Lo había pronosticado casi al pie de la letra en su discurso del 30 de enero de 1939 ante el Reichstag, con estas palabras: “Durante mi vida he sido con frecuencia un profeta, y normalmente se han reído de mí. Durante mi lucha por el poder, eran sobre todo los judíos quienes se reían de mis profecías, en las que decía que algún día alcanzaría el liderazgo del Estado y que entonces lograría una solución al problema judío […].
Hoy seré de nuevo un profeta: si los judíos de Europa y del resto del mundo tienen éxito una vez más en empujar a los pueblos a una guerra mundial, la consecuencia no será la bolchevización del mundo y, por tanto, la victoria de los judíos, sino lo contrario, la aniquilación de la raza judía en Europa”.
Guerra y guetos
El estallido de una gran guerra era, así, el momento imaginado por Hitler, la excusa ideal para emprender su cruzada contra los judíos. Cuando empezó la confrontación, la maquinaria política del Alto Mando del Reich se aplicó desde el primer momento a deshacerse de los judíos, primero alejándolos de Alemania y, en los países ocupados, identificando y vigilando a las comunidades judías mediante su encierro en guetos.
En octubre de 1939, solo un mes después de comenzar la guerra, se creó la primera “área residencial judía” (eufemismo utilizado por las autoridades alemanas para referirse a los guetos) en un pueblo al sur de Lodz, en el centro de Polonia.

Los guetos estaban aislados con muros y alambres y, en su interior, los residentes judíos debían identificarse con un brazalete con la estrella de David visible en el brazo derecho. Al trasladar a estos lugares a judíos que, lógicamente, hasta entonces vivían dispersos, los guetos se convirtieron enseguida en áreas muy densamente pobladas, llegando al hacinamiento: en el de Varsovia se agolpaban 400.000 judíos en un espacio de apenas 3,4 km2. Esas cifras significaban que el 30% de la población de la capital polaca estaba viviendo en tan solo el 2,4% de su superficie.
Los guetos estaban bajo el control de las SS, la policía política de Hitler, que era el organismo oficial del Estado alemán encargado de diseñar la estrategia para dominar y someter a los pueblos de la retaguardia. Este cuerpo sería el protagonista de los episodios más oscuros del Holocausto. Para ‘limpiar’ la propia Alemania, se deportó a los judíos alemanes hacia Oriente: esa era una de las ideas clave de la ocupación de Polonia (“Asia empieza en Polonia”, decía Hitler con desprecio).
A partir de noviembre de 1939, se establecen las primeras políticas de traslado forzoso. Reinhard Heydrich, director de la Oficina Central de Seguridad del Reich y que ya había sido uno de los artífices tanto de la Noche de los Cristales Rotos como de la creación de los guetos polacos, emite una orden bajo el título Evacuación de las nuevas provincias orientales que describe cómo llevar a cabo las deportaciones, que se realizarán en tren, y cuál será el destino de los afectados: los campos de concentración.

Campos de la crueldad
Estos centros de detención y confinamiento habían sido levantados por los nazis en la propia Alemania nada más acceder al poder, en 1933, para encerrar en ellos a individuos considerados peligrosos. El primero en abrirse fue, ese mismo año, el de Dachau (en la región de Baviera). En 1938 comenzaron a utilizarse para llevar allí a los judíos detenidos tras la Noche de los Cristales Rotos. En ese año se erigió también el primero fuera de Alemania, el de Mauthausen, en la Austria anexionada por el Reich, ante la pasividad internacional.
Este centro pertenecía a la tipología de “campos de trabajo”, destinados a la producción económica mediante el uso de mano de obra esclava –judía y de otros pueblos también considerados como inferiores por los nazis– a la que se le encargaban durísimas tareas de extracción minera o producción industrial de material bélico. En los campos de concentración convivirían, durante los primeros años de guerra, prisioneros judíos y de otras razas ‘inferiores’ con prisioneros políticos o militares. A pesar de que su objetivo no era de exterminio, en ellos murieron muchísimos prisioneros debido a las espantosas condiciones de vida.

Las políticas de confinamiento en guetos y deportaciones a campos de trabajo daban la impresión oficial de que el régimen nazi se conformaba con el encierro y alejamiento de sus enemigos. Sin embargo, existía una tercera directriz, todavía más radical y de carácter secreto, consistente en la práctica sistemática de ejecuciones sumarísimas y asesinatos de los considerados Untermenschen (subhumanos), es decir, razas inferiores respecto a la aria.
Los Einsatzgruppen, escuadrones de la muerte itinerantes controlados por las SS, fueron los encargados de ejecutar estas acciones brutales. Su primera misión fue en Polonia: entraban en los territorios invadidos con la orden de eliminar a los núcleos dirigentes del país sometido, identificados con la nacionalidad polaca.
Judíos y comunistas
En 1941, con la invasión de la Unión Soviética, los Einsatzgruppen recibieron la orden de acabar con los guerrilleros que quedasen en la retaguardia y también con los judíos soviéticos, iniciando así una auténtica matanza racial. Reinhard Heydrich, número dos de las SS, dispuso en julio de 1941 que eliminasen a todos los miembros del Partido Comunista ruso de origen judío y “no interferir en las purgas que puedan ser iniciadas por elementos antibolcheviques o antijudíos en los nuevos territorios ocupados. Al contrario, deben ser secretamente alentadas”.

En las primeras semanas de la invasión de la Unión Soviética asesinaron ya a 100.000 judíos en unos 40 pogromos. En algunos casos, las SS contaron con la ayuda de poblaciones locales que tenían fuertes sentimientos antisemitas, como ocurrió en la ciudad de Kaunas, en la Lituania ocupada por los soviéticos. Allí se eliminó a 2.514 judíos tan solo en el día de la ocupación.
No había un mandato de Hitler o una orden formal que permitiera destapar su responsabilidad última pero, en un contexto en el que el líder alemán había llamado a luchar contra los bolcheviques “hasta el final” y a “la exterminación de los comisarios bolcheviques y la intelligentsia comunista”, pocos de sus subordinados dudaban sobre contra quién había que ir, ya que el propio Hitler había asimilado a los judíos con el comunismo – en el mismo discurso del Reichstag citado al principio– y había utilizado en múltiples ocasiones el término “judeo-bolchevismo”.
La invasión de la URSS también fue el banco de pruebas para empezar a utilizar técnicas de asesinato tecnológico de guante blanco, ideadas por los nazis para eliminar a los judíos de una forma ‘limpia’. Allí se realizaron las primeras ejecuciones en furgonetas de gas, un método que surgió a partir de la petición de Heinrich Himmler, que había recibido informes del fuerte impacto psicológico que suponía para los paramilitares de las SS tener que disparar a mujeres y niños.
Previamente se había experimentado con este tipo de furgonetas para la “acción eutanásica” contra enfermos mentales alemanes, decidida al comienzo de la guerra para librar al país de los elementos inútiles para el régimen nazi.
Wannsee: la Solución Final
Hasta la invasión de la Unión Soviética, parece que Hitler todavía mantenía como idea principal para limpiar Europa de judíos la deportación de estos fuera del continente. Pero cuando, a partir del verano de 1941, los alemanes empiezan a ver que se enfrentan a dos enemigos difíciles de vencer como son los propios rusos y también los británicos, gana terreno la idea de que los judíos son un excedente de población que consume recursos y del cual es mejor prescindir. En la inhumana visión del mundo de Hitler, este es el momento perfecto para la aniquilación que había profetizado en 1939 y que tanto anhelaba.
No se conservan documentos en los que Hitler dé esta orden expresamente. Como hemos visto antes, parece que el Führer se cuidaba mucho de poder ser acusado directamente, y toda la terminología nazi está plagada de eufemismos y sobreentendidos.
Pero en julio de 1941, su segundo al frente del ejército, el mariscal Hermann Göring, envía una carta al número dos de las SS y jefe de la Gestapo, el temible Reinhard Heydrich, en la que delega en él la coordinación de la Solución Final (Endlösung, en alemán) al problema judío. Parece imposible que Göring se atreviese a tomar una determinación como esta e iniciar el proceso sin haber recibido una orden de Hitler, de quien por cierto ya era por entonces el sucesor en caso de muerte.

Así, a partir de esta consigna se plasmará la Solución Final, que quedará definida en una conferencia celebrada por 15 altos mandos nazis junto al lago de Wannsee. Prevista inicialmente para diciembre de 1941, el bombardeo de Pearl Harbor y la entrada de Estados Unidos en la guerra la retrasó. Este factor, por cierto, todavía exacerbaría más el odio de Hitler hacia los judíos, ya que los culpaba de llevar la guerra a escala mundial.
La Conferencia de Wannsee tuvo lugar finalmente el 20 de enero de 1942 y fue organizada por Heydrich. Sin que sea precisa la participación de Hitler, los dirigentes reunidos llegan a una terrible conclusión: si los judíos siguen vivos en Europa, la victoria será solo parcial, ya que podrán volver a convertirse en amenaza en una o dos generaciones. Para evitar la repetición del problema, hay que poner a punto un programa tendente a su eliminación inmediata. Esa será, concluyen, la Solución Final. Buena parte de la reunión se dedicó a precisar legalmente quién tenía la condición de judío, lo cual incluía a aquellos con un padre judío (sangre mixta de primer grado) e incluso a algunos de los que tenían uno o dos abuelos.
Otro aspecto técnico al que se dedicaron los reunidos en Wannsee fue la organización logística de la “evacuación” (término eufemístico utilizado para referirse a la aniquilación de los judíos). La maquinaria organizada, sistemática y fanatizada de la administración nazi preparó un sistema industrial de eliminación humana, un triste hito en el desarrollo tecnológico.
Su herramienta básica eran las cámaras de gas Zyklon-B, que ofrecían bastantes ventajas respecto a los fusilamientos: se podía proceder de manera más rápida y masiva, se evitaba el impacto psicológico y su coste económico también resultaba inferior. Para eliminar los cuerpos de las víctimas rápidamente, de forma que no se desencadenasen epidemias, se decidió utilizar hornos crematorios.

Hacia el exterminio masivo
Como consecuencia de las decisiones tomadas en Wannsee, se crearon seis campos de exterminio (distintos de los campos de concentración antes mencionados) emplazados todos en Polonia, ya que en la URSS –la primera opción– resultaba imposible por no dominar los nazis con claridad el territorio tras sus fracasos militares en la invasión. Además, Polonia tenía la mayor densidad de población judía de Europa. Esos seis campos fueron Auschwitz-Birkenau, Treblinka, Belzec, Sobibor, Chelmno y Majdanek.
A partir de 1942 comienza el Holocausto organizado. Los judíos son transportados hasta esos campos desde cualquier punto de la Europa controlada por los nazis. Llegan en trenes –los “trenes de la muerte”– a los que son subidos con engaños. Se otorga prioridad a su desplazamiento ferroviario respecto al transporte militar, lo cual ocasiona descontento en el ejército, en un momento en que la guerra empieza a complicarse.

La eliminación de los judíos se ha convertido en una obsesión para Hitler y su círculo de las SS, cada vez más poderoso. Una vez que los prisioneros llegan a los campos de exterminio, son gaseados en grupo lo antes posible y sus restos se queman en hornos crematorios, que producen a veces auténticas nevadas de ceniza. Franz Halder, un general del ejército nazi que participó en una conspiración contra Hitler, hablaría del “humo humano” que flotaba sobre los campos.
Heydrich supervisa con celo y de forma directa los trabajos de la Solución Final, pero ese mismo año de 1942 es asesinado en Praga por un comando de guerrilleros checos entrenado por los ingleses. Le suceden al frente del Holocausto Adolf Eichmann y Ernst Kaltenbrunner, controlados a su vez por Himmler, el jefe de las SS.
El crecimiento de las evacuaciones tensa la ya difícil situación en los guetos y, en 1943, se produce una gran insurrección en el de Varsovia, coincidiendo con la noticia de que se va a trasladar a 100.000 de los judíos que allí viven. La rebelión es reprimida de forma sangrienta.
1.100 asesinatos diarios
Más allá de estas revueltas ocasionales, durante todo 1943 y la primera mitad de 1944 la eliminación de judíos prosigue a un ritmo frenético. La administración nazi la ha transformado en una industria, y muy efectiva. Tanto es así que, en primavera, se calcula que el campo de Auschwitz alcanza una frecuencia de 8.000 personas gaseadas al día. Datos como este llevan a Himmler a declarar con optimismo que “en Alemania y los países ocupados, la cuestión judía ha sido resuelta”.
Pero, tras el desembarco de Normandía y con el avance ruso en Polonia, a partir del verano de 1944 resulta insostenible mantener la actividad de los campos, y estos se cierran y se traslada a los prisioneros más cerca de Alemania. Esto ocurre en terribles condiciones, ya que se les obliga a caminar en las llamadas “marchas de la muerte”. Más de 200.000 morirán así. Las últimas ejecuciones en Auschwitz tienen lugar el 25 de noviembre de 1944. En total, murieron en sus dos años largos de funcionamiento 1.100.000 presos, la mayoría judíos. Esta cifra supone una media de más de 1.100 asesinatos al día.
A medida que la idea de una posible derrota se extendió entre los nazis, se apresuraron a borrar las pruebas del exterminio: para ello desmontaron las cámaras de gas y dinamitaron los crematorios. Cuando llegaron los aliados, algunos de los campos ya habían sido desmantelados. Otros los liberó el ejército soviético o el americano. Pero para millones de judíos era ya demasiado tarde. Concretamente, para seis millones –sobre un total de nueve que habitaban en el continente europeo antes de la guerra–, muertos a manos de los nazis.
Cortesía de Muy Interesante
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