Durante décadas, los arqueólogos creyeron que las majestuosas tumbas de piedra que salpican el paisaje irlandés eran el último descanso de una élite poderosa: líderes dinásticos, reyes ancestrales o clanes privilegiados que controlaban el territorio en la prehistoria. Sin embargo, un reciente estudio publicado en el Cambridge Archaeological Journal, respaldado por un extenso análisis de ADN antiguo, acaba de dar un giro sorprendente a esta narrativa: aquellas impresionantes estructuras no eran mausoleos reales. En realidad, eran espacios colectivos construidos y utilizados por comunidades enteras, sin un linaje genético dominante.
Este hallazgo, liderado por el arqueólogo Neil Carlin y su equipo de especialistas en genética, arqueología y antropología de diversas universidades europeas, no solo cuestiona las viejas suposiciones sobre el poder y la jerarquía en el Neolítico irlandés, sino que también nos obliga a repensar cómo se entendían las relaciones humanas y los rituales funerarios hace más de 5.000 años.
De monumentos para élites a tumbas de comunidad
Las tumbas de corredor, como las de Newgrange, Knowth o Carrowkeel, se han asociado tradicionalmente con figuras de poder. Su tamaño monumental, su cuidada orientación astronómica y su compleja arquitectura sugerían un uso exclusivo para una minoría dominante. Pero el estudio ha analizado el genoma completo de 55 individuos enterrados en distintos tipos de tumbas neolíticas y ha revelado que, en su mayoría, los cuerpos no estaban relacionados genéticamente entre sí.
En otras palabras, estos monumentos no eran cementerios familiares o dinásticos. No reflejan linajes cerrados ni la transmisión del poder por herencia biológica. En lugar de ello, los investigadores han identificado una composición genética mucho más diversa. Esto sugiere que las personas enterradas allí formaban parte de comunidades más amplias, donde las relaciones sociales y rituales eran más importantes que los lazos de sangre.
La clave del estudio ha sido combinar análisis biomoleculares con una minuciosa revisión de los contextos arqueológicos. En lugar de centrarse únicamente en los datos genéticos, el equipo ha reconstruido también las prácticas funerarias, los tipos de tumbas utilizadas en distintas regiones y épocas, y los cambios que se produjeron en la forma de tratar a los muertos a lo largo de los siglos.

Un cambio profundo después de 3600 a.C.
El trabajo ha permitido identificar una transformación social crucial en torno al año 3600 antes de nuestra era. Durante los primeros siglos del Neolítico en Irlanda —desde aproximadamente el 3900 a.C.— la mayoría de los entierros se realizaban en tumbas más modestas, como las llamadas “court tombs” o tumbas portal, donde sí se ha documentado una mayor proporción de parentesco biológico entre los individuos sepultados.
Pero todo cambia con la aparición de las tumbas de corredor desarrolladas, como Newgrange o Knowth, construidas a partir del 3300 a.C. Estas estructuras más complejas comenzaron a acoger a personas genéticamente más diversas. La implicación es clara: el modelo de comunidad se amplía, los límites del grupo se extienden más allá del parentesco directo, y las tumbas dejan de ser espacios familiares para convertirse en lugares simbólicos que articulan la pertenencia a un colectivo más amplio.
Los investigadores proponen que estos lugares no eran solo espacios funerarios, sino centros de reunión estacional donde se celebraban rituales, banquetes y actividades ceremoniales que fortalecían la identidad del grupo. Así, los muertos enterrados allí eran elegidos no por su linaje, sino por su papel dentro de la comunidad. Eran los “muertos visibles”, seleccionados para representar al grupo en la eternidad.

No eran tumbas reales, pero sí espacios sagrados
La investigación también desmonta el mito de que estas tumbas marcaban la existencia de una aristocracia neolítica al estilo de las dinastías egipcias. Aunque estudios anteriores habían sugerido que algunos individuos mostraban signos de relaciones endogámicas —como en el caso de un posible incesto detectado en Newgrange— el nuevo enfoque demuestra que se trató de casos aislados y no de una práctica común.
Lo que emerge es una imagen más matizada y rica del Neolítico irlandés: lejos de ser una sociedad dominada por clanes hereditarios, se trataba de grupos humanos interconectados, que establecían lazos sociales mediante el ritual, el intercambio, la cooperación y, probablemente, alianzas matrimoniales que trascendían las fronteras locales.
Y aunque el ADN no muestra vínculos biológicos estrechos entre los sepultados en las mismas tumbas, eso no significa que no hubiera vínculos fuertes. Al contrario, las relaciones de parentesco cultural —aquellas construidas por la convivencia, el cuidado mutuo, los rituales compartidos o el trabajo comunal— eran tan significativas como los lazos de sangre. En este sentido, las tumbas eran un espacio para reforzar estas conexiones simbólicas, más allá de la genética.

Una nueva mirada al pasado que transforma la arqueología
Este estudio no solo aporta datos nuevos, sino que propone un cambio de paradigma. En lugar de proyectar estructuras sociales modernas —como la familia nuclear o la herencia patrilineal— sobre sociedades antiguas, invita a entender el pasado desde sus propias lógicas. La interpretación de las tumbas neolíticas como espacios comunales, dinámicos y ritualizados resitúa el foco en la colectividad y en la complejidad de las relaciones humanas en la prehistoria.
Además, demuestra el enorme potencial del trabajo interdisciplinar entre arqueología y genética. Al cruzar datos materiales con análisis biomoleculares, se abren nuevas vías para comprender cómo vivían, morían y se relacionaban las sociedades del pasado. Y, sobre todo, para desmontar viejos prejuicios que asumen automáticamente jerarquías, élites y linajes allí donde puede haber habido cooperación, igualdad y comunidad.
Este hallazgo no solo reescribe la historia de las tumbas más icónicas de Irlanda. También nos recuerda que los monumentos del pasado no siempre fueron construidos para los poderosos. A veces, fueron levantados por todos, para todos.
Referencias
- Carlin N, Smyth J, Frieman CJ, et al. Social and Genetic Relations in Neolithic Ireland: Re-evaluating Kinship. Cambridge Archaeological Journal. Published online 2025:1-21. doi:10.1017/S0959774325000058
Cortesía de Muy Interesante
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