Militares sospechosos trataron de liberar al narco alias “Pichi”

Capturar a un criminal que se ha fugado 14 veces, que tiene funcionarios comprados en el Estado y suscribió un pacto con el diablo, que supuestamente lo obliga a fornicar con mujeres de su propia sangre, fue un evento de máxima presión para los agentes de la Policía.

Por eso cuando apareció una misteriosa patrulla del Ejército en el lugar del arresto de Óscar Camargo Ríos, la cual nadie había llamado, todo el mundo se puso nervioso.

Sucedió el pasado 9 de diciembre en el municipio antioqueño de Copacabana, donde le pusieron las esposas al llamado “Pablo Escobar santandereano” o alias “Pichi”, el mafioso que se convirtió en el más buscado en un país plagado de capos y malandros.

Un mes después de lo sucedido, fuentes que participaron en la investigación rompieron su silencio —bajo reserva de identidad— y le contaron a EL COLOMBIANO detalles, hasta ahora inéditos, detrás de una cacería que tenía en vilo a las autoridades de Antioquia, Santander y la Casa de Nariño.

En contexto: ¿Quién es alias Pichi, el criminal que se fugó en Medellín, y por qué es conocido como el Pablo Escobar santandereano?

Comenzando con aquel día, cuando allanaron una finca en la vereda El Noral y a la salida llegaron dos soldados uniformados, con fusiles y cascos, en una motocicleta con logos oficiales del Ejército Nacional.

“Se nos presentaron y dijeron que los había enviado el segundo comandante del batallón para prestar el servicio de apoyo a la Policía en el traslado del detenido. Nunca dijeron de cuál batallón, ni quién era el supuesto comandante. Nos comunicamos con la Cuarta Brigada y de allá dijeron que no habían enviado a ningunos escoltas. Ahí empezamos a sospechar que algo malo estaba pasando”, relató uno de los funcionarios presentes en la escena.

En la operación participaron 20 policías de la Sijín Metropolitana del Valle de Aburrá (Seccional de Investigación Criminal), la Dijín (Dirección de Investigación Criminal) y el Grate (Grupo Antiterrorismo).

Subieron al capturado a una de las seis camionetas y arrancaron en caravana hacia Medellín. Aunque le dijeron a los soldados que no necesitaban apoyo, ellos abordaron la moto y los siguieron por la autopista Bello–Hatillo.

En inmediaciones de la glorieta de Niquía, la moto se adelantó a la caravana, tratando de obstruir el paso. “Nos hacían señas para que nos detuviéramos, pero nosotros también estábamos armados y llevábamos a ‘Pichi’, no podíamos frenar”, narró una de las fuentes.

Aún en movimiento, los soldados se ubicaron al lado del vehículo que transportaba al capo y le apuntaron con el fusil al conductor. “Ellos decían ‘¡frene, frene! ¡Oríllese! Entréguenos al detenido’”, prosiguió el uniformado.

Fueron segundos de terror, por la alta probabilidad de que se desatara una balacera. Los comandos del Grate alistaron sus armas automáticas, anticipándose a un nuevo intento de fuga de Camargo Ríos.

Aceleraron y la caravana recorrió a toda velocidad la vía Regional hasta el Comando de la Policía Metropolitana, en el centro de la ciudad. Cuando entraron a la base, los soldados se quedaron afuera, en una especie de vigilancia.

“Después aparecieron otros supuestos militares y estuvieron merodeando un rato, pero con nosotros nunca se comunicó nadie del Ejército”, acotó otra fuente presente.

La hipótesis de los uniformados es que esos soldados, presuntamente, buscaban rescatar al capturado.

Incesto y protección diabólica

“Pichi” es el jefe criminal más peligroso de Bucaramanga y Santander, señalado de ser el responsable del 70 % de los estupefacientes que circulan en las plazas de vicio de la zona. Para sostener su dominio ha participado en varias guerras de bandas en los últimos años, sumando a su prontuario cargos por narcotráfico, homicidio, tráfico de armas, desaparición forzada y fuga de presos.

Ha estado capturado 15 veces y en nueve de ellas los jueces le concedieron el beneficio de detención domiciliaria, en cuestionadas decisiones sospechosas de corrupción y que facilitaron sus escapes. Así sucedió el pasado 10 de octubre, en un apartamento que había alquilado en una urbanización de El Poblado, en Medellín.

Dos guardianes del Inpec le advirtieron que le habían revocado el beneficio, por lo que volvería a prisión. Y “Pichi” empezó a fraguar su escape.

Su exesposa llegó más tarde para que le firmara una autorización, ya que planeaba viajar al exterior con el hijo de ambos. “Él le dijo que le firmaba el papel solo si ella le ayudaba”, contó un investigador.

El otro que resultó involucrado fue el barbero que iba cada mes a hacerle peinados estrafalarios de $300.000. Le advirtió que tenía que prestarle su carro y, junto a la camioneta de la exesposa, salió del lugar oculto en uno y usando el otro para bloquear calles y abrirse paso.

El escape del narco se convirtió en una noticia de alcance nacional. Entes de control y de justicia, puestos en ridículo una vez más, se acusaron entre sí por su negligencia.

La Policía conformó un equipo especial para buscarlo, el cual se enfocó en tres círculos de atención: las conexiones de Camargo con el mundo criminal, su familia y las relaciones sentimentales.

Interceptaron 50 teléfonos, pero “Pichi” nunca hablaba. “Él se comunicaba por una aplicación de mensajes con encriptación militar, llamada Zangi, imposible de rastrear”, relató un agente.

El mismo sistema usó el exmilitar y traficante de armas de la mafia Carlos Rodríguez Agudelo (“Zeus”), desde su fuga de la estación policial de Cúcuta, el 21 de abril pasado, hasta el día de su muerte en un operativo policial el 28 de septiembre de 2024.

Un informante les contó a los investigadores que “Pichi” se jactaba de haber transado un pacto con el diablo, para que siempre le ayudara a escapar del peligro. “En contraprestación, él tenía que sacrificar animales y hacer unos rituales sexuales con personas de su misma familia (incesto). No podían pasar más de 20 días sin hacerlo”.

Con esa pista, la búsqueda se concentró en las mujeres de su misma sangre que lo visitaron antes de fugarse en El Poblado y así ubicaron a una sobrina que, sin tener trabajo, gastaba cerca de $70 millones mensuales en lujos, patrocinados por el narco.

También identificaron a una modelo e influencer paisa, con 2,3 millones de seguidores en Instagram, a la que “Pichi” le costeaba los viajes y remodelaciones de vivienda.

La tercera fue una cocinera residente en Bojacá (Cundinamarca), que viajaba a Medellín a prepararle sus platos favoritos. Esa misma señora lo había atendido en 2020, luego de otra fuga en Santander.

Sin saberlo, estas mujeres condujeron a los agentes hasta la finca de la vereda El Noral, en Copacabana, que Camargo alquiló por $6,5 millones después de su huida.

“Siempre nos llamó la atención el hecho de que el man se quedó en el Valle de Aburrá cuando se voló de El Poblado. ¿Por qué se quedó en una zona donde todo el mundo lo perseguía? ¿Por qué no volvió a Bucaramanga, donde tenía todo su poder criminal? En el allanamiento supimos la razón”, recordó un agente que participó.

Cuando los policías entraron a la finca, lo encontraron con una prostituta, dos lugartenientes y tres pistolas con municiones. Dentro de las cosas que más llamaron la atención, fueron unas cartas de amor escondidas bajo el colchón de la cama.

En ella, la modelo paisa se desparramaba en frases de amor para “Cami”, como le decían a Camargo sus seres queridos. “Él estaba muy enamorado de ella, no se alejó de Medellín para tenerla cerca”, concluyó el investigador.

Hoy “Pichi” pasa sus días en un pabellón de máxima seguridad de la cárcel de Cómbita, en Boyacá, a la espera de que lo llamen a juicio por tráfico de armas y fuga de presos. Quién diría que un tipo con tanta experiencia en escapes, gente armada alrededor y tratos hasta con Lucifer, iba a caer de nuevo porque dizque se enamoró.

Para leer más noticias sobre política, paz, salud, judicial y actualidad, visite la sección Colombia de EL COLOMBIANO.

Cortesía de El Colombiano



Dejanos un comentario: