Este lujoso filme no logró el aplauso de la crítica… ni el del público. Pero con el tiempo se han valorado sus aportaciones estéticas.
Corría el inicio de los años 80 y los grandes estudios buscaban con ansia nuevas ideas galácticas que aprovecharan el filón abierto por George Lucas.
Una saga literaria completa
Entonces, alguien recordó que una de las mayores sagas espaciales de la literatura permanecía inédita en pantalla, con personajes y mundos que dejaban en pañales el universo de Star Wars: había planetas lejanos y viajes interdimensionales, guerra entre dos casas reinantes, órdenes religiosas con poderes sobrenaturales, la profecía de un Mesías venidero…
Mejor aún, las cuatro novelas publicadas hasta la fecha aseguraban material suficiente para varias películas. De ahí nació la primera adaptación de Dune, que hoy sigue despertando división de opiniones, pero que fue el mayor fracaso de taquilla de 1984.

¿Éxito garantizado en el mundo fantástico?
Los años venideros demostrarían que las sagas de libros centrados en el mundo fantástico –Harry Potter, El señor de los anillos, Juego de tronos– podían ser la semilla de series cinematográficas y televisivas de enorme éxito.
Pero Dune no lo consiguió. Quizá el motivo fue la falta de entendimiento entre el director y el productor: un genio creativo como David Lynch y un viejo zorro como Dino de Laurentiis, que se había hecho con los derechos de las novelas.
O tal vez ocurrió que ninguno logró entender los recovecos de la imaginación del escritor Frank Herbert, quien, de todos modos, se declararía bastante satisfecho con el resultado final.
Material ajeno
Lynch llegó al proyecto sustituyendo a Ridley Scott, que tuvo que abandonarlo por la repentina muerte de un hermano.
El cineasta estadounidense ya había demostrado su afición por los mundos y seres extravagantes en “Cabeza borradora” (1977) y “El hombre elefante” (1980), pero aquella fue la primera –y última– vez que trabajaba adaptando material ajeno.

Difícil de seguir
El rodaje en México no estuvo exento de problemas, desde lluvias constantes hasta enfermedades, pero el conflicto llegó a la hora de montar la película: Lynch había firmado inicialmente para dividir el libro en dos partes, y ofreció una versión de tres horas y media.
El estudio hizo el montaje final, mucho más breve, en el que se eliminaban escenas clave de la trama y los personajes aparecían y desaparecían sin demasiada lógica.
El resultado fue que, si la novela es de por sí complicada, la versión estrenada no es ininteligible, pero sí difícil e incómoda de seguir.
Estética genial
¿Por qué se incluye, entonces, en esta selección? Porque lo que se logró es mucho.
El generoso presupuesto, de 42 millones de dólares, se deja notar en los decorados, el extravagante y lujoso vestuario, los cientos de extras requeridos en algunas escenas y los logrados efectos visuales, que dan un aire nuevo a las escenas espaciales en una época en que las pantallas estaban atiborradas de ellas.
No puede olvidarse el mayor reto: recrear fielmente el impacto visual de los monstruosos gusanos, de kilómetros de longitud y toneladas de peso, que habitan en el desértico planeta Arrakis.

Falla en el resultado
En conjunto, es como si se hubiera conseguido traspasar al celuloide los mejores pasajes de la novela, pero se hubiera fallado en el resultado final.
Puede compararse la película con las dos –estupendas– miniseries para la caja tonta rodadas en 2000 y 2003, que adaptan los tres primeros libros de la saga: su argumento es más lógico y coherente, pero sus logros visuales están por debajo.
¿Cuál es entonces la auténtica Dune? Quizá la versión dirigida por Denis Villeneuve, cuajada de estrellas internacionales y que se estrenó –como el proyecto inicial de Lynch– en varias entregas.
Cortesía de Muy Interesante
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