La batalla que marcó un antes y un después: cuando Portugal plantó cara al Imperio español en Montijo

En el siglo XVII, España era una potencia europea, pero enfrentaba desafíos internos y externos que dejaron su huella. Durante gran parte del siglo XVII, Portugal fue parte de la Monarquía Hispánica bajo el dominio español. Sin embargo, en 1640, Portugal se rebeló y proclamó su independencia, desencadenando las Guerras de Restauración Portuguesas. Tras la revuelta de 1640, las primeras fases de la Guerra se caracterizaron por enfrentamientos menores y escaramuzas a lo largo de la frontera. Ambas partes intentaron consolidar su control y reforzar sus defensas.

En 1640, un grupo de conspiradores asaltó el Palacio de Lisboa y depuso a la gobernadora española, la duquesa de Mantua. El duque de Braganza, descendiente de un hijo ilegítimo de Juan I, aceptó el trono como Juan IV de Portugal. Todo su reinado se caracterizó por su lucha para mantener la independencia de Portugal. Fue una lucha de escaramuzas cerca de la frontera. En 1644, Elvas resistió al asedio español. En 1654, se firmó un tratado anglo-lusitano, por el cual Juan IV acordó no molestar a los comerciantes ingleses y permitir el uso de su propia Biblia, entre otras cosas. En 1656, Juan IV falleció. La reina, una sevillana llamada Luisa de Guzmán, hija del duque de Medina-Sidonia, asumió la regencia de su hijo, Alfonso VI de Portugal, y trató de alcanzar un acuerdo con España.

Posteriormente, en 1659, Elvas fue asediada nuevamente, resultando en la batalla de las Líneas de Elvas. En 1660, la reina renegoció el tratado de 1654, permitiendo la distribución de armas inglesas a las tropas escocesas e irlandesas a su llegada a Portugal y garantizándoles libertad de culto. En 1661, el conde de Castelo Melhor inició la fase final de la guerra con la ayuda del Mariscal Schomberg, quien dirigió un ejército compuesto por un gran número de mercenarios internacionales contra las fuerzas españolas. En 1665, Portugal ganó la batalla de Montes Claros, donde el Marqués de Caracena fue derrotado, y España abandonó la lucha. La paz no se firmó hasta tres años después, con el Tratado de Lisboa, por el cual España devolvió a Portugal todas sus posesiones y territorios, excepto Ceuta.

Los años de guerra fueron difíciles para ambos bandos, con indisciplina, incompetencia de los líderes y saqueos. Estos eventos marcaron el final de una etapa en la que el frente portugués recibió poca atención por parte de España. A pesar de los esfuerzos por recuperar Portugal, las derrotas continuas llevaron a la regente, Mariana de Austria, a reconocer la independencia de Portugal en 1668.

España sufrió una importante derrota militar y política y entró en un declive aún mayor, acelerando su decadencia como potencia hegemónica. La continua guerra, la mala administración, la inflación provocada por la plata americana y las revueltas internas mermaron sus recursos. La guerra de los Treinta Años y los conflictos con Francia también debilitaron a España.

Retrato de Juan, duque de Braganza c. 1630 (El Castillo Real de Varsovia). Fuente: Wikimedia

La Batalla de Montijo (1644)

Uno de los primeros enfrentamientos importantes en el conflicto independentista portugués fue la Batalla de Montijo, en 1644, donde las fuerzas portuguesas, dirigidas por Matías de Albuquerque, lograron una victoria significativa sobre las tropas españolas comandadas por el Marqués de Torrecuso. El 22 de mayo de 1644, Matías de Albuquerque, al mando de un ejército de 6.000 infantes, 1.100 de caballería, 7 cañones y 150 holandeses, avanzó sobre la frontera extremeña en una maniobra sorpresa y tomó la plaza fuerte de Montijo. La rápida respuesta del Marqués de Torrecuso, liderando un ejército algo superior en número, que constaba de 4.000 infantes y 1.700 caballeros, bajo el mando del Barón Mollingen, resultó en una gran batalla campal el 26 de mayo. Aunque las tropas lusas lograron retirarse, sufrieron cerca de 4.000 bajas, frente al millar de muertos en las filas hispanas y fueron hechos diez prisioneros. Sin embargo, la desorganización de las fuerzas de Torrecuso, más enfocadas en saquear los despojos portugueses que en perseguirlos durante su retirada, permitió a los lusos recuperar buena parte de su artillería y minimizar las pérdidas.

A pesar de estas pérdidas, los portugueses lograron reorganizarse y lanzar un contraataque, sorprendiendo a muchos españoles que estaban saqueando. Esta situación mostró cómo la desobediencia y la avidez por el pillaje de los soldados españoles jugaron a favor de los portugueses, quienes lograron salvar parte de su ejército y su artillería.

En resumen, el ejército portugués pudo retirarse a Portugal sin problemas, aunque con la pérdida de unos 3.786 hombres. Los españoles sufrieron 433 muertos y 375 heridos, pero no persiguieron al ejército de Albuquerque y el número de prisioneros españoles lo desconocemos. Montijo fue la única victoria española significativa en una batalla campal durante la Guerra de Restauración (1640-1668). Lo cierto es que Albuquerque consiguió salvar su ejército y su artillería, pero los españoles mantuvieron el control del campo de batalla.

Al día siguiente, las tropas portuguesas regresaron a Campomayor. Ambas partes, sin embargo, reclamaron la victoria. Cuando la noticia del desenlace de la batalla llegó a Lisboa, el rey Juan IV de Portugal otorgó a Matías de Albuquerque el título de Conde de Alegrete. Por otro lado, en Madrid, también hubo celebraciones por la supuesta victoria de las tropas españolas. El resultado de este enfrentamiento tuvo una gran repercusión en las cortes europeas, ya que ambas naciones lo presentaron como un triunfo propio.

Montijo, podría decirse desde el punto de vista español, que representa la única victoria importante de los españoles en este frente. Afortunadamente para los portugueses, el frente de Extremadura era secundario en la estrategia del monarca español, ya que la mayoría de los recursos en hombres y dinero se destinaban a otros frentes.

Azulejos portugueses que representan la Batalla de Montijo (1644), en el Museo Militar de Lisboa
Azulejos portugueses que representan la Batalla de Montijo (1644), en el Museo Militar de Lisboa. Foto: Wikimedia

Análisis de la batalla

El análisis táctico de la Batalla de Montijo revela varias deficiencias en la organización y estrategia españolas. La falta de coordinación entre las unidades y los problemas logísticos afectaron gravemente su capacidad de combate. En contraste, las fuerzas portuguesas mostraron una mejor organización y adaptabilidad en el campo de batalla. La victoria portuguesa en Montijo se debió en gran parte a su capacidad para explotar las debilidades enemigas y utilizar el terreno a su favor. Siendo los factores determinantes los siguientes:

  • Logística: La falta de suministros y problemas de comunicación afectaron gravemente a las fuerzas españolas. La incapacidad para mantener un flujo constante de municiones y alimentos debilitó su capacidad de combate.
  • Terreno: El conocimiento del terreno por parte de los portugueses permitió a Matías de Albuquerque utilizar tácticas de guerrilla y emboscadas para desorganizar a las tropas españolas.
  • Coordinación y moral: La coordinación entre las distintas unidades portuguesas fue superior a la de los españoles. La moral de las tropas portuguesas, motivadas por la lucha por su independencia, también jugó un papel crucial. La desobediencia y la avidez por el pillaje de los soldados españoles fue fatal para el resultado final de la batalla, perdiendo la ventaja conseguida en el ejercicio de las armas.

Unidades intervinientes y tácticas

Las tácticas empleadas en Montijo reflejan la evolución de la guerra en el siglo XVII. Las formaciones de los Tercios, aunque eficaces en otros contextos, fueron menos efectivas en el terreno abierto y móvil de Montijo. Las tropas portuguesas, utilizando una combinación de infantería ligera y caballería, lograron desorganizar las líneas españolas. La batalla demostró la importancia de la flexibilidad táctica y la capacidad de adaptación en la guerra moderna.

El ejército español que participó en la batalla de Montijo, en 1644, estaba compuesto por escuadrones con una media de 570 hombres cada uno. Según un informe de la campaña de 1663, los Tercios del ejército de Extremadura estaban divididos en escuadrones de aproximadamente 760 hombres, que incluían tropas españolas, 400 de infantería italiana y 350 de soldados alemanes. A finales de 1650, la infantería se organizaba esporádicamente en unidades incluso más pequeñas.

Cuando el ejército portugués levantó el sitio de Elvas a comienzos de 1659, estaba estructurado de la siguiente manera: una vanguardia de 3.000 soldados de infantería, divididos en cinco batallones de 600 hombres cada uno; y un cuerpo de batalla de 2.000 soldados, formado por seis batallones, con una media de 330 hombres por batallón y una extrema vanguardia compuesta por 1.000 hombres, organizados en cinco columnas de asalto de 200 soldados de infantería cada una. En el caso de España, la división de las unidades de infantería en batallones menores, llamadas “batallas”, que a su vez estaban compuestos por diez cuadrillas de cincuenta soldados cada una, marcó un retorno a las prácticas anteriores utilizadas durante la guerra de Granada en 1480.

Las tácticas españolas se centraron en la utilización de los Tercios y su habilidad para mantener formaciones cohesionadas bajo fuego enemigo. Los españoles confiaban en su superioridad numérica y la disciplina de sus tropas para abrumar a los portugueses. Sin embargo, la falta de una coordinación adecuada, desobediencia y problemas logísticos mermaron la efectividad de estas tácticas.

Las fuerzas portuguesas, conscientes de sus limitaciones numéricas, emplearon tácticas más móviles y flexibles. Matías de Albuquerque utilizó la caballería para hostigar a las fuerzas españolas y aprovechó el terreno para lanzar ataques sorpresa. La coordinación entre la infantería y la caballería portuguesas fue crucial para desorganizar las formaciones españolas.

Junto al uso de tácticas y armas avanzadas, y una clara confianza en la potencia de fuego, es evidente que continuaban utilizándose métodos medievales de guerra. Las razones eran claras: la guerra al viejo estilo se podía aplicar eficazmente para alcanzar ciertos objetivos. Dado que la guerra contra Portugal había sido relegada a un segundo plano en la Península, las autoridades militares españolas no tenían más opción que enfrentarse a una guerra de desgaste. Por ello, la velocidad y el factor sorpresa jugaban un papel primordial, especialmente en las incursiones contra civiles indefensos o en el intento de someter una guarnición enemiga. En estos casos, el uso de la artillería era prácticamente innecesario, sobre todo contra terraplenes construidos con tierra. Sin embargo, la artillería resultaba útil en el ataque a guarniciones de fuertes de piedra, castillos y fortalezas importantes que contaban con sistemas de defensa más elaborados en capas.

El Tratado de Lisboa de 1668 marcó el final de las Guerras de Restauración, reconociendo la independencia de Portugal y cerrando uno de los capítulos más intensos de la historia ibérica
El Tratado de Lisboa de 1668 marcó el final de las Guerras de Restauración, reconociendo la independencia de Portugal y cerrando uno de los capítulos más intensos de la historia ibérica. Foto: Wikimedia

Oficialidad

Los comandantes de ambos bandos jugaron roles cruciales en la batalla. El marqués de Torrecuso, a pesar de su experiencia, no pudo adaptarse rápidamente a las tácticas portuguesas. Matías de Albuquerque, por otro lado, demostró una capacidad sobresaliente para aprovechar las oportunidades en el campo de batalla, lo que fue fundamental para la victoria portuguesa.

La Batalla de Montijo fue un punto de inflexión en la Guerra de la Restauración Portuguesa, demostrando la importancia de la logística, la coordinación en las operaciones militares y la adaptabilidad en la guerra, destacando las debilidades de las fuerzas españolas en la región. La “supuesta derrota” española en Montijo fue un reflejo de los problemas más amplios que enfrentaba el país: una economía en declive, una administración sobrecargada y una serie de conflictos simultáneos que drenaban sus recursos.

Para Portugal, la victoria fue un impulso significativo, consolidando su posición y fortaleciendo su lucha por restaurar la independencia. Para España que también se atribuyó la victoria no fue más un tirar para adelante en una crisis institucional y de decadencia que a la postre convergería en un descredito y desprestigio internacional de la Monarquía Hispánica, hasta su superación con la llegada del primer Borbón, Felipe V, a la Corona española en el siglo XVIII, que le devolvería a España nuevamente su posición geoestratégica de prestigio, principalmente frente a las potencias europeas.

La Guerra de Restauración portuguesa fue un conflicto crucial que marcó el fin de la Unión Ibérica y dio lugar a dos naciones independientes: Portugal y España. Este acontecimiento caracterizado por el inicio de la decadencia española, el auge del nacionalismo portugués y la lucha por la autonomía y la identidad. Subraya la complejidad de los conflictos fronterizos y la importancia de la preparación y la estrategia en la guerra. El estudio de este periodo ofrece valiosas lecciones sobre la planificación militar y la gestión de recursos en contextos de conflicto prolongado. La combinación de innovación militar, conocimiento del terreno y motivación nacional fueron factores decisivos en el éxito de Portugal en este conflicto.

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