Este mundo vital, reflejo de su llamada vocacional, se troquela en una asimilación del Concilio Vaticano II marcada por dos rasgos. Primero, el contexto de la Iglesia latinoamericana en Argentina, con la llamada «teología del pueblo». Esto se traduce en la comprensión de que todos y cada uno en el pueblo de Dios, desde el individuo más sencillo, posee el don del Espíritu, la dignidad de hijo de Dios, la capacidad de entender a fondo con su olfato el evangelio de Jesucristo. A este respecto, ya hizo notar en la famosa entrevista con A. Spadaro (21.08.2013), a los pocos meses de su elección como Romano Pontífice: «Una imagen de Iglesia que me complace es la de pueblo santo, fiel a Dios. Es una definición que uso a menudo y, por otra parte, es la de Lumen gentium en su número 12». No se puede entender bien al Papa Francisco sin conocer las líneas básicas de la teología argentina del pueblo.
Segundo, el Vaticano II quiso poner a toda la Iglesia en misión de anuncio del evangelio al mundo actual. Este aspecto lo captó realmente bien, según Bergoglio, Pablo VI, especialmente con su exhortación Evangelii nuntiandi (anunciando el evangelio), de 1975. Como papa no ha pretendido otra cosa que dar continuidad a lo dicho por Pablo VI. Bergoglio fue durante unos años profesor de teología pastoral en la facultad de teología de los jesuitas en el San Miguel, en el gran Buenos Aires. Allí se empapó a fondo de este programa pastoral y evangelizador de Pablo VI. En su opinión, es un documento «no superado», «una cantera de inspiración», «siempre un punto de referencia» (20.06.2014). En el fondo, su documento programático, Evangelii gaudium (la alegría del evangelio), no pretende otra cosa que actualizar la Evangelii nuntiandi de Pablo VI.
El contexto de la elección de Francisco como papa vino determinado por dos circunstancias. Primera, el prestigio anejo por haber sido el presidente del comité de redacción del documento fruto de la asamblea continental del episcopado de América Latina y el Caribe reunida en Aparecida (Brasil), que se puede resumir con la expresión discípulos y misioneros, determinante del programa esbozado en Evangelii gaudium. A esto se le puede sumar el impacto en muchos cardenales de su intervención durante las congregaciones (reuniones de cardenales) previas a su elección, donde presentó un auténtico programa misionero para la Iglesia. Segundo, la enorme crisis que se vivía en la Santa Sede con respecto a los modos de funcionar de la curia vaticana. En estas largas conversaciones entre los cardenales se clamó por una reforma a fondo de la curia. Recordemos las dificultades de Benedicto XVI con traiciones graves por parte de personal de la curia vaticana, lo que se llamó vatileaks, como punta del iceberg.

El obispo de Roma
Con este bagaje emprendió como obispo de Roma un camino de anuncio del centro del evangelio, la misericordia de Dios para con todos, estén donde estén; y la reforma eclesial, tanto de la curia vaticana como de maneras y tics clericales. Este programa se refleja en documentos, que comentaré, pero también necesariamente en un estilo y un talante personal de proximidad pastoral, propia de un párroco, del que el vocabulario accesible, las imágenes expresivas y los gestos forman parte consustancial. De hecho, con las misas en Santa Marta, homilías comprensibles y elocuentes especialmente incluidas, se convirtió de algún modo en una suerte de párroco mundial, especialmente los primeros años de su pontificado.
Su programa de pontificado vino definido en Evangelii gaudium: Iglesia en salida misionera. En su primer número declaró: «quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora», marcada por la alegría del encuentro con Jesucristo. Este programa se desplegó de modo coherente en sus otros grandes documentos y en su línea de actuación.
Un elemento clave de dicho programa es la alegría. La actividad misionera, la reforma eclesial, la Iglesia en salida, la Iglesia hospital de campaña, todo estuvo determinado por la alegría del encuentro con la misericordia de Dios encarnada en Jesucristo. Por eso la alegría se repite en el título de documentos muy significativos: la alegría del evangelio (Evangelii gaudium), la alegría del amor en la familia (Amoris laetitia), la alegría de la verdad de la fe (Veritatis gaudium, sobre el estudio de las ciencias sagradas), alegraos y regocijaos (Gaudete et exsultate), sobre la santidad misionera. Junto con la alegría, también la alabanza, que incluye el júbilo. Ya está presente en alegraos y regocijaos (Gaudete et exsultate), pero también en: alabado sea (Laudato si’) y alabad a Dios (Laudate Deum), documentos sobre la ecología. El evangelio es buena noticia alegre, que impulsa a la alabanza. Eso dinamiza y es contagioso.
Misioneros de misericordia
El aspecto fundamental fue el encuentro con la misericordia de Dios (Gaudete et exsultate). Por eso, instituyó los «misioneros de la misericordia», repitiendo hasta la saciedad que el confesonario no es una aduana, y convocó el año de la misericordia (2016), para llevar a toda persona, sea su situación personal la que fuere, la misericordia del buen Dios. Aquí se inscribió la bula de convocatoria: Misericordiae vultus, el rostro de la misericordia, que es Jesucristo; y la carta en la clausura del año de la misericoridia: Misericordia et misera, la misericordia y la mísera, sobre el encuentro de Jesús con la pecadora adúltera, la mísera, que nos representa a todos y cada uno de nosotros. Su último gran documento, Dilexit nos (nos amó), fue un canto al corazón de Jesús: protosímbolo y expresión máxima de la misericordia de Dios, hecha carne y crucificada por amor a todos nosotros, pecadores.

Esta misericordia alumbró e impulsó la vida humana hacia mejor y hacia el bien en todas las situaciones. Me fijo en cuatro ámbitos significativos, sin abarcar todos los aspectos que abrasaron el corazón del Papa Francisco (ej. migrantes, guerras, Amazonía). El orden no es jerárquico.
Primero, las familias
El tema fue objeto de una asamblea sinodal en dos fases (2024-2015), fruto de la cuales publicó la exhortación Amoris laetitia (la alegría del amor). Lo más llamativo fue su apertura hacia las situaciones llamadas «irregulares» (AL, cap. VIII). Francisco no se contentó con repetir la doctrina. Desde una aproximación más pastoral incidió en la espiritualidad matrimonial (cap. IX) y en la posibilidad de una atención personalizada, ayudando a crecer en cada situación particular, aunque esté alejada de la doctrina oficial, abriendo caminos hasta entonces vedados, como el acceso a los sacramentos incluso en una situación irregular (AL 305, nota 351).
Segundo, los jóvenes
Los jóvenes y su vocación fueron objeto de una asamblea sinodal (2018). Fruto de esta surgió la exhortación Christus vivit (Cristo vive). A Francisco le preocupaba gravemente una Iglesia y una sociedad que no escucha ni a los jóvenes ni a los ancianos, que no los acompañaba, que no los consideraba. Francisco no quería una Iglesia que se cerrara a las preguntas y los desafíos de los jóvenes. A la vez, también quería hablar a los jóvenes. Les desafiaba a abrir su corazón al encuentro con Jesucristo, a escuchar la llamada de Dios y ponerse en marcha, desde la respuesta vocacional, para con su energía transformar la sociedad y la Iglesia hacia el reino de Dios.
Tercero, los pobres y los descartados de todo tipo
Denunció la cultura del descarte en EG 53; donde también propuso la cultura del encuentro, que incluía el diálogo como componente fundamental. Este aspecto se profundizó con la encíclica Fratelli tutti (todos hermanos). Allí esbozó la necesidad de una renovación a fondo de la política y la economía, para que estuvieran al servicio de todas las personas, los grupos sociales y los países, especialmente los grupos sociales que quedan fuera. Los dos motivos que presidían la encíclica son la suprema dignidad de toda persona humana, creada y amada por Dios; y la amistad social entre los diferentes, como modo de convivencia lograda.
Cuarto, la casa común
Con su encíclica ecológica (Laudato si’), la exhortación sobre la Amazonía (Querida Amazonía) y sobre el cambio climático (Laudate Deum), denunció que el deterioro de las condiciones de vida en la casa común de todos afecta en mayor medida a los pobres, diagnosticando la situación como una crisis eco-social, que requiere un nuevo paradigma de organización social, frente al paradigma tecnocrático predominante. También puso de relieve la existencia de un antropocentrismo depredador, que nos lleva a todos juntos a la ruina. Reclamó un cambio drástico en nuestros estilos de consumo y de producción. En una palabra, una conversión ecológica integral que percibe la crisis ecológica como una crisis eco-social, en la que los pobres llevan la peor parte.

El compromiso de todos
Llevar todo este programa adelante requirió el compromiso y la participación de todos. Este aspecto se tematizó en el proceso sinodal y la asamblea sobre la sinodalidad (2021-2024), fruto del cual ha de ser una Iglesia sinodal, en la que el bautismo, común a todos, y el sentido de pueblo de Dios (LG 12), se querían asumir con todo su peso. En esta línea Francisco dio pasos notables: la inclusión de no obispos con derecho a voto en la asamblea, mujeres incluidas; la asunción como propio del documento final elaborado por la asamblea sinodal; nombramientos de mujeres para puestos directivos en la Santa Sede, propiciados por la reforma de la curia (Praedicate evangelium). Todo ello iba reforzado y acompañado por un nuevo modo de hacer teología (Veritatis gaudium).
En todo este contexto se inscribieron con suavidad muchos de los gestos del papa Francisco, por ejemplo: la atención personal a los descartados (ej.: Jueves Santo en la cárcel, escucha a víctimas de abuso) y a las periferias (ej.: visita a Lampedusa, elección de cardenales «periféricos», selección de los países visitados).
La evangelización pasó por la cultura del encuentro y por el diálogo (ej. patriarca Bartolomé; imán Ahmed Al-Tayyib; centenario de la reforma luterana), como ya indicara Pablo VI en su encíclica programática Ecclesiam suam (1964). Un diálogo que se tornó simbólicamente en oferta mundial de esperanza durante la pandemia del Covid-19 (Statio orbis: momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia).

La esperanza no defrauda
Francisco no puso el foco ni en un cambio ni en una renovación de la doctrina. Sino en línea con el Vaticano II y la tradición ignaciana, en el necesario discernimiento pastoral para afrontar las situaciones complejas de la vida, sin imponer más cargas (reformas para las nulidades matrimoniales) y atajando con decisión situaciones estructuralmente lejanas a lo que la Iglesia ha de ser (legislación en torno a los abusos).
Como síntesis destaco cuatro aspectos significativos. Una concepción sinodal de la Iglesia, que arranca de la raíz bautismal común a todos. Un foco en los descartados, como criterio de discernimiento y luz evangélica. Una atención pastoral y en discernimiento a las personas que cargan con su vida sin una aplicación de la doctrina que no sopese todas las circunstancias de la situación personal, estirando la clave esencial de la acogida misericordiosa e incondicional de Dios hasta el máximo (Fiducia supplicans, sobre las bendiciones privadas a parejas de hecho y parejas homosexuales). Para llevar ahí la palabra de vida del evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que siempre es amor, perdón y esperanza, como dice la bula de convocatoria del año jubilar: la esperanza no defrauda (Spes non confundit).
Cortesía de Muy Interesante
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