¿Cómo sería ET? Especulaciones científicas sobre los extraterrestres

Con aspecto de insecto, como una masa viscosa, con exoesqueleto, enanos cabezones de orejas puntiagudas… La ciencia ficción nos ha pintado a los extraterrestres de muy diferentes formas y tamaños. Pero ¿se puede predecir, con los conocimientos científicos que hoy poseemos, cómo serían los E.T. en realidad? Sin duda, es un complicado ejercicio de especulación científica. ¿Tendrán dos ojos o más? Nariz y boca seguramente, pues por algún lado deben introducir alimentos para mantenerse vivos y, quizá, tengan algo parecido a la respiración. Además, no es alocado suponer la existencia de un órgano capaz de reconocer sustancias volátiles u oler. También deberán tener manera de deshacerse de los productos sobrantes, es decir, una especie de ano.

Más sencillo es establecer su posible altura, determinada por la gravedad del planeta. Por poner un ejemplo, ¿podrían existir en la Tierra los gigantes de los cuentos, diez o cien veces más grandes que un hombre? No, y eso ya lo sabía Galileo. La naturaleza no puede hacer crecer un árbol ni construir un animal por encima de cierto tamaño con las mismas proporciones y materiales. La única forma de solucionar el problema es cambiar las proporciones relativas, porque, según descubrió Arquímedes, si aumentamos de tamaño un sólido cualquiera, su superficie crecerá al cuadrado de sus dimensiones –largo, ancho y alto–, y su volumen, al cubo. Dicho de otro modo, si multiplicamos por dos tu tamaño, la superficie total de tu piel se incrementará cuatro veces, y tu volumen, ocho.

Física aplastante

Otro problema es el de cómo moverse. A mayor gravedad, mayor sensación de peso. Eso implica que, si los humanos hubiéramos aparecido en un lugar con diez veces la gravedad de la Tierra, nuestros huesos deberían ser más gruesos para sostener el cuerpo. Aunque, al aumentar el tamaño, la masa sería mayor y, por tanto, seríamos más pesados. Por ende, nuestro sistema muscular debería ser verdaderamente potente para movernos, lo que significa también más masa. En definitiva, en lugares de alta gravedad, no queda más remedio que jugar con pequeñas dimensiones si la evolución quiere que nuestro imaginario E.T. sobreviva.

Ahora bien, ¿pueden existir esos lugares gravitatoriamente tan intensos? Además de planetas muy masivos, que suelen ser gaseosos, tenemos las enanas marrones. El astrónomo que descubrió la posición de la Tierra en la Vía Láctea, Harlow Shapley, fue el primero en plantear la posibilidad de vida en ellas, en 1962. Sin embargo, su escasez de elementos esenciales para la vida, como el calcio, el potasio y el hierro, no lo hacen muy factible. ¿Y qué pasa en mundos con baja gravedad? Ahí no hay impedimento a la hora de definir un tamaño, aunque existe el riesgo de que, si es demasiado baja, el planeta no pueda mantener su atmósfera y se escape al espacio. Justo lo que le pasó a Marte.

ET Gemini
cómo sería E.T.
Si son seres inteligentes, dispondrán de cerebro y sensores para relacionarse con el entorno. Imagen: Gemini.

Nervios con ondas de radio

Uno de los científicos que más molestias se ha tomado en imaginar cómo sería la vida fuera de la Tierra fue el conocido astrónomo Carl Sagan (1934-1996). Muchas de sus propuestas pueden sonar extravagantes, como microbios ocultos en la superficie de la Luna o criaturas del tamaño de osos polares en Marte.

En 1976, junto con un respetado astrofísico experto en evolución estelar, llamado Edwin Salpeter, describió en el Astrophysical Journal Supplement todo un ecosistema parecido al que hay en nuestros océanos, pero en la atmósfera joviana. Imaginaron que podían existir unos seres parecidos a globos aerostáticos dentro de las nubes –que les proporcionaban los nutrientes necesarios– mientras que depredadores con forma de misil se alimentaban de ellos.

Una idea que se queda corta si la comparamos con la de “La nube negra” (1957), novela del astrónomo inglés Fred Hoyle. Aquí, una gigantesca nube interestelar con una edad de quinientos millones de años era capaz de pensar y moverse. Sus procesos vitales dependían de la fuerza electromagnética, y la actividad nerviosa se propagaba por su interior mediante ondas de radio.

Érase un cadáver estelar

Rizando el rizo, algunos científicos han soñado con la existencia de un tipo de vida extraterrestre un tanto exótica, basada en sistemas no químicos, como, por ejemplo, en las dos fuerzas nucleares, la fuerte, que mantiene unido el núcleo atómico; y la débil, que guía ciertas desintegraciones radiactivas. ¿Dónde podríamos encontrar a estos seres subatómicos? En 1973, el radioastrónomo Frank Drake propuso que un hábitat perfecto sería la superficie de una estrella de neutrones, un cadáver estelar con una masa de unos pocos soles encerrados en una esfera de tres kilómetros de diámetro que rota sobre sí misma mil veces por segundo.

En 1992, Tobias Owen y Donald Goldsmith imaginaron una hipotética vida atómica en la superficie de estas estrellas, en donde la evolución no necesita miles de millones de años en hacer su labor, sino una mil millonésima de año, esto es, un treceavo de segundo. Las civilizaciones aparecerían y desaparecerían en un abrir y cerrar de ojos. Los dos astrónomos intuyeron que, para comunicarse entre sí, estos subatómicos seres no usarían ondas de radio, sino la radiación más energética que existe, los rayos gamma.

La imaginación científica

Todas estas especulaciones no dejan de ser más que un ejercicio de imaginación científica desbordada, sobre todo, comparadas con el antropomorfismo que tintó a los alienígenas en la primera mitad del siglo XX. De acuerdo con este estereotipo, tendrían simetría bilateral y, al igual que nosotros, usarían las extremidades inferiores para desplazarse y las superiores para utilizar herramientas. Por supuesto, deben tener manos. Con diez dedos ya sería demasiado parecido, ¿pero qué tal un índice y un pulgar a modo de pinza?

ET Gemini
En un planeta con poca gravedad, serían eficientes criaturas de gran altura y poco peso. Imagen: Gemini.

Por otro lado, un ser inteligente necesita disponer de un buen sistema de almacenamiento de información, o sea, un cerebro; y de sensores para relacionarse con el entorno, similares a nuestros ojos, oídos y nariz. Estarían cerca del encéfalo, para que la información llegue deprisa y se procese con rapidez.

En cuanto al rango de visión, puede variar, aunque no mucho. Quizá vean más en la zona infrarroja del espectro, o quizá en la ultravioleta. Más por debajo, como la longitud de onda de las microondas o de las de radio, sería imposible por cuestiones puramente físicas: necesitarían tener unos ojos del tamaño de una antena parabólica, porque a mayor longitud de onda, mayor deber ser el dispositivo que las recoja.

Visión de rayos X

Tampoco se pueden ir muy por encima del ultravioleta, pues esta radiación es letal para las moléculas orgánicas de la vida. En el caso de los rayos X, al ser muy penetrantes, no habría retina que los detuviera. Por supuesto, debe tener dos ojos, pues la visión binocular es fundamental para percibir la profundidad. ¿De qué tipo? La mejor opción es la de los mamíferos, con una lente central. O podrían tener ojos compuestos, aunque, al carecer de cristalino, tendrían que ser demasiado grandes para obtener una calidad de visión similar. Otra opción sería el ojo esquizocroal, formado por varias lentes separadas por una membrana blanca, la esclerótica. Era exclusivo de los Phacopina, un suborden de los extintos trilobites, y parece que era útil en condiciones de poca luminosidad.

A todo esto, ¿qué nos puede decir la teoría de la evolución sobre cómo sería un E.T.? En enero de 2011, la revista Philosophical Transactions publicó un artículo del paleontólogo de la Universidad de Cambridge Simon Conway Morris, especialista en uno de los eventos más misteriosos de la evolución de la vida en la Tierra, la explosión del Cámbrico. Morris planteó que, con todo lo que sabemos de evolución, hay una serie de restricciones para el aspecto de los extraterrestres. Por un lado, está su bioquímica. Basada en el carbono, no podría diferir demasiado de la nuestra, pues la química orgánica es la misma en cualquier punto del universo. Las moléculas podrán ser otras, pero los procesos subyacentes serán los mismos.

Cuestiones ambientales

Igual podemos decir de las células, que deberán tenerlas. Resulta imposible de creer que la compleja maquinaria de la vida no necesite de un espacio cerrado y bien definido. Sin embargo, si subimos a la escala de los organismos, la cosa no es tan sencilla. Por varios motivos: en la definición del cuerpo entran en juego cuestiones ambientales, porque las novedades evolutivas surgen a partir de caracteres antiguos y porque hay que tener en cuenta el azar. Recordemos que los mamíferos dominan la Tierra porque la casualidad puso un asteroide en rumbo de colisión con nuestro planeta.

No obstante, aunque el aspecto no se pueda definir con propiedad, según Morris, sí que tendrán algunas características de las que podemos estar razonablemente seguros. Una de ellas, como ya hemos dicho, es la simetría bilateral, una forma sencilla de construir cuerpos. La radial y triple son más complicadas y, en la Tierra, nunca han llegado muy lejos.

Tampoco es descartable que puedan tener una organización modular, como los artrópodos. Una segunda característica es que, si queremos que sean inteligentes, deben tener algún apéndice libre para poder manipular el entorno, y dos son mejor que uno. Otra exigencia: un metabolismo capaz de generar la gran cantidad de energía que consume el cerebro –en los humanos es del 30 %–, lo que hace pensar en que sean seres de sangre caliente.

Como dos gotas de agua

Muchos científicos son de la opinión de Francis Drake, uno de los fundadores del proyecto SETI, que asegura que los E.T. “no serán muy diferentes de lo que somos nosotros. Si viéramos uno de ellos a una distancia de cien metros pensaríamos que es un ser humano”.

Asimismo, Morris cree que la vida en planetas similares al nuestro podría evolucionar de manera parecida. Para justificarse, apunta a la evolución convergente, es decir, que distintas especies llegan a las mismas soluciones de manera independiente. En la Tierra, hay muchos ejemplos de ello, como el ojo, que se cree que evolucionó más de medio centenar de veces. Es más, para Morris, en cualquier mundo similar al nuestro la inteligencia acabará por aparecer, pues es también convergente.

“La probabilidad de que evolucione algo análogo a un humano es bastante alta, y, dado el alto número de planetas potenciales que conocemos, tenemos buenas razones para pensar que, de las muchas inteligencias que puedan aparecer, las habrá que sean similares a las nuestras”, señala Morris. Y añade: “La evolución está lejos de ser un proceso aleatorio, pues resulta predecible, al menos en un sentido amplio. Y, si esto es así, lo que se aplica a la Tierra se puede aplicar a toda la Vía Láctea. Aquello que vemos como más importante, como la sofisticación cognitiva, grandes cerebros, inteligencia, hacer herramientas o experimentar orgasmos… también son convergentes”.

ET Gemini
cómo sería E.T.
¿Cómo sería E.T.? Imagen: Gemini.

Seis claves evolutivas

Tal vez, no hay otra elección evolutiva para ser inteligentes más que parecerse a nosotros, con cabeza separada del torso y apéndices superiores e inferiores. La postura de Morris es compartida por diferentes científicos; la evolución no innova todos los días, sino que llega a soluciones parecidas para acabar con una morfología similar.

En un artículo publicado hace quince años en la revista científica Deep Time, los paleontólogos Andrew Knoll y Richard Bambach argumentan que existen seis megatrayectorias que “retienen la esencia de los cambios en la historia de la vida” y que pueden darse en cualquier punto del cosmos. Se trata del origen de la vida al último ancestro común; la diversificación procariota; la diversificación unicelular eucariota; los seres multicelulares; los organismos terrestres; y la aparición de la inteligencia y la tecnología. En 2006, los cosmólogos Milan Ćirković y Robert J. Bradbury dieron un paso más allá, y especularon con la postevolución debido a la aparición de la inteligencia artificial y la invención de algunas tecnologías clave, como el nanoensamblaje molecular y la ingeniería estelar.

La historia evolutiva no se repite

Pero no todos los científicos piensan que haya millones de tipos de humanoides pululando por el universo, como sucede en Star Trek. La diversidad de vida en la Tierra es enorme, y que los humanos tengamos el aspecto que tenemos y que no sean unas arañas inteligentes las que usen smartphones es solo cuestión de pura chiripa evolutiva. Stephen Jay Gould (1941-2002) dudaba de que la historia de la vida en la Tierra tal como la conocemos volviera a darse aunque se repitiera un millón de veces; es decir, que tengamos cuatro extremidades en lugar de seis es una casualidad evolutiva.

El biólogo Ernst Mayr (1904-2005), incluso, negaba que la inteligencia fuera una propiedad convergente. “Nada demuestra más la improbabilidad del origen de la inteligencia de alto nivel como los millones de linajes filogenéticos que han fracasado en obtenerla”, afirmó. Según sus cálculos, de 50.000 millones de especies en nuestro planeta, “solo una alcanzó el tipo de pericia necesaria para establecer una civilización”.

Serán raros, raros, raros

Tal y como lo expuso el antropólogo de Nebraska Loren Eiseley (1907-1977), “en ningún lugar del espacio ni en un millar de mundos habrá hombres con los que compartir nuestra soledad. Puede haber sabiduría, puede haber poder… pero en la naturaleza de la vida y en los principios de la evolución tenemos nuestra respuesta. Hombres, en algún lugar y más allá, no habrá ninguno jamás”.

Ahora bien, ¿hay algo que sea universal en los seres vivos o en su comportamiento, algo que trascienda a las diferencias evolutivas? Para el biólogo Jack Cohen y el matemático Ian Stewart, la astrobiología actual no nos permite imaginar todo el espectro de posibilidades. Parafraseando al nobel de Medicina John Burdon Sanderson Haldane, los extraterrestres, si existen, no solo serán más extraños de lo que imaginamos, sino más extraños de lo que podamos imaginar.

Cortesía de Muy Interesante



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