¿Quién enterró esto? Desentrañando los misterios de los yacimientos arqueológicos

Los arqueólogos, en su labor cotidiana, están habituados a hacerse preguntas recurrentes (de hecho, formular interrogantes sienta los cimientos del trabajo tanto arqueológico como histórico). Una de las más comunes es: “¿Quién enterró esto?”. Este interrogante expresa a la perfección la curiosidad que genera toparse con un yacimiento arqueológico y con los restos materiales que, por un motivo u otro, quedaron ocultos bajo el suelo. Lejos de tratarse de un simple acto intencional, la formación de un yacimiento responde a diversos procesos naturales y humanos que han terminado por modelar el paisaje que nos circunda a lo largo del tiempo.

El abandono y la formación de yacimientos

El estudio de los yacimientos arqueológicos es esa máquina del tiempo que nos permite reconstruir las huellas del pasado y comprender las circunstancias en las que objetos, estructuras y restos humanos acabaron sepultados. Para ello, resulta fundamental analizar factores como el abandono, la acción del clima y las dinámicas propias de las sociedades que los ocuparon.

El abandono repentino

No todos los yacimientos arqueológicos son el resultado de un enterramiento intencional, como puede suceder en muchas necrópolis. De hecho, la mayoría de los yacimientos se generan de manera involuntaria. En muchas ocasiones, los asentamientos fueron abandonados en el pasado por sus habitantes: el agotamiento de recursos, los conflictos, los desastres naturales o las simples migraciones en busca de mejores condiciones se cuentan entre las principales causas de abandono. Cuando esto sucede, los restos materiales quedan expuestos a la acción del tiempo y los elementos naturales, lo que provoca su degradación progresiva.

En casos excepcionales, el abandono pudo haber sido repentino, una circunstancia que se traduce en el hallazgo de los objetos de la vida cotidiana en el lugar preciso en el que se dejaron. Ejemplos paradigmáticos se encuentran en las ciudades de Pompeya y Herculano, que quedaron sepultadas por la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. En estos contextos, los arqueólogos hallaron las viviendas con sus muebles y utensilios, herramientas y alimentos intactos, congelados en el tiempo por una catástrofe inesperada.

El abandono progresivo

En otras ocasiones, el abandono de los asentamientos no fue repentino, sino que se dio de forma paulatina. Los habitantes pudieron haber reutilizado materiales de construcción o trasladado ciertos objetos de valor a nuevas ubicaciones. Este fenómeno se observa en múltiples sitios arqueológicos donde las capas de ocupación muestran un proceso de declive progresivo en lugar de una interrupción abrupta.

Ruinas arquitectónicas en un campo
Ruinas. Fuente: Pixabay

El papel del clima y los procesos geológicos

Los factores ambientales desempeñan un papel crucial en la formación de yacimientos. Con el paso de los años, el viento, la lluvia y la acción de los ríos o los terremotos pueden modificar la disposición de los restos, transportándolos o sepultándolos bajo capas de sedimentos. Este proceso resulta evidente en regiones con dunas, donde las tormentas de arena pueden cubrir estructuras enteras, o en zonas aluviales, donde las crecidas de los ríos depositan capas de sedimento sobre asentamientos antiguos.

Asimismo, la actividad biológica también influye en la alteración de los contextos arqueológicos. Raíces de árboles, madrigueras de animales y microorganismos contribuyen al desplazamiento y la degradación de los materiales enterrados, e incluso modifican la estratigrafía original del sitio. A esto se suma la acción de los insectos y roedores, que pueden afectar la conservación de ciertos materiales orgánicos, como la madera y los tejidos.

En algunos casos, el clima extremo ha permitido la excepcional conservación de restos arqueológicos. En zonas áridas, como Egipto, las momias y papiros han perdurado durante milenios, mientras que en regiones de permafrost, como Siberia, se han hallado restos humanos y animales prácticamente intactos. Este tipo de conservación facilita el estudio de la vida cotidiana y las prácticas culturales de civilizaciones antiguas.

Enterramientos intencionales y rituales funerarios

Aunque en la mayoría de los casos los objetos quedan sepultados por procesos naturales, existen situaciones en las que los materiale se han enterrado de forma deliberada. Las necrópolis y tumbas representan el ejemplo más evidente, ya que las sociedades humanas han practicado ritos funerarios desde tiempos prehistóricos. En estos casos, los arqueólogos encuentran no solo restos óseos, sino también ajuares funerarios, que pueden incluir cerámica, armas, joyas o esculturas.

El Ejército de Terracota en Xi’an, China, supone un caso extraordinario de enterramiento intencional. Las 8000 figuras fueron dispuestas bajo tierra para acompañar al emperador Qin Shi Huang en la otra vida. Este tipo de yacimiento ilustra cómo las creencias religiosas y las prácticas simbólicas pueden influir en la formación de los contextos arqueológicos.

Además de los rituales funerarios, se han documentado entierros de objetos y tesoros con propósitos religiosos o mágicos. Algunas culturas depositaban ofrendas en templos y pozos sagrados, por ejemplo, o en los cimientos de los edficios, lo que ha permitido a los arqueólogos hallar objetos en contextos rituales bien preservados. En otros casos, los entierros de tesoros se descubrieron en circunstancias más mundanas, como escondites de monedas y joyas en tiempos de conflicto.

Muros de piedra y estatua en un yacimiento
Yacimiento. Fuente: Pixabay

La estratigrafía y la reconstrucción del pasado

Para interpretar la formación de un yacimiento, los arqueólogos recurren a la estratigrafía, una disciplina que permite analizar las capas de tierra que se han depositado sobre los restos a lo largo del tiempo. Según el principio de superposición, los estratos más antiguos se encuentran en las capas inferiores, mientras que los más recientes están en la superficie.

Sin embargo, los yacimientos no siempre presentan una estratigrafía simple. Las intrusiones posteriores, las fosas, los pozos o las construcciones pueden alterar la disposición de los estratos originales, lo que requiere un análisis minucioso para reconstruir la secuencia histórica del sitio. En este sentido, la arqueología se asemeja a una labor detectivesca, donde cada capa de tierra representa una página del pasado que debe ser descifrada con rigor metodológico.

En ocasiones, los arqueólogos deben lidiar con estratos alterados por actividades modernas, como la agricultura y la expansión urbana. Las obras contemporáneas pueden destruir capas antiguas y, en consecuencia, dificultar la interpretación del sitio. A pesar de estos desafíos, la estratigrafía sigue siendo una herramienta esencial para reconstruir el pasado con precisión.

Ánforas y huella de figura humana petrificada en Pompeya
Restos de Pompeya. Fuente: Pixabay

La importancia de saber cómo se forman los yacimientos arqueológicos

Los yacimientos arqueológicos no son el resultado de un acto simple de enterramiento, sino de un complejo proceso de formación en el que intervienen factores humanos, ambientales y geológicos. La arqueología nos permite comprender cómo los vestigios del pasado han llegado hasta nosotros y cómo interpretar su significado.

Mediante el análisis estratigráfico y el estudio de las dinámicas de formación de los sitios, los arqueólogos pueden reconstruir las historias ocultas bajo nuestros pies. Cada yacimiento es un testimonio del paso del tiempo, y su estudio nos brinda un acceso privilegiado a las sociedades del pasado, sus costumbres y las condiciones que llevaron a su desaparición o transformación.

Referencias

  • Barba Colmenero, Vicente y Alberto Fernández Ordóñez. 2021. Todo lo que hay que saber de arqueología. Una introducción a la ciencia del pasado. Madrid: Pinolia.

Cortesía de Muy Interesante



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