Basada en una novela de H. G. Wells, “Things to Come”, como se titula en inglés, plantea la tensión entre progreso y primitivismo en una aventura que abarca casi un siglo.
“Metrópolis” abrió la puerta a las películas de ciencia ficción que se atrevieron a pensar a gran escala y a especular sobre el desarrollo de nuestra civilización. “La vida futura” podría considerarse la respuesta británica, nueve años después y ya con sonido, a la cinta de Fritz Lang.
Para ello, se pertrecharon con sus mejores armas: de entrada, la película está basada en una novela de uno de sus autores cumbre, H. G. Wells –que detestaba abiertamente Metrópolis–, quien, además de escribir el guion, participó activamente en el desarrollo de la producción; su reparto y su director estaban entre lo mejor de la industria; y su presupuesto de 300000 libras fue el mayor hasta entonces en la historia del cine inglés.
Fracaso de taquilla
Toda esta potencia de fuego se resolvió con un estrepitoso fracaso de taquilla.
Estrepitoso e injusto, porque La vida futura, si bien no llega a la altura de la cinta de Lang, es una obra llena de momentos de gran impacto. Su trama abarca casi un siglo, de 1940 a 2036.
En la Navidad de 1940, estalla una guerra mundial que se prolonga durante décadas, arruinando a la humanidad y devolviéndola a una época de primitivismo. En 1966, el enemigo –nunca sabemos quién es– lanza, antes de ser derrotado, una plaga que acaba casi por completo con la especie humana.
Una sociedad desarrollada
En 1970, todo lo que queda de Everytown –la ciudad que es el epicentro de la trama– es un diminuto Estado regido por un despótico señor feudal. Entonces, aparece algo que nadie ha visto en décadas: un avión, en el que viaja el embajador de una sociedad desarrollada en la otra parte del planeta, donde la ciencia y la investigación han vuelto a surgir; de hecho, son sus principios los que rigen toda la sociedad.
Con los años, el mundo se recupera, ahora sobre la plataforma de un gobierno global basado en el conocimiento y el raciocinio, y los seres humanos viven en ciudades subterráneas altamente tecnificadas.
El conflicto estalla de nuevo en 2035, cuando se anuncia el lanzamiento de la primera nave espacial que llevará a unos nuevos Adán y Eva fuera del planeta. Entonces, termina de estallar un sentimiento antiprogreso que lleva años latente, ya que parte de la población considera a la ciencia causante de las tragedias del pasado.

Conquista tras conquista
Tras violentas revueltas populares, el cohete consigue despegar y el patriarca de la nueva sociedad, Oswald Cabal (Raymond Massey), cierra la película con un discurso algo recargado en el que declara que nuestra especie “no tiene reposo ni fin. Debe continuar, conquista tras conquista[…], y cuando haya conquistado todas las profundidades del espacio y todos los misterios del tiempo, todavía estará comenzando”.
Esta pomposidad en los diálogos está presente en toda la cinta y lastra el excelente trabajo de sus actores y su indudable fuerza visual y argumental. Por otra parte, la idílica sociedad del futuro parece en ocasiones más robotizada que la de Metrópolis, y no menos autoritaria: el mando está en manos de los más dotados intelectualmente, que parecen ejercer una dictadura benigna.

Como Metrópolis, es una cinta abierta a debate, y, como ella, se apoya en unos decorados y efectos especiales notables, gracias al esfuerzo de su director, William Cameron Menzies, que había sido también diseñador de producción y supo crear un mundo propio, sin rastro de la influencia de Lang, que abarcaba desde la ciudad contemporánea del principio –solucionada a base de primeros planos y un uso exhaustivo de las posibilidades de la cámara– a las tierras baldías de la Era Oscura y, por fin, a las impensables ciudades edificadas bajo tierra.
La cinta tuvo la mala suerte de acertar en su profecía más cercana: los bombardeos sobre la población civil serían una realidad en Londres solo tres años después, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Cortesía de Muy Interesante
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