Tucídides y Polibio: los estrategas que aún inspiran a líderes del siglo XXI

Durante siglos, la historia ha sido el lienzo donde las estrategias de guerra, diplomacia y poder se entretejen para dar forma al mundo que conocemos. Desde las guerras del Peloponeso hasta la expansión de Roma, los estrategas de antaño enfrentaron dilemas que aún resuenan en las decisiones modernas. ¿Qué factores determinan el éxito de un Estado? ¿Cómo interactúan las características culturales, la psicología y las instituciones políticas en el arte de gobernar y combatir? Estas preguntas no solo dominaron las mentes de líderes como Pericles o Escipión, sino que también encontraron eco en los escritos de grandes historiadores como Tucídides y Polibio.

Estos cronistas no fueron meros narradores de hechos. Sus obras contienen un legado intelectual que trasciende los siglos, invitando a reflexionar sobre el papel de la estrategia como puente entre el arte de la guerra y el gobierno. Tucídides, veterano de la guerra del Peloponeso, y Polibio, testigo de la caída de Cartago, desarrollaron visiones profundas sobre cómo los Estados se enfrentan a desafíos tanto internos como externos. Para ellos, la geografía, la psicología humana y las instituciones eran tan cruciales como las maniobras militares en el éxito de cualquier nación.

El extracto que hoy compartimos en exclusiva forma parte del libro “Historia de la estrategia, publicado recientemente por Pinolia, un monumental análisis coordinado por Hal Brands. Esta obra, última entrega de la influyente serie Makers of Modern Strategy, examina cómo las estrategias desarrolladas desde la Antigüedad hasta el presente siguen influyendo en los conflictos y decisiones políticas actuales. Los lectores encontrarán aquí una conexión fascinante entre el legado de los antiguos estrategas y los desafíos del siglo XXI, desde la Guerra Fría hasta las tensiones geopolíticas modernas.

No te pierdas el extracto exclusivo de este libro, donde se exploran las lecciones estratégicas de los antiguos maestros Tucídides y Polibio, y su relevancia para los líderes contemporáneos.

Tucídides, Polibio y los legados del mundo antiguo, escrito por Walter Russell Mead

Los cinco siglos transcurridos entre el inicio de la guerra del Peloponeso y la muerte de Nerón ejercen una fascinación única sobre nuestro mundo. La primera mitad del periodo fue testigo de la derrota de Atenas, la meteórica carrera de Alejandro Magno, el ascenso de la República romana y la derrota de Aníbal en la segunda guerra púnica. En la segunda mitad se desarrollaron la crisis política que acabó destruyendo el Imperio romano y la vida y la muerte de Jesús de Nazaret, dos acontecimientos que configuraron, respectivamente, el imaginario político y religioso del mundo occidental. El arte, la poesía y el teatro, la filosofía, las matemáticas, el pensamiento político y la cultura religiosa del Occidente contemporáneo aún llevan la impronta de esta época.

La contribución de los historiadores de la Antigüedad a la cultura occidental no es tan ampliamente comprendida o apreciada como debiera. Tucídides y Polibio, en particular, no solo escribieron los mejores relatos de muchos de los acontecimientos clave de la época y establecen los métodos e ideas básicos que siguen guiando a los historiadores en la actualidad, sino que también fueron pensadores políticos perspicaces, y sus observaciones y conclusiones han reverberado a lo largo de los siglos, orientando el pensamiento de los filósofos y las acciones de los generales y de los políticos.

La magnitud de sus logros puede hacer que resulte difícil apreciar la verdadera importancia de los antiguos historiadores. Delimitar los diversos y variables papeles que el talento natural, el azar, la psicología humana, la cultura nacional y el liderazgo individual desempeñaron en la política y la guerra, y emplear una metodología coherente y responsable para entretejer ese análisis en una reconstrucción narrativa coherente de los acontecimientos fue un inmenso logro intelectual que sigue influyendo en la percepción de los acontecimientos contemporáneos, así como en la construcción de la narrativa histórica. El hecho de que estos historiadores lo consiguieran con tanta elegancia y sofisticación, de modo que todavía hoy nos resulten instructivos e inteligibles, es un éxito equiparable a los triunfos filosóficos y matemáticos de su época. Además, la visión de la sociedad y de la historia que emerge de su trabajo —compleja, variada y, sobre todo, política— ha contribuido tanto a formar la conciencia de Occidente como cualquier otro fruto del espíritu griego.

Tucídides
Busto de Tucídides. Foto: Wikimedia

De los grandes historiadores podemos afirmar que Tucídides y Polibio son los más lúcidos y fiables. Aunque ninguno fue infalible ni escribió con la prosa fácil y luminosa de los narradores más dotados de la Antigüedad y aunque ambos sufrieron las desventajas de dedicarse a la historia en una época sin bibliotecas públicas, fuentes impresas ni medios digitales, los dos crearon obras extraordinarias que han resistido al paso del tiempo.

Ambos estaban bien situados para comprender los acontecimientos políticos: Tucídides luchó en la guerra del Peloponeso, y Polibio convivió íntimamente con la familia de Escipión, luchó en la tercera guerra púnica y estuvo presente en el saqueo de Cartago en el año 146 a. C.2 Tanto Tucídides como Polibio ocuparon cargos públicos y tenían conocimientos prácticos y académicos sobre asuntos militares y civiles. A través de conexiones familiares, ambos se integraron plenamente en la élite internacional de su época, con muchas oportunidades de tomarles la medida a los gobernantes y a los altos funcionarios y de familiarizarse con las particularidades del liderazgo político y militar. Esa perspectiva los condujo a adoptar una visión de la política internacional tan desfasada en la academia como necesaria en el mundo real: que el tipo de régimen importa enormemente en política exterior, pero que las democracias no son necesariamente más sabias, pacíficas o justas que otros tipos de gobierno.

Como muchos de sus sucesores modernos, tanto Tucídides como Polibio abrazaron ideales de exactitud y objetividad que en la práctica no siempre mantuvieron. La narrativa de Tucídides refleja una crítica profunda, y no siempre justificada, de la democracia ateniense y de sus partidarios políticos. Este sesgo, que presumiblemente no fue ajeno al voto ateniense para condenar a Tucídides al ostracismo tras la derrota de las tropas bajo su mando en el teatro del nordeste, lo llevó a tener al conservador Nicias, principal responsable de la decisiva derrota de la expedición siciliana, en mayor estima que a Cleón, el líder democrático responsable de la dramática victoria ateniense en Pilos. Del mismo modo, la profunda falta de curiosidad de Polibio por las instituciones y la cultura cartaginesas refleja su simpatía por el bando romano y limita su capacidad para ofrecer a sus lectores una historia verdaderamente exhaustiva de la guerra. Del mismo modo, los dos historiadores comparten acríticamente muchas actitudes de su época sobre la esclavitud, la pedofilia, la capacidad intelectual y moral de las mujeres y la superioridad de sus propias culturas frente a los pueblos «bárbaros» de su entorno que los lectores modernos consideran repugnantes o incomprensibles. No obstante, su logro no consiste en evitar estos errores, sino en haber descrito acontecimientos complejos con tanta claridad y en haber proporcionado una más que notable cantidad de información, de forma que los lectores de épocas posteriores pueden comprometerse con las historias que narran e incluso rebatir la interpretación que ofrecen de los hechos.

El legado fundamental de estos grandes historiadores, y el tema de este capítulo, es la forma en que integraron la estrategia, el arte de ganar guerras, y el gobierno, el arte de construir y dirigir Estados. Al analizar las guerras y revoluciones de su época, los historiadores de la Antigüedad llegaron a la conclusión de que el éxito de los Estados en la competición internacional viene determinado, dentro de los límites que el destino y el azar imponen a cualquier pronóstico, por la fuerza de su cultura política, expresada y plasmada en las instituciones estatales, y por la capacidad de sus dirigentes para alistar las fuerzas sociales al servicio de una estrategia internacional viable. La interacción entre el arte de gobernar y la estrategia, vista en el contexto de factores sobre los que los seres humanos poco pueden hacer para influir o controlar, es el tema que los dos hombres trataron de esclarecer, y entender su enfoque sobre este asunto significa participar en un método de análisis histórico que todavía puede resultar útil a los responsables políticos.

En las historias de Tucídides y Polibio se nos presentan dos contiendas entre dos Estados. En ambos conflictos, los éxitos y los fracasos de los principales adversarios (Atenas y Esparta, en la guerra del Peloponeso; Cartago y Roma, en la segunda guerra púnica) se debieron tanto a sus cualidades como Estados y sociedades como a las decisiones concretas tomadas por generales y almirantes sobre el terreno. Un liderazgo eficaz en estas sociedades exigía un doble dominio de los ámbitos político y estratégico. Así, Pericles tenía que entender el mundo de la política ateniense con la suficiente claridad como para defender su poder y sus políticas frente a sus oponentes internos, pero, además, debía comprender la naturaleza de la contienda con Esparta y desarrollar lo que era necesariamente una estrategia poco convencional para contrarrestar las ventajas decisivas de su contrincante en la guerra terrestre, y, por último, tender un puente entre los requisitos de su estrategia bélica y la realidad de la política ateniense. Después de Pericles, ningún otro líder ateniense fue capaz de conciliar los ámbitos de la política interior y la guerra exterior. Roma, según Polibio, acabó triunfando sobre Cartago porque sus sólidas instituciones internas se tambalearon, pero no cayeron, bajo los golpes de Aníbal.

Para estos historiadores, ni el arte de gobernar ni la estrategia existían en el vacío. El escenario en el que competían los Estados estaba determinado, en primer lugar, por fuerzas naturales que los seres humanos no controlaban y, en gran medida, no comprendían ni podían comprender. Además, los propios seres humanos estaban condicionados por realidades psicológicas, algunas comunitarias y culturales, otras individuales, que los seres humanos no habían elegido y que solo podían superar con grandes esfuerzos. El tercer factor que configuró el escenario del conflicto fue el arco del desarrollo histórico tanto de los Estados individuales como de la civilización humana en general. Por tanto, la naturaleza, la naturaleza humana y la historia establecieron los límites dentro de los cuales compitieron los Estados. Antes de pasar al análisis de ambos historiadores sobre el conflicto del Peloponeso y el púnico, examinaré brevemente su estudio de los «hechos» que configuraron las dos guerras y determinaron en gran medida sus resultados.

Aunque su tema era la guerra, Tucídides y Polibio hicieron hincapié en la influencia del mundo no humano en los asuntos humanos. La naturaleza, como podemos llamar a esta fuerza, actúa en política a través de dos vías. La primera es la influencia de la geografía y, más en general, del mundo físico sobre los gobiernos humanos y sus interacciones. Atenas, en el interior del Ática, tenía un suelo relativamente pobre, pero estaba situada junto a un buen puerto.4 Roma, en cambio, gozaba de un suelo más fértil, pero estaba rodeada de rivales. El terreno pobre y montañoso de gran parte de Grecia limitaba el tamaño y el poder de la mayoría de sus ciudades-Estado, pero también reducía el riesgo de conquista por parte de vecinos demasiado poderosos. Roma disfrutaba de una prosperidad fácil que muchos griegos envidiarían, pero desde muy pronto se enfrentó a un entorno regional en el que la seguridad solo podía obtenerse ganando amargas contiendas con un rival poderoso y próspero tras otro.

La naturaleza no se limitó a preparar el terreno y definir las prioridades estratégicas de los Estados rivales, sino que también intervino activamente en forma de azar. Las plagas, las buenas y malas cosechas, las tormentas en el mar, los eclipses, la niebla y otras variables alteraban con frecuencia los planes, por más cuidadosamente trazados que estuvieran. La suerte importaba. Ninguno de los historiadores era supersticioso, pero ambos veían la mano del destino en el papel que desempeñaban en la política internacional los acontecimientos naturales que escapaban al conocimiento o al control humanos. Los augures podían esforzarse en interpretar los auspicios, en apaciguar a las deidades enfurecidas y en consultar los oráculos, pero la realidad de que ni los individuos ni los Estados controlaban sus propios destinos era fundamental para la comprensión política de estos historiadores pioneros.

En contraposición a las suposiciones por defecto de muchas personas en nuestro mundo más tecnocrático de hoy, tanto Tucídides como Polibio creían que, si bien algunos individuos excepcionalmente dotados podían adivinar en parte los acontecimientos futuros, los responsables políticos en general carecían de la comprensión suficiente de las fuerzas que los rodeaban. Esto se debía en buena medida, por supuesto, a los límites científicos y técnicos de su época. En el mar, los comandantes de las flotas a menudo no sabían dónde podían estar sus oponentes, y los mejores planes de batalla podían verse fácilmente desbaratados por un cambio en los impredecibles vientos. En términos más generales, los líderes políticos no sabían si la próxima cosecha traería un banquete o el hambre, cómo se encontraban sus tropas en el campo de batalla en un día determinado o lo que estaba sucediendo en la política de las ciudades aliadas y enemigas.

Polibio
Busto de Polibio. Foto: Wikimedia

La psicología, ya fuera de la humanidad (naturaleza humana), de una comunidad o lugar concreto (cultura) o de los individuos (carácter), era otro factor crítico que influía en la suerte de la guerra. Las ideas de Tucídides y Polibio sobre la dimensión psicológica de la historia partían de la creencia de que existían impulsos y percepciones comunes a todos los seres humanos cuando se encontraban en determinadas situaciones. Los habitantes de una ciudad sitiada o amenazada conocían el miedo. Los pobres envidiaban a los ricos, los ricos desconfiaban de los pobres. Las acciones virtuosas eran ampliamente admiradas, la cobardía y otras acciones viciosas, universalmente condenadas.

Más allá de las realidades universales de la psicología humana, se consideraba que los diferentes grupos de seres humanos tenían características específicas que reflejaban su historia, su situación geográfica, su cultura y lo que, de forma un tanto anacrónica, podemos llamar su nivel de desarrollo tecnológico y social. Se consideraba que las tropas bárbaras eran a menudo más valientes y estaban más acostumbradas a las dificultades que las tropas de los Estados civilizados, pero generalmente carecían de disciplina y, si la ferocidad de su ataque inicial no lograba un objetivo, podían ser derrotadas y dispersadas. Los griegos y los romanos veían diferencias entre ellos y los pueblos de Oriente y de Egipto. Los atenienses se veían a sí mismos, y eran vistos por los demás, como un pueblo impulsivo e inconstante, hábil para descubrir nuevas posibilidades pero no siempre firme en la persecución de sus objetivos. A los espartanos, por el contrario, se les consideraba apáticos y prudentes, lentos en sus movimientos, aunque, cuando se fijaban un rumbo eran difíciles de desviar o disuadir. Una polaridad similar aparece en las guerras púnicas. A los cartagineses se les tenía por innovadores y menos sensatos que a los imperturbables romanos.

El arte de la guerra requería un conocimiento de estos factores psicológicos y culturales. Los ejércitos solían estar formados por tropas de diferentes ciudades, reinos bárbaros y tribus. El general de éxito tenía que saber cómo dirigir e inspirar a grupos de personas muy diferentes y también cómo organizar los elementos de su ejército teniendo en cuenta los estilos de lucha propios de los distintos grupos que lo componían. Por ejemplo, se intentaba colocar a los celtas, los griegos, los romanos y los númidas en posiciones en las que fuera más probable que manifestaran sus virtudes y no sus defectos.

La necesidad de incorporar la psicología a la estrategia militar iba más allá del campo de batalla. La orden de Pericles a los atenienses de evitar la lucha con las tropas espartanas que asolaban el Ática, al igual que la orden de Fabio dada a los romanos de evitar la batalla con Aníbal, iban en contra de la cultura de ambas ciudades, y la tensión entre una estrategia militar sólida y necesaria y los instintos del pueblo pusieron a prueba el liderazgo de ambos hombres. El ansia desesperada de los espartanos por recuperar a los prisioneros capturados en Pilos, comparada con la frígida negativa de los romanos a solicitar la liberación de los prisioneros tomados por Aníbal tras el desastre de Cannas, ilustra la forma en que las diferentes culturas políticas de las dos ciudades afectaban a las opciones estratégicas de sus líderes. Los reyes de Esparta simplemente no podían pedirle a la asamblea espartana que se olvidara de sus prisioneros en Atenas; los romanos tenían otras opciones después de Cannas.

Cicerón denunciando a Catilina
Cicerón denunciando a Catilina, fresco de Cesare Maccari (1880; Palazzo Madama, Roma). Foto: Getty.

El último nivel de la psicología hace referencia al individuo, ya se encuentre en una posición de liderazgo militar o político. Los antiguos historiadores creían que el carácter de un líder era un factor decisivo en el resultado de las contiendas militares y civiles. El valor, la voluntad, la elocuencia, una mezcla adecuada de humildad y orgullo, constancia y autocontrol físico y emocional eran cualidades que podían conducir al éxito, mientras que la temeridad, la cobardía, la vanidad, la avaricia y la concupiscencia solían llevar a la derrota. Las historias antiguas se escribieron en parte para iluminar las relaciones entre virtud y éxito, vicio y fracaso. Los historiadores pensaban que era imposible comprender el curso de los acontecimientos sin entender el carácter de los principales líderes implicados.

Después de la naturaleza y la psicología, la historia era la tercera fuerza que configuraba el escenario en el que competían los Estados, pero la historia tenía para los antiguos un significado diferente. El concepto de historia en el mundo moderno refleja el enorme impacto cultural de la religión abrahámica y las ideologías seculares que crecieron a su sombra. Para la imaginación moderna, la historia casi siempre aparece como un proceso de lucha desde el abismo de la ignorancia y la pobreza hacia una utopía esperada de abundancia y paz. El judaísmo, el cristianismo y el islam presentan la historia humana como la caída desde un paraíso primigenio a un reino de conflicto y miseria. Sin embargo, las tres religiones también consideran que la providencia divina actúa a través del proceso histórico para devolver a la humanidad a una versión superior del edén original. Este modelo histórico se mantiene en ideologías seculares como el liberalismo y el marxismo, y la idea del progreso hacia un «fin de la historia» triunfante está profundamente arraigada en la imaginación moderna.

Los antiguos concebían la historia en otros términos. Eran conscientes de que las artes de la civilización se desarrollaban, y de que los Estados crecían en poder y las guerras en intensidad. Sin embargo, esta conciencia no estaba unida a una doctrina del progreso. La imaginación histórica del mundo grecorromano preabrahámico era cíclica. Las sociedades humanas ascendían desde la ignorancia y el salvajismo hasta la civilización y la sofisticación, pero, a medida que las virtudes fuertes y nobles del salvaje se suavizaban con las comodidades de la vida civilizada, la sociedad perdía las virtudes que permitieron su ascenso. Cuando las sociedades se volvían decadentes y ostentosas por su dominio de las artes de la civilización, se convertían en presa fácil de nuevas oleadas de ejércitos salvajes y fuertes.

Este enfoque llevó a los historiadores de la Antigüedad a una visión bifurcada del impacto de la historia en la política internacional. Por un lado, el auge y la caída de los Estados no seguían un calendario sincronizado. Los Estados en ascenso se encontraban con Estados en su apogeo o con Estados en proceso de decadencia hacia el colapso en las dispares luchas de la política mundial. Por otro lado, la ampliación gradual del campo de juego afectaba a todos los Estados.

Las guerras del Peloponeso y la segunda guerra púnica están separadas por casi doscientos años. Las hostilidades entre Atenas y Esparta estallaron en el 431 a. C. y Atenas capituló en el 401; Aníbal invadió Italia en el 218 a. C., y Cartago aceptó las duras condiciones romanas para poner fin a las hostilidades en el 201. Aunque hubo cierto solapamiento geográfico entre las dos guerras, ya que Siracusa desempeñó un papel importante en ambos conflictos, y en ambas guerras se libraron batallas en el sur de Italia y en la Grecia continental, el mundo mediterráneo había cambiado radicalmente entre las dos épocas.

Historia de la estrategia
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Cortesía de Muy Interesante



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