En las áridas tierras del suroeste de Estados Unidos, donde el viento arrastra siglos de historia por cañones y mesetas, un hallazgo científico ha venido a reforzar lo que durante generaciones fue contado en susurros, canciones y rituales. Un reciente estudio publicado en la revista Nature, liderado por un equipo internacional de genetistas y arqueólogos, ha confirmado por primera vez una conexión genética directa entre el actual Pueblo Picuris, ubicado en el norte de Nuevo México, y los antiguos habitantes del Cañón del Chaco, el emblemático centro cultural de la llamada Cultura Chaco.
Pero más allá del impacto científico, este descubrimiento es profundamente simbólico. Por primera vez, un estudio de ADN no solo valida siglos de tradición oral indígena, sino que lo hace bajo los términos de una comunidad nativa que decidió guiar la investigación desde el inicio. Es un giro radical en la historia de la arqueología y la genética en América del Norte: ahora, los pueblos originarios ya no son meros sujetos de estudio, sino líderes de las preguntas que desean responder.
Un linaje milenario en el corazón del suroeste
El Pueblo Picuris, una pequeña comunidad de unos 300 miembros actuales, se asienta en la cordillera de los Sangre de Cristo, al norte de Santa Fe. Su historia, como la de muchos pueblos indígenas de la región, ha estado marcada por una sucesión de adversidades: la colonización europea, las epidemias, la persecución religiosa y el despojo territorial redujeron drásticamente su población y silenciaron muchos relatos ancestrales. Pero entre todo ello, pervivió una certeza: su gente provenía de los antiguos centros ceremoniales y políticos del Cañón del Chaco, ubicados a más de 250 kilómetros al oeste.
Durante siglos, esa convicción se sostuvo gracias a la tradición oral, al arte, a los rituales y a las historias transmitidas por los ancianos. Ahora, la ciencia ha proporcionado la prueba empírica que tanto tiempo se consideró imposible.
El proyecto, impulsado en 2020 por el propio liderazgo del Pueblo Picuris, consistió en analizar los genomas de 16 individuos enterrados entre los siglos XIII y XV en el propio asentamiento de Picuris, así como los de 13 miembros actuales de la comunidad. Estos datos fueron comparados con otros 590 genomas de individuos antiguos y modernos de América y Siberia, incluyendo los de nueve personas enterradas siglos atrás en el majestuoso complejo de Pueblo Bonito, dentro del Parque Histórico Nacional de la Cultura Chaco.
El resultado fue contundente: los antiguos y actuales Picuris están estrechamente emparentados entre sí y, además, muestran una relación genética directa con los antiguos habitantes del Cañón del Chaco. Este vínculo no solo confirma una continuidad biológica milenaria, sino que reivindica el relato de una comunidad que siempre afirmó proceder de aquel centro de poder y espiritualidad.

Cañón del Chaco: el corazón palpitante de una civilización ancestral
Durante siglos, el Cañón del Chaco fue el epicentro de una compleja red de comunidades y rituales que definieron la historia precolombina del suroeste norteamericano. Entre los años 850 y 1150 d.C., sus habitantes erigieron colosales estructuras de piedra, desarrollaron calendarios solares, redes de caminos y ceremonias que resonaban por todo el territorio. Fue, sin duda, una de las civilizaciones más sofisticadas de América del Norte.
Pero hacia el siglo XII, el Cañón del Chaco fue abandonado. Las causas aún se debaten: sequías prolongadas, colapso del sistema de intercambio, agotamiento de recursos o transformaciones sociales profundas. Desde entonces, la pregunta ha persistido: ¿dónde fueron sus habitantes? ¿Quiénes son sus herederos?
Durante mucho tiempo, esas preguntas se respondieron sin escuchar la voz de los propios pueblos indígenas. Pero el reciente estudio, liderado en parte por el propio Pueblo Picuris, ha cambiado esa lógica.
Ciencia con consentimiento: un nuevo paradigma
Lo más revolucionario de este hallazgo no es solo lo que se ha descubierto, sino cómo se ha hecho. En contraste con estudios anteriores —como el polémico análisis de los restos de Pueblo Bonito en 2017, realizado sin consultar a las comunidades nativas—, esta investigación fue solicitada, autorizada y supervisada por los propios Picuris.
Desde el inicio, la tribu se aseguró de establecer un acuerdo con el equipo de genetistas de la Universidad de Copenhague que garantizara su soberanía sobre los datos y sobre el uso de los restos antiguos. Los resultados no se publicarían sin su aprobación, y toda interpretación debía pasar por su validación.
Este modelo colaborativo, sin precedentes en la genética indígena estadounidense, marca una pauta esperanzadora para futuras investigaciones. Ya no se trata de “estudiar” a los pueblos originarios, sino de colaborar con ellos para reconstruir juntos su historia, bajo sus propios términos.
Implicaciones culturales y políticas
El valor de este descubrimiento trasciende lo académico. En un contexto en el que lugares como el Cañón del Chaco enfrentan amenazas por parte de industrias extractivas —especialmente petroleras—, contar con evidencia genética que respalde los lazos culturales de una comunidad con ese territorio puede ser crucial. La memoria genética se convierte, así, en un argumento político.
Para los Picuris, esta confirmación no es solo una reivindicación histórica. Es una herramienta para reclamar su papel como custodios legítimos de un lugar sagrado, para exigir respeto por sus tradiciones, y para transmitir con mayor fuerza su legado a las nuevas generaciones. La ciencia ha venido, esta vez, no a sustituir sus voces, sino a amplificarlas.

Más allá de Picuris: una ventana al pasado continental
El estudio también arrojó otros datos de enorme interés para la historia de América. Los genomas de los Picuris modernos presentan conexiones con Anzick-1, un niño perteneciente a la cultura Clovis que vivió hace más de 13.000 años en lo que hoy es Montana. Pero lo más sorprendente es que parte del ADN de los Picuris es aún más antiguo que el de Anzick-1, lo que sugiere raíces aún más profundas en el continente.
Estos hallazgos refuerzan la idea de que el poblamiento de América fue mucho más complejo de lo que se pensaba, con múltiples linajes genéticos entrecruzándose y sobreviviendo a través de los siglos en comunidades como los Picuris.
Una historia viva
En definitiva, lo que este estudio revela no es solo una conexión genética. Es la prueba de que las historias que han sobrevivido a la colonización, a la destrucción y al olvido, no son meras leyendas. Son verdades profundas que ahora, con ayuda de la ciencia, recuperan el lugar que merecen en la historia del continente.
El Pueblo Picuris no ha sido descubierto por la ciencia. Lo que ha sucedido es que, por fin, la ciencia ha aprendido a escuchar.
Referencias
- Pinotti, T., Adler, M.A., Mermejo, R. et al. Picuris Pueblo oral history and genomics reveal continuity in US Southwest. Nature (2025). doi:10.1038/s41586-025-08791-9
Cortesía de Muy Interesante
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