiento del anciano Ramsés II, Egipto vivió más de una década de luchas internas entre sus descendientes. Finalmente, un militar llamado Sethnajt ascendió al trono, reinando con gran acierto hasta su fallecimiento. Le sucedió su hijo Ramsés III, cuyo reinado se enfrentó a hordas de piratas (los Pueblos del Mar) que destruyeron parte del litoral mediterráneo de Egipto. Ramsés III los venció en una batalla naval que se entabló cerca de la desembocadura del Nilo, pero su victoria no evitó una profunda crisis económica que dio paso al paulatino declive del Imperio Nuevo.
Al final de su vida, Ramsés III sufrió la conspiración de una de sus esposas secundarias, llamada Tiyi, que intentó dejar a un lado al príncipe heredero para instalar en el trono a su propio hijo, Pentaur. Pero el complot fracasó y la mayoría de sus cabecillas fueron ejecutados. Los más afortunados salvaron sus vidas, pero les amputaron algunas extremidades.
Egipto se divide
En 1069 a.C., cuando Ramsés XI falleció, sus sucesores dividieron el país en dos regiones: el Delta y el Alto Egipto. El otrora poderoso Imperio egipcio entró en barrena. La dinastía ramésida y su sede de gobierno, la ciudad de Pi-Ramsés, se desvanecieron por completo. Desde el siglo XI al IV a.C., la debilidad económica y militar propició la invasión de los libios, cuyos gobernantes desmantelaron Pi-Ramsés para construir la nueva ciudad de Dyanet, que quedó bajo su control. Su primer monarca fue Sheshonq I (945-925 a.C.), que restituyó Egipto a su forma de gobierno tradicional, sometiendo a los tebanos y a las ciudades del delta.
Dominio libio, nubio y asirio
El faraón de origen libio subyugó al reino de Judá e hizo avanzar a sus ejércitos para controlar buena parte de Oriente Medio, pero Sheshonq I murió repentinamente y la orgullosa ciudad de Tebas declaró su independencia. Con ello, aunque no frenó su decadencia, dio una excusa mucho más tarde a los nubios para cruzar la frontera y hacerse con el control del Alto Egipto.
Los tebanos capitularon casi sin luchar y el caudillo nubio Pianjy subió al trono a continuación. Sus ejércitos derrotaron a los disidentes e impusieron la hegemonía nubia en todo Egipto. Una vez logró la unificación del territorio, Pianjy regresó al sur, a sus tierras en Kush.
El imparable ascenso de la poderosa Asiria en Mesopotamia marcó el principio del fin del dominio nubio en el valle del Nilo. Tras la proclamación de Ashardón como rey asirio en 680 a.C., sus ejércitos invadieron Menfis. Las ciudades egipcias fueron rebautizadas con nombres asirios y gobernadas por sus hombres. Dos años más tarde llegó al trono asirio Asurbanipal, cuyo reinado marcó el momento de mayor gloria de Asiria. Él fue el que creó la biblioteca de Nínive y el que volvió a penetrar con sus ejércitos en Egipto obligando al faraón a refugiarse en la ciudad de Tebas.
Un militar egipcio llamado Psamético logró poner en pie un ejército y, tras ocho años de lucha, se alzó como soberano del Bajo Egipto. Años después logró la reunificación de todo el país. Su sucesor, Psamético II (595-589 a.C.), sofocó un nuevo intento nubio de invadir el Alto Egipto. Mientras tanto, en Mesopotamia el reino babilonio cobró tanta fuerza que decidió recuperar los territorios que habían conquistado y perdido los asirios.
La conflictiva era ptolemaica
El Imperio asirio fue derrotado por el babilonio en 609 a.C., y Egipto perdió las posiciones que le quedaban en Oriente Próximo. Más tarde, en el año 525 a.C., los ejércitos del rey persa Cambises invadieron el delta, asaltaron la ciudad de Menfis y ejecutaron al rey Psamético III, tomando por la fuerza los territorios del valle del Nilo. En la primavera del 334 a.C., el nuevo jefe macedonio, Alejandro Magno, cruzó el Helesponto, invadió Persia y derrotó a las tropas de Darío III en la batalla de Gránico, lo que supuso el principio del fin del Imperio persa.
Dos años después de su victoria en Gránico, Alejandro llegó al valle del Nilo, se hizo con el poder sin entablar una sola batalla con los egipcios y quedó rendido a los encantos del país. A comienzos de 331 a.C., se dirigió al oasis de Siwa, donde se entrevistó con el oráculo de Amón, saliendo del encuentro como un hombre nuevo. Alejandro abandonó el país ese mismo año para no volver nunca. Sin embargo su muerte, ocurrida ocho años después, marcó el destino de Egipto.
Un general del joven macedonio llamado Ptolomeo fue coronado rey de Egipto en la nueva ciudad de Alejandría. Los ochenta años siguientes correspondieron a los reinados de los tres primeros Ptolomeos, que estuvieron marcados por constantes rivalidades y problemas sucesorios. La decadencia de la dinastía comenzó con la llegada al poder de Ptolomeo IV, que impuso una carga de tributos tan fuerte que desangró la economía del país.
La debilidad de Egipto llegó a su punto culminante en el año 80 a.C., cuando turbas de alejandrinos hastiados con la corona asesinaron a Ptolomeo X. En aquellos tiempos convulsos, una nueva potencia, Roma, movió los hilos de la política egipcia apoyando a uno u otro de los candidatos que se postulaban como reyes del valle del Nilo. Cleopatra era hija de Ptolomeo XII Dionisio, un monarca impopular que, al morir en el año 52 a.C., dejó a sus hijos bajo la custodia de su amigo Pompeyo.
Cleopatra VII fue la última reina del Antiguo Egipto de la dinastía ptolemaica. Nació hacia 69 a.C. y murió treinta y nueve años después. En su testamento, su padre ordenó que contrajera matrimonio con su hermano Ptolomeo XIII, un manejable niño de diez años que debía tomar el poder cuando alcanzara la madurez. Sin embargo, Cleopatra conservó el trono y se enfrentó a las presiones de Roma, cuyas autoridades exigieron la devolución de las deudas que había contraído la corte egipcia. Julio César aprovechó esa circunstancia para intervenir en el país, aunque la razón principal de su desembarco en Egipto fue atrapar a su gran enemigo en la guerra civil, Pompeyo, que se había refugiado a orillas del Nilo.
Cleopatra: el último eslabón
Cuando César llegó a Alejandría, los hombres de Ptolomeo XIII le ofrecieron la cabeza ensangrentada de Pompeyo, pensando que así se reconciliaban con el romano. Pero su reacción no fue la esperada: César se enfureció por la osadía de los egipcios de decapitar a un romano, aunque fuese su enemigo, y ordenó a sus falanges tomar Alejandría. La presencia de las tropas romanas provocó el levantamiento de parte del ejército alejandrino, que defendía las aspiraciones del joven Ptolomeo XIII.
Tras sofocar la revuelta, el romano instigó el asesinato de Ptolomeo e impuso en el trono a la inteligente Cleopatra, cuyo poder de seducción atrapó a César, con quien tuvo un hijo, Ptolomeo Cesarión. Tras el asesinato de César, fue Marco Antonio el que cayó rendido a los pies de Cleopatra, con la que tuvo tres vástagos. Pero las ambiciones del romano de encabezar un gran Imperio oriental junto a su bella esposa egipcia fueron frenadas en seco por el joven Octavio.
El que años después sería proclamado emperador Augusto emprendió una guerra civil que culminó con la derrota del ejército de Marco Antonio en la batalla naval de Accio, en el año 31 a.C. Los suicidios de Marco Antonio y Cleopatra, así como el asesinato del hijo de esta y César, Cesarión, convirtieron a Octavio Augusto en el líder indiscutible del Imperio Romano, a cuyo territorio se sumó Egipto como una provincia más. Del esplendor de los antiguos faraones solo quedó desde entonces un vago recuerdo.
Cortesía de Muy Interesante
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