El encargo de una película sobre un cíborg violento acabó siendo una crítica social a la deshumanización de las ciudades.
Si bien el director neerlandés Paul Verhoeven confiesa no ser un fan de la ciencia ficción, ninguna de sus contadas incursiones en el género ha pasado inadvertida.
“Desafío total” (1990), “Starship Troopers” (1997) y “El hombre sin sombra” (2000) son, algunas más que otras, películas notables, pero “Robocop” está por encima de ellas, a pesar de que, según declaró el cineasta, aceptó dirigirla porque era el único proyecto que le ofrecieron en Hollywood: un encargo en toda regla, que no tardaría en trasladar a su mundo personal.
Una época de justicieros
Conviene recordar que en los tiempos del primer Robocop, en Hollywood abundaban las películas protagonizadas por comandos, policías y justicieros urbanos desenfrenados, que restablecían el orden a base de tiros y una agresividad casi cómica de puro exagerada.
El concepto de un cíborg policía casi invulnerable encajaba como un guante en este entorno, pero, aunque Verhoeven ofreció las dosis de violencia y espectáculo que se esperaban, aprovechó para contar una historia muy diferente.
Policía privatizada
En un futuro próximo, la ley está casi ausente en la ciudad de Detroit, en la que bandas fuertemente armadas masacran a las escasas fuerzas de un cuerpo de policía privatizado y gestionado por la multinacional OCP (Omni Consumer Products).
La compañía tiene puestos sus objetivos en destruir el viejo Detroit para construir en él un megaproyecto urbanístico conocido como Delta City, si bien antes deben reducir los índices de criminalidad.
Para ello, se sugiere la introducción de unos brutales robots conocidos como ED-209, pero el proyecto se aparca después de que uno de ellos acribille por error a un directivo.

Proyecto robocop
En su lugar, se pone en marcha el proyecto robocop, por el cual el agente Alex Murphy (Peter Weller), mutilado y casi muerto en un tiroteo, es resucitado y reconstruido en un cuerpo mecánico.
Su mente se reprograma para que siga unas directrices específicas y olvide su identidad y su vida anterior, pero los recuerdos se imponen y Murphy emprende la caza de los criminales que estuvieron a punto de matarlo.
Por el camino, descubrirá que su programación incluye una directriz oculta que le impide arrestar a cualquier empleado de OCP: como le recuerda el directivo que está detrás de todo el proyecto de Delta City, no es un policía, es un producto más de la empresa.
Ciencia ficción robótica
La película aborda uno de los temas clásicos de la ciencia ficción robótica: ¿hasta qué punto puede ser humano una mezcla de hombre y máquina?
La intención de OCP es deshumanizar todo lo posible a los agentes hasta convertirlos en productos de su propiedad que puedan controlar, pero ya desde el primer modelo, “Robocop” apuesta porque la parte humana prevalecerá siempre: Murphy no tarda en imponerse a su programación y termina recordando plenamente quién era antes de convertirse en un cíborg.
Con todo, está condenado a ser Robocop para el resto de su existencia, aunque con un alto grado de autonomía que demuestra el detalle de que la última palabra que se dice en la película es su nombre humano… y es él mismo quien lo pronuncia.

Futuro poco apeticible
Pero Robocop no puede separarse del escenario en el que ocurren las cosas, una deformación llena de humor negro de los peores presagios que podían aventurarse en los ochenta: servicios tan esenciales como el cuerpo de policía están gestionados por manos privadas; los informativos y anuncios de televisión –uno de los grandes hallazgos de la película– presentan juegos de mesa basados en la destrucción nuclear, fallos en el sistema de satélites antimisiles –uno de los grandes proyectos anunciados por Ronald Reagan– que arrasan la ciudad de Santa Bárbara y una dictadura blanca y paramilitar en Sudáfrica.
Un futuro muy poco apetecible para ser humano.
Cortesía de Muy Interesante
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