Además de por su coherencia y modernidad estética, la cinta entró el olimpo de la ciencia ficción por los dilemas morales que plantea.
La obra por la que probablemente más se recordará a Ridley Scott no fue un proyecto original suyo. E incluso al principio rechazó la oferta de dirigirla porque, después de Alien, no quería hacer otra película de ciencia ficción.
Los auténticos responsables de llevar a la pantalla la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, publicada en 1968, fueron Hampton Francher, dueño de los derechos y autor del primer guion, y Michael Deely, productor.
Ridley Scott detrás del objetivo
Se consideraron otros directores, como Robert Mulligan, hasta que Scott por fin accedió a ponerse detrás del objetivo. Nunca llegó a leer la novela; solo el resumen del argumento que le preparó Francher.
Aun así, no hay duda de la firmeza con la que sostuvo el timón una vez metido en el proyecto, hasta que el estudio tomó el control para meter añadidos que la hicieran más comercial.
El argumento es bien conocido: en Los Ángeles de 2019, el antiguo Blade Runner –profesión a medio camino entre detective privado y matador de robots– Rick Deckard recibe el encargo de retirar a cuatro replicantes –esto es, androides del avanzado modelo Nexus 6–, que han huido de la colonia espacial donde estaban destinados y han regresado a la Tierra.

La relación con los replicantes
Su intención es encontrarse con su creador, Eldon Tyrell, dueño de la todopoderosa Tyrell Corporation, para pedirle que prolongue sus años de vida. Durante su investigación, Deckard conoce a Rachel, la ayudante de Tyrell, una replicante que ignora serlo.
Entre los dos surge una relación sentimental, con Deckard planteándose la moralidad de su trabajo, mientras se acerca al enfrentamiento final con el líder de los replicantes, el poderoso Roy Batty.
Probablemente, Blade Runner nunca habría alcanzado su categoría de película de culto de no haber sido por las intensas reescrituras que se hicieron sobre la novela: esta, como todos los trabajos de Philip K. Dick, no es fácil de adaptar a la pantalla.
Los cambios
Se prescindió de elementos –la importancia de tener animales, reales o robóticos, para ser considerado un ciudadano empático, la esposa de Deckard–, se cambiaron otros –la acción pasó de un San Francisco despoblado a una Los Ángeles superpoblada– y se crearon algunos, como la denominación de replicantes para los androides.
Sí se conservaron ideas, como el test de Voight-Kampff, que se usa para detectar la empatía del interlocutor –algo de lo que los replicantes, en principio, carecen– y así identificarlos por las reacciones de su retina.
Y un detalle curioso: la novela plantea la cuestión de si el propio Deckard es un replicante y, aunque la película no incluyó esa duda hasta el montaje del director de 1992, es la gran pregunta que se han hecho a lo largo de los años cinéfilos y fans.

Ciencia ficción y película de serie negra
Otro factor decisivo fueron los diferentes niveles en los que se mueve el argumento. Blade Runner es una película de ciencia ficción, sin duda alguna, pero también es una película de serie negra, y también una película que reflexiona sobre qué es lo que, al final, nos hace humanos.
No hay duda de que Deckard es un personaje del noir clásico trasladado al futuro: vestido siempre con una larga gabardina, odia su antigua profesión, pero debe retomarla obligado por la policía.
Su investigación le lleva a entrevistarse con un magnate todopoderoso y a conocer a una mujer misteriosa, Rachel –el aspecto de Sean Young remite también al Hollywood de los años 40–, de la que se enamora.
Corta existencia
La parte detectivesca combina con la existencial: los Nexus 6 tienen un tope de vida de cuatro años, para impedir que su inteligencia les permita desarrollar emociones propias; los fugitivos regresan a la Tierra para encontrarse con su creador y pedirle que aumente ese plazo.
Cuando Tyrell se niega, Batty lo mata, un acto que aquí va más allá de la habitual rebelión de la máquina contra su inventor, y que se convierte en la aniquilación de un dios insensible.
Estos niveles se complementan unos a otros, envueltos en una estética de gran acierto: todo lo que vemos en la pantalla, desde las calles hasta la ropa, pasando por las oficinas y las viviendas, lejos de haberse quedado anticuado, parece cada vez más real.

Sin buena taquilla, pero popularidad posterior
Si bien la calidad de “Blade Runner” es hoy indudable, su rendimiento en taquilla fue tibio y las reacciones de la crítica, divididas, con tendencia a lo negativo.
Fue ganando popularidad en los tiempos del vídeo, cuando se convirtió en una de las películas más alquiladas. Para principios de los años 90, ya era un mito.
El problema es que no era la película concebida por Scott: tras las críticas recibidas en los preestrenos, que la consideraban demasiado oscura e incomprensible, el estudio impuso añadidos, como la voz en off de Deckard narrando la acción, y un final feliz: Rachel no tiene fecha de terminación y Deckard y ella abandonan la ciudad en un coche volador, hacia un futuro en común.
Scott eliminó todos estos cambios en 1992, cuando presentó su primer montaje del director.
Cortesía de Muy Interesante
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