Entre las calles modernas del distrito de Bad Cannstatt, en Stuttgart, Alemania, un hallazgo arqueológico está rescatando del olvido una parte poco conocida de la maquinaria militar romana. Bajo la futura ubicación de un complejo de viviendas, arqueólogos del Landesamt für Denkmalpflege (Oficina Estatal de Conservación de Monumentos) han descubierto lo que ya se considera el mayor cementerio de caballos de la época romana en el sur de Alemania. Más de un centenar de esqueletos equinos, cuidadosamente excavados desde julio de 2024, cuentan una historia fascinante de guerra, logística y emociones humanas en el siglo II d.C.
Lejos de tratarse de un simple cementerio de animales, la necrópolis forma parte del complejo sistema que la Roma imperial desplegó para mantener el poder en sus provincias. A apenas 400 metros de un antiguo fuerte de caballería —ocupado por una unidad romana conocida como “ala” entre los años 100 y 150 d.C.—, este campo funerario revela las tensiones constantes entre la eficiencia militar y los vínculos afectivos que podían surgir entre un jinete y su caballo.
El corazón militar de la Germania romana
Durante el siglo II, Bad Cannstatt era uno de los núcleos militares más importantes de la región. El hallazgo se sitúa entre lo que fue el fuerte y un asentamiento civil romano, y su localización no es casual. Según han determinado los arqueólogos, los caballos eran enterrados a una distancia prudente de ambos centros, una práctica coherente con la estricta separación romana entre lo militar, lo religioso y lo cotidiano.
Las primeras sospechas sobre la naturaleza del lugar datan de los años veinte del siglo pasado, cuando se encontraron restos óseos durante la construcción de viviendas. Entonces se habló de un “Schindanger”, un término germano que designa un matadero o depósito de animales muertos. Pero la magnitud y el cuidado con que algunos de los caballos fueron sepultados han dado un giro inesperado a esa interpretación.
Hoy, gracias a las excavaciones dirigidas por la empresa ArchaeoBW bajo supervisión oficial, se confirma que estos restos pertenecen a caballos utilizados por la caballería romana, probablemente más de 700 en total, considerando la estructura de las unidades de ese tiempo. Roma no escatimaba en logística: por cada jinete había al menos un caballo, y las bajas se reemplazaban con rapidez. Estos animales no eran simples herramientas de guerra, sino parte esencial del engranaje bélico imperial.

Entre la eficiencia militar y el vínculo emocional
Lo más sobrecogedor de este cementerio no es solo el número de esqueletos, sino la variedad de tratamientos funerarios. La mayoría de los caballos fueron enterrados con premura: cadáveres arrastrados hasta fosas poco profundas, sin señal de ceremonia. Muchos fueron sacrificados en el mismo lugar, probablemente por ya no poder cumplir con su función en campaña. Era una decisión pragmática: si el animal aún podía caminar, era llevado allí y eliminado, evitando el costoso transporte de un cuerpo de cientos de kilos.
Pero entre tantos restos anónimos y funcionales, uno destaca por encima del resto. En una tumba diferente, los arqueólogos encontraron un caballo enterrado con objetos que habitualmente solo aparecían en sepulturas humanas: dos jarras y una pequeña lámpara de aceite, cuidadosamente colocadas en la curvatura de sus patas. El gesto no deja lugar a dudas. Ese animal no fue una montura cualquiera. Fue compañero, tal vez amigo, de un soldado que decidió despedirse con los honores que su afecto dictaba.
Este tipo de enterramiento excepcional aporta una nueva dimensión a la comprensión de la vida militar romana. Porque, más allá de las campañas y los uniformes, Roma era también un imperio de personas. Y sus soldados, pese a la disciplina férrea, no eran ajenos a las emociones. La historia del caballo con ofrendas funerarias plantea preguntas inquietantes sobre el papel simbólico de estos animales en la vida de quienes los montaban: ¿fueron simplemente parte del equipo militar o algo más profundo?
Un esqueleto humano entre las tumbas
La sorpresa no termina con los caballos. Entre las fosas apareció el esqueleto de un hombre adulto, enterrado boca abajo, sin ningún tipo de ofrenda ni indicio de sepultura digna. Su presencia desentona con el contexto. Lejos del cementerio humano romano más cercano, su entierro entre animales podría ser una forma de castigo post mortem, reflejo de su condición marginal o de alguna falta grave a los ojos de la sociedad.
Este descubrimiento inquietante refuerza la idea de que el sitio fue más que un simple depósito de cadáveres. Fue también un espacio simbólico, cargado de significados. Un lugar donde los límites entre lo humano y lo animal, lo honorable y lo deshonroso, se diluían bajo tierra.
Más preguntas que respuestas
La excavación ha terminado, pero el trabajo apenas comienza. Los arqueólogos y especialistas en arqueozoología ya están estudiando con detalle los esqueletos hallados. Esperan determinar la edad, el sexo, las enfermedades y el tamaño de los caballos, con el objetivo de entender mejor sus condiciones de vida y el trato que recibieron. También se investigará si fueron criados localmente o importados de otras regiones del Imperio.

Este último punto resulta especialmente interesante en Stuttgart, ciudad cuyo nombre deriva del antiguo término germano stuotgarten, es decir, “jardín de yeguas”. ¿Podría esta denominación ancestral tener raíces en la función de cría equina que la zona ya tenía en tiempos romanos?
En cualquier caso, el hallazgo, anunciado oficialmente por la Oficina Estatal de Conservación de Monumentos en abril de 2025, se perfila como uno de los descubrimientos arqueológicos más significativos del año. Más allá del número de esqueletos, lo que lo convierte en un testimonio único es su capacidad para hablarnos de cómo los romanos organizaban, sufrían y sentían la guerra.
Redibujando el mapa de la historia romana en Germania
Hasta ahora, la mayoría de investigaciones sobre el ejército romano en Germania se habían centrado en las fortificaciones, campamentos y sistemas defensivos como el limes. Pero este cementerio equino amplía el foco. Nos habla de la infraestructura invisible que sostenía a Roma: la gestión del desgaste, la vida útil de sus recursos animales y humanos, y el inevitable relevo constante en un sistema de expansión continua.
En un Imperio que se extendía desde el norte de África hasta las islas británicas, el control de la logística era tan importante como la estrategia. Y los caballos, motores de movilidad, comunicación y combate, eran piezas clave de ese puzle.
Gracias a estos esqueletos rescatados del olvido, hoy podemos entender mejor no solo cómo luchaba Roma, sino cómo lloraba. Porque entre los restos de un caballo honrado con una lámpara de aceite, todavía brilla la sombra del afecto que un soldado romano fue capaz de sentir por su compañero de cuatro patas.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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