Así se produjo la caída del Imperio británico: de ser la mayor potencia mundial a la rápida descolonización

Su supremacía como primer país industrializado le había abierto las puertas en medio mundo para conseguir tantas materias primas como necesitara, además de una posición privilegiada en el mercado donde vender sus productos. Por eso, durante el reinado de Victoria I, una de sus épocas de mayor auge, más de 16 millones de británicos pudieron abandonar Gran Bretaña en busca de una nueva vida en algún lugar del imperio británico donde poder prosperar.

Las islas se iban quedando pequeñas para una población en crecimiento, y las opciones pasaban por decenas de puntos en el mapa: Australia, Nueva Zelanda, India, Canadá, medio continente africano… Se trataba de un imperio nacido bajo directrices comerciales que había tejido su amplia red política y económica a través de los océanos.

El Imperio Británico alcanzó su mayor preponderancia a fines del siglo XIX, durante el reinado de Victoria I. Durante la denominada Era Victoriana, Inglaterra se convirtió en la primera potencia industrial, comercial, política, cultural y militar del mundo. Foto: ASC.

Pero los competidores que comenzaron a llegar cuando la industrialización se extendió por todo el globo, los estragos que las guerras hicieron en las arcas del Estado y la confirmación de que habían nacido dos superpotencias más poderosas que Gran Bretaña tras la II Guerra Mundial terminaron con el sueño imperial británico.

Problemas en el Imperio

En su máximo esplendor, todo aquel imperio se fraguaba ante los ojos del resto del mundo a través de conquistas, colonizaciones y relaciones comerciales, que contribuyeron al espectacular crecimiento económico del Reino Unido y al peso de sus intereses en el escenario mundial.

Posesiones de la corona británica a principios del siglo XX
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, una cuarta parte de la población mundial era súbdita de la corona británica, como vemos en este mapa. Foto: ASC.

La frase que se había hecho popular durante el reinado de Felipe II, y que hacía referencia a un imperio en el que nunca se ponía el sol, dejaba de tener sentido en el territorio español para recuperarlo con la corona británica. Uno de los factores que lo hizo posible fue la Revolución Industrial, clave en la expansión del Imperio Británico.

Gracias a ella, el país se había transformado y, al mismo tiempo, había posibilitado la expansión de sus territorios, convirtiéndose en la gran expresión del imperialismo moderno. Sin embargo, la industrialización dejó de ser patrimonio británico en la segunda mitad del siglo XIX, cuando la industria del acero, la electricidad y el petróleo favorecieron el desarrollo industrial en otros países como Alemania y Estados Unidos, y se inició la lucha por los mercados mundiales contra estos dos competidores, entre otros.

Proceso de Bressemer
En el marco de la revolución industrial, el llamado Proceso de Bessemer para
tratar el acero cambió la siderurgia y el mundo entero en pocas décadas. Foto: Getty.

Fue el comienzo del declive económico del imperio, que poco a poco iba perdiendo fuerza ante sus rivales mientras estos iban recuperándose económicamente. Aunque la banca y el transporte de mercancías mantenían al Reino Unido a salvo de los números rojos, su porción en el comercio mundial pasó de ser un cuarto en 1880 a un sexto en 1913. Y no solo perdía posiciones en los mercados de los países que se estaban industrializando, sino que también empezaba a ser cada vez menos relevante en los países menos desarrollados.

A esa circunstancia se sumaban otras dificultades, como el largo período de deflación que tuvo lugar entre 1873 y 1896 que, aunque afectó a toda Europa occidental y Estados Unidos, tuvo mayor presión sobre el Reino Unido, donde las continuas quiebras de negocios empezaron a ser el pan de cada día. En esas circunstancias, mantener el gran imperio se hacía cada vez más complicado.

La llegada de la I Guerra Mundial no facilitó las cosas. Se calcula que cada día de conflicto el Reino Unido gastó cuatro millones de libras, algo que duplicó la inflación entre 1914 y 1920. Después llegaría el Crac del 29, que repercutió inmediatamente en la banca de Londres. La retirada de capitales y el cese de préstamos causaron una grave crisis financiera. Las exportaciones disminuyeron entre 1930 y 1932 en un 70%, el PIB bajó, la producción de carbón descendió y la de acero se redujo a la mitad.

A todo ello se unía el descontento de la población, para la que cada vez era más difícil subsistir con estabilidad: si en 1929 había alrededor de 1.200.000 parados, un año después la cifra se duplicaba y, en 1932, superaba los 3 millones de personas.

Los dominios de la Commonwealth

Ya antes de que la economía británica experimentara dificultades, el Imperio Británico había comenzado a formar lo que luego sería la Commonwealth, extendiendo el estatus de Dominio a las colonias con autogobierno de Canadá en 1867, Australia y Nueva Zelanda en 1907 y Sudáfrica en 1910.

Batalla de Rorke's Drift
En este cuadro de Neville de 1879 se muestra a los 150 soldados británicos que defendieron una misión en Natal (Sudáfrica) frente al ataque de más de 3.000 guerreros zulúes, en enero de 1879. Foto: ASC.

Se trataba de asegurar la cooperación internacional en el ámbito político y económico y, con ese fin, los dirigentes de los nuevos Estados se reunían con los británicos en cumbres periódicas. Inicialmente, se llamaron Conferencias Coloniales –la primera tendría lugar en Londres en 1887–, y después, desde 1907, Conferencias Imperiales.

Por entonces, el imperio aún conservaba ciertas bases. Aunque los Dominios mantenían su propio gobierno, las relaciones exteriores de estos seguían las directrices del Foreign Office del Reino Unido. O, al menos, lo escuchaban: los Dominios contaban con capacidad para elaborar sus políticas hacia el exterior siempre que estas no entraran directamente en conflicto con los intereses del Reino Unido. Sin embargo, desde 1909, estas antiguas colonias ya tenían su propia estructura militar.

Aun así, la declaración de guerra efectuada por el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda en la I Guerra Mundial incluyó a todos los Dominios, que no tuvieron voz en esta declaración. Pero al acabar el conflicto, las cosas ya habían cambiado: cada uno de ellos fue incluido por separado entre los firmantes del Tratado de paz de Versalles en 1919.

Por fin, la independencia de los Dominios se formalizaba mediante la Declaración de Balfour de 1926 y el Estatuto de Westminster de 1931. A partir de ese momento, su estatus era igual al de la metrópoli, sin sometimientos y protegidos de cualquier interferencia legislativa proveniente del Reino Unido, además de totalmente autónomos en sus relaciones internacionales. Canadá no tardaría en dar la primera muestra de que lo firmado sobre el papel era una realidad instalando en Washington, en 1927, la primera representación diplomática permanente del país en una nación extranjera.

Casi dos décadas después, Gran Bretaña cerraba su participación en la II Guerra Mundial sabiendo que el imperio era cada vez más un sueño del pasado. Estados Unidos, el país que junto con la Unión Soviética mostraría su hegemonía mundial a partir de ese momento, fue el aliado elegido por la mayoría de las antiguas colonias para establecer relaciones comerciales y políticas.

Winston Churchill durante un discurso a las tropas en 1940
El Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, se dirige a las tropas del HMS Hardy en su discurso del 19 de abril de 1940, meses antes de la decisiva Batalla de Inglaterra. Foto: Getty.

Pero ya durante aquel gran conflicto, las antiguas colonias mostraron que sus intereses estaban por encima de los de su antiguo socio británico. Entre esas muestras de autonomía se encuentra la protagonizada por el primer ministro australiano, John Curtin, cuando, en 1942, decidió retirar las tropas australianas que defendían Birmania, demostrando con ello que sus propios intereses nacionales estaban en primer lugar.

Poco después, el entonces primer ministro, Winston Churchill, protagonizaba un famoso discurso en el que se atisbaba que el gobierno era consciente de que llegaban otros tiempos. “Está a punto de comenzar la Batalla de Inglaterra, de la cual depende la supervivencia de la cristiandad. Preparémonos para cumplir con nuestras obligaciones y tengamos en cuenta que, si el Imperio Británico dura otros 1.000 años más, los hombres dirán que este fue su momento de mayor gloria”, decía tras la caída de París y ante un inminente ataque de Hitler a la ciudad de Londres.

Bombardeos sobre la ciudad de Londres en 1940
En la imagen, bombardeos sobre la ciudad de Londres y el río Támesis en noviembre de 1940, durante el asedio de las tropas nazis alemanas. Foto: Getty.

Al terminar la guerra, Gran Bretaña había perdido gran parte de su fuerza militar y económica y el gobierno laborista, que llegó al poder en 1945, no era partidario de mantener a toda costa un imperio que, ya a todas luces, se estaba desintegrando. Seis años más tarde, Australia y Nueva Zelanda se unían al tratado regional de seguridad ANZUS con Estados Unidos, en un gesto que mostraba el nuevo orden del mundo.

Crisis en el Canal de Suez

Si hubo un acontecimiento que marcó un antes y un después en la biografía de lo que había sido el Imperio Británico fue lo ocurrido en el Canal de Suez en 1956. En aquellos años, Gran Bretaña ya había perdido sus colonias económicamente más importantes, entre ellas la que consideraba su “joya”, India. Pero el Canal seguía siendo clave como enlace entre el Reino Unido y esta, con quien continuaba manteniendo relaciones comerciales privilegiadas. Además, se trataba de la principal ruta para transportar petróleo desde el golfo Pérsico a Europa, por lo que resultaba crucial para Europa occidental.

Mountbatten declara la independencia de la India
Mountbatten declara la independencia de la India en la Asamblea Constituyente, en Delhi, el 15 de agosto de 1947. Foto: Getty.

Por eso, aunque oficialmente el control británico sobre Egipto terminó antes de la II Guerra Mundial, el Reino Unido mantenía influencia en las decisiones del país a través del rey Faruk. Hasta que, en 1952, un golpe de Estado depuso al monarca y Gamal Abdel Nasser se proclamó jefe del nuevo gobierno. Cuatro años más tarde, Nasser anunciaba la nacionalización del Canal de Suez, pero Francia e Inglaterra, que no renunciaban completamente a sus sueños de grandeza, no estaban dispuestas a perder esta vía.

Su plan consistiría en alentar a Israel para que se uniera a su alianza, haciéndole ver las ventajas que tendría un ataque a su enemigo, Egipto, y, con el argumento de proteger el Canal para el mundo, invadir el país. Así ocurrió: después de que Israel iniciara la invasión del Sinaí y de la franja de Gaza, alcanzando la zona del Canal de Suez, Francia y Gran Bretaña ofrecieron una mediación, que Egipto rechazó. Días más tarde, tropas anglofrancesas desplegaron su fuerza en una operación militar que no obtuvo el resultado que esperaban, pues la comunidad internacional había condenado la ocupación.

Prisioneros egipcios en el Canal de Suez
En la imagen, prisioneros egipcios llevados al campamento de Port Fouad por soldados franceses de reconocimiento en el Canal de Suez, el 15 de noviembre de 1956. Foto: Getty.

El primer país en hacerlo fue Estados Unidos, que, además de haber sido excluido de los planes de Francia y del Reino Unido, veía cómo peligraban sus intereses en el Próximo Oriente si apoyaba a los invasores. Así las cosas, la noche del 5 de noviembre se lograba el alto el fuego, después de que la libra esterlina comenzara a debilitarse en los mercados de Nueva York bajo la presión del gobierno de Estados Unidos.

Fue el final para el primer ministro británico Anthony Eden, cuyas decisiones pusieron de manifiesto la evidente debilidad británica como potencia imperial y la consolidación final de su decadencia. El 10 de enero de 1957 dimitía y el conservador Harold Macmillan se hacía cargo de un gobierno muy desorientado.

Solo para evitar conflictos

La rápida descolonización de los territorios que al Imperio Británico le quedaban en África, Asia y el Pacífico fue la manera en que Gran Bretaña trató de evitar más conflictos. Especialmente, en África Central y del Sur, donde no cesaban las revueltas y el escenario era crítico en países como Kenia. Fue entonces cuando el primer ministro, Harold Macmillan, reconoció en un famoso discurso pronunciado en 1960 la existencia de “vientos de cambio”.

Primer ministro Harold Macmillan
El primer ministro Harold Macmillan dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas en su famoso discurso de 1960. Foto: Getty.

A partir de 1880, África se había convertido en el principal objetivo de la expansión imperialista y, en los siguientes años, Gran Bretaña tomó aproximadamente al 30% del territorio africano bajo su control. Pero tras la II Guerra Mundial, y dado el crecimiento de los cada vez más influyentes movimientos nacionalistas, no le quedó más salida que aceptar la autonomía de las colonias. Birmania ya había obtenido la independencia en 1948, al igual que Ceilán.

En cuanto a Palestina, el mandato británico concluyó ese mismo año con la retirada de las tropas. Por su parte, la guerrilla chipriota promovida por partidarios de la unión con Grecia terminó en 1960 con la independencia de Chipre. Malta, británica desde 1814 por el Tratado de París, obtuvo la suya asimismo en 1964.

En África, el final del imperio llegó con mucha rapidez: a la independencia de Ghana en 1957 le siguió la de Nigeria en 1960; Sierra Leona y Tanganyika en 1961; Uganda en 1962; Kenia y Zanzíbar en 1963; Gambia en 1965; Botsuana y Lesoto en 1966; Mauricio y Suazilandia en 1968 y, finalmente, Seychelles en 1976.

En el Caribe, tras fracasar la Federación de las Indias Occidentales, los territorios optaron por la independencia por separado. Así, Jamaica y Trinidad y Tobago declararon su autonomía en 1962, Barbados en 1966 y el resto de las islas a lo largo de los años setenta y ochenta.

El sueño imperial había terminado, pero basta mencionar a los emiratos del Golfo y Omán (1971), a Rodesia del sur (1980) y a Belize (1981) para ver que la descolonización dura hasta hoy. Además, varios microterritorios (14 territorios británicos de ultramar) están todavía pendientes de descolonización (Malvinas, Gibraltar…) y por ello están en la lista de Territorios No Autónomos de Naciones Unidas.

Cortesía de Muy Interesante



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