Desde Lima
El alcalde ultraderechista de Lima ha restituido en el centro histórico de la capital peruana la estatua ecuestre del conquistador español del Perú, Francisco Pizarro, que había sido retirada hace más de dos décadas. Reponiendo el monumento al conquistador se apunta a reforzar un discurso que busca reivindicar la conquista española como “un acto civilizatorio” y olvidar la historia de violencia, dominación, esclavitud y matanza que la conquista, simbolizada en el Perú en la figura de Pizarro, significó para la población indígena. Para esta restitución, realizada en el 490 aniversario de la fundación de Lima por Pizarro, celebrado el 18 de enero, el alcalde de la capital peruana, Rafael López Aliaga, invitó a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, figura notoria de la derecha española.
En una ceremonia sin público, con un plaza enrejada y rodeada de policías, López Aliaga y Díaz Ayuso develaron la restituida estatua de bronce colocada sobre un pedestal, en un pasaje al lado de la Municipalidad de Lima, ubicada en la Plaza Mayor de la capital peruana, en cuyo perímetro también se encuentran el Palacio de Gobierno y la Catedral. Una ubicación que le da especial notoriedad a la estatua que representa el sometimiento colonial y el genocidio contra los pueblos indígenas. Organizaciones indígenas denunciaron que reponer en el centro histórico de la capital la estatua del conquistador Pizarro es una ofensa a los pueblos indígenas del Perú, de Latinoamérica y del mundo.
Un símbolo del sometimiento indígena
En la reinauguración de la estatua, Díaz Ayuso llenó de elogios al conquistador que derrotó a los Incas, asesinó al último Inca Atahualpa y masacró a las poblaciones indígenas. “Miramos el pasado que inició Francisco Pizarro con orgullo”, señaló Díaz Ayuso, que calificó a Pizarro como “un hombre visionario que entendió que el Perú sería mestizo o no sería”. Defendió la conquista como si hubiera sido un encuentro de dos culturas que trajo beneficios a los pueblos originarios del Perú y no un sometimiento violento de las poblaciones indígenas con un inmenso costo social. Un sometimiento que ha perdurado más allá de la conquista, y que los nostálgicos del colonialismo que restituyen estatuas de conquistadores quieren profundizar y eternizar. En postura negacionista, Díaz Ayuso dijo que la barbarie de la conquista es “una visión” que “algunos pretenden esparcir con mentiras”.
López Aliaga no habló. Lo hizo un funcionario de la municipalidad, que defendió la restitución del monumento diciendo que simboliza el mestizaje del país. López Aliaga, un empresario millonario, ultraconservador y fanático católico, miembro del Opus Dei, asumió como alcalde de Lima en enero de 2023. Es presidente del partido Renovación Popular, una agrupación de posturas fascistas. Ha expresado sus simpatías con Milei y con partidos ultraderechistas como el español Vox. En el Congreso su partido es parte de la coalición que apoya al gobierno de Dina Boluarte. Ha respaldado la brutal represión de Boluarte contra las protestas antigubernamentales que ha dejado medio centenar de muertos, la mayoría pobladores de origen indígena.
El largo derrotero del monumento
La estatua de Pizarro montado a caballo con la espada desenvainada, de más de seis metros, llegó al Perú en 1935, donada por el escultor estadounidense Charles Cary Rumsey para el aniversario 400 de la fundación de Lima. Colocada en el atrio de la Catedral, fue retirada de ese lugar en 1952 por las protestas de la Iglesia Católica, que consideraba que el monumento opacaba la fachada de la Catedral, en cuyo interior están los restos de Pizarro. Fue trasladada unos metros, a una plazoleta frente a una de las esquinas de la Plaza Mayor, al lado de Palacio de Gobierno. Luego de una campaña para retirarla, en 2003 fue sacada del centro histórico por el entonces alcalde de Lima, Luis Castañeda. En su lugar se colocó una fuente de agua y un mástil con la bandera peruana.
Al disponer el retiro del monumento, el alcalde Castañeda explicó esa decisión en una carta, en la que escribió: “La conquista significó para los pueblos indígenas un etnocidio. No hubo un encuentro ni diálogo de culturas, sino una imposición y persecución de nuestros pueblos ancestrales (…) Siempre nos pareció de pésimo gusto y erróneo que nuestras autoridades políticas hayan conservado en lugar privilegiado un símbolo que rinde culto al conquistador, lo cual ha proyectado durante largo tiempo una carencia de visión y autoestima nacional”.
La estatua estuvo un año y medio en un depósito, hasta que fue colocada en la Plaza de la Muralla, un lugar secundario del centro de la ciudad en la ribera del río Rímac. En ese lugar pasó al olvido, hasta que el actual alcalde la sacó de ese olvido para reivindicar la figura del conquistador, y la conquista, regresándola al entorno de la plaza principal de la capital.
En opinión del profesor de Monumentos Públicos de la Universidad Católica, Rodolfo Monteverde, la restitución del monumento a Pizarro es ofensiva, “sobre todo para las comunidades indígenas, que saben todo lo que pasó en su pasado histórico y que aún sienten la represión brutal”. “Los monumentos de un personaje -dice el experto- son mensajes, discursos, cultura, ideología, y claramente el monumento a Pizarro ejemplifica al actual municipio limeño: hispanista, conservador y clasista”.
Cortesía de Página 12
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