Candidata a 10 premios de la Academia de Hollywood, El brutalista parte, hoy, como favorita para ganar el Oscar.
Si el brutalismo es un estilo arquitectónico que tuvo su esplendor en la posguerra, con sus formas geométricas sin ornamentación y realizado con hormigón crudo, que privilegiaba la funcionalidad a la belleza, qué bien ha definido el director Brady Corbet a su propia película desde el título.
Los términos excesiva, solemne y monumental pueden parecer acercarse a lo que es El brutalista, pero por distintos motivos. Es excesiva porque Corbet deja de lado toda sutileza y remarca, a veces desde la música, una enorme cantidad de temas que cruzan las tres horas y 35 minutos (intervalo de 15 minutos con foto fija, música y contador descendente en la pantalla incluido).
Ya lo expresó con palabras cuando agradeció el Globo de Oro al mejor drama (y se posicionó de cara a los Oscar), altisonante al recordar que le habían dicho que nadie iría a ver su película. Y la película muestra ese mismo rencor en más de una oportunidad o secuencia.
Adrien Brody, ¿cerca de su segundo Oscar?
Comentábamos que Corbet no es lo que se dice un realizador sutil o delicado, pero tampoco torpe. Cuando muestra la Estatua de la Libertad boca abajo ya sabemos para dónde podrá ir la historia de quien así la observa desde el barco que lo trae de Europa, a poco de terminada la Segunda Guerra Mundial. László Tóth (Adrien Brody), que emerge de la oscuridad y la profundidad del barco, lo hace exultante, como quien llegó a la Tierra prometida.
Porque eso es para László los Estados Unidos. Poco a poco entenderá que el prestigio que supo tener en Europa (arquitecto judío-húngaro, estudió en la Bauhaus, la escuela de arte alemana cerrada por los nazis) no será entendido del otro lado del Atlántico, adonde llega a perseguir, sí, un sueño americano de otros.
Corbet, que dirigió Vox Lux, con Natalie Portman, escribió con su esposa Mona Fastvold un guion extenso y ambicioso -ambicioso no necesariamente tiene que ser un elogio, sino una pretensión de sumatoria de temas a abordar, como sucede aquí- es bastante simplista a la hora de presentar a sus personajes.
![Guy Pearce simboliza el capitalismo en la película candidata al Oscar. El está nominado como mejor actor de reparto.](https://jlanoticias.com/wp-content/uploads/tBIc5PFsb_720x0__1.jpg)
Adicto al opio
László obviamente es el que tiene más aristas, siendo el protagonista. Creyendo que su esposa ha muerto (los han separado durante la Guerra, adonde sufrieron en campos de concentración), se entrega al opio y visita un prostíbulo, y se emociona cuando se reencuentra con su primo Attila (Alessandro Nivola). Las cosas no quedan en bien en su paso por Filadelfia, donde el primo abrió una fábrica de muebles, que llama Miller y e hijos, cambiándose el nombre hebreo y aduciendo que “aquí les gustan las empresas familiares”.
Attila no tiene hijos, pero sí una esposa católica, y él mismo se considera ahora católico.
Hablábamos del simplismo de Corbet, que es un poco de manual: los estadounidenses (Attila ya pasa a ser uno) son malos, soberbios, rencorosos y la mayoría segregacionistas, y László y su familia -no es spoiler que Erzsébet (Felicity Jones, de Rogue One), llegue a los Estados Unidos, junto con su sobrina Zsófia- son buenos y, cabizbajos, a veces se permiten que los poderosos los pisoteen.
Entre estos últimos está Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce, de Memento y Los Angeles: al desnudo), un industrial multimillonario que se hizo rico durante la Guerra, que primero trata a los gritos al arquitecto (sus hijos malcriados le querían dar una sorpresa a Harrison, reconvirtiendo su estudio en una biblioteca moderna), pero acude a él cuando en la revista Look lo retrata allí y el tipo queda como un ejemplo de modernismo y belleza.
La lucha entre el arte y el capital
Así que lo contrata para que construya una suerte de enorme centro cultural, en honor a su madre recién fallecida, en una colina cercana a su mansión, donde la comunidad pueda reunirse. Le pide “algo novedoso”, “algo sin límites”.
La lucha entre el arte y el capital, también a trazos gruesos, pasa a ser el ring donde se ubican László y Harrison. Pero la desproporción del asunto no pasa por quién es el auténtico dueño del espacio a crear, quien lo diseña y o quien lo paga. Es una lucha de poder, no de quién tiene razón, si no de quién se cree superior.
![Guy Pearce junto a quien interpreta a su hijo en la ficción, Joe Alwyn (que fue pareja de Taylor Swift durante 7 años).](https://jlanoticias.com/wp-content/uploads/cQZRZbgAs_720x0__1.jpg)
La película está dividida con una obertura y una primera parte hasta el intervalo, y una segunda parte y epílogo.
Lo mejor de “El brutalista”
Lo mejor sucede en esa segunda parte, cuando se muestran las cartas, aunque el epílogo, si bien sirve para explicar algo que no vamos a spoilear, parece como traído de otra película, y rematado con un tema musical que, si quiso ser disruptivo, ni siquiera se condice con el relato que estuvimos viendo durante ya tres horas y 20 minutos.
El brutalista es, claro, excesiva, pero en sus dimensiones también despareja. Agota. Tiene puntos en común con Megalópolis, la película de Francis Ford Coppola en la que hay un visionario que se enfrenta a quien detenta cierto poder, sea o no económico.
Adrien Brody vuelve como en El pianista a ser otro sobreviviente del Holocausto, desequilibrado más que trastornado. Su actuación es potente, tanto como la de Guy Pearce, que en cuanto entra en la historia hace que la misma pegue un sacudón que buena falta le hacía.
“El brutalista”
Drama. Reino Unido / EE.UU. / Canadá, 2024. Título original: “The Brutalist”. 215’, SAM 16. De: Brady Corbert. Con: Adrien Brody, Guy Pearce, Felicity Jones, Alessandro Nivola, Joe Alwyn. Salas: IMAX, Hoyts Abasto y Unicenter, Cinemark Palermo, Cinépolis Recoleta, Pilar y Houssay, Showcase Belgrano y Quilmes.
Cortesía de Clarín
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