Así se gestaron los actuales conflictos de Oriente Próximo durante el período de entreguerras

En el período de entreguerras (1919-1939), tuvieron lugar cambios decisivos en distintos escenarios del planeta. En un mundo todavía marcado por el colonialismo y la dominación occidental se fraguaron y tomaron cuerpo una serie de transformaciones que serían clave para lo que ocurriría en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Un mundo en reconfiguración

Las décadas de los veinte y treinta estuvieron marcadas por las secuelas de la Gran Guerra y por nuevas dinámicas globales entre las que podemos destacar una aceleración y extensión de la industrialización, el desarrollo de las comunicaciones y las grandes migraciones.

Igualmente, en el plano político se produjo la expansión de nuevas ideologías de masas, el surgimiento de regímenes políticos autoritarios en Europa y las Américas y experimentos radicalmente novedosos como el Estado soviético. Se fue perfilando una nueva sociedad internacional mundializada, compleja, heterogénea, crecientemente dependiente, en la cual se generalizó el modelo estatal occidental. Todos estos fenómenos desbordaban el marco estatal o continental y afectaron a las Américas, Oriente Próximo, África y Asia, y supusieron una importante reconfiguración del mundo.

Por ello, no es casual que en 1919 naciera, de la mano del historiador y diplomático Alfred Zimmern y en la universidad galesa de Aberystwyth, una nueva disciplina académica: las Relaciones Internacionales. Diferenciándose de la Historia, la Diplomacia o el Derecho internacional, se fijó como objetos de estudio las causas de la guerra, la multiplicidad de los actores, sus comportamientos y sus interacciones a nivel transnacional. Rápidamente se abrieron cátedras en varios países y aparecieron centros de estudio y publicaciones especializadas.

Los 14 puntos que presentó el presidente estadounidense Woodrow Wilson en su famoso discurso de enero de 1918 pretendían restablecer la paz en Europa y fijar las bases de un nuevo orden mundial posbélico. Su propuesta tuvo un innegable efecto en la escena global; en particular, en materia de derecho de los pueblos a decidir (punto 5) y en cuanto a la necesidad de una instancia multilateral.

Woodrow Wilson en el Congreso
Los 14 puntos del presidente norteamericano Wilson sentaron las bases de la nueva escena política. La Sociedad de Naciones garantizaría la independencia de los Estados y su integridad territorial. Foto: Getty.

Del punto 14 (“La creación de una asociación general de naciones, a constituir mediante pactos específicos con el propósito de garantizar mutuamente la independencia política y la integridad territorial, tanto de los Estados grandes como de los pequeños”) nacería la Sociedad de Naciones. Esta nueva organización se creó en 1919 con apenas 42 Estados miembros, 16 europeos y 26 no europeos aunque esencialmente americanos; solo había unos pocos africanos y asiáticos, y en su momento culmen solo llegó a tener 63 miembros. El resto del planeta, en particular la casi totalidad del continente africano y gran parte de Asia, seguía bajo régimen colonial.

Las reformas introducidas por las metrópolis, el surgimiento de élites autóctonas muy permeables a las ideas políticas en boga y la configuración progresiva de nuevas identidades políticas basadas en sus singularidades culturales trastocaron el orden colonial. En las colonias hervían movimientos independentistas de muy diversa índole. Unos resistían ferozmente la ocupación (entre 1911 y 1927, España estuvo entrampada en la Guerra del Rif), mientras que otros hacían oír sus reclamos por vías políticas y protagonizarían las luchas por la independencia.

Estas dos décadas fueron un período de transición entre el colonialismo clásico y las independencias, durante el cual todavía se pusieron en marcha nuevas empresas coloniales (Italia en Abisinia, 1935-36), se mantuvieron los viejos regímenes coloniales (en gran parte de África), así como regímenes tutelados o protectorados (en el norte de África), y se experimentaron nuevas formas de dominio como los Mandatos. A todo ello se sumaron intervenciones militares y ocupaciones de diverso tipo.

Un tipo de dominio novedoso en ese momento fue el sistema de Mandatos establecido por la Sociedad de Naciones para gestionar las posesiones de los derrotados, Alemania y el Imperio otomano. El artículo 22 del Pacto de la Sociedad de Naciones (1919) indicaba:

Asamblea General de las Naciones Unidas en 1920
Un momento de la Asamblea General de la Sociedad de Naciones reunida en Ginebra en 1920. Foto: Getty.

“1. Los principios siguientes se aplican a las colonias y territorios que, a raíz de la guerra, han cesado de hallarse bajo la soberanía de los Estados que los gobernaban anteriormente y que son habitados por pueblos aún incapaces de regirse por sí mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno. El bienestar y desarrollo de esos pueblos constituye una misión sagrada de civilización, y conviene incluir en el presente pacto garantías para el cumplimiento de esta misión. 2. El mejor método para realizar prácticamente este principio consiste en confiar la tutela de esos pueblos a las naciones adelantadas que, gracias a sus recursos, su experiencia o su posición geográfica, están en mejores condiciones para asumir esta responsabilidad y que consienten en aceptarla. Ellas ejercerán esta tutela en calidad de mandatarios y en nombre de la sociedad. 3. El carácter del Mandato debe diferir según el grado de desarrollo del pueblo, la situación geográfica del territorio, sus condiciones económicas y cualquiera otra circunstancia análoga”.

De este modo, se atribuyó a una serie de países (Reino Unido, Francia, Bélgica, la Unión Sudafricana, Japón, Australia y Nueva Zelanda) la gestión interina de unos territorios con la finalidad de ir preparando su independencia. Además, se establecieron diferentes fórmulas de Mandatos (A, B y C) en función del nivel de desarrollo de las poblaciones autóctonas. En las décadas posteriores, algunos de estos territorios se convirtieron en Estados independientes, pero otros tardarían más tiempo en obtener su autogobierno, algunos muchos años.

Por otra parte, las potencias coloniales comenzaron a asumir el desmantelamiento progresivo de sus dominios de ultramar. Los británicos empezaron por sus colonias de poblamiento europeo. En 1931, el Estatuto de Westminster creó la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth) que agrupaba a Canadá, Nueva Zelanda, Australia, el Estado Libre de Irlanda y Sudáfrica.

El fin del Imperio otomano

Por su cercanía a los Balcanes del sur, Anatolia y Oriente Próximo fueron regiones extremadamente sensibles para Europa. Las potencias intervinieron en la configuración de los nuevos Estados que allí tomarían forma.

A partir de la toma de Constantinopla en 1453, el Imperio otomano fue durante más de cuatro siglos un actor muy relevante de la escena internacional. Dominó los Balcanes, el norte de África, el Mediterráneo oriental, el mar Negro y el mar Rojo, Oriente Próximo y parte de la península Arábiga. Su singularidad y la principal razón de su perdurabilidad fue haber sido capaz de integrar a poblaciones heterogéneas y de aprovechar los saberes de las diversas culturas a las que dominó.

La toma de Constantinopla por Mehmet II
La dinastía osmanlí gobernó el Imperio otomano desde su fundación en 1299 hasta su disolución en 1922, cuando el gobierno nacionalista obligó al sultán Mehmet VI a exiliarse. Arriba, la toma de Constantinopla por Mehmet II en 1453 (cuadro). Foto: Alamy.

Sin embargo, a mediados del siglo XIX los dominios otomanos se habían contraído considerablemente bajo la presión de Rusia y las potencias europeas. Se atribuye al zar Nicolás I de Rusia la denominación de “hombre enfermo de Europa”. Su declive se debió también a otros factores: dinámicas centrífugas a cargo de movimientos que buscaban mayor autonomía y problemas económicos y de gestión. Se intentaron reformas (tanzimat), se abrió el sistema de gobierno y se impulsó una modernización económica e industrial desde arriba, pero no fue suficiente. El alineamiento de la Sublime Puerta con las Potencias Centrales en la Primera Guerra Mundial y su derrota supusieron la estocada final.

Tras la debacle, varias conferencias internacionales que reunieron a los vencedores acordaron los nuevos límites fronterizos y el destino de los territorios del Imperio otomano (San Remo en abril de 1920, Sèvres en agosto de 1920, Londres en julio de 1922, Lausana en julio de 1923). Las potencias intentaron encajar los acuerdos contradictorios tomados en tiempo de guerra (correspondencia Hussein-McMahon 1915-1916; acuerdos Sykes-Picot 1916; Declaración Balfour 1917), pero además esgrimieron sus nuevos intereses y tuvieron que hacer frente al surgimiento de nuevos actores, como los movimientos nacionales emergentes o los lobbies del petróleo.

Oriente Próximo, ocupado de facto a raíz de la guerra, quedó así dividido de iure a partir de 1920 y 1922 en una serie de Mandatos confiados a Francia y al Reino Unido. El artículo 22 del Pacto de la SDN mencionaba expresamente la región: “4. Ciertas comunidades que antes pertenecían al Imperio otomano han alcanzado tal grado de desarrollo que su existencia como naciones independientes puede ser reconocida provisoriamente, a condición de que los consejos y la ayuda de un mandatario guíen su administración hasta el momento en que ellas sean capaces de manejarse solas. Los deseos de esas comunidades deben ser tomados en especial consideración para la elección del mandatario”.

La delimitación territorial de los Mandatos corrió a cargo de las potencias europeas, que trazaron unas fronteras ex novo según sus intereses. De la noche a la mañana, los antiguos súbditos árabes otomanos se vieron asignados a unas entidades políticas nuevas que prefigurarían los Estados que hoy conocemos.

En Oriente Próximo, el Reino Unido se hizo cargo de tres Mandatos –Palestina, Transjordania y Mesopotamia– y Francia de dos –Líbano y Siria–. Las potencias mandatarias debían preparar las condiciones para la independencia configurando el sistema político, preparando una administración y unas instituciones estatales y formando cuadros y funcionarios. Obviamente, esta implantación del modelo estatal por parte de los nuevos colonizadores no siempre fue bien recibida. De hecho, los Mandatos frustraban la posibilidad de crear un gran Estado árabe, tal como habían soñado los nacionalistas panárabes.

Mapa europeo tras el Tratado de Versalles
Con la firma del Tratado, fueron muchas las fronteras europeas y de Oriente Medio que se modificaron. En el mapa se reflejan las nuevas divisiones. Foto: Photoaisa.

En Siria, por ejemplo, Francia se encontró con una fuerte contestación a sus planes de crear microestados confesionales para drusos, alauíes, cristianos y musulmanes suníes. Las potencias mandatarias se comportaron como solían hacerlo en las colonias: dividiendo para controlar mejor, alimentando el sectarismo y cooptando ciertas élites para garantizar relaciones privilegiadas, cuando no tutela, una vez alcanzada la independencia. Así, trasplantaron sus propios sistemas políticos y su lengua; por ejemplo, los británicos implantaron monarquías y los franceses repúblicas.

En Irak y en Transjordania, Londres instaló como reyes a los vástagos de la Casa Hachemí procedente de Arabia. Antes de la Segunda Guerra Mundial, solo Irak pudo alcanzar su independencia en 1932, ingresando ese mismo año en la SDN. Los demás territorios se independizarían en los años cuarenta, salvo Palestina debido a su singularidad: la existencia de un movimiento nacional judío colono que aspiraba a crear un Estado propio.

En 1932, se fundó el nuevo Estado de Arabia Saudí. Treinta años duró la llamada “Unificación de Arabia” a cargo de los Saud, sometiendo a las diversas tribus y regiones de la Península bajo su autoridad. A pesar de su empeño, los Saud no lograron integrar los emiratos de la costa del Golfo, bajo control británico, ni Yemen ni Omán. El primer monarca sería Abdelaziz Bin Saud (1876-1953), figura clave del sistema político saudí hasta el día de hoy. Un año más tarde, en 1933, se firmaba la primera concesión a la petrolera americana Standard Oil.

Otro caso singular fue Persia. De historia milenaria, siempre tuvo una fuerte identidad nacional y no conoció una ocupación colonial europea. Su debilidad con los monarcas Qajar dio pie a que, en 1907, el Imperio ruso y el Reino Unido se dividieran brevemente parte del país en zonas de influencia. En 1920 ingresó en la SDN. En 1925, un militar nacionalista, Reza Khan, depuso al monarca ausente y se erigió en nuevo sah, adoptando el nombre de Pahlaví. Reza Pahlaví impulsaría políticas modernizadoras y en 1935 cambiaría el nombre del país por Irán (la tierra de los arios). En 1908, se había descubierto petróleo en el país, lo que lo convirtió desde entonces en un objetivo apetecible para las potencias.

El proyecto nacional judío

En el período de entreguerras tomó forma otro problema que marcaría la escena regional hasta hoy: el conflicto que posteriormente se llamaría israelo-palestino, pero que en ese momento enfrentaba a colonos europeos judíos y a árabes autóctonos en el Mandato británico de Palestina.

El movimiento nacional judío, conocido como sionismo, surgió en Europa central en la segunda mitad del siglo XIX. A diferencia de los otros nacionalismos que tenían una base en la lengua común, su singularidad fue articular una nueva identidad nacional judía basada en rasgos culturales (que no religiosos) de las comunidades hebreas. Esencialmente antiliberal, negaba la posibilidad de que las democracias burguesas pudieran garantizar los derechos de los judíos, por lo que se hacía necesario disponer de un Estado propio. Los sionistas encontrarían en el orden colonial europeo la posibilidad de disponer de un territorio para su proyecto estatal.

Tras valorar distintas opciones en África y América, optarían por Oriente Medio, que estaba controlado por una potencia en declive, cerca de Europa y en donde ya había presencia occidental gracias a las capitulaciones. Y con otra gran ventaja: era el territorio del que procedía la religión judía y donde hubo en la remota Antigüedad, por un breve período de tiempo, una entidad política judía. Un nexo simbólico, carente de valor histórico o jurídico, pero de gran valor legitimador para el relato nacional.

En sus primeros años, la empresa colonial fue muy lenta y modesta: unos pocos miles de pioneros se instalaron en esas provincias otomanas. Pero en noviembre de 1917 el canciller británico Arthur J. Balfour prometió ayuda al establecimiento de “un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina”. Esta declaración suponía un apoyo fuerte de Londres, pero no dejaba de ser una muestra más de su lógica y su comportamiento colonial. Como bien señaló el filósofo y ensayista húngaro judío Arthur Koestler, “es un documento con el cual una nación promete solemnemente a otra el territorio de una tercera. Aunque la nación a la que se hizo la promesa no era una nación, sino una comunidad religiosa, y el territorio prometido pertenecía, en ese momento, a una cuarta nación, Turquía”.

Pero la colonización se aceleró con los británicos, dado que la guerra civil rusa y el auge de los regímenes autoritarios (y antisemitas) en Europa incrementaron la inmigración. La Conferencia de Evian, en julio de 1938, convocada para encontrar una respuesta colectiva al problema de los refugiados judíos en Europa, se saldó con un fracaso rotundo. Muchos de ellos, pues, optarían por sumarse a la empresa colonial en Palestina.

A lo largo de varias décadas, los colonos sionistas –el yichuvfueron preparando su Estado: crearon una economía para la comunidad, instituciones de gobierno, partidos, un sindicato y unidades armadas de autodefensa. Obviamente, el proyecto estatal del sionismo chocó con la voluntad de la población autóctona árabe de independizarse. Ambos movimientos, el nacional judío y el nacional árabe, se disputaban un mismo territorio. La disputa dio pie a una espiral de enfrentamientos violentos.

Revuelta árabe de 1936
En 1936, la población palestina comenzó una revuelta contra los británicos para oponerse al crecimiento de la inmigración de judíos europeos y a su establecimiento en el territorio como su “hogar nacional”. Foto: Getty.

Su culmen fue la Gran Revuelta Árabe (1936-1939) que opuso a árabes, judíos y británicos. Paradójicamente, el sionismo contribuyó también a la creación de una identidad árabe palestina particular. A diferencia de sus vecinos libaneses, sirios o jordanos, los árabes del Mandato de Palestina se encontraron con un competidor que imposibilitaba su independencia. Se vieron convertidos en el único pueblo al que se le usurpaba la tierra. En suma, antes de que se proclamara la independencia del Estado de Israel en mayo de 1948 ya se había fraguado un conflicto que perdura hasta nuestros días.

Cortesía de Muy Interesante



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