Más allá de Normandía: estas fueron las otras batallas decisivas de la ofensiva aliada durante la Segunda Guerra Mundial

Duelo en El Alamein

Octubre-noviembre de 1942

El éxito del desembarco en Normandía fue determinante para la victoria aliada pero, antes de llegar ahí, los aliados tuvieron que detener a la arrolladora máquina de guerra germana e iniciar el ansiado contragolpe que culminaría con esa operación. Eso se lograría en las arenas del desierto egipcio, cerca de un apeadero de ferrocarril situado a 95 kilómetros de Alejandría. Lo que en el verano de 1942 no era más que un punto en el mapa llamado El Alamein pasaría a formar parte de la historia, adquiriendo ribetes míticos.

Después de que el Afrika Korps hubiera tomado la fortaleza de Tobruk, se tenía la impresión de que los tanques de Rommel eran imparables. El rápido avance de las tropas germanas hacía pensar que el Zorro del Desierto no tardaría mucho tiempo en tomar El Cairo. Las fuerzas británicas, dirigidas por el general Claude Auchinleck, establecieron una última línea de defensa en El Alamein, la cerradura que, en caso de ser forzada, abriría para las fuerzas del Tercer Reich las puertas del milenario Egipto.

El primer intento de superar esa barrera se dio el 30 de agosto de 1942, en la Primera Batalla de El Alamein, pero los soldados alemanes se vieron atrapados en los campos de minas y fueron acribillados por las ametralladoras inglesas. Los aviones de la RAF lanzaron bengalas para iluminar el campo de batalla y bombardearon las columnas de blindados. La falta de suministros hizo que un decepcionado Rommel se viera obligado a poner fin a la ofensiva y ordenar el regreso al punto de partida.

Ante la imposibilidad de iniciar otro ataque, optó por establecer una sólida línea de defensa para evitar ser arrollado por la poderosa fuerza aliada que se estaba formando gracias a la ayuda estadounidense. Además, la RAF estaba consiguiendo hundir la mitad de los buques cisterna que partían de los puertos italianos cargados de combustible. Para preparar el contraataque, Churchill sustituyó a Auchinleck por Montgomery, quien estaba a punto de enfrentarse a Rommel por primera vez.

Bernard Montgomery a bordo de un tanque en El Alamein
En la imagen, el mariscal británico Bernard Montgomery (1887-1976), artífice de la victoria aliada en el norte de África, a bordo de un tanque Grant en noviembre de 1942 en El Alamein. Foto: Getty.

La segunda y decisiva batalla

En la noche del 23 de octubre, mientras Rommel se recuperaba de una enfermedad en una clínica austríaca, más de mil cañones abrieron fuego a la vez contra las defensas alemanas en El Alamein. En un frente de cincuenta kilómetros, diez divisiones aliadas esperaban que el camino se despejase para arremeter contra alemanes e italianos, a los que doblaban en número de efectivos. Esa proporción se mantenía también en el número de tanques: mientras los aliados podían poner en juego 1.230, el Eje había reunido solo 548, contando los obsoletos tanques italianos. En el aire, el dominio aliado era aún más apabullante: alcanzaba una proporción cercana a cinco a uno.

Al amanecer del 24 de octubre de 1942, los soldados británicos iniciaron su avance. Daba comienzo así la Operación Lightfoot. El combate entre las alambradas, conquistando metro a metro, recordaba a las encarnizadas batallas de la Primera Guerra Mundial. Los fieros neozelandeses, junto a los no menos valientes escoceses y australianos, arrollaron a la infantería italiana.

A primera hora de la mañana de ese día, una llamada de teléfono despertó a Rommel: el propio Hitler le comunicó las malas noticias que llegaban de El Alamein. Tras una escala en Roma para exigir combustible y refuerzos, el Zorro del Desierto llegó al frente el 26 de octubre, cuando la batalla ya estaba en su tercer día. Rommel lanzó entonces un desesperado contraataque, pero la falta de combustible cercenó cualquier posibilidad de hacer frente a la ofensiva de Montgomery.

Un tanquista alemán se rinde ante un soldado británico en El Alamein
Uno de los tripulantes de un carro de combate alemán se rinde a un soldado británico en medio del polvo del desierto el 27 de octubre de 1942, en el transcurso de la Segunda Batalla de El Alamein. Foto: Getty.

Rommel intentó lanzar otra contraofensiva reuniendo todos los carros disponibles, con el fin de castigar los flancos británicos. Pero ‘Monty’, fiel a su espíritu conservador, aceptó el envite de una batalla de desgaste de la que solo él podía salir vencedor. El hundimiento de los petroleros conseguidos en Roma convenció a Rommel de que el combate estaba perdido. En el bando aliado, pese al éxito de la ofensiva, había preocupación por la moral de las tropas, que no conseguían romper la defensa alemana pese a su superioridad. Montgomery ordenó entonces la Operación Supercharge para lograr la victoria definitiva.

Primera gran derrota alemana

Con el fin de evitar un completo desastre y la consiguiente aniquilación del Afrika Korps, Rommel ordenó la retirada el 2 de noviembre. Egipto y el Canal de Suez se habían salvado, pero lo más relevante era que los alemanes habían cosechado su primera gran derrota en la contienda. El propio Churchill se encargaría de destacar la gran importancia del triunfo logrado en aquella batalla: “Antes de El Alamein no conocimos la victoria; después de El Alamein no conocimos la derrota”.

Rommel dando instrucciones en Libia
Hasta esta batalla casi invicto, el Afrika Korps del llamado Zorro del Desierto (abajo, dando instrucciones en la Cirenaica, Libia) resultó derrotado por las tropas británicas. Foto: Getty.

Infierno en Stalingrado

1942-1943

La derrota germana en el desierto no inquietó demasiado a Hitler, que se hallaba más pendiente de lo que sucedía muy lejos de allí: a orillas del Volga, en Stalingrado. Ese verano había lanzado una ambiciosa ofensiva con la que pretendía ocupar el Cáucaso y apoderarse de sus pozos de petróleo. Aunque la captura de esa ciudad no era obligada en esa estrategia, Hitler se tomó como algo casi personal arrebatarle a Stalin la urbe que llevaba su nombre.

A finales de agosto de 1942 comenzó el ataque del 6º Ejército del general Friedrich Paulus desde el noroeste, apoyado por el 4º Ejército Panzer desde el sudoeste, formando así una extensa pinza. Pero Stalin no estaba dispuesto a entregar su ciudad; incluso a la población civil se le impidió abandonarla. El general soviético Vasili Chuikov sería el encargado de mantenerla a cualquier precio: “Defender Stalingrado o morir en el intento” era la consigna. En la orilla oriental se dispusieron ametralladoras para recibir a todo aquel que tratase de escapar. Quedó claro que la huida no era una opción.

El 1 de septiembre de 1942, las fuerzas alemanas habían rodeado completamente la ciudad. Dos semanas más tarde, después de romper las sólidas defensas soviéticas, los alemanes lograron penetrar en los suburbios residenciales y en el sector en el que se concentraban las fábricas. A finales de septiembre, la situación comenzaba a ser desesperada para los rusos; pero, con el paso de los días, las dificultades aumentaron para los alemanes. Había que luchar casa por casa, habitación por habitación, en una batalla urbana en la que los tanques no tenían cabida y que los alemanes llamaron Rattenkrieg (guerra de ratas).

Fotograma de la película Enemigo a las puertas
Con ese nombre (Rattenkrieg) bautizaron los alemanes la encarnizada lucha casa por casa a la que se enfrentaron en Stalingrado, reflejada en el film Enemigo a las puertas (2001, Jean- Jacques Annaud). Foto: Alamy.

El 4 de octubre, Paulus lanzó una gran ofensiva contra la ciudad, que pretendía ser la definitiva. Hitler estaba deseoso de poder comunicar al pueblo alemán la toma final de Stalingrado, pero esa noticia nunca llegaba. Las fuerzas de Chuikov se habían visto reducidas a una sola división, pero el golpe final a las defensas rusas se resistía.

Un punto de inflexión

El 14 de octubre, parecía que los alemanes iban a conseguir su objetivo de expulsar a los rusos al otro lado del Volga, pero la continua llegada de refuerzos a través del río logró que se mantuviera la resistencia en el pequeño sector aún controlado por los rusos.

Lo que los confiados nazis no sabían era que los soviéticos les estaban preparando una desagradable sorpresa: la Operación Urano. Un ejército procedente del norte y otro desde el sur ejecutarían una maniobra en tenaza para desgajar a las tropas que se encontraban en la ciudad del resto del frente alemán. La operación fue un éxito y el 6º Ejército alemán, con más de 300.000 hombres, quedó cercado. El 24 de noviembre, Hitler se había dejado ya convencer por sus generales de la necesidad de plantear una retirada ordenada de Stalingrado cuando Göring se comprometió a abastecer a las tropas desde el aire con su Luftwaffe, y el Führer aceptó la propuesta.

Un soldado ruso ondea la bandera roja en Stalingrado
La Batalla de Stalingrado duró de agosto de 1942 a febrero de 1943. Ante el brutal cerco y ataque de los nazis, la consigna era clara: defender la ciudad o morir. Arriba, un soldado ruso ondea la bandera roja en el devastado centro de la urbe. Foto: Getty.

Paulus recibió un telegrama en el que Hitler le conminaba a defender su posición actual y esperar la llegada de las fuerzas de socorro, al mando del mariscal Von Manstein. Pero el abastecimiento aéreo se demostraría claramente insuficiente y las tropas de refresco tampoco pudieron abrirse paso. Von Manstein se retiró, salvando así a sus fuerzas de caer en poder de los rusos y condenando a las tropas de Paulus, que aún resistirían en medio de enormes padecimientos hasta el 3 de febrero de 1943. Aunque la Batalla de El Alamein, dirimida tres meses antes, había sido la primera victoria importante de los aliados, Stalingrado constituyó el auténtico punto de inflexión de la II Guerra Mundial.

Las arenas sangrientas de Iwo Jima

Febrero-marzo de 1945

Las batallas que hemos referido supusieron el final del Tercer Reich. Pero, mientras se celebraba la llegada de la paz a Europa, en el Pacífico la guerra continuaba. Aunque estaba claro que nada podría impedir la victoria aliada en Asia, debido al previsible colapso de la maquinaria militar nipona, existía el temor a que Japón se empeñase en ofrecer una resistencia encarnizada y sacrificara a toda su población civil en el empeño.

Este temor estaba bien fundado, puesto que el régimen militarista de Tokio, decidido a luchar hasta el final, no contemplaba en absoluto la rendición. Para resolver esta coyuntura, los norteamericanos habían previsto llevar a cabo un gran desembarco en Japón en noviembre de 1945 y proceder a la invasión de todo el territorio, pero el coste calculado por los expertos militares para esta operación era de un millón de bajas.

Esas previsiones no eran exageradas. En 1945, los estadounidenses habían tenido ya tiempo de sobra de conocer hasta dónde eran capaces de resistir los soldados del emperador en la lucha por las islas. También habían asistido al insólito espectáculo de los aviones que se estrellaban decididamente contra las cubiertas de los portaaviones. Eran los kamikazes, pilotos voluntarios que, a bordo de un avión cargado de explosivos, se lanzaban contra los buques enemigos.

Marines americanos disparan unidades de artillería en Iwo Jima
Marines americanos disparan sus unidades de artillería móvil en Iwo Jima. A su vez, fueron recibidos por las intensísimas descargas de 21.000 soldados japoneses atrincherados en la isla. Foto: Getty.

Pero estaba por llegar un enfrentamiento que resultaría decisivo. Ese choque tendría lugar en una minúscula isla volcánica de arena negra muy fina, situada entre las islas Marianas y el archipiélago nipón y llamada Iwo Jima (“isla del azufre”, en japonés). Sus dos aeródromos y su proximidad al territorio metropolitano nipón hacían de esta isla de tan solo nueve por cinco kilómetros una base perfecta para los cazas que debían acompañar a los bombarderos norteamericanos que despegaban desde las Marianas, por lo que se hizo necesaria su conquista. Los japoneses, previendo el ataque, construyeron una red de túneles y fortines aprovechando la poca dureza de la roca volcánica de la isla y se dispusieron a esperar a los norteamericanos.

Las previsiones del Alto Mando pronosticaban la toma de la isla en diez días, pero la realidad sería muy diferente. El día del asalto, el 19 de febrero de 1945, los marines fueron recibidos con un intenso fuego procedente de los 21.000 defensores nipones que estaban decididos a morir en la isla. En ese primer día, los norteamericanos sufrieron 2.500 bajas. La lucha se prolongaría durante treinta y seis días, en los que 6.000 marines perdieron la vida y resultaron heridos más de 17.000. Por su parte, la casi totalidad de los japoneses, bajo el mando del tenaz general Tadamichi Kuribayashi, acabarían muertos, excepto dos centenares que fueron hechos prisioneros.

De Normandía a Hiroshima

Iwo Jima había sido el primer territorio japonés conquistado por los norteamericanos, aunque a un coste altísimo. El convencimiento de que el resto de su suelo sería defendido con la misma fanática obstinación –lo que quedó confirmado en la posterior Batalla de Okinawa, en la que los norteamericanos perdieron a 12.500 hombres y contabilizaron cerca de 40.000 heridos– decidiría a EE. UU. a emplear sus bombas atómicas contra Japón.

Mítica instantánea de Iwo Jima recreada en la película Banderas de nuestros padres
El momento de la mítica instantánea de Joe Rosenthal en Iwo Jima, recreado por Clint Eastwood en el film Banderas de nuestros padres (2006). Foto: Alamy.

Así llegó el fin de una larga contienda que había comenzado a decantarse definitivamente del lado aliado en otra playa y gracias a otro desembarco: el de Normandía, cuya efeméride nos recuerda el sacrificio de todos aquellos que lucharon y murieron por la derrota del totalitarismo.

Cortesía de Muy Interesante



Dejanos un comentario: