Desde el primer Homo habilis que miró al cielo una noche estrellada, vio cómo un relámpago cruzaba el cielo o escuchó el correspondiente trueno, el ser humano ha intentado entender a la naturaleza y predecir aquellos fenómenos de los que podría sacar partido.
A falta de mejores explicaciones, al principio de los tiempos (en la escala de la evolución del ser humano) se atribuía aquello que no se entendía a una o varias deidades. Más tarde, hubo una época en la que los filósofos eran las voces autorizadas para explicar el funcionamiento de la naturaleza. Dado que su principal objetivo era la búsqueda del conocimiento y que ellos eran quienes más tiempo dedicaban al estudio, parecía lógico confiar en su criterio.
Y confiando en el criterio de Aristóteles, creencias erróneas fáciles de refutar (como la influencia del peso en la caída de los cuerpos) siguieron vigentes desde el siglo IV a.C. hasta la intervención de Galileo Galilei a finales del siglo XVI.

Galileo es considerado el padre del método científico, no sólo por poner de manifiesto la necesidad del soporte experimental de lo que se afirma, sino también por hacerlo demostrando que por mucho que alguien sea una autoridad en una materia, puede estar equivocado.
Así llegamos al método en el que la ciencia se basa actualmente. El método científico no es otra cosa que una metodología con un conjunto de herramientas que nos ayuda a obtener y validar conocimientos. Analizaremos los pasos del método científico poniendo como ejemplo un tema de actualidad: ¿es la Tierra plana? (de actualidad antes del siglo III a. C., cuando Eratóstenes ya calculó muy acertadamente su radio).

Primer paso del método: observación
¿Qué datos llegan a nuestros sentidos sobre este fenómeno? A simple vista no podemos ver que la tierra se curve, pero tampoco vemos el monte Everest desde la estatua de la libertad. Es posible que el radio de curvatura la haga indetectable pero también que haya limitaciones ópticas o cuestiones meteorológicas.
Segundo paso: planteamiento
Analizadas las observaciones, planteamos posibles explicaciones a ellas, como puede ser una tierra plana con limitaciones atmosféricas que impidan ver puntos lejanos más elevados que el del observador (o una tierra con forma similar a una esfera sin esas limitaciones). Parece razonable suponer que alguien sin ningún conocimiento de física o geología básica pueda optar por un planteamiento de tierra plana.
Tercer paso: hipótesis
En nuestro ejemplo, daremos más valor a lo que nuestros ojos observan cuando montamos en avión y concluiremos (erróneamente) que una deducción lógica a la observación es que la tierra es plana y no un geoide. Planteamos por tanto una hipótesis de tierra plana en la que fenómenos atmosféricos y limitaciones ópticas -en vez de la curvatura de la tierra- nos impiden ver objetos lejanos.
Cuarto paso: diseño de pruebas experimentales de la hipótesis
Debemos poner a prueba nuestra hipótesis diseñando experimentos que puedan refutarla, si existiera un experimento así, implicaría que la hipótesis es errónea y deberíamos buscar una explicación alternativa a nuestras observaciones. Propondremos un experimento en el que con nuestros simples sentidos podamos refutar la hipótesis. Por supuesto, este experimento debe ser posible repetirlo en el futuro, por otras personas y en otros lugares para tener validez.
El experimento propuesto consistirá en observar cualquier noche despejada la estrella polar y la rotación a su alrededor del resto de estrellas. Propondremos lo mismo tomando como referencia σ Octantis o Polaris Australis en el hemisferio sur.
Quinto paso: realización del experimento
Al llevar a cabo el experimento anterior (idealmente con una cámara de fotos y en tomas de larga exposición) veremos que al avanzar la noche las estrellas en el hemisferio norte giran alrededor de la estrella polar en sentido antihorario mientras que en el hemisferio sur giran alrededor de σ Octantis en sentido horario.

Sexto paso: análisis de resultados
Debemos comprobar si el experimento arroja los resultados predichos por nuestra hipótesis. En nuestro ejemplo, se refuta absolutamente la hipótesis inicial de tierra plana. Ningún modelo terraplanista arrojaría un resultado del experimento como el obtenido, por lo que la hipótesis debe ser desechada, volver al apartado tercero y formular una nueva hipótesis sobre la que seguir trabajando el punto siguiente. Cabe destacar que el experimento realizado sí es congruente con una tierra-geoide en rotación, como no podía ser de otra manera.
Séptimo paso: Publicación de la Tesis
En caso de haber superado los pasos anteriores estaríamos en disposición de publicar nuestros resultados, y, lo más importante, estos podrían ser puestos a prueba por el resto de la comunidad científica.
El hecho de que los resultados sean puestos a prueba continuamente es un valor importante del método científico. Como se ha expuesto, cualquier científico o aficionado del planeta puede comprobar que los experimentos propuestos arrojan los resultados anunciados, y diseñar nuevos experimentos que pongan a prueba las tesis validadas. Esto hace que tesis dadas por buenas en el pasado sean continuamente mejoradas al tener que complementarse para abarcar los resultados de nuevas investigaciones y experimentos.

Podemos encontrar un ejemplo de la importancia de este apartado en la historia de Luc Montagnier, ganador de un premio nobel de medicina por el descubrimiento del VIH, pero apartado después del ámbito científico por anunciar y defender como válidos unos resultados de sus experimentos sobre homeopatía que no se han podido reproducir por ningún otro científico en ningún laboratorio del mundo.
Sin ser perfecto, el método científico es la mejor forma que el ser humano ha encontrado de validar o refutar hipótesis. Si la ciencia ha avanzado a un ritmo elevadísimo desde Galileo es en gran parte por la utilización del método científico, que es, con mucha diferencia, la mejor herramienta de la que el ser humano dispone para acercarse a un mayor y mejor conocimiento.
Cortesía de Muy Interesante
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