A lo largo de casi tres décadas, entre la II Guerra Mundial y los años 70, las dos superpotencias de la política mundial libraron una batalla por explorar el espacio exterior y situar a un ser humano sobre la superficie de la Luna. Con el trasfondo de la Guerra Fría, se lanzaron a una carrera que empezó liderando la URSS y acabó ganando Estados Unidos. Estos son sus hitos principales.
En agosto de 1945 los estadounidenses lanzaron sus bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo que precipitó el final de la Segunda Guerra Mundial, y demostraron al mundo su supremacía militar y científica. Al otro lado del Atlántico, la Unión Soviética, la otra superpotencia que emergió tras el conflicto, inició un impresionante programa de investigación científica que la llevó a la construcción de su primera bomba atómica –la RDS-1–, para lo cual contaron con la inapreciable colaboración de científicos alemanes y el conocimiento secreto gentilmente cedido por los estadounidenses.
La Guerra Fría en el espacio
Que los soviéticos hubieran conseguido detonar una bomba nuclear solo dos años después de las de Japón provocó un sentimiento de pánico en Estados Unidos. Había que hacer más bombas y buscar una forma de lanzarlas que no fuera desde aviones, así que pensaron en misiles.
Por su parte, la URSS lo tenía claro y en mayo de 1946 el Politburó aprobó la puesta en marcha de un proyecto de investigación en cohetes. A finales de la década de los 50 el espacio ya era un escenario estratégico en un mundo en el que la tensión entre Norteamérica y la URSS iba en aumento, agravada por la construcción del muro de Berlín en 1961, la crisis de los misiles en Cuba en 1962 y las guerras en el sudeste asiático.
Pioneros del espacio: EE.UU. y URSS
Curiosamente, ambas potencias ya habían empezado a pensar en satélites artificiales y vuelos espaciales al final de la Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos, en 1945 la Navy’s Bureau of Aeronautics se puso a trabajar en ello, y un año más tarde la RAND Corporation (un think tank o laboratorio de ideas privado cuyo objetivo era conectar el mundo militar con el de la investigación), a petición de la Fuerza Aérea, se puso a especular con la idea de fabricar un cohete o World-Circling Space Ship que pudiera llevar un satélite al espacio hacia 1951. Sin embargo, la Administración norteamericana no estaba muy emocionada con el asunto. Le preocupaba más tener poderío aéreo y nuclear.
Mientras, en la Unión Soviética en 1946 el ingeniero militar Mikhail Tikhonravov era nombrado subdirector del instituto secreto de investigación NII-4 de la Academia de Ciencias de Artillería en Moscú y se puso a trabajar en el proyecto VR-190 para desarrollar un cohete que pudiera lanzar a un ser humano a un vuelo suborbital.
Años más tarde Tikhonravov sería responsable del diseño de las sondas enviadas a la Luna, Venus y Marte. En 1948 propuso un cohete de múltiples etapas cuyos motores funcionaban en paralelo para lograr un mayor rango de vuelo. Su propuesta fue recibida con escepticismo en la Academia, cuando no ridiculizada, pues supuestamente ningún cohete podría superar los mil kilómetros de distancia. Sin embargo, logró impresionar a Serguéi Koroliov, que fue a lo largo de toda la carrera espacial y en los papeles oficiales soviéticos el Diseñador Jefe. Su nombre real se mantuvo en el más absoluto secreto.
En la sombra Nazi
Era algo así como el homólogo soviético de Wernher von Braun, el ingeniero mecánico y aeroespacial alemán que había trabajado para los nazis y que fue nacionalizado estadounidense en los 50 para poder integrarlo en los proyectos de la NASA. Entre las ocupaciones de Koroliov estaba la de dirigir el OBK-1 (Oficina de Diseños Experimentales-1) de Kaliningrado y la de desarrollar el misil balístico R-3, para lo cual colaboró con Tikhonravov, ambos inasequibles al desaliento a pesar de la falta de interés por el espacio de la burocracia estalinista.
Pero con la muerte de Stalin en 1953 y el ascenso de Nikita Kruschev al poder, todo cambió. El nuevo primer secretario del Partido Comunista vio en el espacio una forma de demostrar su superioridad sobre los Estados Unidos.
En 1954 se aprobó formalmente el programa espacial con el apoyo de la Academia Soviética de Ciencias, algo que se tomó más en serio cuando en 1955 el presidente Eisenhower anunció que enviaría un satélite al espacio durante el Año Geofísico Internacional, a celebrarse entre julio de 1957 y diciembre de 1958. Había que darse prisa.
El programa Sputnik
El Programa Sputnik fue aprobado el 30 de enero de 1956, y semanas más tarde fue refrendado por el propio Kruschev. Los soviéticos trabajaron a marchas forzadas para enviar un satélite. Como lanzador emplearon el cuerpo del primer misil balístico intercontinental, el R-7 Semiorka. Y el 4 de octubre de 1957 lanzaron una esfera plateada de 56 cm de diámetro y 83 kilos de peso, con cuatro antenas, que orbitaba la Tierra cada 98 minutos.
“El Sputnik en sí no era el satélite que la URSS había querido lanzar, ni se construyó para que durara mucho tiempo”, dijo en el sexagésimo aniversario de su lanzamiento Cathleen Lewis, conservadora del Departamento de Historia del Espacio del Museo Nacional del Aire y del Espacio de Washington. Los planes soviéticos para un verdadero satélite “se quedaron por el camino”, apostilló Lewis.
Quizá el Sputnik era solo un apaño, pero a los ojos del mundo se trató de una gran hazaña. El pitido que emitía su radiobaliza se escuchó en todas las radios y televisiones del orbe y estuvo transmitiendo durante veintidós días hasta que se agotaron las baterías. Fue el primer sonido que recibimos desde el espacio. Finalmente se destruyó en la atmósfera a principios de 1958. Se acababa de dar el pistoletazo de salida a la carrera espacial y el primer asalto lo había ganado la URSS poniendo una esfera del tamaño de una pelota de playa en órbita a 900 kilómetros de altura.
El temor de Estados Unidos
Fue una sorpresa, no precisamente agradable, para la mayoría de los estadounidenses, que vivían su particular luna de miel convencidos de su superioridad tecnológica en medio del auge económico de la posguerra. Pero lo que preocupaba a la Casa Blanca y al Pentágono era otra cosa: habían asistido a la demostración del poder abrumador del misil R-7 Semiorka, capaz de enviar una ojiva nuclear al espacio aéreo de los Estados Unidos.
¿Podría ser el primer paso de los soviéticos para poner armas en el espacio? “El pueblo estadounidense sintió los ecos del ataque japonés a Pearl Harbor de hacía quince años”, escribió en su página web la NASA en el sexagésimo aniversario del lanzamiento del Sputnik.
Laika, la vida por el espacio
El 3 de noviembre de 1957, antes de que Estados Unidos tuviera la oportunidad de hacer despegar su propio satélite, los soviéticos se adelantaron de nuevo lanzando el Sputnik 2 con una peculiar pasajera llamada Laika. Pero el viaje de la famosa perra al espacio era solo de ida, lo que provocó airadas protestas de los defensores de los animales por todo el mundo.
Hasta hace unos años no se supo cuánto tiempo resistió el pobre can que había pasado de vagabundear por las calles de Moscú a dar su vida en el espacio. Finalmente, en octubre de 2002, con motivo de un congreso de astronáutica celebrado en Houston, uno de los científicos del Sputnik 2, Dimitri Malashenkov, reveló que Laika murió entre cinco y siete horas después del despegue debido al estrés y al sobrecalentamiento.
El Kaputtnik y el Explorer 1
El 6 de diciembre, como colofón a la promesa de Eisenhower, la Marina norteamericana lanzaba el satélite Vanguard TV3. Subió poco más de un metro antes de explotar. La prensa norteamericana lo llamó Kaputtnik.
Pero el Ejército de Tierra estaba desarrollando en paralelo un programa de cohetes en su Agencia de Misiles Balísticos del Ejército (ABMA) con la participación de Von Braun. Se trataba del Explorer 1, diseñado y construido por el Jet Propulsion Laboratory, junto con el lanzador Juno 1, un cohete Jupiter-C modificado para acomodar una carga útil de satélite. El Explorer 1 fue lanzado con éxito el 1 de febrero de 1958, y como premio científico descubrió los cinturones de radiación de Van Allen que rodean la Tierra.
Los cambios y avances
Ese mismo año, el presidente disolvía el Comité Asesor Nacional para la Aeronáutica (NACA) y creaba la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA). Al mismo tiempo, Eisenhower impulsó otros dos programas espaciales orientados a la seguridad nacional. El primero, liderado por la Fuerza Aérea, se dedicó a explorar el potencial militar del espacio.
El segundo, encabezado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Fuerza Aérea y una nueva organización llamada Oficina Nacional de Reconocimiento –una de las cinco grandes agencias de inteligencia norteamericanas, cuya existencia fue desclasificada en 1992–, recibió el nombre clave de Corona: usaría satélites para reunir información sobre la Unión Soviética y sus aliados.
Continúa la inversión de ambos lados
En la década siguiente ambas potencias invirtieron importantes sumas de dinero en el desarrollo de naves espaciales y enviaron sondas robóticas a la Luna, Venus y Marte. La primera de estas sondas que alcanzó la superficie de nuestro satélite, contra el que se estrelló a propósito, fue la soviética Luna-2 el 13 de septiembre de 1959. Los soviéticos siguieron lanzando Sputniks (hasta un total de ocho) al tiempo que ambos países enviaban animales al espacio, principalmente monos, chimpancés y perros, para probar si eran capaces de traerlos de vuelta sanos y salvos.
En abril de 1961, el cosmonauta soviético Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en orbitar alrededor de la Tierra. Tres semanas más tarde de este éxito, el 5 de mayo, el astronauta Alan Shepard se erigió en el primer estadounidense en llegar al espacio (aunque no en órbita). Y empezó una carrera por ver quién era el primero en mandar dos o tres astronautas, o quién se daba antes un garbeo por el cosmos.
Pero pronto cambiaron las cosas. El 25 de mayo de 1961 el presidente John F. Kennedy se desmarcó con una afirmación audaz: Estados Unidos enviaría a un hombre a la Luna antes del final de la década. Lo que había detrás de tan descabellada afirmación no era una pasión por la exploración espacial (pues desde el principio su país iba por detrás de los soviéticos), sino su obsesión de ganar a Rusia en todo.
“No estoy interesado en el espacio, solo en la batalla contra los rusos”
En una entrevista que mantuvo en 1962 con el administrador de la NASA, James Webb, cuando este le habló de la importancia de alcanzar nuestro satélite con el fin de ampliar el conocimiento del cosmos, el presidente contestó: “Si llegamos segundos a la Luna estará bien, pero seremos los segundos para siempre”.
Ante la insistencia de Webb sobre las posibilidades científicas de una misión lunar, Kennedy replicó: “No estoy interesado en el espacio, solo en la batalla contra los rusos”.
En febrero de 1962, John Glenn se convirtió en el primer estadounidense en orbitar la Tierra, y a finales de ese año ya se habían puesto los cimientos del programa lunar de la NASA, denominado proyecto Apolo. A partir de entonces se produjo una importante desigualdad entre las dos potencias respecto a los recursos disponibles: mientras que Estados Unidos gastaba 25.000 millones de dólares solo en ese proyecto, su rival invertía como mucho, la mitad.
De hecho, la URSS negó oficialmente tener un programa lunar, pero los documentos desclasificados han demostrado lo contrario. El Gobierno soviético emitió el primer decreto gubernamental sobre un programa lunar en agosto de 1964. Sus responsables eran Vladimir Cheloméi –un brillante ingeniero aeroespacial creador de varios misiles intercontinentales al que se le encargó desarrollar el primer vuelo a la Luna, proyectado para finales de 1966– y Koriolov, ingeniero jefe del programa espacial soviético que debía organizar el aterrizaje en la Luna para finales de 1967.
Tragedias y fracasos
De 1961 a 1964 el presupuesto de la NASA aumentó casi un 500 %, y en el programa estuvieron implicados 34.000 empleados de la agencia y otros 375.000 de contratistas industriales y universidades. El primer revés llegó en enero de 1967, cuando tres astronautas murieron después de que se declarara un incendio en la cabina del Apolo 1 durante una prueba en la plataforma de lanzamiento.
Mientras tanto, el programa lunar de la URSS avanzaba a trompicones, en parte debido al debate interno sobre su necesidad y en parte por la muerte de Koroliov en enero de 1966. Mientras sus rivales construía con éxito su Saturno V, los soviéticos acumulaban fracaso tras fracaso con su cohete lunar N1-L3, pues empezaron con cuatro años de retraso respecto a los norteamericanos y con un presupuesto escaso. Los cuatro intentos de lanzamiento fallaron. En el segundo (3 de julio de 1969) el cohete se estrelló contra la plataforma poco después del despegue y produjo una de las mayores explosiones no nucleares de la historia de la humanidad.
Apolo 8 en órbita y cerca de alunizar
Por su parte, los estadounidenses iban lanzados. El 24 de diciembre de 1968 la primera misión espacial tripulada –el Apolo 8– llegó a la órbita lunar; en marzo de 1969 el Apolo 9 puso a prueba todo el conjunto de aparatos y operaciones de la futura misión de alunizaje mientras orbitaba en torno a la Tierra. En mayo de ese año el Apolo 10 hizo lo propio, pero ya en la órbita lunar.
Sus tres tripulantes llevaron a cabo todas las maniobras que tendría que hacer el siguiente vuelo, salvo alunizar. Se cuenta que, para que no tuvieran la tentación de bajar hasta la superficie de nuestro satélite, los técnicos habían sustituido el combustible del módulo lunar por peso muerto.
Apolo 11: Armstrong, Aldrin y Collins
El 16 de julio de 1969, los astronautas Neil Armstrong, Edwin Buzz Aldrin y Michael Collins despegaron desde el Centro Espacial John F. Kennedy en Florida a bordo del Apolo 11 con el gran objetivo: aterrizar en la Luna.
Por fin, el 20 de julio el módulo lunar con Armstrong y Aldrin se posó en el Mar de la Tranquilidad, mientras Collins se quedaba orbitando en el módulo de mando. Todo el esfuerzo, el tiempo y los miles de millones de dólares invertidos les sirvieron para pasar poco más de 21 horas sobre la superficie polvorienta de nuestro satélite.
Curiosamente, mientras Armstrong y Aldrin terminaban su paseo, la sonda soviética Luna 15 se estrellaba en el Mare Crisium, al norte de donde había aterrizado el Apolo 11. Era el segundo intento fallido de los rusos de traer a la Tierra muestras de la superficie lunar. Estados Unidos había ganado la carrera espacial.
Un alunizaje mediático
Gracias a la televisión, la llegada a la Luna significó para los norteamericanos la demostración de su superioridad moral y tecnológica. Los astronautas se convirtieron en héroes nacionales y los soviéticos aparecieron como los villanos de una película que con determinación implacable trataban en vano de superar a Estados Unidos para ser humillados ante los ojos del mundo.
Fue el triunfo del capitalismo sobre el comunismo. Después de derrotar a los rusos, el interés del Gobierno estadounidense en las misiones lunares se desvaneció. Por su parte la Unión Soviética cambió de tercio y lanzó la primera estación espacial, Salyut 1, el 19 de abril de 1971. Si Estados Unidos se hizo experto en viajes tripulados, los soviéticos hicieron lo propio en estancias largas en el espacio.
Cortesía de Muy Interesante
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