La turbulencia está en todas partes: en las nubes que cruzan el cielo, en el humo de una vela, en los océanos, en la sangre que fluye por nuestras arterias, e incluso en el café que removemos por la mañana. A pesar de su ubicuidad, sigue siendo uno de los mayores enigmas de la física. Su complejidad no solo ha desconcertado a científicos durante más de un siglo, sino que además tiene implicaciones profundas en áreas tan diversas como la aviación, la meteorología, la biomedicina y el cambio climático.
Comprender y controlar la turbulencia no es un lujo intelectual, sino una necesidad práctica. Desde reducir las emisiones de los aviones hasta modelar con precisión los flujos sanguíneos en la medicina personalizada, el conocimiento sobre este fenómeno puede traducirse en avances tecnológicos, económicos y sociales de gran escala. Sin embargo, la naturaleza caótica y no lineal de los flujos turbulentos ha convertido su estudio en un reto gigantesco.
En este artículo, exploramos por qué la turbulencia es un problema no resuelto de la física con consecuencias críticas para nuestro mundo. Y, sobre todo, mostramos cómo las nuevas herramientas basadas en inteligencia artificial (IA) están empezando a revelar sus secretos mejor guardados. Dos estudios recientes han marcado hitos: uno, usando IA interpretable para descubrir los mecanismos fundamentales de la turbulencia; otro, empleando aprendizaje por refuerzo profundo para diseñar estrategias de control eficientes. Juntos, estos avances acercan la solución de un problema histórico, con enorme impacto para la ciencia y la ingeniería.
Un caos que importa: por qué la turbulencia es uno de los grandes retos de la ciencia
Aunque la palabra “turbulencia” suele asociarse a un mal rato durante un vuelo, en realidad abarca mucho más. Desde el punto de vista físico, la turbulencia describe un tipo de flujo de fluidos (líquidos o gases) caracterizado por movimientos caóticos, remolinos y variaciones impredecibles de presión y velocidad. Contrario al flujo laminar, donde las partículas siguen trayectorias suaves y ordenadas, el flujo turbulento es desordenado, tridimensional y altamente sensible a las condiciones iniciales.
Esta complejidad ha convertido a la turbulencia en una de las fronteras más desafiantes de la física clásica. De hecho, las ecuaciones que gobiernan estos flujos (las ecuaciones de Navier–Stokes) aún no han sido resueltas en el régimen turbulento. Tan importante es el problema, que el Clay Mathematics Institute lo incluyó entre los siete Problemas del Milenio, ofreciendo un millón de dólares a quien logre demostrar la existencia y unicidad de soluciones regulares para estas ecuaciones en tres dimensiones.

Pero más allá del reto matemático, la turbulencia importa porque afecta procesos fundamentales de nuestro entorno. En la industria aeronáutica, por ejemplo, representa una de las principales fuentes de resistencia al avance de un vehículo, lo que se traduce en mayores emisiones y consumo energético. En meteorología y oceanografía, entender cómo se transfiere el calor en flujos turbulentos es clave para predecir el clima con mayor precisión y estudiar el calentamiento global. Incluso en biomedicina, muchos procesos como el flujo de sangre en arterias estrechadas o la ventilación en los pulmones dependen críticamente de fenómenos turbulentos.
La incapacidad de modelar y controlar estos flujos con precisión implica enormes costes económicos y ambientales. Y a pesar de los avances tecnológicos y de cómputo de las últimas décadas, la turbulencia sigue desafiando nuestra capacidad de predicción y control.
Por eso, la posibilidad de aplicar nuevas herramientas, como la inteligencia artificial, para desentrañar sus mecanismos fundamentales no solo representa un salto conceptual, sino una oportunidad transformadora.
Inteligencia artificial para entender lo incomprensible
Hasta hace poco, estudiar la turbulencia era como intentar entender una conversación en medio de un concierto de rock: hay demasiadas señales, demasiado ruido, demasiada complejidad. Los métodos tradicionales, basados en experimentos, simulaciones numéricas y teorías físicas, aunque útiles, no lograban capturar la esencia de los mecanismos que generan y mantienen la turbulencia. Pero en los últimos años, la inteligencia artificial ha empezado a cambiar ese panorama.
En un estudio reciente publicado en Nature Communications, un equipo de investigadores ha dado un paso decisivo al aplicar inteligencia artificial interpretable para identificar los mecanismos fundamentales de la turbulencia. A diferencia de muchos sistemas de IA que funcionan como “cajas negras”, este enfoque busca no solo hacer predicciones precisas, sino también entender el porqué detrás de ellas. Y esto es crucial cuando hablamos de un fenómeno tan complejo y esquivo.

El estudio se centró en un caso clásico de flujo turbulento: la capa límite, que es la región del flujo cercana a la superficie de un objeto (como el fuselaje de un avión o el casco de un barco). En estas regiones, las fuerzas viscosas y las inestabilidades interaccionan generando estructuras turbulentas tridimensionales. Mediante una combinación de simulaciones de alta fidelidad y algoritmos de aprendizaje automático, el equipo entrenó un modelo de IA capaz de detectar qué zonas del flujo son las responsables de desencadenar y amplificar la turbulencia.
Lo más innovador del enfoque fue su capacidad para identificar causalmente los mecanismos más relevantes. Es decir, el modelo no se limitaba a describir patrones observados, sino que descubría qué regiones del flujo estaban causando activamente el comportamiento turbulento. Esta información es oro puro para la física: significa que ahora podemos centrar los esfuerzos de modelado y control en esas zonas críticas, en lugar de intentar intervenir todo el flujo a ciegas.
Los resultados abren una vía completamente nueva para resolver un problema que lleva más de un siglo resistiéndose a la ciencia. Saber dónde mirar, qué estructuras analizar y cómo se genera la turbulencia nos acerca a algo que hasta hace poco parecía inalcanzable: una teoría funcional del origen y mantenimiento de la turbulencia.
Y más allá del avance teórico, este conocimiento tiene aplicaciones directas. Por ejemplo, si sabemos qué mecanismos son los responsables de generar la fricción en un vehículo, podremos diseñar estrategias de control específicas para reducirla, lo que lleva directamente al siguiente gran paso: el control activo de la turbulencia.
Aprendizaje por refuerzo profundo: controlar el caos con inteligencia
Una vez identificados los mecanismos más relevantes de la turbulencia, el siguiente paso lógico es intentar controlarla. Pero no se trata solo de entender qué ocurre, sino de intervenir con precisión y eficacia. ¿Cómo se puede hacer eso en un fenómeno tan impredecible y sensible? La respuesta, sorprendentemente, también viene de la inteligencia artificial.
En otro estudio reciente, los mismos investigadores aplicaron una técnica conocida como aprendizaje por refuerzo profundo (deep reinforcement learning) para desarrollar estrategias activas de control de la turbulencia. En lugar de simplemente observar el flujo, esta vez el sistema aprendía a actuar sobre él, como si fuera un agente inteligente que prueba acciones, mide los resultados y mejora con el tiempo.

El experimento se centró de nuevo en una capa límite turbulenta, pero esta vez con un objetivo muy concreto: reducir la fricción que genera el flujo sobre una superficie sólida, como la superficie de un avión o un tren de alta velocidad. Reducir esta fricción significa reducir el consumo de energía, las emisiones de CO₂ y los costes operativos. Es una meta con consecuencias inmediatas en ingeniería y sostenibilidad.
El control se realizaba mediante pequeños chorros de aire en la superficie del vehículo, que podían activarse o desactivarse de forma localizada. Lo extraordinario del enfoque es que el sistema de IA no recibió instrucciones explícitas sobre cómo controlar el flujo: solo se le dio una meta (minimizar los mecanismos más importantes para mantener la turbulencia) y la libertad de explorar miles de estrategias posibles hasta encontrar las más eficaces.
Lo que encontró fue notable: el algoritmo descubrió por sí mismo patrones de actuación complejos y eficientes, capaces de modificar el flujo en zonas clave (las mismas identificadas anteriormente como críticas) para debilitar los mecanismos que generan la turbulencia. El resultado fue una reducción récord de la fricción, a un coste energético muy bajo. En otras palabras: más control con menos esfuerzo.
Este avance no solo demuestra que es posible actuar sobre la turbulencia de forma inteligente y localizada, sino que abre la puerta a aplicaciones reales. Sistemas de control basados en IA podrían incorporarse en vehículos, infraestructuras o dispositivos médicos para mejorar su eficiencia y rendimiento. Y todo ello con decisiones autónomas, adaptativas y fundamentadas en el conocimiento físico del sistema.
Por primera vez, inteligencia artificial y física trabajan juntas no solo para observar el caos, sino para domarlo.

Conclusión: el principio del fin del caos
La turbulencia ha sido durante siglos una especie de monstruo invisible: presente en todas partes, incomprendido, impredecible y prácticamente incontrolable. Un fenómeno que, a pesar de estar regido por leyes físicas conocidas, se resiste a toda forma de simplificación. Su complejidad ha sido tal que algunos físicos han llegado a decir, con humor amargo, que entender la turbulencia sería “el mayor avance desde Newton”.
Sin embargo, estamos empezando a cambiar esa historia.
Gracias a la combinación de modelos físicos, simulaciones de alta resolución y nuevas herramientas de inteligencia artificial, estamos asistiendo a un cambio de paradigma en el estudio de los flujos turbulentos. La IA interpretable nos permite identificar los engranajes invisibles del caos; el aprendizaje por refuerzo profundo nos enseña cómo actuar sobre ellos con precisión quirúrgica. Juntas, estas técnicas están abriendo puertas que durante mucho tiempo parecían selladas por la complejidad.
Pero esto es solo el comienzo. Comprender y controlar la turbulencia no es solo un reto científico, es una oportunidad histórica para mejorar el rendimiento energético, optimizar tecnologías, reducir emisiones y avanzar en campos tan dispares como la biomedicina, la climatología o la exploración espacial.
En un mundo donde cada gota de energía y cada gramo de carbono cuentan, controlar la turbulencia no es un capricho científico: es una necesidad urgente. Y ahora, por fin, tenemos las herramientas para hacerlo.
Referencias
- Cremades, A., Hoyas, S., Deshpande, R. et al. (2024). Identifying regions of importance in wall-bounded turbulence through explainable deep learning. Nat Commun 15, 3864. doi: 10.1038/s41467-024-47954-6
- Pope, S. B. (2000). Turbulent Flows. Cambridge University Press. doi: 10.1017/CBO9780511840531
- Frisch, U. (1995). Turbulence: The Legacy of A.N. Kolmogorov. Cambridge University Press. doi: 10.1017/CBO9781139170666

Ricardo Vinuesa Motilva
Doctor en Ingeniería Mecánica y Aeroespacial

Cortesía de Muy Interesante
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