A comienzos de 1923, Albert Einstein ya era una figura planetaria. No solo era reconocido por revolucionar la física con su teoría de la relatividad, sino también por convertirse en símbolo del pensamiento moderno, del pacifismo tras la Primera Guerra Mundial y de un nuevo tipo de intelectual comprometido. Su imagen, con su melena desordenada y su rostro sereno, había traspasado los círculos científicos para convertirse en un icono cultural. Y en aquel año, aceptó la invitación para visitar España, un país que, aunque en los márgenes del desarrollo científico europeo, albergaba un creciente deseo de modernización.
La visita de Einstein a España fue breve, pero intensa. Recorrió Madrid y Barcelona, ofreció conferencias, se reunió con científicos, políticos y estudiantes, y apareció en periódicos y caricaturas. Aunque estuvo solo unos días, dejó una profunda huella en una sociedad que oscilaba entre el conservadurismo dominante y un impulso renovador que bullía en las universidades, los cafés y las instituciones progresistas. Este artículo recorre ese viaje histórico, resaltando no tanto la ciencia, sino el simbolismo y el eco cultural que provocó su presencia.
Una España en busca de modernidad
En los años veinte, España vivía una tensión entre tradición y modernidad. A pesar del atraso tecnológico y científico respecto a Europa central, se gestaban movimientos renovadores en centros como la Institución Libre de Enseñanza o la Residencia de Estudiantes. Intelectuales como Ortega y Gasset promovían la apertura hacia nuevas ideas, mientras la comunidad científica, aunque pequeña, buscaba conectar con las corrientes internacionales.
El país estaba gobernado por la dictadura de Primo de Rivera, que mantenía un orden autoritario, pero no cerró completamente las puertas al progreso cultural. En ese contexto, la llegada de Einstein fue vista por algunos como una oportunidad para acercar España a la ciencia moderna, y por otros, simplemente como un acto simbólico de prestigio. Lo cierto es que pocos visitantes extranjeros habían despertado tanta expectación.

Madrid: conferencias, prensa y entusiasmo
Einstein llegó a Madrid en marzo de 1923, recibido por académicos y miembros de instituciones científicas. Su agenda fue apretada: ofreció conferencias en la Real Academia de Ciencias, participó en encuentros en la Residencia de Estudiantes y fue agasajado por autoridades y periodistas. En sus charlas, trató de explicar sus teorías con un lenguaje accesible, aunque la complejidad de sus ideas desbordaba a menudo al público general.
La prensa cubrió con entusiasmo cada paso del científico. Se publicaron crónicas, entrevistas, caricaturas, y hasta notas humorísticas sobre su aspecto y su carácter. En los cafés de tertulia, su nombre se volvió tema de conversación. Pero no todos entendían su teoría; muchos simplemente lo admiraban como símbolo del progreso intelectual que España necesitaba.

Barcelona: entre ciencia y política
La etapa catalana del viaje tuvo un matiz algo distinto. En Barcelona, Einstein fue recibido por representantes del mundo académico, pero también del ámbito político y cultural catalán. Aquí el ambiente era más dinámico y efervescente, con una sociedad civil más activa y un nacionalismo cultural fuerte. Einstein se reunió con figuras relevantes de la política local, lo que provocó algunas interpretaciones sobre su simpatía por las minorías culturales, aunque él evitó pronunciamientos políticos claros.
Durante su estancia, visitó centros científicos, fue homenajeado en actos públicos y continuó con sus conferencias. El eco mediático fue tan fuerte como en Madrid. En sus interacciones, mostró una combinación de cortesía, humildad y una curiosidad sincera por el país que visitaba. Su paso por Cataluña dejó una impresión profunda en quienes lo escucharon y leyeron.
El contraste entre las dos ciudades reveló también diferencias internas en la España de la época. Mientras en Madrid se lo presentaba más como una figura de autoridad intelectual, en Barcelona se le percibía también como un símbolo de libertad cultural y renovación. En ambos casos, su figura fue absorbida como emblema de un futuro más racional y abierto.

Huellas y silencios de un visitante ilustre
Tras su marcha, la presencia de Einstein continuó resonando. Aunque no provocó una revolución científica inmediata —la física teórica en España aún era incipiente— sí dejó un fuerte impacto simbólico. Para muchos jóvenes estudiantes, su visita fue una señal de que el pensamiento moderno no estaba tan lejos. Para ciertos sectores intelectuales, su figura reforzó la necesidad de reformar la educación y fomentar la investigación.
Los años siguientes no fueron fáciles. La dictadura se endureció, la Segunda República trajo nuevas esperanzas, pero la Guerra Civil truncó gran parte del impulso renovador. Einstein, ya entonces refugiado en Estados Unidos, siguió siendo una referencia moral e intelectual, pero su paso por España fue casi olvidado en la memoria oficial del franquismo. Aun así, el recuerdo de su visita persistió en diarios personales, en crónicas, en testimonios dispersos.
Hoy, un siglo después, aquel viaje sigue fascinando por lo que representa: un momento en que España miró brevemente al futuro a través de los ojos de un sabio que encarnaba ciencia, ética y modernidad. Recordar esa visita no es solo un ejercicio de nostalgia, sino también una forma de preguntarnos qué lugar ocupa hoy la ciencia en nuestra cultura, y cuánto seguimos necesitando figuras que nos inspiren a pensar más allá de lo inmediato.
Más allá de las capitales: Zaragoza, Poblet y Terrassa
Aunque Madrid y Barcelona concentraron el grueso de la actividad científica y mediática de Einstein en España, su paso por la península incluyó también otras tres paradas que completan el retrato de su viaje. La primera fue de carácter monumental: el 26 de febrero de 1923, Einstein visitó el monasterio de Poblet, una joya del románico catalán. Lo hizo acompañado del profesor Bernat Lassaleta, y dejó constancia de su visita firmando el libro de huéspedes. Las fotografías que se conservan de aquel día son algunos de los pocos testimonios visuales de su paso por el interior del país.
Al día siguiente, el 27 de febrero, realizó otra excursión cultural, esta vez a la ciudad de Terrassa, donde visitó la basílica de época romana que hoy forma parte del patrimonio arqueológico catalán. Fue una actividad más privada, sin cobertura oficial ni académica, pero que muestra su interés por el arte y la historia local.
Por último, antes de abandonar el país, Einstein hizo una parada en Zaragoza. Esta visita, a diferencia de las anteriores, fue impulsada por el entusiasmo de la comunidad científica local. El 12 de marzo fue recibido en la ciudad aragonesa por autoridades y profesores universitarios, y se interesó particularmente por el laboratorio del químico Rocasolano. Aunque breve, esta escala en Zaragoza consolidó su imagen como figura respetada más allá de los círculos intelectuales de las capitales.
Cortesía de Muy Interesante
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