Cada vez más niños pasan la tarde deslizando dedos sobre una pantalla, en lugar de saltar charcos o trepar árboles. El tiempo de juego al aire libre se ha visto reemplazado por horas frente a dispositivos electrónicos, y las consecuencias no son solo físicas, sino también emocionales, cognitivas y sociales. Ante este escenario, el filósofo y divulgador David Pastor Vico ofrecerá una conferencia gratuita titulada “¿Qué pasa si los niños ya no juegan?”, el próximo 18 de marzo a las 18:30 horas en CINESA Proyecciones (c/ Fuencarral, 136, Madrid). El evento, pensado como una herramienta de reflexión para madres, padres y educadores, invita a repensar el juego como una necesidad vital, no como un lujo en peligro de extinción. Puedes inscribirte aquí.
El juego como motor del pensamiento y el desarrollo emocional
El juego no es un pasatiempo: es una forma de conocer el mundo, aprender a socializar, desarrollar el pensamiento crítico y explorar las propias capacidades. Expertos y estudios recientes respaldan esta afirmación.
Por ejemplo, según un artículo publicado en la revista científica PLOS One, los niños que participan en deportes en equipo presentan menos síntomas de ansiedad, depresión, aislamiento social o problemas de atención, en comparación con quienes no practican ninguna actividad física organizada. Por el contrario, aquellos que solo se dedican a deportes individuales mostraron más dificultades en salud mental que incluso quienes no practican ningún deporte.
La práctica del juego en grupo fomenta también la cooperación, la negociación y el aprendizaje emocional, aspectos esenciales en el desarrollo humano. No se trata únicamente de moverse, sino de interactuar, fallar, volver a intentar y aprender con otros. Esa dimensión relacional del juego es la que se está perdiendo con el avance del sedentarismo digital.

Niños más sedentarios, mentes menos activas
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió en su comunicado oficial de 2019 que el sedentarismo en la infancia tiene un impacto directo sobre la salud física y mental. En sus directrices, recomienda que los niños de 1 a 5 años dediquen al menos 180 minutos al día a actividades físicas de cualquier intensidad, evitando largos periodos frente a pantallas o inmovilizados en sillas.
Sin embargo, la realidad va en otra dirección: hoy, más del 80 % de los niños y adolescentes del mundo no cumplen con los niveles mínimos de actividad física recomendados.
La OMS también subraya que fomentar el juego libre desde edades tempranas favorece el desarrollo motor, mejora el sueño, el bienestar emocional y previene enfermedades asociadas al sobrepeso.
Jugar es también moverse: cuerpo activo, cerebro saludable
El juego físico tiene la capacidad de contrarrestar los efectos emocionales negativos del sedentarismo digital. Sin embargo, no es suficiente: si no se limita el tiempo de pantalla, el bienestar emocional también se ve comprometido.
Un estudio publicado en Psychology, Society & Education con más de 1.500 niños chilenos de entre 8 y 12 años concluyó que la actividad física frecuente está directamente relacionada con mayor satisfacción con la vida y emociones positivas, mientras que un mayor tiempo frente a pantallas se asocia con emociones negativas, incluso en aquellos niños que practican deporte.
Es decir, moverse mejora el estado de ánimo, pero el exceso de pantallas sigue impactando de forma negativa, incluso si el niño es activo físicamente.

Pantallas: el nuevo patio de recreo (con efectos colaterales)
La inactividad física y el tiempo en pantalla pone sobre la mesa un asunto urgente: los dispositivos digitales están reemplazando el tiempo de juego, mientras reconfiguran el desarrollo del cerebro en etapas tempranas, con impactos que podrían perdurar más allá de la infancia.
Un estudio publicado en JAMA Pediatrics por el equipo del National University of Singapore reveló que los bebés expuestos a pantallas desde los 12 meses presentan alteraciones en su actividad cerebral y menor desarrollo de funciones ejecutivas como atención, creatividad y toma de decisiones cuando llegan a la edad escolar.
La investigación, basada en pruebas EEG realizadas a 437 niños, mostró que el tiempo de pantalla en la infancia puede tener efectos persistentes a largo plazo, afectando incluso el rendimiento académico años después.
El juego libre no estructurado: cada vez más raro, pero más necesario
El cambio cultural en la crianza ha hecho que el juego libre —ese en el que el niño imagina, crea reglas, explora su entorno— esté siendo reemplazado por rutinas hiperorganizadas y entornos digitales pasivos. Y con ello, se pierde una herramienta poderosa para la formación de la autonomía y la confianza en uno mismo.
El juego espontáneo se ha reducido notablemente debido al estilo de crianza actual, donde predomina la vigilancia constante y el miedo a los riesgos, de acuerdo a una investigación publicada en Sociology of Health & Illness por la Universidad de Essex (Reino Unido).
Los niños están cada vez más inmersos en actividades programadas, supervisadas o en entornos virtuales, lo que limita su capacidad para tomar decisiones autónomas y aprender de manera natural a través del juego.

¿Y la salud mental? El juego también protege la mente
Además del desarrollo físico, el juego tiene un papel preventivo en la salud mental. Investigadores de California State University observaron que los niños que participan en deportes grupales presentan menores índices de problemas psicológicos, mientras que quienes se enfocan solo en deportes individuales tienden a mostrar mayores dificultades emocionales.
Por otro lado, la literatura científica también ha planteado que el uso excesivo de pantallas puede contribuir al deterioro del bienestar emocional y a trastornos como depresión o insomnio.
No se trata solo de la cantidad de tiempo frente a las pantallas, sino del tipo de interacción: no es lo mismo usar redes sociales de forma activa (interactuando) que de manera pasiva (consumo sin participación). Este matiz es crucial para entender los efectos reales del entorno digital en los niños.

Volver a jugar: una necesidad social, no una nostalgia
La conclusión es clara: recuperar el juego físico no es un capricho nostálgico, es una urgencia educativa y de salud pública. La conferencia del próximo 18 de marzo, de David Pastor Vico, será una oportunidad para reflexionar en familia sobre cómo resignificar el juego en la crianza y devolver a los niños el derecho a correr, imaginar, equivocarse y crear.
Si dejamos que el juego desaparezca, también desaparecerá una parte vital de lo que nos hace humanos.
Referencias
- Law EC, Yap F, et al. Associations between infant screen use, electroencephalography markers, and cognitive outcomes. JAMA Pediatr. (2023) doi: 10.1001/jamapediatrics.2022.5897
- Hoffmann MD, et al. Associations between organized sport participation and mental health difficulties: Data from over 11,000 US children and adolescents. PLoS One. (2022). doi:10.1371/journal.pone.0268263
- Day J. The intensification of parenting and generational fracturing of spontaneous physical activity from childhood play in the United Kingdom. Sociol Health Illn. (2023). doi:10.1111/1467-9566.13512
- World Health Organization. Guidelines on physical activity, sedentary behaviour and sleep for children under 5 years of age. World Health Organization. (2019). URL: who.int/publications/i/item/9789241550536
- García-Hermoso, A, et al. Physical activity, screen time and subjective well-being among children. Psychol Soc Educ. (2021). doi:10.25115/psye.v13i1.4370
Cortesía de Muy Interesante
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