El mar Mediterráneo ha sido, durante milenios, un punto de contacto entre civilizaciones, lenguas y culturas. Más allá de su importancia geopolítica, económica y ecológica, el Mediterráneo plantea una fascinante cuestión lingüística: ¿cómo lo han nombrado los pueblos que habitaron sus costas? ¿Qué características destacaron al bautizarlo? El estudio de estos nombres no solo revela los cambios semánticos y lingüísticos a lo largo de la historia, sino también la forma en que diferentes culturas percibieron este vasto cuerpo de agua. Recorreremos la historia onomástica de este puente marino entre culturas.
La evolución de un nombre: desde la simple “mar” hasta el “Mare Mediterraneum”
El Mediterráneo en hebreo
En los primeros registros escritos, el mar Mediterráneo no tenía un nombre unificado y reconocido por todas las comunidades. En hebreo bíblico, se lo denominaba simplemente yam (“mar”) o hay-yam (“el mar”), en un uso general que se volvía específico por contexto, del mismo modo en que un siciliano contemporáneo puede referirse al Etna simplemente como a muntagna (“la montaña”).
Con posterioridad, se añadieron calificativos que destacaban su tamaño o ubicación: hay-yam hag-gadol (“el Gran Mar”), hay-yam ha-ma’araví (“el mar occidental”) o yam Pelishtim (“mar de los filisteos”). Estos nombres no se empleaban como un topónimo en sentido estricto, sino que se trataba de una forma de identificar este cuerpo de agua desde la perspectiva cultural y territorial del pueblo hebreo.
Egipcios y asirios: del Mar de los filisteos al Mar grande
En Egipto, se usaron designaciones como “Mar de los Filisteos”, pero los registros no aclaran si se referían al mar en su totalidad o solo a su franja oriental. Más sistemáticos fueron los asirios, que ya en el siglo VI a.C. tenían tres nombres distintos: Tâmtu rabîtu (“mar grande”), Tâmtu elîtu (“mar superior”) y Tâmtu ša šulmi šamši (“mar de la puesta de del sol”).
Los griegos antiguos, por su parte, no emplearon un nombre único y definido. Heródoto lo llamaba simplemente “el mar”, y Estrabón se refería a él como “el mar dentro de las columnas” (aludiendo a las Columnas de Hércules, ubicadas en el estrecho de Gibraltar). En griego moderno, el término ha evolucionado a Mesógeios Thálassa y Mesogeiakós Okeanós que en ambos casos, significa “mar u océano del medio”.

El Mare nostrum de los romanos
Los romanos, sin ser especialmente afines a la navegación, introdujeron nombres como Mare Nostrum (“nuestro mar”) y Mare Internum (“mar interior”). Sin embargo, el término “Mare Mediterraneum” no apareció hasta el siglo VI d.C., con Isidoro de Sevilla. Este término se generalizó siglos después, a partir del Renacimiento. Ya está presente en los mapas del cartógrafo flamenco Rumold Mercator en la década de 1590.
Un mar con muchos nombres: variaciones árabes, turcas y modernas
A partir del siglo X, los geógrafos árabes aportaron nuevas denominaciones, muy variadas según las distintas escuelas cartográficas (islámica griega, iraní o turca). El Mediterráneo aparece en sus mapas con las denominaciones “mar de Damasco”, “mar sirio”, “mar egipcio”, “mar bizantino”, “mar occidental” y “mar blanco” (al-Bahr al-Abyad), entre otras. Este último término aún se utiliza en el árabe clásico moderno, donde se lo denomina al-Bahr al-Abyad al-Mutawassit (“el mar blanco medio”).
En turco moderno, se le llama Ak Deniz (“mar blanco”), mientras que en albanés es Mesdheu Deti (“mar de la tierra media”). En hebreo moderno, el término utilizado de manera común es yam tikhon, que también significa “mar del medio”.
Este patrón de designaciones basadas en la centralidad geográfica se repite en muchas lenguas europeas actuales. Las lenguas romances lo nombran como Mediterráneo, mientras el el alemán emplea Mittelmeer (“mar medio”). La idea de este mar como un espacio central entre tierras es una construcción semántica compartida, que refleja una visión europea y post-renacentista del Mediterráneo.

Motivaciones semánticas: tamaño, posesión, color, ubicación
A pesar de la gran diversidad de nombres usados para denominar el Mediterráneo, los motivos semánticos se agrupan en torno a cuatro rasgos principales: tamaño, posesión, color y ubicación. Los términos como “Gran mar” reflejan su dimensión imponente, mientras que expresiones como “Mar de los filisteos” o “Mar bizantino” indican una forma de apropiación o control simbólico. El color, como en el caso de “Mar blanco”, se basa en interpretaciones más culturales que físicas. Según algunos estudiosos, en algunos contextos árabes, el blanco simboliza el oeste.
Sin embargo, es la motivación basada en la ubicación —el mar como centro de la tierra conocida— la que más ha perdurado. El término Mediterraneum (del latín medius + terra, “en medio de la tierra”) encarna esta visión centrada en Europa, nacida en tiempos del imperialismo y la expansión geográfica del saber científico.

¿Una lengua para el Mediterráneo?
Los países y pueblos bañados por el Mediterráneo nunca han tenido una única lengua, pero sí ha sido cuna de una notable lengua de contacto: la lingua franca mediterránea. Surgida en los intercambios comerciales y las relaciones esclavistas entre cristianos, musulmanes y otomanos, esta lengua —también llamada sabir— se basaba en una gramática románica simplificada, con préstamos del italiano, árabe, turco y otras lenguas.
Se distinguen tres etapas de esta lengua: su origen en las Cruzadas (siglos XII-XVI), su uso durante el auge del poder pirata (siglo XVII hasta 1830) y su pervivencia bajo el dominio francés en Argel. Según estudiosos como Henry y Renée Kahane, fue el único idioma verdaderamente mediterráneo en cuanto a su composición y función.

El Mediterráneo, un mar con una larga historia
Los múltiples nombres del mar Mediterráneo reflejan las distintas maneras en que las culturas han interpretado, sentido y delimitado este espacio común. Cada nombre transmite una visión del entorno, del otro y también de uno mismo.
Hoy predomina la forma “Mediterráneo”, cuyo uso extensivo se consolidó, sobre todo, tras la Ilustración, cuando se empezó a hablar del Mediterráneo no solo como mar, sino como región, civilización y estilo de vida. Con todo, es importante recordar que esta etiqueta es una entre muchas, producto de una larga historia de intercambios y equilibrios de poder. El mar no ha cambiado, pero sí lo ha hecho el modo en que lo nombramos. En ese acto lingüístico se encapsula buena parte de nuestra historia compartida.
Referencias
Cortesía de Muy Interesante
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