Nadie recuerda el nombre de Nils Bohlin en una conversación sobre héroes. Pero deberían. Este ingeniero sueco, contratado por Volvo en 1958, cambió para siempre la historia del automóvil y la seguridad vial. En 1959, presentó al mundo una idea simple pero revolucionaria: un cinturón de seguridad con tres puntos de anclaje. Su diseño en forma de V cruzaba pecho y cadera, distribuía las fuerzas del impacto, y se podía abrochar con una sola mano. Hoy, más de seis décadas después, su invento salva vidas cada segundo.
Bohlin no fue el primero en pensar en un cinturón para los autos. Antes de él, ya existía el cinturón de dos puntos, uno que cruzaba el regazo. Pero era incómodo, poco seguro y hasta peligroso si no se usaba bien. Además, casi nadie quería ponérselo. La diferencia de Bohlin fue enfocarse no solo en la física del accidente, sino en la comodidad del usuario. Sabía que ningún diseño servía si la gente no lo usaba. Lo logró con un sistema sencillo, intuitivo y eficaz.
Volvo fue la primera marca en adoptarlo de serie en todos sus modelos. Detrás de esa decisión había una razón poderosa. Su entonces presidente, Gunnar Engellau, había perdido a un familiar cercano en un choque. Quiso hacer algo concreto para evitar más tragedias. Contrató a Bohlin, invirtió en pruebas y, en un acto poco común en el mundo corporativo, liberó la patente para que cualquier fabricante pudiera usarla sin pagar. No por altruismo puro, sino porque entendieron que su legado no debía quedarse en un solo logotipo.
El impacto fue inmediato, aunque no universal. En 1965, apenas un 25% de los suecos usaba el nuevo cinturón, diez años después, superaban el 90%, según información de Forbes. En Estados Unidos, donde la resistencia al cambio fue mayor, se necesitaron campañas, leyes y estudios científicos para que la cultura del cinturón se arraigara. En 1984, Nueva York fue el primer estado en exigir su uso por ley, hasta entonces, muchos lo veían como una molestia. Algunos incluso aseguraban que provocaba más muertes por fomentar una conducción más temeraria.
Nils Bohlin.
Bohlin hizo más que diseñar un cinturón de seguridad de tres puntos. Demostró que la verdadera innovación no termina en una patente. Comienza con una idea, se fortalece con evidencia, y triunfa cuando la sociedad decide adoptarla. No fue fácil. Tardó años. Costó millones en pruebas y educación. Pero hoy es un estándar global. Estudios de la NHTSA revelan que su invento ha salvado miles de vidas y ha evitado lesiones a millones más.
¿Y qué hubiera pasado si Volvo hubiera cobrado regalías por cada unidad? Solo en 1978 se fabricaron 40 millones de autos. Una cuota simbólica de 10 dólares por coche les habría generado 400 millones. Pero no lo hicieron. Su regalo fue un acto de conciencia industrial. Y su impacto, incalculable.

Cinturón de seguridad Volvo.
Hoy, cada vez que abrochamos el cinturón sin pensarlo dos veces, repetimos el gesto de Bohlin. Lo hacemos por inercia, sin saber que detrás hay una historia de duelo, de ingeniería brillante y de una ética empresarial difícil de encontrar. Una historia que vale la pena contar. Una historia que, literalmente, ha salvado al mundo.
Cortesía de Xataka
Dejanos un comentario: