Así fue conquistando territorios la Alemania de Hitler ante la pasividad de las potencias aliadas

La mayoría de los historiadores coinciden en que uno de los mayores talentos de Hitler era descubrir y explotar las debilidades de sus adversarios. Esta pericia la aplicó tanto en la política doméstica como en la exterior. Con una izquierda alemana desactivada por la división entre comunistas y socialdemócratas, el dictador nazi engañó y superó a los conservadores que, prepotentes e ingenuos, creían que finalmente sería una marioneta en sus manos. Consolidado su poder, los decretos autoritarios y los encarcelamientos masivos acabaron con todo signo de oposición interna.

Su siguiente objetivo fue poner fin a las limitaciones que suponía el Tratado de Versalles. También en este terreno, Hitler no ocultó su plan: un programa acelerado de rearme. Ni Gran Bretaña ni Francia se opusieron con determinación cuando Alemania decidió en 1935 que entrara en vigor el servicio militar obligatorio, impulsar el reforzamiento de su poder naval y constituir oficialmente el arma aérea, la Luftwaffe.

El rearme no fue un amago: en marzo de 1936, tropas alemanas volvían a ocupar Renania, en una abierta violación de los tratados de Versalles y de Locarno. La humillación de Francia, que había controlado la región en los últimos diez años, fue evidente y premonitoria de lo que vendría a continuación. Hitler quería poner a prueba los límites de la política de apaciguamiento de Londres y París, al tiempo que reafirmar su autoridad sobre los mandos militares alemanes, reticentes con la operación y temerosos de una reacción violenta de los franceses.

Miembros de las Juventudes Hitlerianas
Miembros de las Juventudes Hitlerianas, creadas en 1926, hacen ejercicio en un encuentro. Tanto estas como el servicio militar obligatorio, instituido en 1935, sirvieron al rearme moral y militar de Alemania. Foto: Getty.

La ocupación sirvió para restaurar el orgullo alemán, muy dolido desde las duras condiciones del armisticio de 1918, y para impulsar la veneración del Führer entre los alemanes. Este firme y casi unánime apoyo popular, unido a la débil reacción anglo-francesa, fue determinante para envalentonar a Hitler en sus siguientes acciones. Su pretensión no se limitaba a recuperar los territorios perdidos por Alemania. El ambicioso plan incluía a toda Europa central y a todos los territorios de Rusia hasta el Volga, para integrarlos en el Lebensraum (espacio vital) alemán.

El año anterior a la ocupación de Renania, el 17 de enero de 1935, Alemania había recuperado ya la región del Sarre, hasta entonces administrada por la Sociedad de Naciones, que cedió sus importantes minas de carbón a Francia tras el Tratado de Versalles. Transcurridos los 15 años prescritos y merced a la celebración de un referéndum favorable a Berlín, el territorio se reintegró en Alemania. El segundo punto de la ruta marcada por Hitler era la anexión de Austria, la Anschluss (unión o fusión). El acoso desatado para conseguir su objetivo fue implacable y violento. Una vez legalizados, los nazis austríacos consiguieron ser los más votados en las elecciones de abril de 1932, pero al no conseguir la mayoría absoluta se vieron obligados a pasar a la oposición.

De la Anschluss a los Sudetes

Pese a su carácter fascista, el régimen del canciller Engelbert Dollfuss se oponía a la unificación con Alemania, y las ambiciones de Hitler no admitían dilaciones. Tras intensificar su campaña de tensión y acciones violentas, los nazis austríacos lanzaron el 25 de julio de 1934 un fallido golpe en el que pereció el propio Dollfuss. Pese al fracaso por la oposición del ejército, el camino se había allanado ya con la liquidación o exilio de gran parte de los opositores al fascismo nazi o austríaco. La dura represión policial de la insurrección socialista de Linz contra la deriva fascista del país, en febrero de ese año, había costado cientos de muertos y supuso el fin del sistema democrático austríaco y la instauración de la dictadura.

El sucesor de Dollfuss, Kurt Schuschnigg, mantuvo su resistencia a la anexión. La respuesta nazi fue una nueva campaña de violencia y asesinatos con cientos de muertos, que sumió a Austria en un clima de preguerra civil. El primer aviso de Hitler no tardaría en llegar.

En una reunión el 12 de febrero de 1938 en Berchtesgaden, Hitler sometió a un auténtico “tercer grado” al canciller austríaco con todo tipo de amenazas, desde provocar una guerra civil a la propia invasión. La lista de exigencias, a cambio de que el Tercer Reich dejara de intervenir en la crisis política austríaca, fue abrumadora: amnistía para los nazis austríacos por los crímenes cometidos, participación de sus miembros en el gobierno, establecimiento de un sistema de colaboración entre la Wehrmacht y el ejército austríaco e inclusión de Austria en el área aduanera alemana.

Entrada triunfal de Hitler en Viena tras la Anschluss
Hitler hace su entrada triunfal en la capital austríaca el 15 de marzo de 1938, tras consumarse la anexión de esta nación al Tercer Reich (la Anschluss). Foto: Getty.

Schuschnigg quiso frenar el golpe definitivo con algunas concesiones, como la liberación de los nazis presos o la convocatoria de un referéndum sobre una Austria unida a Alemania. La ira de Hitler se desató a través de violentas revueltas, incendios y saqueos. El objetivo era provocar una guerra civil que justificara la ocupación militar alemana. El 11 de marzo, el dictador nazi ordenó finalmente la invasión de Austria, y al día siguiente él mismo cruzó la frontera para entrar en Viena el día 15 y proclamar la anexión en medio del entusiasmo de 250.000 austríacos reunidos en la Heldenplatz.

La cuestión étnica, unida a las opiniones que consideraban que Alemania había recibido un trato sumamente injusto en la Conferencia de Versalles, hizo que no se pusieran muchas objeciones a las pretensiones de Hitler de anexionar Austria al Reich. Al fin y al cabo, en 1918 esta votó a favor de la unión con Alemania y veinte años después mostraba su entusiasmo a Hitler, como añorado hijo pródigo.

La siguiente pieza a batir en el plan nazi era Checoslovaquia. El miedo de Gran Bretaña y Francia a una nueva guerra frente a una rearmada Alemania llevó entonces a la llamada política de apaciguamiento hasta sus límites más vergonzantes. Su plasmación formal serían los Acuerdos de Múnich.

El paso preliminar fue la anexión de los Sudetes, zonas fronterizas occidentales de Checoslovaquia donde vivían 3,5 millones de habitantes de lengua alemana. El régimen nazi usó una táctica de acoso y derribo similar a la aplicada en Austria: impulsó una formación política filonazi basada en el matonismo y la provocación, el Partido Alemán de los Sudetes. Su lugarteniente era Karl Hermann Frank, luego general de las Waffen SS y de la policía alemana en el Protectorado de Bohemia y Moravia. Sucesor en tal puesto del temible Reinhard Heydrich, Frank sería un represor brutal, artífice de numerosas matanzas en la Checoslovaquia ocupada. Antes, la labor de zapa nazi a base de disturbios y asaltos hizo que Hitler se erigiera en defensor de la “población alemana en peligro”.

Karl Hermann Frank, del Partido Alemán de los Sudetes
Karl Hermann Frank (arriba, en un mitin) dirigió el pronazi Partido Alemán de los Sudetes y luego sería general de las Waffen SS y de la policía alemana en Bohemia y Moravia. Foto: Getty.

Desmembramiento de Checoslovaquia

La presión culminaría con la amenaza directa de invasión militar. La esperanza de los gobiernos del británico Neville Chamberlain y el francés Édouard Daladier de frenar a Hitler hizo que el 30 de septiembre de 1938 ambas potencias, con el apoyo de Italia, dieran su aprobación a la anexión de los Sudetes sin contar con Checoslovaquia, que ni tan siquiera fue invitada a las negociaciones de Múnich. Del 1 al 10 de octubre, Alemania ocupó así la región y expulsó de ella a la población checa.

El compromiso contraído por las potencias occidentales en el Tratado de Versalles de defender la integridad del territorio checo quedó, pues, en papel mojado. Tampoco duraría mucho el compromiso del Reino Unido y Francia de garantizar las nuevas fronteras ante una agresión no provocada.

Bajo la amenaza constante de guerra, británicos y franceses aceptaron la patraña de Hitler de que su única intención era poner al amparo del Reich a las minorías étnicas alemanas; en realidad, un mero pretexto para anexionarse territorios en favor del Lebensraum. Lo cierto es que no solo los gobiernos del Reino Unido y Francia no estaban preparados anímica y psicológicamente para una nueva guerra: ni la clase dirigente, ni la diplomacia, ni la prensa advirtieron a la población de los peligros que suponían los planes de Hitler (como sí haría Winston Churchill).

Mapa del crecimiento territorial de Alemania anterior a la IIGM
Sobre estas líneas, un mapa muestra el crecimiento territorial de Alemania en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, con hitos como la ocupación de Renania o las anexiones de Austria y de los Sudetes. Foto: Alamy.

La anexión de los Sudetes supuso el pistoletazo de salida para el desmembramiento de Checoslovaquia. Su endeble armazón nacional de territorios y minorías, similar a la de Yugoslavia, la iba a convertir en una presa fácil.

El aval del Pacto de Múnich, a través del Primer Arbitraje de Viena, hizo que otras naciones decidieran participar en la rapiña del territorio checoslovaco. En paralelo a la anexión de los Sudetes, Polonia ocupó la provincia vecina de Teschen, con una mayoría de ciudadanos polacos y dos pequeñas zonas fronterizas al norte de Eslovaquia. Hungría, por su parte, emprendió el asalto de un tercio sur de Eslovaquia y de zonas del sur de la Rutenia Transcarpática, donde más del 80% de la población era húngara, mientras que el resto de Rutenia proclamó su autonomía.

Hitler muestra sus cartas

Cercenadas sus fronteras y con ellas las importantes fortificaciones defensivas nacionales, lo que restaba de Checoslovaquia quedó inerme militarmente y sumido en una profunda inestabilidad política. Tan solo faltaba el golpe de gracia para el desmantelamiento total. El 12 de marzo de 1939, Hitler convocó al presidente checoslovaco, Emil Hacha, a una reunión en Salzburgo en la que directamente le amenazó con una invasión militar y el bombardeo aéreo de Praga. Hacha, tras sufrir un ataque cardíaco y ser atendido por médicos alemanes, cedió y aceptó la rendición. Tres días después, el ejército alemán invadía Checoslovaquia.

Castillo de Praga ocupado por los nazis
El 15 de marzo el Castillo de Praga fue ocupado por los nazis. Hitler pernoctó en él y al día siguiente proclamó allí el Protectorado de Bohemia y Moravia. Foto: Getty.

El 16 de marzo, Hitler proclamó desde el Castillo de Praga la creación del Protectorado de Bohemia y Moravia. Eslovaquia se convirtió en un Estado títere de Alemania, con el sacerdote católico Jozef Tiso como presidente. Su feroz política antisemita aniquilaría al 80% de la población judía eslovaca (más de 70.000 personas). Asimismo, el 23 de marzo, la Wehrmacht ocupó el distrito lituano de Memel, con predominio de población alemana, para anexionarlo a Prusia Oriental. La invasión de Checoslovaquia sirvió para que finalmente el Reino Unido y Francia se dieran cuenta de que las verdaderas intenciones de Hitler eran dominar Europa. La primera reacción fue el firme compromiso francobritánico con la defensa de Polonia en caso de agresión.

La última pieza elegida por Hitler antes de la invasión total de Polonia y el estallido de la guerra sería la Ciudad Libre de Danzig y el corredor por el que Polonia accedía al mar, pero que separaba Prusia Oriental del resto del Reich. La situación de este enclave, determinada por el Tratado de Versalles, la convirtieron los nazis en el ejemplo de las injusticias cometidas contra Alemania por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial.

Tras una intensa campaña de propaganda para avivar el resentimiento contra Polonia por haberles arrebatado Prusia Occidental y parte de Silesia, el 21 de marzo de 1939 el dictador nazi exigió en un discurso la restitución de la soberanía alemana sobre Danzig, así como una línea de ferrocarril y una carretera que cruzaran el “corredor polaco” –lo que se llamó “corredor dentro del corredor”–.

En la imagen, una pancarta pronazi desplegada en Danzig en la que puede leerse: “Somos alemanes y estamos a favor de Adolf Hitler”. Foto: Getty.

Sin embargo, poco después Hitler declaraba sin ambigüedades que la guerra que se avecinaba no era por Danzig, sino por un Lebensraum en el este de Europa. El líder nazi no quería en esta ocasión otra negociación como la de Múnich que pudiera dilatar sus planes de invasión. Era la hora de acelerar la estrategia de la guerra.

Cortesía de Muy Interesante



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