El mar fue el escenario de transportes masivos de tropas, ataques furtivos de submarinos y batallas terribles. Y vio surgir al nuevo rey de las aguas: el portaaviones, una de las armas marítimas.
Los lobos de Dönitz
El almirante alemán Karl Dönitz, que dirigía la Kriegsmarine nazi, pensaba que dominar el Atlántico era decisivo para cortar las líneas de suministro y con ello lograr derrotar al Reino Unido. A falta de suficientes buques de superficie, empleó los temibles submarinos U-Boot.
Submarinos poderosos
El submarino más numeroso en la II Guerra Mundial fue el Tipo VII alemán, un U-Boot (abreviatura de Unterseeboot o barco submarino) monocasco de tamaño medio, no muy diferente de los empleados durante la Gran Guerra. En las películas, los submarinos siempre atacan bajo el agua, pero en la realidad lo hacían en superficie, donde podían moverse mucho más rápido –frente a los apenas 7 nudos que alcanzaban en profundidad–, y se sumergían en caso de sentirse amenazados.
Los U-Boot hundieron 2.828 mercantes (14,7 millones de toneladas) y 175 buques militares, incluidos dos acorazados y seis portaaviones. En la contienda naval murieron 72.000 marinos aliados. En el lado germano se perdieron 785 submarinos y 39.000 hombres.
El gran petardazo
El 25 de noviembre de 1941, el submarino U331 (un Tipo VIIC), al mando del teniente de navío Von Tiesenhausen, lanzó tres torpedos contra el acorazado de la Armada Real británica HMS Barham. Este no tardó en zozobrar y al poco una tremenda explosión lo desintegró casi por completo. Murieron 861 marinos, incluido el capitán de navío Geoffrey Cooke. Un cámara que iba a bordo del HMS Queen Elizabeth, gemelo del Barham, filmó el hundimiento.
Alemania diseñó los primeros submarinos capaces de atacar y navegar en inmersión a más de 20 nudos. Eran el Tipo XXI (oceánico) y el Tipo XXIII (costero), pero no entraron en servicio hasta 1945, con la guerra ya perdida. El retraso solo puede explicarse por la desidia del régimen nazi hacia todo lo relacionado con el mar, dado que estos modelos no se basaban en ninguna tecnología revolucionaria, sino que empleaban maquinaria ya disponible en 1939. Los que sobrevivieron fueron desguazados o se los repartieron los vencedores e inspiraron los diseños de submarinos posteriores a la guerra.
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Gigantes y enanos
La armada japonesa diseñó los submarinos más asombrosos de su tiempo, y de todos los tamaños. Sin embargo, ese alarde de tecnología naval, que le permitó ejecutar misiones dignas de una película de James Bond, no logró resultados tangibles.
Hasta la aparición de los submarinos portamisiles nucleares en los años 50, los japoneses de clase I-400 fueron los más grandes que surcaron las profundidades y los primeros en disponer de radar. Estos gigantes nacieron a partir de una propuesta del almirante Yamamoto para desarrollar submarinos portahidroaviones capaces de atacar las costas de Estados Unidos durante varias semanas sin necesidad de repostar. Eso obligaría a la Marina norteamericana a dedicar un gran número de buques a patrullar su propio litoral e incluso a bombardear el canal de Panamá con sus aviones.
Japón diseñó y construyó los A Kō-hyōteki (literalmente, ‘submarino enano clase A’) a un tamaño tan pequeño que podían ser trasladados hasta su zona de operaciones a bordo de buques nodriza. Eran submarinos muy especializados, pensados para atacar puntos vulnerables de las defensas enemigas y de introducirse en sus puertos. En Sídney (Australia) lograron penetrar tres de ellos, y en Pearl Harbour, cinco, aunque uno fue detectado y hundido antes del ataque aéreo. La única acción realmente efectiva de un A Kō-hyōteki la llevó a cabo el I-I20, que dañó al acorazado inglés HMS Ramillies en Diego Suárez (Madagascar).
Un ataque inverosímil
Atacar la costa norteamericana del Pacífico con hidroaviones no era descabellado, pero en toda la guerra solo un piloto japonés pudo sobrevolar territorio continental de Estados Unidos y bombardearlo. Fue Nobuo Fujita, quien lanzó varias bombas sobre el estado de Oregón el 9 de septiembre de 1942, tras despegar desde el I25, un submarino portahidros clase B, antecesor del I-400. El ataque apenas tuvo consecuencias materiales, pero causó gran alarma en las poblaciones costeras. Fujita viajó a Oregón en 1962 para disculparse con sus habitantes.
Acorazados
Clasificado como acorazado rápido, el HMS Hood era un crucero de batalla, similar a un acorazado, pero con menos coraza y por tanto más veloz. Aunque con los años su blindaje lateral fue mejorado, en 1941 seguía siendo en esencia el mismo barco que en 1920, y solo seguía en primera línea por su prestigio (teórico) como buque más poderoso del mundo. En su ataque final el 24 de mayo de 1941, intentó cerrar distancias para evitar los disparos lejanos, que al caer con ángulo más pronunciado podrían penetrar en su débil cubierta, pero los cañones alemanes lo alcanzaron de lleno y explotó con gran estruendo.
Los más poderosos
En su tiempo, el Bismarck era el acorazado más poderoso del mundo, pero eso no hizo menos sorprendente el desenlace de la batalla del estrecho de Dinamarca. Es probable que si el temido buque alemán hubiera perseguido al Prince of Wales depués de hundir al Hood, hubiera logrado derrotarlo y volver indemne a puerto, pero el vicealmirante Lutjens perdió los nervios y delató su posición con mensajes de radio que fueron detectados por la Marina británica. Pero aparte del fallo humano, el Bismarck también tenía defectos, como un sistema de timones que contribuyó a su destrucción tres días después de la explosión del Hood.
Por otra parte, no tuvo suerte el HMS Prince of Wales. Este acorazado británico de la clase King George V desplazaba 43.000 t a 28 nudos, con un blindaje de 37 cm y diez cañones de 36 cm. Pero cuando entró en combate en mayo de 1941, la mayor parte de su artillería, que no había sido probada, se averió y tuvo que retirarse con impactos graves. Poco después, en diciembre de 1941, fue hundido en el Pacífico por aviones japoneses junto al Repulse, otro crucero similar al Hood, sin haber disparado ni una vez contra la flota nipona.
Una de las razones por las que el Bismarck recibió pocos impactos en la batalla del estrecho de Dinamarca fue que los ingleses lo habían confundido con el Prinz Eugen, cuya silueta era similar, y centraron sus ataques sobre este, aunque no llegaron a alcanzarlo. El Prinz Eugen, un crucero pesado de la clase Admiral Hipper, sobrevivió a la II Guerra Mundial y fue hundido durante las pruebas nucleares llevadas a cabo por EE. UU. en 1946 en el atolón Bikini.
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Los últimos titanes
Aunque el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941 pareció dejar en fuera de juego a los barcos acorazados, aún entraron en servicio los dos más poderosos de todos los tiempos, uno estadounidense y otro japonés. Nunca combatieron entre sí, pero generaron su leyenda.
Los cuatro acorazados de la clase Iowa fueron el culmen de la ingeniería naval de Estados Unidos en la guerra. No eran una respuesta a los Yamato nipones, ya que no se supo de la existencia de estos gigantes hasta agosto de 1942, y para entonces los Iowa ya estaban en construcción. Estaban pensados para escoltar a los portaaviones de ataque y eran los únicos acorazados norteamericanos que alcanzaban 30 nudos.
Como se hicieron durante la guerra, no sufrieron restricciones de presupuesto y estaban equipados con la electrónica más puntera, incluidos radares de tiro que aprovechaban todo el alcance de su artillería principal. En un hipotético duelo con el Yamato, esa habría sido una ventaja decisiva. El Iowa más célebre fue el ISS Missouri, escenario de la rendición japonesa en 1945.
Rumbo a las estrellas
Para los japoneses, el Yamato –como el Missouri en Estados Unidos–, es un icono cultural que ha protagonizado diversas obras, como la emblemática serie Space Battleship Yamato. En ella, el viejo pecio del Yamato, rescatado del fondo del océano y convertido en un poderoso acorazado espacial, se convierte en la última esperanza de una humanidad agonizante contra un enemigo en apariencia invencible.
La escuela británica
El final del Bismarck, la batalla de Tarento –en la que aviones ingleses derrotaron a grandes buques de guerra italianos– y el ataque japonés a Pearl Harbor, marcado por la ausencia de portaaviones estadounidenses, mostraron la necesidad de contar con estos gigantes para dominar los mares. La Royal Navy desarrolló enormes portaaviones con los que controló el Atlántico y el Mediterráneo.
El HMS Furious era un crucero de batalla que tras la I Guerra Mundial fue reconvertido en portaaviones. Formó la base, junto con el Courageous y el Glorious, sobre la que la Royal Navy experimentó para construir sus primeros barcos específicamente dedicados al transporte de aviones de combate.
La idea del Almirantazgo era que no hacía falta embarcar en ellos muchos aviones, pues la misión de estos consistía, más que en atacar, en proteger a los propios buques de la aviación enemiga, hacer patrullas antisubmarinas, localizar naves rivales y emprender acciones puntuales para dañarlas y facilitar el trabajo de los cruceros y acorazados británicos.
La leyenda de las tres virtudes
Se dice que en junio de 1940, cuando empezó el asedio de Malta –entonces posesión británica– por Italia y Alemania, la isla solo contaba con tres viejos biplanos Gladiator –Faith, Hope and Charity (Fe, Esperanza y Caridad)– que había llevado el portaaviones HMS Courageous. En realidad había seis, que pronto fueron reforzados por modernos hurricanes lanzados desde el Furious, pero el mito pervivió. Faith aún se conserva en el Museo Nacional de La Valetta.
Los ingenieros británicos volcaron la experiencia obtenida con los primeros portaaviones en el HMS Illustrious. En este navío dieron prioridad a la protección, que incluía una cubierta de vuelo acorazada de 76 mm y una caja blindada que abarcaba todo el hangar y se integraba en la estructura del buque, con 114 mm de coraza. Esto le salvó cuando fue atacado por Stuka alemanes en enero de 1941, pero resultó tan dañado que quedó fuera de servicio durante más de un año.
Flota aérea: poder y debilidad
En Pearl Harbor, el almirante Yamamoto demostró el poder de la Kido Butai, la aviación embarcada de la Armada Imperial de Japón. Sin embargo, los portaaviones que los sustentaban –los kokubokan– no eran tan fiables y sus defectos resultarían fatales poco después.
El Shokaku participó en los principales eventos de la campaña del Pacífico, como la batalla del mar del Coral y el ataque a Pearl Harbor. Era un buque excelente, uno de los portaaviones más veloces y capaces del mundo. Su hundimiento en 1944, desventrado por una explosión, y el de su gemelo el Zuikaku, usado como cebo, ya sin aviones, resume el destino final de la flota aérea japonesa.
Los aviones japoneses, como el torpedero Kate (en la imagen), eran muy superiores a sus rivales en 1941, pero la gran baza de la Kido Butai eran los pilotos, adiestrados en un programa de entrenamiento basado en el que usaban los británicos, pero mucho más exhaustivo y perfeccionado. Paradójicamente, la excelencia en la preparación de sus hombres acabó siendo el talón de Aquiles de la flota aérea de la Armada Imperial. El adiestramiento era demasiado prolongado, por lo que los aviadores escaseaban tras las graves pérdidas sufridas en las batallas del mar del Coral y de Midway. Sin ellos, los portaaviones eran cascarones vacíos y Japón nunca recuperó el dominio de los mares.
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El dominio de los océanos
El tremendo varapalo sufrido en Pearl Harbor convenció a la US Navy de que necesitaba portaaviones para fortalecer su escuadra. Así Estados Unidos pasó de contar con ocho de estas naves al comienzo de la II Guerra Mundial a 115 a su conclusión.
Los portaaviones de la clase Yorktown, como el USS Enterprise –apodado Big E–, fueron los primeros de ataque puro de la Marina estadounidense. Los ensayos llevados a cabo con sus predecesores, los Lexintong y Langley, llevaron a un concepto que ponía el énfasis en la velocidad, las comunicaciones y el volumen del ala embarcada.
Aunque era de igual tamaño que el británico Illustrious, Big E llevaba el triple de aviones. Desde su pista se lanzaron los bombarderos de la misión Doolitle (bombardeo de Tokio de 1942) y luchó en Midway, Guadalcanal, mar de Filipinas, golfo de Leyte, Iwo Jima y Okinawa. Fue el único de los tres buques de su clase que sobrevivió al conflicto y el más laureado. Es el buque más emblemático de la historia de los Estados Unidos; de ahí que la serie Star Trek bautizara como Entreprise la nave del capitán Kirk.
Las tres muertes del USS Yorktown
La principal diferencia física entre los portaaviones nipones y los estadounidenses era la capacidad de estos para resistir daños. El USS Yorktown fue dado por destruido en el mar del Coral, pero logró llegar renqueante hasta Pearl Harbor. Sus responsables pensaban que tardarían tres meses en repararlo, pero ante la inminencia de la batalla de Midway un ejército de 1.400 trabajadores del arsenal logró en solo cuarenta y ocho horas dejarlo en condiciones para luchar. Muchos de ellos partieron hacia el frente para continuar los arreglos a bordo.
Desde el barco se lanzaron aviones Dauntless que destruyeron el portaaviones japonés Soryu, pero bombarderos Val, procedentes del Hiryu, localizaron al Yorktown y lo dejaron envuelto en llamas. Aunque otra vez lo daban por muerto, una hora más tarde volvía a ponerse en marcha, con los incendios apagados, cuando fue atacado de nuevo por torpederos Kate y recibió el impacto de dos torpedos. Sin embargo, sus hombres lograron contener la inundación y evitar el hundimiento. Ya lo estaban remolcando a puerto cuando el submarino I-168 lo alcanzó con otros dos torpedos y lo mandó finalmente al fondo del mar.
En 1940, la Marina de Estados Unidos pensó en incorporar a su flota portaaviones auxiliares, mercantes con cubierta de vuelo que llevarían un ala embarcada reducida, para escoltar convoyes, apoyar operaciones anfibias o realizar patrullas antisubmarinas. El pequeño USS Long Island fue el primero de los noventa portaaviones de escolta construidos durante la guerra, lo que dejó a sus hermanos mayores más libres para enfrentarse a la poderosa escuadra japonesa.
Cortesía de Muy Interesante
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