¿La sangre te hierve en las venas? Así se ve la ira a la luz de la neurociencia

Si está descontrolada, la ira es una emoción negativa y dañina con nosotros mismos y con los que nos rodean. Sin embargo, también es un sentimiento básico y, como tal, cumple un papel clave en la supervivencia, ya que, ante una amenaza real, solo poniéndonos en guardia logramos protegernos.

Entre el bienestar y la furia incontrolable

Al igual que el placer, el enojo nace en el sistema límbico del encéfalo. Cuando asoma, la frecuencia cardiaca aumenta, la tensión arterial sube, se libera testosterona a raudales y se incendian las orejas. Simultáneamente, el cortisol –una hormona producida por la glándula suprarrenal– cae y se achanta el estrés. Además, la furia estimula la corteza frontal izquierda del cerebro, ligada a las emociones positivas y la felicidad. Sí, has leído bien: por paradójico que resulte, un berrinche puede infundirnos bienestar.

No obstante, una cosa es indignarse por un buen motivo y otra dejarse arrastrar asiduamente por la ira. Entre otras cosas porque quienes acostumbran a estar que muerden son tres veces más propensos a sufrir enfermedades cardiovasculares de forma prematura. Para colmo, la probabilidad de ataque cardiaco es 8,5 veces mayor en las 48 horas que siguen a un monumental enfado valorado en su escala con un cinco –gran enojo, tensión, nudillos o dientes apretados…– o más. La escala tiene su tope en el siete, que es cuando nos salta la tapa de los sesos y nos ponemos a lanzar objetos, nos hacemos daño o se lo infligimos a otras personas.

¿La sangre te hierve en las venas? Así se ve la ira a la luz de la neurociencia
¿La sangre te hierve en las venas? Así se ve la ira a la luz de la neurociencia. Imagen: Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

No acaba ahí la cosa

Ponerse hecho un energúmeno también desencadena cambios en el encéfalo. Y estos hacen que, si eres violento una vez, te resulte más fácil repetir ese comportamiento. De demostrarlo se encargaron en 2015 neurobiólogos rusos y neoyorquinos. En experimentos con ratones, comprobaron que, tras una pelea, los ganadores se volvían más bravucones, y que el cambio coincidía con un aumento del número de neuronas en una estructura del hipocampo conocida como giro dentado. Curiosamente, la activación de estas nuevas neuronas perpetuaba la conducta agresiva. Dicho de otro modo, en el cerebro la agresividad se retroalimenta.

Que te enfades si te insultan, si te atacan, si tu pareja te es infiel o si te despiden del trabajo es completamente natural, y hasta sano. Lo que no lo es tanto es que experimentes una furia incontrolable y ganas de gritar cuando vas en el metro y escuchas al pasajero de al lado mascar chicle. Sin embargo, hay a quien le pasa.

Trastornos asociados a perder el control

Así es: sonidos inocuos, como el que producimos al masticar, teclear o respirar fuerte, resultan insoportables para quienes sufren misofonía. Tanto que acaban aislándose para evitar la irritación constante. En 2017, científicos británicos de la Universidad de Newcastle (Inglaterra) identificaron por primera vez cambios cerebrales asociados al trastorno. Resulta que la corteza insular anterior de quienes lo sufren, que conecta los sentidos y las emociones, está sobreactivada e hiperconectada. Y eso explicaría por qué un sonido neutral puede desatar su ira.

Peor aún es ser víctima del trastorno explosivo intermitente (TEI). De acuerdo con las últimas estimaciones de la Universidad de Harvard (EE. UU.), uno de cada diez hombres adultos y una de cada veinte mujeres se irritan de forma desproporcionada ante situaciones como un atasco de tráfico o un vendedor que se equivoca al devolvernos el cambio.

Lo peor de ellos es que pierden el control, y lo hacen hasta el punto de que el arrebato puede llevar a insultar o, lo que es aún peor, a arremeter físicamente contra propiedades, animales o incluso personas. Que esto nos suceda dos o más veces por semana debería hacer saltar nuestras alarmas, ya que, a la larga, los afectados tienen peores puestos de trabajo, menos amigos y también altas tasas de divorcio.

Una avería en los frenos de la ira

Lo que les sucede a los enfermos de TEI es que les sobra rabia y tienen la serotonina descontrolada. Algo grave si tenemos en cuenta que esta molécula es fundamental para que funcione bien la corteza prefrontal, es decir, la parte analítica y racional de nuestro cerebro, donde reside la capacidad del autocontrol.

En otras palabras, tienen seriamente averiados los frenos para la ira. Cuando la parte impulsiva de la mente se activa, no hay quien les pare los pies. Y, claro, siempre están a la que saltan. Para colmo, un estudio de la Universidad de Chicago (EE. UU.) sacó a relucir que estos individuos confunden expresiones faciales neutrales con gestos hostiles. Y eso provoca que se sientan agredidos sin ningún motivo real.

Furia
¿La sangre te hierve en las venas? Así se ve la ira a la luz de la neurociencia. Imagen de wendy Corniquet en Pixabay.

¿Respirar, contar hasta diez o soltar tacos?

A ellos, como al común de los mortales, les beneficia respirar hondo. También es efectivo contar hasta diez, aunque con excepciones. Según un estudio de la Universidad Estatal de Nueva York (EE. UU.), si tenemos claras las consecuencias negativas de enojarnos, este sistema infunde calma y ayuda a controlar la agresividad. Pero si no hay consecuencias evidentes, contar hasta diez puede ser incluso contraproducente y contribuir a que nos encendamos todavía más.

“Cuando estés irritado, cuenta hasta diez; cuando estés muy irritado, suelta tacos”, recomendaba el irónico escritor Mark Twain. Y parece que acertaba de lleno. Porque resulta que las palabrotas son una forma inocua de liberar la ira que, para colmo, tienen efectos colaterales muy positivos. A nivel cerebral, decir tacos funciona como una aspirina: tiene efectos analgésicos y reduce el dolor. A lo que se suma que científicos de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) demostraron que percibimos como más honestas y sinceras a las personas que usan palabrotas. Y eso templa los ánimos. Así que si te enfadas, no te cortes, ¡joder!

Si te enfadas échale la culpa de tu ira a…

Múltiples factores pueden influir en que te enfades más de la cuenta. Aquí te dejamos seis de ellas:

Las grasas trans

Una investigación de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.) demostró que abusar de las grasas trans presentes en la comida basura, los fritos y la bollería industrial fomenta la ira. Lo achacan a que interfiere con el metabolismo del omega-3, un ácido graso fundamental para nuestras neuronas que mantiene al cerebro ágil y espabilado.

Las redes sociales

¡Cuidado! La furia es viral. Un estudio en el sitio web Weibo, el equivalente chino de Facebook y, en menor medida, Twitter, demostró que la ira es la emoción que más rápidamente se contagia en las redes sociales, y también la que más respuestas genera.

Demasiado autocontrol

¿Te salta la tapa de los sesos cuando, por ejemplo, intentas dejar de fumar o te pones a dieta? No es casualidad. Se ha comprobado que llevar a cabo un esfuerzo demasiado grande de autocontrol nos convierte en un blanco fácil para la ira y la agresividad.

¿La Sangre Te Hierve En Las Venas? Así Se Ve La Ira A La Luz De La Neurociencia.
¿La sangre te hierve en las venas? Así se se la Ira a la luz de la neurociencia. Imagen: Leonardo.

Tus genes

La hostilidad podría tener también raíces genéticas. En la Universidad de Pittsburgh (EE. UU.), han identificado ciertas variantes del gen del receptor de la serotonina –la molécula del buen humor– asociadas a comportamientos agresivos. Es decir, que la tendencia a cabrearse como un mono se hereda.

La masificación

De acuerdo con un reciente estudio de la Universidad Cornell (EE. UU.), cuanto más pegados vivimos unos a otros, más irritables nos volvemos. La alta densidad de población incrementa los niveles sanguíneos de la hormona del estrés, el cortisol. Una molécula que, a la larga, nos predispone a ser peleones.

La inflamación

Esta y la agresividad están biológicamente conectadas. A esa conclusión llegaron neurocientíficos de la Universidad de Chicago (EE. UU.). Según sus pesquisas, las personas irascibles tienen más marcadores de inflamación en sangre que las que se toman las cosas con serenidad. Lo que no está claro es qué viene primero: si la inflamación o la ira.

Cortesía de Muy Interesante



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