Una serie poco exitosa se acabó convirtiendo, con el impulso de sus fans, en el origen de un estilo de entretenimiento que saltó al cine y a la vida real. La serie Star Trek creada por Gene Roddenberry en 1966 ha quedado hoy como el lejano punto de origen de un big bang. Nadie podía prever en el momento de su estreno que su expansión se extendería al mundo del cine, a nuevas series de televisión con otros protagonistas y a tramas situadas en diferentes décadas, pero siempre dentro del crisol de razas y galaxias en el que se movían los protagonistas originales. Y todo por una serie de televisión que, según se ha dicho siempre, fue cancelada por su escaso número de espectadores.
Esto no fue exactamente así: es cierto que la serie nunca llegó más arriba del puesto quincuagésimo segundo en los índices de audiencia, pero no lo es menos que casi la práctica totalidad de su público estaba entre los 16 y los 39 años, precisamente la franja de edad que más interesaba a la NBC.
La gran cantidad de correo que recibió la cadena tras la cancelación hizo que los 79 episodios de las tres temporadas rodadas se volvieran a emitir con frecuencia. Y las audiencias se mantenían altas una y otra vez. Fue el éxito de estas reposiciones lo que terminó de dar forma a la primera parte del fenómeno trekkie.

Una nave para explorar sin fronteras
El planteamiento de la serie no podía ser, en principio, más simple: la nave Enterprise –un prodigio de diseño creado por el ilustrador y diseñador Walt Jefferies–, de la Federación de Planetas Unidos, se adentra en un viaje de expedición de cinco años para explorar nuevos mundos, buscar formas de vida desconocidas y nuevas civilizaciones y, según reza una de sus frases más famosas, “llegar donde nadie ha llegado antes”.
Con unos guiones de una gran solidez e inteligencia –entre sus autores hubo personas tan renombradas como Robert Bloch, Harlan Elison, Richard Matheson o Theodore Sturgeon, además del propio Roddenberry–, este concepto podía desarrollarse en forma de peligros derivados del encuentro con otras razas –con los belicosos klingon siempre en primera línea–; de problemas técnicos o psicológicos, del humor –uno de los capítulos favoritos de los fans es el problema con los tribbles, en el que una especie de adorables peluches se multiplica por el interior de la Enterprise–; de enemigos mortales, como el temible conquistador Khan Noonien Singh; o de tecnología innovadora para la época y que luego se hizo realidad, como las pantallas táctiles y el intercomunicador, una suerte de móvil.
La tripulación de la Enterprise como símbolo de diversidad e inclusión
Pero fue el concepto de la serie lo que rompió moldes: por expreso deseo de Roddenberry, la tripulación de la Enterprise iba a unir razas y sexos como nunca antes se había visto en la televisión norteamericana: el capitán James T. Kirk y el doctor Leonard Huesos McCoy eran estadounidenses, desde luego, pero el personaje más popular de la serie, el señor Spock, era mitad humano y mitad vulcaniano; el timonel, Sulu, era japonés; Scott, el ingeniero de navegación, escocés; Chejov, el piloto, era, en una decisión inédita, ruso; y Uhura, la oficial a cargo de las comunicaciones, era mujer, y además, de raza negra.
Eran dos pasos arriesgados en la televisión en abierto de los Estados Unidos de 1966. Abundaban también las actrices invitadas que interpretaban a mujeres con una gran preparación y puestos de responsabilidad. Y en estas ideas de Roddenberry es donde podemos apreciarlo como un auténtico visionario.
Los personajes principales quedaban perfectamente dibujados, y uno de los placeres colaterales de los espectadores era ver las respuestas del hierático Spock –que se rige únicamente por la lógica– ante las vehementes reacciones —o incluso las bromas— de sus compañeros. Por eso, cuando el éxito de la saga Star Wars en 1976 motivó el rodaje de la primera película de Star Trek en 1979, no se concibió que pudiera hacerse sin todo el equipo original de actores. Era un reconocimiento a lo que tantos fans habían esperado durante años.

Del televisor al cine: un salto épico
Rodada con el generoso presupuesto —para la época— de 35 millones de dólares, fue todo un despliegue de lo que los mejores efectos especiales podían ofrecer, con una escena de presentación de la nueva Enterprise casi reverencial.
Pero el argumento huía de las batallas galácticas entonces al uso para adentrarse más en desafíos que solo podían resolverse mediante el razonamiento. Las continuaciones optaron más por la aventura clásica —lo que incluía el retorno de Khan— con un reparto que iba envejeciendo poco a poco.
Por fin, el éxito de la serie Star Trek, la nueva generación en 1987, situada setenta años en el futuro y con un nuevo capitán, Jean-Luc Picard, a cargo de la Enterprise, demostró que el mundo de Star Trek iba mucho más allá de lo inicialmente concebido: era ya un universo propio, del cual se derivaron una cantidad creciente de series y películas. La era del streaming no lo ha dejado escapar, con nuevas entregas como Picard, y todo indica que en los próximos años nuevos comandantes de la Federación seguirán llegando a nuestras pantallas.
Tecnología del mañana: la ciencia detrás de la ficción
Uno de los legados más notables de Star Trek es su capacidad para anticipar avances tecnológicos que décadas después se convirtieron en realidad. Elementos que en los años 60 parecían pura invención futurista —como las pantallas táctiles, los escáneres biomédicos o los comunicadores portátiles— han sido replicados en el mundo real, algunos de ellos con un asombroso parecido a sus versiones originales en la serie. No es coincidencia que ingenieros y científicos hayan reconocido públicamente la influencia de Star Trek en su vocación profesional.
La franquicia no se limitó a usar artilugios llamativos para resolver problemas narrativos, sino que trató de construir un universo coherente, donde cada tecnología tenía fundamentos, límites y aplicaciones lógicas.
Así surgieron conceptos como el “teletransporte”, la “varilla de dilitio” o el “motor de curvatura”, explicados mediante pseudo-teoría científica que respetaba una mínima verosimilitud. Incluso la mítica sala de holoproyecciones anticipó el desarrollo de entornos virtuales interactivos, hoy en plena expansión.
La colaboración con asesores científicos ayudó a mantener esa sensación de plausibilidad, y con el tiempo, instituciones como la NASA comenzaron a establecer vínculos simbólicos con la saga. No es casual que una de las primeras naves espaciales reutilizables de la agencia, un prototipo del transbordador, fuera bautizada Enterprise en honor a la nave insignia de la serie, tras una petición firmada por miles de fans. Para muchos, Star Trek no solo mostró un futuro deseable, sino también alcanzable.

Diversidad, diplomacia y el espejo del presente
Más allá de sus batallas estelares y dilemas técnicos, Star Trek destacó por explorar cuestiones sociales profundamente humanas. En plena Guerra Fría y con Estados Unidos sumido en tensiones raciales, la serie original apostó por un elenco inclusivo, internacional y paritario, algo inusual para su época. Fue un gesto audaz que colocó a la ficción televisiva como plataforma de cambio cultural, y sentó las bases de un discurso que la franquicia ha mantenido con coherencia.
Los episodios abordaban temas como el racismo, el autoritarismo, el pacifismo, el genocidio o la manipulación mediática, disfrazados de tramas galácticas.
El uso de civilizaciones alienígenas como metáfora permitía sortear la censura televisiva y abrir el debate sobre cuestiones incómodas. Así, la ciencia ficción servía de espejo crítico para el presente, poniendo sobre la mesa interrogantes sobre la ética del progreso, la libertad individual o los peligros del poder sin control.
Con el paso del tiempo, cada nueva generación de Star Trek ha renovado su compromiso con los valores universales. Desde la lucha por los derechos civiles hasta el reconocimiento de identidades de género o culturas no occidentales, la saga ha sabido adaptarse sin renunciar a su mensaje original: que la exploración del universo no se trata solo de conocer nuevas galaxias, sino de entender mejor quiénes somos como especie.
En este sentido, Star Trek no solo narra un futuro imaginado, sino que construye un ideal de convivencia basado en la razón, la empatía y el entendimiento.
Cortesía de Muy Interesante
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