En los albores del psicoanálisis, cuando sus principales conceptos aún se estaban gestando, la joven disciplina convivía con un clima intelectual marcado por el auge del espiritismo, el magnetismo animal y la investigación de los fenómenos ocultos. Muy lejos de la imagen científica y rigurosa que Sigmund Freud se empeñaría en consolidar, el psicoanálisis surgió en un contexto en el que la frontera entre la ciencia y las pseudociencias resultaba ambigua y porosa. En este peculiara contexto cultural, la demarcación entre lo científico y lo oculto no fue ajena al desarrollo interno del psicoanálisis, sino una preocupación estructural en su evolución. De hecho, el psicoanálisis nació no a pesar del ocultismo, sino en un diálogo constante —aunque conflictivo— con él.
Freud, Jung y la amenaza del ocultismo
Freud fue consciente desde el principio de que, si quería que su obra fuera aceptada en los círculos científicos, debía separar el psicoanálisis del mundo de la superstición y el ocultismo. El concepto freudiano del inconsciente debía evitar cualquier connotación trascendente o espiritual. En sus propias palabras, el psicoanálisis se distinguía de otros enfoques por su fundamentación en la teoría de la sexualidad, un principio que anclaba la disciplina al materialismo médico de su tiempo.
En ese marco, la ruptura con Carl Gustav Jung constituyó una auténtica batalla por el alma del psicoanálisis. Jung, influido por una tradición familiar plagada de fenómenos sobrenaturales y por su propia formación en psicología de lo oculto, desexualizó la teoría del inconsciente, aproximándola peligrosamente —a ojos de Freud— al misticismo. En una conversación memorable, Freud le dijo: “Prométeme que nunca abandonarás la teoría sexual. Debemos convertirla en un dogma, un baluarte inquebrantable… contra la marea negra del ocultismo”.
El peligro del “alma mística” no era una exageración retórica. Jung había comenzado su carrera con una tesis sobre fenómenos psíquicos basada en el estudio de su prima médium, Hélène Preiswerk. Para Freud y otros ortodoxos, su psicología simbolista —alimentada por visiones, trances y arquetipos colectivos— ponía en riesgo la integridad científica del psicoanálisis y lo aproximaba a la “charlatanería” que tanto se esforzaban en evitar.

Ferenczi y la frontera difusa entre análisis y telepatía
Sándor Ferenczi, discípulo predilecto de Freud y figura clave en la Escuela de Budapest, también se interesó profundamente por los fenómenos considerados paranormales. En 1899 publicó un artículo titulado “Spiritizmus” y, más adelante, realizó experimentos con médiums y clarividentes. Sin embargo, su interés principal residía en la telepatía, que vinculaba de manera directa con la dinámica transferencia-contratransferencia en el proceso analítico.
Ferenczi llegó a comunicar a Freud sus “lecturas de pensamiento” durante las sesiones analíticas. Propuso incluso una futura “metodología del análisis telepático”. Aunque Freud valoraba estas observaciones, también le advirtió: “Estás lanzando una bomba en el edificio del psicoanálisis que, sin duda, explotará”. Freud apreciaba la audacia de Ferenczi, pero temía que sus incursiones en lo paranormal llegaran a desprestigiar la joven disciplina.

El psicoanálisis y la Sociedad para la Investigación Psíquica
Durante el siglo XIX y principios del XX, numerosas figuras destacadas de la psicología —como William James, Frederic Myers y Théodore Flournoy— participaron de forma activa en la Society for Psychical Research (SPR), una institución dedicada a estudiar con métodos científicos fenómenos como la mediumnidad, la clarividencia y la telepatía. Freud, Jung y Ferenczi también formaron parte de la SPR, aunque con posturas más críticas o escépticas.
Freud, por ejemplo, escribió en 1921 al investigador Hereward Carrington: “No soy de los que descartan a priori el estudio de los llamados fenómenos psíquicos como anticientíficos. Si estuviera al principio de mi carrera, posiblemente me dedicaría a ese campo”. Esta ambivalencia trasciende lo anecdótico. Freud se debatía constantemente entre la curiosidad científica por lo paranormal y la necesidad de marcar una distancia tajante con él.
En su correspondencia, Freud insistió en que el inconsciente que proponía el psicoanálisis difería del de los espiritualistas. Cuando la SPR le solicitó un artículo para sus publicaciones, respondió enfáticamente: “El inconsciente en el psicoanálisis solo significa aquello que ha sido reprimido, y no tiene nada que ver con los procesos subliminales de la psicología de la religión o la parapsicología”.

El inconsciente: campo de batalla entre lo científico y lo espiritual
La noción de un “yo subliminal” —presente en autores como Myers o William James— se parecía en muchos aspectos al inconsciente freudiano. Sin embargo, su orientación espiritual y antirreduccionista lo hacía incompatible con la visión psicoanalítica. James, por ejemplo, consideraba que el alma era inmortal y que, del subconsciente, nacía la experiencia religiosa.
Frente a esta postura, Freud y sus seguidores afirmaban que el inconsciente no podía tener una dimensión espiritual sin comprometer su estatuto científico. La sexualidad —como fuerza biológica y no metafísica— operaba como barrera contra la intromisión de lo sobrenatural en el discurso clínico. En este sentido, la teoría freudiana del inconsciente se convirtió en una estrategia deliberada para secularizar el alma.

Una frontera nunca del todo cerrada
Aunque Freud logró consolidar una doctrina coherente y científicamente aceptable del inconsciente, el psicoanálisis nunca dejó de coquetear con lo oculto. Las especulaciones sobre los sueños, los símbolos o el inconsciente colectivo continuaron alimentando interpretaciones que escapaban al estricto materialismo.
La tensión resultó inevitable. Al postular la existencia de procesos inconscientes y fuerzas invisibles que determinan la vida psíquica, el psicoanálisis abría, incluso sin quererlo, una puerta a la trascendencia. Esta ambivalencia explicaría la persistente fascinación de los analistas por fenómenos como la telepatía o las coincidencias significativas.
Así, el problema de la demarcación —de trazar una línea clara entre ciencia y pseudociencia— fue tanto externo, impuesto por la comunidad académica, como un dilema interno que atravesó el propio núcleo del psicoanálisis.
El lado oculto del psicoanálisis
El psicoanálisis no puede entenderse sin considerar su ambigua relación con el ocultismo. En un momento en que la psicología luchaba por definirse como disciplina científica, los fenómenos paranormales ofrecían tanto una amenaza como una inspiración. La consolidación del psicoanálisis como teoría científica siguió un recorrido que, en ocasiones, se apartó de lo racional. Fue también una historia de exclusiones, miedos y fascinaciones compartidas, donde la magia y la ciencia se entrelazaron en los orígenes de una de las teorías más influyentes del siglo XX.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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