Inspírate en la Luna llena de arte y su viaje artístico a través de los siglos

Forma parte de la vida del ser humano desde la prehistoria, cuando nuestros antepasados dibujaban los cuernos de un animal para representar las fases creciente y menguante y un ojo para simbolizarla en su máximo apogeo. Te invitamos a hacer un recorrido por todos los ámbitos artísticos en los que la Luna nos ha influido: desde la pintura hasta la arquitectura, pasando por la caligrafía, la literatura, la música y el cine. Una musa para las mentes más creativas que buscan llegar ¡hasta el infinito y más allá!

Desde la prehistoria al cine: La Luna como fuente de inspiración artística

A lo largo de la historia, la dualidad Sol y Luna ha estado presente en el sustrato de casi cualquier expresión cultural o religiosa del ser humano –“E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche” (Génesis 1, 16)–. Algunas civilizaciones han hecho de ambos un matrimonio; otras, una pareja de hermanos. Las hay que consideran masculino al Sol y femenina a la Luna; otras, al contrario. Uno representa la luz y la otra la oscuridad… La Luna forma parte de la vida del hombre desde la prehistoria.

La Luna, musa inspiradora

Nuestros primeros antepasados dibujaban un círculo para representar la luna llena, o un segmento circular para las fases creciente o menguante. Algunos expertos en pinturas rupestres han interpretado el uso de la perspectiva torcida –esto es, la representación de un animal, normalmente un bóvido, con las orejas y los cuernos de frente y la cabeza de perfil– como una forma de expresión artística para indicar las fases del satélite terrestre: los cuernos simbolizan la creciente y la menguante; y el ojo en el centro, la llena. Y precisamente esa imagen nos trae a la mente la de la diosa egipcia Hathor, cuyo tocado está adornado con unos cuernos de vaca y un disco.

Para ver en vivo y en directo la que se considera, en el arte occidental, la primera representación pictórica realista de la Luna tendremos que viajar hasta Nueva York y visitar el Museo Metropolitano de Arte (MET). Allí se exhibe un díptico gótico, del siglo XV, formado por dos tablas: La Crucifixión y el Juicio Final, del pintor flamenco Jan van Eyck. Es en la parte que recoge el calvario de Jesucristo donde, con toda claridad, se puede ver, junto al crucificado que aparece a la derecha, esa primera Luna realista.

Inspírate en la Luna llena de arte y su viaje artístico a través de los siglos
Inspírate en la Luna llena de arte y su viaje artístico a través de los siglos. Imagen: Gemini. Luna llena de arte.

La Luna como musa celestiale: un espejo de nuestras emociones y creencias

Algo más tarde, en 1610, Galileo Galilei publicó un breve tratado de astronomía llamado Sidereus nuncius –conocido como El mensajero sideral– que refutaba la teoría geocentrista y en el que plasmó, en unas acuarelas, lo que vio a través de su telescopio casero: una luna de aspecto irregular, rugoso y llena de imperfecciones y salientes. Exactamente así la pintó su amigo y alumno Ludovico Cardi, más conocido como Cigoli (1559-1613), en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma: realizó un fresco de la Asunción de la Virgen donde esta aparece sustentada sobre una rugosa luna creciente con cavidades. Esta obra es un interesante reflejo de la interacción de arte y ciencia.

El cristianismo representa a la Virgen María así, sostenida por una luna a sus pies –y también coronada por una aureola de estrellas–, desde hace cientos de años –“Apareció en el cielo una gran señal: una mujer envuelta en el sol como en un vestido, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza” (Apocalipsis 12, 1)–. De hecho, el satélite terrestre simboliza el poder femenino, a las diosas madres que ofrecen refugio y sostén.

El renacentista Vicente Juan Macip (1507- 1579), más conocido como Juan de Juanes, realizó la que se considera la primera pintura de la Inmaculada Concepción con una media luna bajo sus pies. Aunque el mayor representante de este tipo de imágenes fue Murillo (1617- 1682); entre sus Inmaculadas más conocidas, está la pintura al óleo conocida como La Colosal –por sus grandes dimensiones–, con la Virgen posada sobre la luna llena.

La Luna y su lienzo infinito

Muy distinto fue el cariz que tomó este astro dos siglos más tarde, en los pinceles del impresionista Vincent van Gogh (1853-1890). La virtuosa imaginación del holandés la convirtió en protagonista de sus obras Paisaje a la salida de la luna y Los cipreses bajo la luna; y, en La noche estrellada, aparece imbuida del atormentado mundo del artista.

También es uno de los temas centrales de las representaciones artísticas chinas y japonesas, tanto en la caligrafía como en la pintura. Ensō, símbolo espiritual del budismo zen y cuya primera expresión pictórica data del siglo VIII, es un círculo que queda ligeramente abierto; y, entre sus diferentes tipos, está el ensō-Luna, que representa al astro en su fase llena, símbolo de iluminación espiritual. ¿Quién sabe? Quizá el autor de El Señor de los Anillos y El hobbit, J. R. R. Tolkien (1892-1973), se basó en él para imaginar las puertas y ventanas redondas de las casas de los hobbits. O tal vez el escritor sudafricano se inspiró en los jardines chinos y sus puertas de la Luna.

El origen de estas se remonta a los pueblos indoeuropeos y están relacionadas con su devoción por nuestro satélite, pero es en los jardines de la nobleza china donde su estructura circular, semejante a la luna llena, se transforma en un elemento arquitectónico tradicional. También conocidas como puertas de marzo o abril, están cargadas de espiritualidad, pues desde la perspectiva china no solo trae buena suerte pasar bajo ellas, sino que, además, sirven para ver el mundo exterior y dar la bienvenida a futuras oportunidades. Claro que los más pragmáticos les dan un uso puramente decorativo.

Acompañando a la Luna en su viaje a través de la cultura

Algo más lejos, saltando al continente americano, en el departamento de La Paz (Bolivia), podemos visitar La Puerta de la Luna en el Complejo Arqueológico Monumental de Tihuanaco –catalogado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad–. Es un arco monolítico y, junto con la Puerta del Sol, forma parte de la cosmovisión de sus constructores, la cultura tiahuanaca, una civilización precolombina que se extendió por Argentina, Perú, Chile y Bolivia desde el 1580 a. C. hasta el 1187 d. C. Su diseño y material, así como su decoración zoomórfica dan forma al concepto de la unidad en la diversidad, principio muy arraigado en la cultura tiahuanaca.

Pero si no nos es posible viajar tan lejos, podemos acercarnos a Baeza, en Jaén, y visitar su catedral. Para acceder al edificio, contamos con tres puertas, y una de ellas se abre en un arco de herradura lobulado en el que se entremezclan elementos mozárabes con un magnífico rosetón gótico del siglo XIV: este arco es conocido como la Puerta de la Luna.

Luna llena de arte.
Inspírate en la Luna llena de arte y su viaje artístico a través de los siglos. Imagen: Gemini. Luna llena de arte.

Poderes protectores

Pero el astro no solo trae iluminación espiritual. En la Edad Media, los alquimistas pensaban que una gota de su luz era algo muy valioso. Si estaba solidificada –en realidad, un trozo de feldespato–, poseía poderes protectores y curativos; y si era líquida –una gota de rocío–, confería inspiración y era musa de poetas y cantores.

El satélite terrestre, con su halo misterioso y portador de amores románticos y fatuos destinos, ha estado presente en la poesía de todos los tiempos. Para los habitantes del desierto, la noche supone el reposo que sigue al día, el intercambio y la charla, el frescor, la contemplación de los astros, la poesía –“Contempla la belleza de la media luna que, recién aparecida, desgarra con sus rayos de luz las tinieblas. Como una hoz de plata que, entre flores que brillan en la oscuridad, siega narcisos”, escribió Ibn al-Mottaz en el siglo IX.

La poesía de la Luna

La poesía inglesa de principios del siglo XIV tiene en Mon in the Mone –“El hombre en la Luna”, en castellano– un ejemplo anónimo de comedia medieval recogido en el Manuscrito de Harley. Por otro lado, el italiano Ludovico Arios- (1474-1533), en un pasaje de su poema épico Orlando furioso, cuenta cómo un hombre llega a la superficie lunar gracias a la ayuda de un hipogrifo.

En todas las épocas se ha escrito sobre el único satélite natural de la Tierra: románticos ingleses como Percy Bysshe Shelley (1792-1822), quien, en torno a 1810 escribió A la luna, cuya palidez deriva de su dolor por tener que escalar los cielos sola; franceses como Théophile Gautier (1811-1872), con su La lune; simbolistas como Charles Baudelaire (1821-1867), que describió las Tristezas de la Luna; o modernistas anglosajones como T. E. Hulme (1883-1917), quien, siguiendo la estela de los simbolistas galos, comparó este astro con algo más prosaico e inesperado: la rubicunda cara de un granjero. Pero fue el inglés Philip Larkin (1922-1985) quien, en los años 60, rompió con los convencionalismos románticos del astro en su poema Pasos tristes, que comienza con los versos “Después de orinar, volviendo a tientas a la cama / aparto cortinas gruesas y me alarman / las nubes rápidas, la limpieza de la luna”.

Unamuno, Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Leopoldo Lugones, Borges y muchísimos más representantes de la letras hispanas le han cantado a la Luna. Amor fue la luna para Gustavo Adolfo Bécquer (“El amor es un rayo de luna”, dice en su leyenda El rayo de luna). Muerte fue para Federico García Lorca en su Romancero gitano; y, en Bodas de sangre, un personaje más del drama.

La Luna en la ficción literaria

Con una imagen menos lúgubre que en la obra del granadino se presenta este personaje en la literatura infantil, donde se convierte en compañera de juegos, una amiga protectora o el objeto más alto de deseo. Y, mucho más innovadores son los versos de la salvadoreña Claudia Lars (1899-1974), en los que el astro es protagonista del poemario Nuestro pulsante mundo, dedicado a la conquista del espacio.

El deseo de alcanzar la Luna no es nuevo. La imaginación y la fantasía de muchos novelistas han conseguido que ocupe un lugar destacado en la ficción literaria. En el siglo II, vieron la luz unos relatos de viajes del sirio Luciano de Samósata con el formato de novela satírica, Historia verdadera, en cuyo primer libro narra un viaje a la Luna, cuyos habitantes están peleados con los del Sol.

No fue el único en imaginar ese periplo. En 1608, el astrónomo Johannes Kepler escribió El sueño o la astronomía de la Luna, una novela publicada de forma póstuma en 1634 en la que cuenta el viaje onírico de Duracotus y su madre, Fiolxhilda, a la superficie lunar. Cuatro años más tarde, llegó El hombre en la Luna, escrito por el obispo inglés Francis Godwin. En 1657 se publicó Viaje a la Luna, de Cyrano de Bergerac, un divertido viaje imaginario a la Luna y el Sol que le permitirá al protagonista conocer a sus pobladores y descubrir sus modos de vida.

Inspírate en la Luna llena de arte y su viaje artístico a través de los siglos
Inspírate en la Luna llena de arte y su viaje artístico a través de los siglos. Imagen: Gemini. Luna llena de arte.

Julio Verne, uno de los máximos exponentes

Más cercanas a nuestro tiempo, pero igual de imaginativas, son las llamadas novelas científicas, término que se utilizó para denominar el actual género literario de la ciencia ficción en sus inicios. De la mano del francés Julio Verne y sus obras De la Tierra a la Luna (1865) y Alrededor de la Luna (1870), muchos hemos viajado por primera vez al satélite terrestre. Otro de sus mejores representantes fue H. G. Wells y su volumen Los primeros hombres en la Luna (1901).

El centinela (1951), de Arthur C. Clarke, fue un cuento corto ambientado en el astro que después se convertiría en su novela 2001. Una odisea espacial (1968). Tampoco podemos dejar de mencionar el reportaje novelado de Tom Wolfe Lo que hay que tener (1979), en el que el escritor retrató la carrera espacial y a sus protagonistas: los astronautas. Aunque si nos va el mundo del cómic, nada mejor para viajar allí que acompañado del belga Hergé y su aventurero Tintín en Objetivo: la Luna (1950).

La tonada de la Luna

También músicos y cantantes han caído bajo el influjo de su hechizo. En los años 40, el compositor Carlos Castellano nos contó la historia de amor imposible entre un toro y el astro que años después popularizaron Manolo Escobar y El Fary. Y, también en España, el tecno-pop de Mecano con su Hijo de la Luna, a finales de los 80, narraba la trágica historia de una mujer gitana que entra en tratos con la Luna para conseguir al hombre que ama.

Bailando en la Luna

Menos infausto fue el swing Moonlight Serenade, de Glenn Miller, que alcanzó una popularidad similar a la de Blue Moon (1934) –en este caso, la versión de Elvis Presley, de 1956, quizá sea la más mítica–. En la década de los 60 y 70, también protagonizó numerosos temas, como Moon River, de Henry Mancini, interpretada por Audrey Hepburn en la película Desayuno con diamantes (1961). Frank Sinatra cantó In Other Words, popularmente conocida como Fly me to the Moon, escrita en 1954 y que aparece en la escena final del filme Space Cowboys (2000), dirigida y protagonizada por Clint Eastwood.

La lista de clásicos es larga: Child of the Moon (1968), de Rolling Stones; el álbum Moondance (1970), de Van Morrison; The Dark Side of the Moon (1973), de Pink Floyd; Moonlight Shadow (1983), de Mike Oldfield; o Man on the Moon (1992), de R.E.M., entre otros. Incluso el pop virtual japonés y la cultura otaku nos transportan con algunas de sus canciones a una ensō-Luna, clara y llena, vía de protección e iluminación espiritual. Y si lo que nos gusta es la música clásica, no podemos dejar fuera de este artículo el Claro de luna que compuso en 1801 Ludwig van Beethoven o la pieza de piano de 1890 de Claude Debussy para su Suite bergamasque.

Inspírate en la Luna llena de arte y su viaje artístico a través de los siglos. Imagen: Gemini. Luna llena de arte.

La llegada de la Luna al cine

Fue en 1902 cuando el astro saltó al mundo del celuloide de la mano del francés Georges Méliès y su Viaje a la Luna; y, seis años más tarde, vio la luz Excursión a la Luna, una versión rodada por el aragonés Segundo de Chomón. En 1929, el austriaco Fritz Lang fantaseó, en La mujer en la Luna, con este primer viaje y, como dato curioso, inventó, con el objetivo de incrementar el suspense y dramatismo del momento, la cuen- atrás para el despegue del cohete espacial que luego, en los años 60, se usó en los lanzamientos reales de la NASA.

Pero, sin duda, fue el estadounidense Stanley Kubrick, con 2001: Una odisea del espacio (1968) –y guion de Arthur C. Clarke–, quien puso a nuestro satélite en el lugar que le correspondía en el cine, justo un año antes de que Neil Armstrong diera su gran paso.

Desde entonces, son numerosos los filmes que han conquistado las carteleras. Entre otros muchos, Apolo 13 (1995), de Ron Howard; Moon (2009), una joya rara de la ciencia ficción; la prescindible pero muy taquillera Transformers 3. El lado oscuro de la Luna (2011); la cinta de animación española Atrapa la bandera (2015); Figuras ocultas (2016), que cuenta la historia de tres científicas afroamericanas que trabajaron para la NASA en los años 60; y la reciente First Man (2018), que gira en torno a la vida de Neil Armstrong de 1961 a 1969. Todos estos son ejemplos de cómo la Luna nos ha inspirado a lo largo de nuestra historia. “El amor, cariño mío, es un bello poema escrito en la Luna”, escribió en 1970 uno de los más célebres poetas árabes contemporáneos, el sirio Nizar Qabbani.

“El amor, cariño mío, es un bello poema escrito en la Luna”

Cortesía de Muy Interesante



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