Cuando España (y la Guerra Civil española) se convirtió en la antesala de la Segunda Guerra Mundial

Al día siguiente del alzamiento de Franco en España, el 19 de julio de 1936, el Führer –a dos semanas de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín, su gran escaparate propagandístico– recibió las primeras y confusas noticias del asunto en medio del Festival de Bayreuth, que acababa de iniciar sus conciertos anuales convertido, bajo la dirección de la nuera de Wagner (la británica Winifred Marjorie Williams), en un gran acto de exaltación nacionalsocialista. Por entonces, el Tercer Reich llevaba en pie tres años y Hitler, un semidiós para los alemanes, rumiaba sus planes de conquista y sometimiento del mundo.

Franco pide ayuda por carta

Poco después, el día 24, llegó a sus manos un informe más completo elaborado por la embajada alemana en Madrid. Pintaba un panorama adverso: obreros, comunistas y anarquistas, armados por el gobierno legítimo, se habían hecho con el control de varias de las grandes ciudades españolas; la Guerra Civil estaba servida. Solo en Madrid, unos treinta ciudadanos alemanes habían sido detenidos, por lo que de inmediato se enviaron a España dos acorazados por lo que pudiera pasar. Pero fue al día siguiente, 25 de julio, cuando se produjo un encuentro decisivo para el devenir de la contienda española: el Führer aceptó entrevistarse en persona con un capitán de aviación llamado Francisco Arranz, portador de una carta dirigida por Franco a Hitler.

En ella se detallaba la delicada posición de los sublevados. Los cálculos del director del golpe, el general Emilio Mola, habían fallado en gran medida por su derrota en Barcelona, Madrid y Valencia. Los sediciosos contaban con el ejército de África –el más fogueado y efectivo–, pero el gobierno tenía consigo la aviación, la mayor parte de la marina, las masas obreras, la industria del norte, el aparato diplomático y el oro del Banco de España. Así las cosas, a esas alturas resultaba evidente que, sin ayuda exterior, la sublevación estaba condenada al fracaso.

Franco escribe en su despacho con la foto de Hitler sobre la mesa
En la imagen, tomada en 1937, Franco escribe en su despacho con la foto de Hitler sobre la mesa. En su carta a este del 23 de julio del 36 lo llamaba “Excelencia” y le pedía 10 aviones, 6 cazas, 20 piezas antiaéreas y 500 kg de bombas aéreas, entre otras cosas. Foto: Getty.

Además, Franco se hallaba ante un problema acuciante: cómo trasladar a la Península las tropas de Regulares y de la Legión Extranjera que debían apoyar a Valera y Queipo de Llano en Andalucía. Estaban concentradas en Ceuta y la vía marítima había quedado descartada, porque las dotaciones de la marina, amotinadas masivamente contra los oficiales sublevados, habían tomado el control de los barcos con el respaldo de Madrid. El bloqueo naval era casi absoluto, por lo que solo quedaba la opción de llevar a los soldados y el armamento mediante transporte aéreo.

En su carta, redactada el 23 de julio, Franco no se limitaba a exponer su angustiosa tesitura, sino que –siempre práctico– concretaba la ayuda inmediata que solicitaba a su homólogo, cuantificada en diez Ju 52 de transporte y seis cazas Heinkel 51, así como ametralladoras y material antiaéreo. La misiva fue prontamente entregada al capitán Francisco Arranz Monasterio, que hablaba alemán, y este, a bordo de un avión de pasajeros de Lufthansa y acompañado por Adolf Langenheim, jefe local nazi en Marruecos, y por el empresario Johannes Bernhardt, voló aquella misma tarde a Sevilla y, vía Valencia y Marsella, llegó a Berlín el 24.

El papel de Hess, Canaris y Göring

Sorprende, eso sí, que fueran recibidos por Hitler en Bayreuth con tal celeridad. Al parecer, lo previsto en un principio era solo una reunión con el tercer hombre de la jerarquía nazi tras Hitler y Göring, Rudolf Hess, pero este, consciente de la urgencia de la situación, informó a su jefe de la llegada del emisario y le convenció para que le concediera audiencia esa misma tarde. También contribuyó el consejo del almirante Wilhelm Canaris, jefe de los Servicios Secretos nazis, quien no solo conocía España sino que había tratado personalmente a Franco y Sanjurjo.

Tras la entrevista, Hitler convocó al ministro de Guerra, Blomberg, y al jefe de la Luftwaffe, Göring. El primero se opuso a la intervención del ejército regular alemán en España, pero el segundo supo ver en la demanda de Franco una oportunidad única para probar la capacidad de sus aviones y pilotos en combate, y se manifestó a favor. Hitler resolvió hacer caso a los dos: mandaría aviones, pero no tropas de tierra. Pronto se comunicó a la embajada franquista que no solo se accedía a su petición, sino que en lugar de diez Junkers se enviarían veinte.

Miembros de la Legión Cóndor
La principal ayuda nazi al bando franquista se plasmó en el envío de pilotos y aviones (aquí vemos a miembros de la Legión Cóndor junto a un caza Heinkel 51). Foto: Getty.

Alemanes en el bando “nacional”

Con la llegada de los prometidos aviones nazis, los golpistas consiguieron transportar en una semana a un total de 1.500 regulares y legionarios, con sus armas e impedimenta, a tierra peninsular. Un periodista extranjero, al ver descender de aquellos aviones a soldados con turbante mezclados con pilotos alemanes, se preguntó por qué se hacían llamar “nacionales”. Por si esto fuera poco, el 24 de agosto –el mismo día en que, con total hipocresía, Alemania declaraba aceptar el embargo de armas a España–, Hitler dio la orden secreta de incrementar la ayuda creando un pequeño ejército de apoyo a los franquistas. Fue designado para coordinarlo Walter Warlimont, que en Núremberg sería juzgado por crímenes de guerra y condenado a cadena perpetua (aunque solo cumplió 12 años de pena).

El sostén alemán incluyó tanques, armas y técnicos, pero su actividad se centró en la aviación. La tristemente célebre Legión Cóndor fue una excelente ayuda para Franco a lo largo de toda la guerra; eso sí, no le salió gratis. Hitler estaba interesado en algunas materias primas españolas, concretamente sus minerales. En junio de 1937, lo dejó claro en una concentración nazi: el suministro de mineral de hierro vasco a la industria pesada alemana era “más importante que cualquier otra consideración sobre la paz europea”.

Así, en la decisión de Franco de llevar la guerra al norte –uno de cuyos efectos fue el bombardeo de Guernica en abril de 1937influyó en buena medida el consejo nada inocente de los alemanes. Estos se dedicaron, una vez dominado el norte, a comprar minas en Vizcaya en la llamada Operación Montaña, pero fueron tan lejos en sus propósitos –llegaron a hacerse con la propiedad de 200 explotaciones mineras– que Franco anuló muchas de estas adquisiciones, lo cual provocó la irritación de Berlín.

Guernica arrasada tras el bombardeo
Una vecina de Guernica recorre la arrasada villa tras el bombardeo (abril de 1937). Foto: Getty.

No obstante, los beneficios obtenidos de las operaciones militares en cuanto a organización, fogueo de la tropa y prueba de armamento resultaban tan satisfactorios que las operaciones en suelo español continuaron. En la Batalla de Brunete (julio de 1937), por ejemplo, quedó de manifiesto la inferioridad de los cazas y tanques nazis frente a los soviéticos, de lo que se extrajeron las oportunas consecuencias de cara al futuro. También fue en España donde los alemanes comprobaron la enorme utilidad como arma antitanque –era capaz de perforar blindajes de 17 centímetros a un kilómetro de distancia con absoluta precisión– del cañón antiáreo Flak 88, que luego sería una de las herramientas más eficaces de los nazis en la II Guerra Mundial.

Pruebas de fuego

Otro ensayo afortunado fue el que se realizó con el famoso bombardero en picado conocido como Stuka, que sería testado en combate en los cielos de Teruel: hasta tres prototipos demostraron su gran eficiencia en el bombardeo de precisión volando en picado. Y no solo este; de la Guerra Civil española salieron perfeccionados los tres modelos de bombardero que constituirían la base del éxito para la conquista de Europa: el Heinkel He 111, el caza Messerschmitt Bf 109 y el Stuka.

Cañón Flak puesto a prueba en la Guerra Civil española
Diseñado por los artilleros alemanes, el Flak, un cañón de 88 mm, fue puesto a prueba en la Guerra Civil española por la Legión Cóndor, que descubrió su potencial como arma antitanque. Foto: Getty.

En cuanto a la tropa, la experiencia de combate les llevó a probar nuevas tácticas que se aprovecharían convenientemente en la II Guerra Mundial. Casi todos los oficiales y pilotos que lucharon en España tuvieron, de hecho, un papel relevante en el posterior conflicto; no solo jefes como Sperrle, Richthofen o Warlimont, sino también ases de la aviación como Adolf Galland, que sobrevivió a las dos guerras apuntándose más de un centenar de derribos. Asimismo, las experiencias de Wilhelm von Thoma, general tanquista que participó en unas 200 operaciones en España, sirvieron de base para el diseño delos tanques Panzer y Tiger.

Tras participar en la Batalla del Ebro, la Legión Cóndor abandonó España el 22 de mayo de 1939, mes y medio después de la victoria franquista y tres meses antes de la invasión nazi de Polonia, que supondría el estallido de la guerra en Europa. La despedida tuvo lugar en León, donde hubo intercambio de condecoraciones, desfile, discursos y, como remate, una gran fiesta. Su llegada a Alemania constituyó todo un espectáculo propagandístico, con otro desfile, esta vez por la avenida berlinesa Unter den Linden, y un gran discurso triunfal de Hitler que concluyó con unas frases dirigidas a Franco: “Solo tenemos un deseo, y es que el noble pueblo español logre iniciar con éxito una nueva era de resurgimiento bajo la jefatura genial de ese hombre”. De los 17.000 efectivos que combatieron en España habían muerto 330, apenas un 2%. El número de sus víctimas, por el contrario, sigue siendo una incógnita.

Cortesía de Muy Interesante



Dejanos un comentario: