Entre la imaginería de la Segunda Guerra Mundial, hay varias fotografías icónicas que recogen el encuentro entre Franco y Hitler el 23 de octubre de 1940 en Hendaya. Y, en épocas de revisionismo o de nostalgia historiográfica, probablemente convenga empezar por afirmar categóricamente que la reunión tuvo lugar, por muchas versiones que se hayan leído y por muchas manipulaciones gráficas que se hayan conocido.
De hecho, de las fotografías tomadas, hay ejemplos de burdas composiciones para mayor gloria del dictador español. En una de ellas se comprobó con el paso del tiempo que el fotógrafo había cometido el error imprevisto de capturar la imagen de Franco con unos ojos irreverentemente cerrados, circunstancia que se subsanó con relativa presteza cuando el retrato se distribuyó al mundo por EFE, donde aparecía ya con un risueño rostro superpuesto que solaparon sobre el originario.
No fue solo el rostro, porque en 2000 se halló en EFE otra foto trucada en la que esta vez se cambiaba todo el cuerpo, al punto de que acababa luciendo una medalla distinta en el pecho.
Solo ocho minutos de retraso
Durante muchos años, el encuentro se alimentó de no escasas inexactitudes y de invenciones que no corresponden a la realidad del momento, algunas tan fantasiosas como que el tren en el que tuvo lugar la reunión estuvo a punto de ser volado por la acción de un grupo de dinamiteros o que el encuentro se extendió por un espacio de diez horas.
Como falso fue que el tren en el que viajaba Franco se retrasase más de una hora y que dicha dilación fuera calculada astuta y expresamente por Franco para aparentar autoridad en la cita. Bien al contrario, el retraso finalmente fue solo de ocho minutos y contrarió sensiblemente a Franco, que en modo alguno tenía intención de ofender a Hitler.
Por extraño que pueda parecer, por los tendidos de vía y el material rodante de la época, así como por la organización del propio transporte ferroviario, el tren especial que hizo el breve recorrido entre Pasajes y Hendaya al que iba enganchado el break de Obras Públicas llegó a Hendaya a las tres y media de la tarde, mientras que el tren especial que conducía a Hitler, según la prensa extranjera de la época, había llegado tan solo diez minutos antes.
Acompañaban a Franco el ministro Ramón Serrano Suñer, el general Moscardó, jefe de la Casa Militar, el jefe de Protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores, barón de las Torres, Antonio Tovar, Enrique Giménez-Arnau, Vicente Gallego, algún periodista más y los ayudantes de servicio. Esperaba una estación engalanada con banderas de España y Alemania, y con un batallón formado para rendir honores con música.

Cuando se detuvo el tren especial, Franco descendió al andén donde esperaban Hitler, Von Ribbentrop y el mariscal Von Brauchitsch. Ambos jefes de Estado se intercambiaron un afectuoso saludo, con una apariencia de complicidad, y, una vez revistadas las fuerzas, Hitler invitó a subir a la delegación española al salón de su tren especial a las cuatro menos veinte. Asistieron a la reunión Hitler, Franco, Serrano Suñer, Von Ribbentrop y dos intérpretes seleccionados por el Führer, llevando el peso de la traducción un buen hombre de escasa cultura y magro entendimiento del español que respondía al nombre de Gross, cuyos someros conocimientos del castellano habían sido adquiridos durante su actividad de vendedor de mercancías alemanas en América.
Este es un matiz importante, porque en el transcurso de la reunión la traducción se practicó en términos muy simples y aproximativos. No estuvieron presentes en la conversación los respectivos embajadores Von Stohrer y Espinosa de los Monteros, de modo que los séquitos quedaron a la espera en la estación hasta que acabó el encuentro.
La presión del Führer
Al inicio de la reunión, Franco expresó su intensa satisfacción por la misma y su agradecimiento por el auxilio que Alemania había prestado a España durante la Guerra Civil, a lo que Hitler replicó la gratitud y conminó a Franco a que participase en la II Guerra Mundial y se sumase al nuevo orden político en el que España no debía dejar de ocupar un puesto importante.
Con la prepotencia propia de quien aspiraba a conquistar el mundo, Hitler dijo: «Yo soy dueño de Europa y, como tengo a mi disposición doscientas divisiones, no hay más que obedecer». Y así fue como Hitler manifestó sus tres grandes preocupaciones, de acuerdo con el testimonio de Serrano Suñer: Gibraltar, Marruecos y Canarias.

En el primer caso, manifestó que por honor y por su situación de privilegio en el Estrecho era el momento de reintegrar Gibraltar a la soberanía española, del mismo modo que reveló que España estaba llamada a quedarse en posesión de todo el Marruecos francés y de Orán en el caso de que entraran en guerra al lado del Eje. Por último, inquietó a Franco sobre la eventualidad de que los ingleses se hicieran con las islas Canarias, asestando así un varapalo definitivo a la campaña submarina alemana.
Cuando Franco tomó la palabra, más allá de convenir con Hitler en la lealtad y en la amistad entre los dos regímenes, y en compartir diagnóstico y pasar revista a cada uno de los asuntos abordados, recordó que únicamente el aislamiento de España en ese momento y la carencia de los medios más indispensables para la vida nacional habían imposibilitado la intervención activa en la II Guerra Mundial.
Posteriormente, Franco se explayó con excesiva autocontemplación en el estado de la industria española, la situación agrícola, el sistema de racionamiento y las dificultades que hallaba España en materia de comercio y de relaciones internacionales, para concluir que para poner a España a combatir era necesario que Alemania librase una transferencia de recursos tan formidable que de ningún modo podía esperarse que Hitler lo aceptase.
Fue entonces cuando Hilter, abrumado por el casuismo de la intervención económica de Franco, comenzó a fatigarse y a mostrar señales inequívocas de desagrado que le llevaron incluso a bostezar. En este punto, se dio por terminada la reunión a las seis y media de la tarde, y queda para la memoria de lo que ocurrió aquella tarde las palabras que pronunció Hilter dirigiéndose a Von Ribbentrop al abandonar el saloncillo del tren: «Con estos tipos no hay nada que hacer».
Con todo, los alemanes entregaron un protocolo para su firma a la delegación española, en el que se pretendía en términos inequívocos que España se comprometiera ya a entrar en la guerra cuando Alemania lo considerase oportuno. Ante la negativa española a la firma del documento, se optó finalmente por redactar de común acuerdo un vago comunicado oficial del que se hizo eco la prensa. A pesar de la insistencia de Hitler en los días posteriores, Franco nunca llegó a aceptar el texto original con los compromisos y obligaciones de guerra que se hubieran adquirido.
Franco, a punto de caerse
El día acabó en Hendaya con una cena en el restaurante del tren de Hitler, que transcurrió de manera apacible y cordial conversando de modo intrascendente sobre episodios de la guerra. Cuando a las 22:00 se reinició la reunión formal, ya nada cambió, porque las posiciones se mantuvieron inalterables.

Pasada la medianoche, y tras la despedida oficial en el andén, Franco subió a la plataforma de su vagón y se cuadró en posición militar, con la portezuela abierta, mientras saludaba al Führer. Narra Serrano Suñer que el tren arrancó de modo brusco poniendo en peligro la estabilidad de Franco, que estuvo a punto de ser arrojado de bruces al andén si no hubiera sido por la ayuda de Moscardó, que evitó la caída.
Se podría pensar qué hubiera ocurrido si Franco hubiese sido arrollado por ese mismo tren. Probablemente, la historia habría sido otra.
Cortesía de Muy Interesante
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