Pregunta a un grupo de jóvenes si cree que el ser humano ha pisado la Luna. Te llevarás una sorpresa. Muchos te dirán que no, y alguno te preguntará si te refieres a que lo hizo en julio de 1969 o después. Es lo que hay. Estos son los negacionistas de los alunizajes.
¿Huellas en la Luna?
En las dos últimas décadas he constatado personalmente un aumento de los negadores de la hazaña del Apolo 11. Y no precisamente entre gente con poca formación, sino entre licenciados universitarios, incluidos los de ciencias. Así, cuando en diciembre de 2010, durante la grabación del episodio piloto de la serie Escépticos, del ente televisivo vasco ETB, pregunté a un grupo de futuros geólogos si estaban convencidos de que el hombre había llegado a la Luna, ninguno respondió que sí. Ninguno.
Hace unas semanas, cuando hice la misma consulta a un grupo de licenciados universitarios aspirantes a periodistas, solo uno de trece levantó la mano. Por fortuna, también he comprobado que, expuestos ante los hechos, la mayoría de esos incrédulos cambia de opinión.
Pero ¿cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí?
Desde la Tierra a la Luna… y vuelta a la Tierra: la persistencia de un mito
Aunque unos 600 millones de personas vieron por televisión cómo caminaban por nuestro satélite Neil Armstrong y Buzz Aldrin, ya entonces había quién dudaba que tal gesta, comparable con la circunnavegación de la Tierra que protagonizó Juan Sebastián Elcano hace quinientos años, fuera real. Bill Clinton recuerda en su biografía (Mi vida, 2004) cómo había ayudado en el verano de 1969 a un viejo carpintero a montar una casa prefabricada en Arkansas; el hombre le dijo que no creía que hubiera tenido lugar la misión del Apolo 11, porque “los tipejos de la tele” podían perfectamente haber hecho un montaje.
El escepticismo en las encuestas
En junio de 1970, una encuesta de un grupo de periódicos estadounidenses revelaba que un sector de la población negaba los, hasta entonces, dos alunizajes. El escepticismo, según el sondeo, era mayor en los guetos negros, donde, en algunos casos, los incrédulos superaban la mitad de la población.
Expertos como Roger D. Launius, exhistoriador jefe de la NASA, achacan tal fenómeno a que buena parte de la población de color de la época desconocía el enorme esfuerzo que había supuesto el programa Apolo.
Seguramente, ese fue un ingrediente clave en la negación inicial de los alunizajes por parte de un sector de la ciudadanía, pero, desde luego, no fue el único. Ponte en la piel de alguien que entonces tuviera setenta años. Cuando nació, no existían la televisión o la radio; no se habían conquistado los polos ni se había ascendido el Everest; no existía la penicilina, una transfusión de sangre podía matarte y solo se volaba en globo. No debería sorprendernos que las personas que se habían criado en un mundo así dudaran de que se hubiera llegado a la Luna.
¿Un escenario de Hollywood o la frontera de la humanidad?
“Desde el principio de las misiones Apolo, un pequeño grupo de estadounidenses negó que hubieran sucedido. Argumentaba que habían sido simuladas en Hollywood por el Gobierno federal para propósitos que iban desde la malversación de fondos públicos hasta ciertas teorías de la conspiración muy complejas, que implicaban intrigas internacionales y asesinatos”, explicaba hace unos años Launius.
Al principio, era una idea marginal. Por eso, cuando en 1976 el bibliotecario estadounidense Bill Kaysing publicó por su cuenta un libro titulado We Never Went To The Moon (Nunca fuimos a la Luna), este pasó prácticamente desapercibido.
A finales de los años 90, varias encuestas apuntaban que el 6 % de los habitantes de Estados Unidos –unos doce millones de personas– creían que los alunizajes se habían rodado en un estudio cinematográfico, más o menos como sucedía en la película Capricornio Uno (1978), de Peter Hyams, en la que la NASA decide falsificar en un plató la llegada de los primeros humanos a Marte tras detectar un fallo en el sistema de soporte vital de la nave que iba a llevar a los astronautas al planeta rojo.
¡La película fue hecha para parecer real!
“Las filmaciones de los Apolo son extraordinariamente parecidas a las escenas de Capricornio Uno”, argumentaba el 13 de febrero de 2001 el narrador de Conspiracy Theory: Did We Land On The Moon? (Teoría de la conspiración: ¿aterrizamos en la Luna?), el documental de la Fox que relanzó la idea de la falsedad de los alunizajes. “Capricornio Uno fue rodada en 1978, mucho después de que el último hombre caminara sobre el satélite. ¡La película fue hecha para parecer real! Esta afirmación es particularmente ridícula e indica hasta qué punto estaban dispuestos a llegar los productores para hacer un programa sensacionalista”, lamentaba días después el astrónomo estadounidense Phil Plait. Las afirmaciones ridículas son, como veremos, la tónica entre los promotores de la conspiración lunar.
El impacto del documental de la Fox fue tan grande que la NASA encargó inmediatamente al ingeniero espacial y escritor James E. Oberg un libro que demostrara la realidad de los alunizajes. Pero el 4 de noviembre de 2002 el periodista Peter Jennings ridiculizó la idea en su programa World News Tonight, en la cadena ABC, donde, en esencia, acusaba a la agencia de rebajarse gastando “unos pocos miles de dólares” para convencer a alguna gente de que había llevado astronautas a la Luna.
Conspiración en las Vegas
Preocupada por su imagen, la NASA se echó atrás y dejó así el campo libre a los partidarios de la conspiración, como el citado Bill Kaysing, cuyo hasta entonces olvidado libro se convirtió a partir de ese momento en la biblia de los conspiranoicos.
Kaysing asegura en su obra que la NASA se dio pronto cuenta de que el proyecto Apolo era irrealizable en el plazo marcado por el presidente Kennedy en 1962, cuando se comprometió a poner a un ser humano en la Luna antes del final de la década. Según indica, la agencia espacial y la Casa Blanca decidieron falsificar los alunizajes y eligieron para ello Las Vegas. ¿Por qué?
Porque en esa ciudad los astronautas podían divertirse –“era el lugar ideal para relajarse y recuperarse del viaje a la Luna”–, por su gastronomía y porque “las recepcionistas y secretarias del centro de control del Proyecto de Simulación Apolo fueron reclutadas en los casinos, lo que añadió atractivo al lugar”. Las pruebas de Kaysing para situar la filmación de los falsos alunizajes en la capital del juego son tan poco sólidas como las que presenta para demostrar el montaje.
Más allá de la conspiración: desmontando los mitos que desmienten los alunizajes
“¿Estrellas? ¿Dónde están las estrellas?”, se pregunta repetidamente Kaysing para apoyar su tesis del rodaje en Las Vegas. Este argumento, junto con el de que la bandera ondea –algo imposible en el vacío–, es uno de los preferidos por los negadores de las misiones Apolo.
¿No hay estrellas?
Imagínese una megaconspiración que se va al traste solo porque a unos técnicos inútiles se les olvida pintar las estrellas en el telón de fondo del estudio. Ridículo, ¿verdad? Lo cierto es que las cámaras de las misiones Apolo sacaban las fotos con un tiempo de exposición muy corto para que estas no se velaran debido a la intensa luz del Sol y su reflejo en la superficie lunar; y eso hacía que el brillo de las estrellas fuera demasiado débil como para impresionar la película.
De hecho, no se ven estrellas en las fotos de prácticamente ninguna misión tripulada, con excepciones contadas, como un par de imágenes del último vuelo del transbordador Endeavour, en mayo de 2011, tomadas desde la Estación Espacial Internacional con unos tiempos de exposición largos.
La bandera
Respecto a la bandera, los defensores de la conspiración escamotean al público que el mástil contaba en su extremo superior con un travesaño –visible en las fotografías– del que cuelga la arrugada enseña para simular así lo que sucede en la Tierra gracias a la atmósfera.
Merece la pena destacar que, aunque trabajó para la compañía constructora del Saturno V –como recuerdan constantemente sus seguidores–, Kaysing era filólogo, carecía de conocimientos de ingeniería y abandonó la firma en 1963, antes incluso de que se empezaran a diseñar los motores del cohete.
Las naves
Un argumento a primera vista consistente con la conspiración es el de que, para llegar a la Luna, hay que atravesar los llamados cinturones de Van Allen y la exposición a la radiación de esas regiones, donde se concentran las partículas cargadas del viento solar atrapadas por el campo magnético terrestre, habría acabado matando a los astronautas.
Sí, es cierto, y la NASA lo sabía. Por eso, las misiones Apolo fueron diseñadas para que las naves atravesaran esas zonas en el menor tiempo posible. Al final, cada uno de los astronautas que viajó a la Luna se expuso a una dosis extra de radiación de alrededor de 0,01 sieverts, el equivalente a una tomografía axial computarizada de abdomen y pelvis o a la radiación natural que recibimos en tres años.
La evidencia irrefutable de los alunizajes
Los alunizajes, por el contrario, cuentan con muchas pruebas a su favor, desde las piedras lunares analizadas por geólogos de todo el mundo hasta las imágenes enviadas por la sonda Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO), en la que se pueden ver los restos dejados en el satélite, entre ellos los seis módulos de aterrizaje y los tres todoterrenos de las tres últimas misiones.
Pero la más sólida la proporciona la falta de respuesta de la extinta Unión Soviética. Está claro que, de haber sido todo un engaño, sus dirigentes habrían denunciado las trampas de Estados Unidos. Porque no hay que olvidar que la conquista de la Luna fue un episodio más de la Guerra Fría, una carrera entre dos potencias enemigas empeñadas en demostrar cuál era la más fuerte.
En el caso de Estados Unidos, en esa peculiar competición se invirtió el equivalente a unos 180.000 millones de dólares actuales y participaron más de 400.000 personas. Demasiada gente como para que un secreto del calibre de la conspiración de Las Vegas no hubiera trascendido. Porque ¿dónde están las pruebas de tal cosa?
¿Una película de Kubric o un foro de humor?
“La hija del director Stanley Kubrick desmiente que su padre rodara la falsa llegada a la Luna”, titulaba en julio de 2016 un diario español. Vivian Kubrick salía así al paso de un vídeo en el que el cineasta parecía confesar tal engaño en una entrevista supuestamente concedida a un periodista cuatro días antes de su muerte. Pero era un montaje más.
La idea de que Kubrick está detrás de las imágenes del alunizaje del Apolo 11 se planteó por primera vez en 1995, en un grupo de humor de la red de discusión en internet Usenet. Según el mensaje original, la NASA contactó con el cineasta en 1968, una vez que acabó 2001: una odisea del espacio, para que dirigiera los tres primeros alunizajes.
Al final, según contaba el comunicante anónimo, solo rodó dos y la recreación del paisaje lunar fue especialmente problemática. “Consecuentemente, las secuencias del [primer] paseo lunar se filmaron en el Mar de la Tranquilidad. Kubrick no acompañó a la tripulación al sitio lunar debido a su conocido miedo a volar. Sin embargo, todas las escenas fueron cuidadosamente escritas de antemano, y Kubrick fue capaz de dirigir remotamente desde el Centro Espacial Johnson, en Houston, una película recreando el primer alunizaje”, explicaba el autor.
Sí, lo has leído bien. El origen de la presunta participación de Kubrick en los falsos alunizajes es un mensaje en un foro de humor que dice que la NASA contrató al cineasta para rodarlos y que, para dotar a las imágenes del realismo necesario, las escenas de Aldrin y Armstrong en el Mar de la Tranquilidad ¡se rodaron en la Luna!
¿Qué pasa con los OVNIS?
Otra de las patas de las teorías de la conspiración tiene que ver con los OVNIS. “Todos los vuelos de las cápsulas Géminis y Apolo han sido seguidos de lejos, y frecuentemente de cerca, por vehículos espaciales de origen extraterrestre o, si lo prefiere, platillos volantes”, aseguraba en 1975 el ingeniero Maurice Chatelain.
Este añadía que los astronautas habían informado siempre de los hechos al Control de la Misión, que les había ordenado “el silencio más absoluto”. Una revista esotérica española recordaba hace poco estas palabras de Chatelain, a quien presentaba como “un antiguo jefe de sistemas de comunicaciones de la NASA” que también había revelado que Armstrong y Aldrin vieron dos ovnis en el Mar de la Tranquilidad.
La transcripción Pepper
De hecho, hasta existe una conversación entre estos últimos y Houston que presuntamente lo demuestra. Se la conoce como la transcripción Pepper, en honor a Sam Pepper, quien la publicó por primera vez. En ella, los astronautas dicen cosas como: “Estas criaturas son gigantescas”; “Vimos unos visitantes. Estuvieron aquí un rato, observando los instrumentos”; “Había otras astronaves. Están alineadas al otro borde del cráter”; o “Han aterrizado ahí. Están en la Luna y nos observan”.
La charla se ha reproducido en innumerables libros y revistas sobre platillos. En España, por ejemplo, Juan José Benítez la presenta en Ovnis: SOS a la humanidad (1975) como una prueba de que en aquel viaje “ocurrieron cosas que no han sido comunicadas oficialmente”. Lo que ningún ufólogo cuenta es dónde salió a la luz este diálogo.
Del Apolo 11 a Charles Mason
La transcripción Pepper se dio a conocer en septiembre de 1969 en la revista National Bulletin, que se vendía en los supermercados de Estados Unidos y que lo mismo descubría en su portada que Charles Mason era hijo ilegítimo de Hitler que la decoraba con modelos semidesnudas. Por eso, hasta Curtis Fuller, director de Fate –la principal revista paranormal de la época–, se mostraba en 1970 “extremadamente escéptico” sobre su autenticidad.
Razones para ello no le faltaban. Los supuestos Armstrong y Aldrin emplean expresiones como “Control de Misión” y “repita, repita”, que nunca usaron los astronautas de las misiones Apolo. Estos siempre se referían al centro de control como “Houston”, y solicitaban que les repitieran algo con un “dilo otra vez”. Por si eso no bastara, ningún radioaficionado de los pocos que siguieron las transmisiones de radio en directo –había que tener una antena de 3 metros de diámetro– escuchó algo parecido a esa conversación, tal como recuerda el exingeniero de la NASA James Oberg. La única duda respecto a la transcripción es si a Pepper lo engañaron o si se la inventó.
Conspiranoicos de la Luna
Las historias lunares de Maurice Chatelain proceden de su libro Nuestros ascendientes llegados del cosmos (1975), obra en la onda de las de Erich von Däniken –uno de los autores que más férreamente defiende que los alienígenas trabaron contacto con nuestros ancestros en el pasado–, en la que sostiene que somos una especie creada por los extraterrestres “hace unos 65.000 años”.
No hay pruebas de lo que dice que ocurrió en la Luna; los ovnis vistos por los astronautas han sido identificados como fragmentos de sus naves; y las credenciales de Chatelain, repetidas hasta la saciedad en la literatura conspiranoica, son falsas: en realidad, nunca fue “jefe de sistemas de comunicaciones de la NASA”; su experiencia lunar se redujo a trabajar como ingeniero en una subcontrata que abandonó antes de la misión Apolo 11.
Cortesía de Muy Interesante
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