Texto de Stephanie Salas Pérez, colaboradora de la Coordinación para la igualdad de género en la UNAM
La festividad del 10 de mayo es uno de los rituales más importantes de la sociedad mexicana, en la memoria recordamos esa fecha con las risas, la comida, los colores, los abrazos, así como con los retratos de aquellas personas con las que compartimos el Día de las Madres. Se trata de anécdotas y pequeños detalles que alimentan el gran relato histórico, y a los que hace falta “aderezar” con fragmentos de cuándo, cómo y por qué surgió el Día de las Madres en México.
En abril de 1922 el director del periódico Excélsior, Rafael Alducin, lanzó una convocatoria pública que promovía el festejo del Día de las Madres en todo el país. La iniciativa fue bien recibida por el entonces Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, quien ofreció que la niñez escolar fuera la que rindiera homenaje a las madres; asimismo, el Arzobispado de México legitimó la campaña, además de que promovió la imagen de la madre abnegada.
Esa campaña que buscaba establecer la celebración del Día de las Madres no fue casual, surgió como respuesta a la organización de algunas mujeres, pues en 1916 se había desarrollado el Primer Congreso Feminista de Yucatán, el que contó con la asistencia de poco más de 600 mujeres.
Entre sus demandas estuvieron el derecho al voto, así como el acceso a la educación, haciendo énfasis en la necesidad de impartir educación sexual para hombres y mujeres. La participación de las mujeres en el Congreso se presentó como un acto de rebeldía en torno a la idea del “deber ser” de las mujeres, es decir, un “ángel del hogar”, una mujer enfocada a ser madre y la domesticidad femenina.
Tras el Congreso se impulsó la organización de ligas feministas, se favorecieron debates sobre las mujeres y el reconocimiento de su ciudadanía y la importancia de que se desarrollaran fuera del espacio privado, también se promovió la posibilidad del divorcio y se socializaron folletos con información sobre planificación familiar. Ese contexto se había convertido en una amenaza para las “buenas conciencias”, así la convocatoria para celebrar el Día de las Madres fue un éxito. Desde el Excélsior se continuó promoviendo el 10 de mayo, lo que llevó a que la fecha se afianzara entre la sociedad mexicana, dando pie a la comercialización de la celebración.
En 1944 el entonces presidente Manuel Ávila Camacho colocó la primera piedra de lo que sería el Monumento a la madre, el cual se develó cinco años después en compañía de una placa que decía “A la que nos amó antes de conocernos”, y en 1991, como forma de intervención y protesta, se colocó otra placa con la frase “Porque su maternidad fue voluntaria”. La institucionalización de la fecha no fue suficiente para apagar las voces de las feministas, quienes en la segunda mitad del siglo XX hicieron eco con sus contrapropuestas, manifestándose en contra del mito de la madre abnegada.
Otras maternidades
En 1987 el grupo de arte feminista Polvo de Gallina Negra, realizó la performance “Madre por un día”, en el programa de televisión Nuestro Mundo, conducido por Guillermo Ochoa. El conductor fue ataviado con una panza artificial y un mandil, para luego ser coronado como reina del hogar.
Como parte del “ritual” a Ochoa le obsequiaron un kit que de manera simbólica contenía los malestares, miedos y esperanzas de las madres; así como un pequeño libro con amuletos para la buena suerte. Mediante el humor y la ironía derrocaron el discurso de la belleza y naturalidad de la maternidad, también la sustrajeron del cuerpo femenino, deduciendo de esta acción que la maternidad es una construcción cultural.
Con la suma de acciones como la antes descrita se ha buscado romper con el arquetipo de la madre. El 10 de mayo se ha ido resignificando, se celebran las maternidades libres y deseadas, y se continúa luchando por la defensa de los derechos reproductivos y se reconoce que para las mujeres la maternidad no es destino; se busca una redistribución de la responsabilidad de la crianza, se acompaña a las madres buscadoras…
Me gusta mirar el pasado como una herramienta que nos permite dar sentido al presente y actuar con una mejor perspectiva en él. Este texto nos recuerda que somos motores de la historia, que dejamos registro, que tenemos la posibilidad de trastornar los relatos que el patriarcado ha impuesto.

Cortesía de Chilango
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