Fahrenheit 451: una distopía donde leer es un delito y pensar, un acto de rebelión

La obra de Truffaut muestra un futuro en el que la lectura de los libros es prohibida bajo el pretexto de que nos hace infelices. Quemarlos es la única solución.

Es tristemente curioso que uno de los autores de ciencia ficción de mayor interés, Ray Bradbury, haya tenido tan mala suerte en sus adaptaciones a la pantalla. Es verdad que muchos de sus libros han pasado al cine o la televisión, pero, por lo general, con resultados entre lo mediocre y lo olvidable.

La versión de François Truffaut

Suele decirse que las oscuridades de su creatividad no funcionan cuando se sacan de los libros. En todo caso, bien metidos en el siglo XXI, los filones de la mina Bradbury permanecen sin explotar, a la espera de cineastas que sepan sacarles todo el jugo.

Hay algunas excepciones, claro, y esta adaptación de “Fahrenheit 451″ realizada por François Truffaut –que nunca había mostrado ningún interés por la ciencia ficción hasta que leyó el libro– es una de ellas.

Película
El futuro según Fahrenheit 451: pantallas gigantes, emociones planas y libros en llamas. ILustración artística: DALL-E / ERR.

Los libros prohibidos

En un futuro impreciso, los libros han sido prohibidos y la lectura es considerada una actividad ilícita.

El cuerpo de bomberos se dedica a registrar los hogares en busca de libros, que confiscan y queman inmediatamente (el título de la novela y la 23 película se refiere, supuestamente, a la temperatura a la que arde el papel, 232,8 ºC).

Atesorar libros

Uno de esos bomberos, Guy Montag, vive una vida aburrida y rutinaria con su mujer Clarisse, cuyo único interés es pasar las horas muertas viendo la televisión (un modelo enorme pegado a la pared y casi idéntico a los televisores de pantalla plana de hoy en día).

Las cosas empiezan a cambiar cuando conoce a Linda, una muchacha por la que se siente inmediatamente atraído, y que, poco a poco, despierta su interés por los libros.

Montag comienza a leer a escondidas y a atesorar volúmenes. Por fin, descubierto por sus antiguos compañeros, tiene que escapar y busca refugio en el bosque junto a los hombres-libro, un grupo de resistencia que memoriza obras literarias para que no se pierdan en el olvido.

Fahrenheit 451
Truffaut transforma la novela de Bradbury en una crítica visual a la uniformidad social. Ilustración artística: DALL-E / ERR.

Aire futurista

Con los efectos especiales justos para darle el necesario aire futurista –el monorrail que aparece era un prototipo real, que se utilizó para la película antes de ser desmantelado–, pero centrándose en la fuerza de la propuesta literaria original y el trabajo de los actores, la película es considerada un clásico con toda justicia.

Su idea central de una sociedad en la que la lectura es despreciada en favor de gigantescos televisores de pantalla plana nos suena hoy preocupantemente real.

Novelas sobre gente que nunca existió

No se nos explica en qué momento los libros quedaron prohibidos, pero los motivos para ello son recitados por el propio Montag o, sobre todo, por el capitán del cuerpo de bomberos: las novelas son sobre gente que nunca existió.

La gente que las lee son infelices con sus propias vidas, porque les hacen desear vivir de una manera diferente.

“Toda esta filosofía, librémonos de ella. Es todavía peor que las novelas. Los pensadores y los filósofos, todos dicen exactamente lo mismo: ¡solo yo tengo razón, los demás son idiotas!”.

Fahrenheit 451
La lectura, vista como una amenaza para la felicidad impuesta por el sistema. Ilustración artística: DALL-E / ERR

Mayores destructores de libros

El pensamiento general indica que leer te hace desgraciado. Cualquier libro, sea el que sea. De hecho, uno de los que vemos quemarse es “Mein Kampf”, escrito por Hitler, paradójicamente, uno de los mayores destructores de libros de la historia.

Aceptar lo que te dicten y no hacerse preguntas es la clave de una existencia perfecta.

Y uno de los mayores hallazgos de la película (hay quien dice que fue idea de Truffaut, otros la atribuyen al productor, Lewis M. Allen) fue hacer que los personajes de Clarisse –la esposa– y Linda –la amante– fueran interpretadas por la actriz Julie Christie: el mismo rostro representa a la persona neutralizada por el sistema, y a la que habría podido ser de haberse permitido crecer explotando su curiosidad intelectual.

Cortesía de Muy Interesante



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